martes, 11 de octubre de 2016

I. El asalto de la Marianna


—Por lo tanto, ¿se avanza, sí o no? ¡Por Júpiter! Es imposible que hayamos caído como tantos estúpidos en un banco.
—Es imposible avanzar, señor Yanez.
—¿Qué es pues, lo que nos ha parado?
—No lo sabemos aún.
—¡Por Júpiter! ¿Estaba ebrio el piloto? ¡Bella fama que se adquieren los malayos! ¡Y yo que los había creído, hasta esta mañana, los mejores marineros de los dos mundos! Sambigliong, haz desplegar otra tela. El viento es bueno y quién sabe, logremos pasar.
—No haremos nada, señor Yanez, porque la marea baja rápidamente.
—¡Que el diablo se lleve al infierno a aquel imbécil del piloto!
El hombre que así hablaba, se había vuelto bruscamente hacia la popa con la frente fruncida y el rostro alterado por una cólera violentísima. Aún cuando no hubiese pasado, y quizá por algunos años, la cincuentena, era aún un bello hombre, robusto, con largos bigotes grisáceos cuidadosamente rizados, la piel ligeramente bronceada, con largos cabellos que se le escapaban por debajo de un amplio sombrero de paja de Manila, semejante a un sombrero mejicano, adornado con un galón de terciopelo azul con pompones.
Vestía con mucha elegancia, de franela blanca, con botones de oro y llevaba en la cintura una ancha faja de terciopelo rojo, sosteniendo un par de pistolas de cañón largo y con arabescos y la culata taraceada en plata y madreperla, armas sin duda de fabricación india, y calzaba altas botas de mar, de piel amarilla, con la punta un poco alzada.
—¡Piloto! —gritó.
Un malayo, de piel casi fuliginosa, con reflejos color ladrillo, los ojos un poco oblicuos que tenían un destello amarillento que producían un extraño efecto sobre quien los veía, a aquella llamada, había abandonado la caña del timón que hasta entonces había tenido y se había arrimado a Yanez con un recelo que traicionaba una conciencia poco tranquila.
—Padada —dijo el europeo con voz seca, mientras apoyaba la diestra sobre la culata de una de las dos pistolas—. ¿Cómo es este asunto? Me parece que me habías dicho que conocías todos los pasos de la costa borneana y es sólo por eso que te he embarcado.
—Pero, señor... —balbuceó el malayo con aire embarazado.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Yanez que quizá, por primera vez en su vida, parecía haber perdido su flema habitual.
—Este banco no existía antes.
—Bribón, ¿dices que surgió esta mañana del fondo del mar? ¡Eres un imbécil! Has dado un golpe falso al timón para detener la Marianna.
—¿Con qué objetivo, señor?
—¿Qué se yo? Podría darse que estuvieses de acuerdo con aquellos misteriosos enemigos que han sublevado a los dayak.
—No he tenido otras relaciones mas que con mis compatriotas, señor.
—¿Crees que nos podremos desencallar?
—Sí, con la marea alta.
—¿Hay muchos dayak en el río?
—No creo.
—¿Sabes si tienen buenas armas?
—No les he visto mas que algunos fusiles.
—¿Quién pudo haberlos alzado? —barboteó Yanez—. Hay un misterio aquí que no consigo explicar, aún cuando el Tigre de la Malasia se obstine en ver en todo esto la mano de los ingleses. Esperemos llegar a tiempo y volver a conducir a Tremal-Naik y a Darma a Mompracem, antes de que los rebeldes invadan sus plantaciones y destruyan sus granjas. Veamos si podemos dejar este banco antes de que la marea haya alcanzado su máxima altura.
Volvió la espalda al malayo y se dirigió hacia proa, inclinándose sobre la amura del castillo.
La nave que había dado en seco, probablemente a causa de una falsa maniobra, era un espléndido velero de dos mástiles, construido ciertamente hacía poco tiempo a juzgar por sus líneas aún perfectas, con dos inmensas velas similares a aquellas que llevan los grandes praos malayos. Debía arquear no menos de doscientas toneladas y tenía un armamento para volverlo temible incluso para algún pequeño crucero.
En efecto, tenía sobre el alcázar dos piezas de caza de buen calibre, protegidas por una barricada móvil formada por dos gruesas placas de acero juntadas en ángulo y sobre el castillo de proa cuatro largas y gruesas espingardas, armas excelentes para ametrallar a los enemigos, aunque de corto alcance.
Además tenía una tripulación numerosa, más para un leño tan pequeño, formada por una cuarentena de personas, malayos y dayak, la mayor parte entrados en años pero aún sólidos, de caras orgullosísimas y con no pocas cicatrices, lo que indicaba que aquellos hombres eran gente de mar y también de guerra.
La nave se había detenido a la entrada de una vasta bahía, en la que desembocaba un río que parecía abundante de agua.
Numerosas islas, entre ellas una grandísima, reparaban la bahía de los vientos del poniente, todas cercadas de arrecifes coralíferos y de bancos y cubiertas de una vegetación densísima y de un bello verde intenso.
La Marianna se había encallado en uno de aquellos bancos que las aguas escondían y que, en aquel momento, comenzaba a aparecer, a medida que la marea bajaba.
La roda había tocado muy profundamente, de modo de volver imposible tirar con el único medio de las anclas arrojadas hacia popa y jaladas con el cabrestante.
—¡Piloto perro! —exclamó Yanez, después de haber observado atentamente el banco—. No nos lo quitaremos antes de medianoche. ¿Qué me dices, Sambigliong?
Un malayo que tenía el rostro bastante arrugado y los cabellos blancuzcos, y que sin embargo parecía aún robustísimo, se había arrimado al europeo:
—Digo, señor Yanez, que ninguna maniobra conseguirá sacarnos de aquí sin la ayuda de la marea alta.
—¿Tienes confianza en aquel piloto?
—No sé, capitán —respondió el malayo—, no habiéndolo visto nunca hasta ahora. No obstante...
—Continúa —dijo Yanez.
—Eso de haberlo encontrado solo, tan lejos de Gaya, en un bote incapaz de resistir una oleada y de haberse enseguida ofrecido a guiarnos, no me parece claro.
—¿Habré cometido una imprudencia al confiarle el timón? —se preguntó Yanez, que se había puesto pensativo.
Luego, sacudiendo la cabeza como si hubiese querido expulsar fuera de sí un pensamiento inoportuno, añadió:
—¿Con qué propósito aquel hombre, que pertenece a tu raza, habría intentado perder el mejor y más poderoso prao del Tigre de la Malasia? ¿Es que nosotros no hemos protegido siempre a los indígenas borneanos contra las vejaciones de los ingleses? ¿Es que no hemos derribado a James Brooke para devolver la independencia a los dayak de Sarawak?
—¿Y por qué, señor Yanez —dijo Sambigliong— los dayak de la costa se han alzado en armas imprevistamente, contra nuestros amigos? Sin embargo, Tremal-Naik, creando granjas en estas playas, que antes estaban casi desiertas, ha dado a ellos el medio de ganarse la vida cómodamente, sin correr los riesgos de la piratería que los diezmaba.
—Esto es un misterio, mi querido Sambigliong, que ni Sandokan ni yo hemos aún logrado explicar. Este imprevisto estallido de ira contra Tremal-Naik debe tener una causa que por ahora se nos escapa, pero seguro alguien ha soplado sobre el fuego.
—¿Tremal-Naik y su hija Darma correrán verdadero peligro?
—El mensajero que nos ha mandado a Mompracem ha dicho que todos los dayak están en armas y parecen presa de una imprevista locura, que tres de las granjas han sido saqueadas y luego incendiadas y hablaban de masacrar a Tremal-Naik.
—Sin embargo no hay hombre mejor que él en toda la isla —dijo Sambigliong—. No comprendo cómo aquellos bribones estropean y saquean sus propiedades.
—Sabremos algo cuando lleguemos al kampung de Pangutaran. La aparición de la Marianna sobre el río calmará un poco a los dayak y si no deponen las armas, los ametrallaremos como se merecen.
—Y conoceremos las causas que los han inducido a alzarse.
—¡Oh! —exclamó de pronto Yanez, que había vuelto la mirada hacia la desembocadura del río—. Hay alguien que parece que quiere dirigirse hacia nosotros.
Un pequeño bote, munido de una vela, había aparecido detrás de los islotes que obstruían la desembocadura del río y había apuntado la proa hacia la Marianna.
Un sólo hombre lo montaba, pero estaba tan lejos aún que no se podía distinguir si era un malayo o un dayak.
—¿Quién puede ser ese? —se preguntó Yanez, que no lo perdía de vista—. Mira, Sambigliong, ¿no te parece indeciso sobre la maniobra? Ahora se dirige hacia los islotes, ahora se aleja para arrojarse a los arrecifes coralíferos.
—Se diría que intenta engañar a alguien sobre el verdadero rumbo, señor Yanez —respondió Sambigliong—. ¿Estará siendo vigilado y busca engañarlos?
—También me lo parece —respondió el europeo—. Ve a conseguirme un catalejo y haz cargar una espingarda con balas. Si se intentara impedir la maniobra de aquel hombre, que evidentemente pretende alcanzarnos, haremos fuego.
Un momento después apuntaba el instrumento sobre el pequeño bote que entonces se encontraba a no menos de dos millas y que había finalmente abandonado los islotes de la desembocadura, para apresurarse resueltamente hacia la Marianna.
De pronto se le escapó un grito:
—¡Tangusa!
—¿Aquel que Tremal-Naik había conducido consigo de Mompracem y que se había hecho cargo de administrar las granjas?
—Sí, Sambigliong.
—Finalmente sabremos algo de esta insurrección, si es verdaderamente él —dijo el malayo.
—No me engaño: lo veo muy bien. ¡Oh!
—¿Qué pasa, señor?
—Veo una chalupa montada por una docena de dayak que me parece quiere dar caza a Tangusa. Mira hacia la última isla: ¿la ves?
Sambigliong aguzó la mirada y vio, en efecto, una embarcación estrecha y muy larga, dejar la desembocadura del río y lanzarse velozmente hacia el mar, bajo el impulso de ocho remos poderosamente maniobrados.
—Sí, señor Yanez, dan caza al administrador de granjas de Tremal-Naik —dijo.
—¿Has hecho cargar una espingarda?
—Todas las cuatro.
—Buenísimo: esperemos un momento.
El pequeño bote que tenía el viento a favor, hilaba derecho hacia la Marianna con suficiente velocidad, no obstante no parecía que pudiese competir con la chalupa. El hombre que la montaba, percatado de ser seguido, había atado la caña del timón y había tomado dos remos para acelerar más la carrera.
De pronto, una pequeña nube de humo se alzó sobre la proa de la chalupa, luego una detonación llegó hasta la Marianna.
—Hacen fuego sobre Tangusa, señor Yanez —dijo Sambigliong.
—Pues bien mi querido, les mostraré a aquellos bribones cómo tiran los portugueses —respondió el europeo con su usual calma.
Arrojó el cigarrillo que estaba fumando, se abrió paso entre los marineros que habían invadido el castillo de proa atraídos por aquel disparo y se acercó a la primera espingarda de babor, apuntándola sobre la chalupa.
La caza continuaba furiosa y el pequeño bote, no obstante los esfuerzos desesperados del hombre que lo montaba, perdía distancia.
Otro tiro de fusil había partido por parte de los perseguidores y sin mayor éxito, siendo generalmente los dayak más hábiles en el manejo de sus cerbatanas que de las armas de fuego, no conociendo la elevación.
Yanez, calmado, miraba siempre impasible.
—Está sobre la línea —murmuró después de algunos minutos.
Hizo fuego al mismo tiempo. El largo y grueso cañón se inflamó con un estruendo extraño que repercutió incluso bajo los árboles que cubrían las riberas de la bahía.
Sobre el estribor de la chalupa se vio alzar una salpicadura de agua, luego se oyeron a lo lejos alaridos furiosos.
—¡Tocado, señor Yanez! —gritó Sambigliong.
—Y dentro de poco se hundirá —respondió el portugués.
Los dayak habían interrumpido la persecución y luchaban desesperadamente para alcanzar uno de los islotes de la desembocadura, antes de que su embarcación se hundiera.
El desgarro producido por la bala de la espingarda, un buen proyectil de plomo mezclado con cobre, de una libra y media de peso, era tan considerable como para no permitir prolongar por mucho más aquella carrera.
Y en efecto los dayak distaban aún trescientos pasos del islote más cercano, cuando la chalupa, que se llenaba rápidamente de agua, faltó bajo sus pies, desapareciendo.
Siendo los dayak de la costa todos habilísimos nadadores, porque pasan la mayor parte de su existencia en el agua al igual que los malayos y los polinesios, no había peligro de que se ahogasen.
—Sálvense, sin embargo —dijo Yanez—, si vuelven a la carga les calentaremos la espalda con una buena metralla a base de clavos.
El pequeño bote, liberado de sus perseguidores, merced a aquel tiro afortunado, había retomado el rumbo hacia la Marianna empujado por la brisa que aumentaba con el calar del sol y muy pronto se encontró en sus aguas.
El hombre que lo guiaba era un joven sobre los treinta, de piel amarillenta, y facciones casi europeas, como si hubiese nacido de un cruce entre dos razas, la caucásica y la malaya; de estatura más bien baja y bastante robusto; tenía el cuerpo envuelto en jirones de tela blanca que le fajaban estrechamente los brazos y las piernas y que aparecían aquí y allá manchados de sangre.
—¿Lo han herido? —se preguntó Yanez—. Aquel mestizo parece bastante enfermo. Eh, arrojen una escala y preparen algo caliente.
Mientras sus marineros seguían aquellas órdenes, el pequeño bote, con una última bordada, llegó bajo el flanco de estribor del velero.
—¡Sube pronto! —gritó Yanez.
El administrador de granjas de Tremal-Naik ató la pequeña embarcación a una cuerda que le había sido arrojada, amainó la vela, luego subió casi con fatiga la escala, apareciendo sobre la toldilla.
Un grito de sorpresa y al mismo tiempo de horror había huido al portugués.
Todo el cuerpo de aquel desgraciado aparecía acribillado como si hubiese recibido varias descargas de balas y por aquellas innumerables, aún cuando pequeñísimas heridas, salían gotitas de sangre.
—¡Por Júpiter! —exclamó Yanez, haciendo un gesto de repugnancia—. ¿Quién te ha maltratado de este modo, mi pobre Tangusa?
—Las hormigas blancas, señor Yanez —respondió el malayo con voz estrangulada haciendo una horrible mueca arrancada por el dolor agudo que lo atormentaba.
—¡Las hormigas blancas! —exclamó el portugués—. ¿Quién te ha cubierto el cuerpo de aquellos crueles insectos tan ávidos de carne?
—Los dayak, señor Yanez.
—¡Ah! ¡Miserables! Pasa por la enfermería y hazte medicar, luego retomaremos la conversación. Dime solamente por ahora si Tremal-Naik y Darma corren peligro inminente.
—El amo ha formado un pequeño cuerpo de malayos e intenta hacer frente a los dayak.
—Está bien, ponte en las manos de Kickatany que es un hombre que entiende de heridas, luego me mandarás llamar, mi pobre Tangusa. Ahora tengo otra cosa que hacer.
Mientras el malayo, ayudado por dos marineros, descendía en el castillo de popa, Yanez había vuelto su atención hacia la desembocadura del río donde habían aparecido otras tres grandes chalupas montadas por numerosas tripulaciones y una doble, provista de puente sobre el cual se divisaba uno de aquellos pequeños cañones de latón llamados por los malayos lela, fundidos junto con cobre sacado de los cascos de las viejas naves y algunas partículas de plomo.
—¡Oh diablos! —murmuró el portugués—. ¿Es que aquellos dayak tienen intención de venir a medirse con los tigres de Mompracem? No será con aquellas fuerzas que ustedes brindarán con nosotros, mis queridos. Tenemos buenas piezas que los harán saltar como cabras salvajes.
—Siempre y cuando no haya otras chalupas escondidas detrás de las islas, señor Yanez —dijo Sambigliong.
—Somos demasiado fuertes como para tener miedo de ellos, aún cuando conozcamos la audacia y el impulso de aquellos hombres, hijos de piratas y de cortadores de cabezas. Tenemos dos de aquellas cajas.
—¿Balas de acero armadas de puntas? Sí, capitán Yanez.
—Haz traer a cubierta y da la orden a todos nuestros hombres de calzarse botas de mar si no quieren estropearse los pies. ¿Y los fajos de espinas los han embarcado?
—También aquellos.
—Hazlos arrojar sobre las defensas de paja alrededor de la borda. Si quieren montar al asalto los oiremos aullar como bestias feroces. ¡Piloto!
Padada que se había izado hasta la cofa del trinquete para observar los movimientos sospechosos de las cuatro chalupas había descendido y se había acercado al portugués mirando hacia los lados.
—¿Sabes decirme si aquellos dayak poseen muchas barcas?
—No he visto mas que poquísimas sobre el río —respondió el malayo.
—¿Crees que intentarán abordarnos, aprovechando nuestra inmovilidad?
—No creo, amo.
—¿Hablas sinceramente? Cuidado que comienzo a tener alguna sospecha sobre ti y que este encallamiento no me ha parecido puramente accidental.
El malayo hizo una mueca como para esconder la fea sonrisa que estaba por surgirle en los labios, luego dijo un poco resentido:
—No le he dado ningún motivo para dudar de mi lealtad, amo.
—Lo veremos enseguida —respondió Yanez—. Y ahora vamos a encontrar al pobre Tangusa, mientras Sambigliong prepara la defensa.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

En el texto original, Salgari dice que Yanez pasó por algunos años los 50. Sin embargo, si la acción de El Rey del Mar transcurre en 1868 —se indica hacia el final de la primera parte—, Yanez debería tener entre 46 y 48 años, teniendo en cuenta los ajustes realizados en las anteriores novelas. Así que modifiqué la referencia.

Por si no se terminaron de ubicar en espacio, en los próximos capítulos se menciona que la acción transcurre en algún punto de la bahía de Sepanggar, en la isla de Borneo, actual ciudad de Kota Kinabalu, capital de Sabah, perteneciente a Malasia.

A continuación dejo las aclaraciones de la traducción —muy numerosas en este capítulo, Salgari se despachó con el diccionario entero—, incluyendo muchas de las que escribí para las anteriores novelas, y que voy a repetir de ser necesario, para facilitar la lectura.

Júpiter: “Giove” en el original, es el dios principal de la mitología romana, padre de dioses y de hombres. Hijo de Saturno y Ops, Júpiter fue la deidad suprema de la tríada capitolina, integrada además por su hermana y esposa, Juno, y su hija, Minerva. Sus atributos son el águila, el rayo, y el cetro. Su equivalente en la mitología griega es Zeus.

Yanez: Para los que leyeron ya aventuras de Sandokan en castellano quizá les parezca extraño leer así el nombre y no “Yáñez”. Preferí mantener el original de Salgari. Según Antonio Palermo, Salgari utilizó referencias del Diario de a bordo del primer viaje de Cristóbal Colón. Tomó el segundo nombre de Vicente Yáñez Pinzón, capitán de La Niña y el nombre de una de las 8 islas principales que forman el archipiélago de las Canarias, La Gomera, primera parada del viaje. Por lo tanto, el nombre de Yanez es bien español y para nada portugués. Como detalle, algunas ediciones portuguesas de las novelas de Sandokan, nombran a su hermanito como Eanes de Gomes, donde Eanes es Yáñez en portugués y Gomes, un apellido típico lusitano.

Manila: “Manilla” en el original, en Nicaragua se le dice a la fibra de cáñamo utilizada como cuerda.

Sombrero mejicano: En el original, Salgari utiliza la palabra “sombrero” en castellano.

Galón: Tejido fuerte y estrecho, a manera de cinta, que sirve para guarnecer vestidos u otras cosas.

Madreperla: Molusco lamelibranquio, con concha casi circular, de diez a doce centímetros de diámetro, cuyas valvas son escabrosas, de color pardo oscuro por fuera y lisas e iridiscentes por dentro. Se cría en el fondo de los mares intertropicales, donde se pesca para recoger las perlas que suele contener y aprovechar el nácar de la concha.

Fuliginosa: Denegrido, oscurecido, tiznado.

Caña del timón: “Ribolla del timone” primero y luego “Barra del timone” en el original, es la palanca encajada en la cabeza del timón y con la cual se maneja.

Dayak: Es un término geográfico que no denomina con exactitud a una etnia o tribu, pero sí distingue a la gente indígena de la demás población malaya que habita en las zonas costeras de la isla de Borneo.

Mompracem: “Es relevante subrayar que la isla de Mompracem (...), aparece en numerosas cartas geográficas antiguas y, en particular, en la carta de E von Stulpnagel (Hand Atlas de Adolf Stieler, 1873). Las modernas cartas, sin embargo, nada indican respecto de la ubicación de la isla. Rolando Jotti y Giulio Raiola, viajeros y estudiosos de Salgari, después de una larga búsqueda creyeron identificar en Kuraman a la antigua Mompracem, pero, con respecto a la posición original, es necesario tener en cuenta que las viejas cartas no eran precisas, debido a los métodos de detección aproximados.” (Giuseppe Cantarosa, en el prólogo de la edición de Fabbri Editor de “Le Tigri di Mompracem”). La isla Kuraman es una pequeña isla tropical que pertenece a Malasia en el mar de la China, cerca de la isla de Labuan. Una nueva investigación publicada en el libro “La riconquista di Mompracem. L’isola che c’era” (Fabio Negro, 2011) sugiere que la ubicación de la isla se corresponde con una barrera coralina sobre la costa occidental de Brunéi y que habría desaparecido como consecuencia de la erupción del Volcán Krakatoa en 1883.

Amura: “Murata” en el original, es la parte de los costados del buque donde éste empieza a estrecharse para formar la proa.

Castillo: “Castello” en el original, es la parte de la cubierta alta o principal del buque, comprendida entre el palo trinquete y la proa. También llamado “castillo de proa”.

Praos: “Prahos” en el original, son embarcaciones malayas de poco calado, muy largas y estrechas.

Arquear: Medir la cabida de una embarcación.

Crucero: “Incrociatore” en el original, es un buque de guerra de gran velocidad y radio de acción, compatible con fuerte armamento.

Alcázar: “Cassero” en el original, es el espacio que media, en la cubierta superior de los buques, desde el palo mayor hasta la popa o hasta la toldilla, si la hay.

Espingarda: Escopeta de chispa y muy larga.

Roda: “Ruota di prua” en el original, es la pieza gruesa y curva, de madera o hierro, que forma la proa de la nave.

Cabrestante: “Argano” en el original, es un torno de eje vertical que se emplea para mover grandes pesos por medio de una maroma o cable que se va arrollando en él a medida que gira movido por la potencia aplicada en unas barras o palancas que se introducen en las cajas abiertas en el canto exterior del cilindro o en la parte alta de la máquina.

Gaya: Es una isla de Malasia de 1.465 hectáreas, a sólo 10 minutos de Kota Kinabalu, en el estado de Sabah. Tiene una población flotante de 6.000 personas sobre todo de etnia Bajau, Ubian y filipinos que proporcionan a Kota Kinabalu mano de obra barata.

Borneanos: “Bornesi” en el original, indica que pertenece a la isla de Borneo, sin precisar sultanato o tribu de origen.

James Brooke: Personaje histórico, de padres ingleses, nacido en la ciudad de Benarés, a orillas del Ganges, en 1803, y donde vivió hasta los 12 años. Luego, formó parte de la Armada Bengalí de la Compañía Británica de las Indias Orientales. Más tarde, después de ayudar al Sultán de Brunéi en un alzamiento, lo amenazó y éste le otorgó el título de Rajá de Sarawak donde se estableció y comenzó a regir. Se dedicó a reformar la administración y a luchar contra la piratería. Falleció en 1868.

Sarawak: Fue un reino de Borneo establecido por James Brooke en 1842. Desde 1963, es uno de los dos estados de Malasia.

Dayak de la costa: Se trata del grupo Iban que habita el sur de Sarawak (Malasia) y el norte de Borneo Occidental (Indonesia) y poseen su propio idioma. Son conocidos por ser cazadores de cabezas. Durante la colonia inglesa se los conocía como “Sea Dayak”.

Sandokan: Para los que leyeron ya aventuras de Sandokan en castellano quizá les parezca extraño leer así el nombre y no “Sandokán”. Preferí mantener el original de Salgari. Así como la isla Mompracem tiene aparentemente un origen real, hay quienes sostienen que Sandokan también existió y fue un noble que vivió en el S.XIX en Borneo. El nombre puede ser una derivación de Sandakan, la segunda mayor ciudad del estado de Sabah, Malasia, al norte de la isla Borneo.

Kampung: “Kampong” en el original, es una aldea malaya o un pueblo en un país donde se hable malayo.

Millas: 1 mi = 1,609344 km. Por lo tanto, 2 mi equivalen a 3,22 km.

Administrador de granjas: “Fattore” en el original, esta palabra italiana también puede utilizarse como granjero, pero en realidad suele referirse al responsable de las granjas, por eso la traducción utilizada.

Libras: 1 lb = 0,45359237 kg. Por lo tanto 1,5 lb, equivalen a 0,68 kg.

Bordada: Derrota o camino que hace entre dos viradas una embarcación cuando navega, voltejeando para ganar o adelantar hacia barlovento.

Toldilla: “Tolda” en el original, es la cubierta parcial que tienen algunos buques a la altura de la borda, desde el palo mesana al coronamiento de popa.

Hormigas blancas: Es otro nombre con el que se conoce a las termitas, aunque no sean hormigas, ni coman carne.

Castillo de popa: “Quadro” en el original, es la parte del buque que se eleva sobre la cubierta principal en el extremo de popa.

Lela: “Lilà” en el original, es el nombre malayo de unos pequeños cañones de doble cañón, fundidos en Borneo y sus alrededores.

Defensas de paja: “Impagliature” en el original, la traducción literal de este término es “empavesado”, o sea, el conjunto de banderas y gallardetes con que se empavesan los buques. Sin embargo, Yanez se refiere al conjunto de objetos que se cuelgan del costado de la embarcación para que esta no roce o golpee contra el muelle u otra embarcación, o sea, defensas. Agregué “de paja”, ya que “paglia” en italiano significa justamente paja.

Cofa: “Coffa” en el original, es una meseta colocada horizontalmente en el cuello de un palo para fijar los obenques de gavia, facilitar la maniobra de las velas altas, y antiguamente, también para hacer fuego desde allí en los combates.

Trinquete: “Trinchetto” en el original, es el palo de proa, en las embarcaciones que tienen más de uno.

2 comentarios: