sábado, 1 de octubre de 2022

10

Y así llegamos al final del proyecto. Fueron 10 años en total, uno menos que lo estimado. O sea, no solo no tuve un retraso general, sino que me adelanté.

En esta década de traducción siento que aprendí muchas cosas vinculadas al mundo de Salgari, y de Sandokan en particular. Además tuve la suerte de contactarme con expertos salgarianos en Italia (Claudio Gallo y Roberto Fioraso) que gentilmente me ofrecieron su tiempo y ayuda, sin pedir nada a cambio. Lo que nos unió fue la pasión por las historias de este autor italiano que vivió el cruce de los siglos XIX y XX.

Por otra parte, no puedo dejar de agradecer a amigos (como Edmundo Rigazzi) y también a los anónimos que leyeron el blog e hicieron múltiples sugerencias para mejorar las traducciones.

Por ahora no tengo claro cómo voy a seguir con este proyecto. Tenía pensado realizar una nueva traducción para complementar la saga, pero no consigo los textos originales.

Sigue pendiente el armado de los libros electrónicos. Quizá ahora encuentre el tiempo para hacerlos. Debería revisar toda la traducción, para ajustar estilos y detalles.

Eso sí, ahora que nos quedamos sin más historias de Sandokan, Yanez, Tremal-Naik y Kammamuri, narradas por Salgari, qué mejor que buscar el libro “El Retorno de los Tigres de la Malasia” de Paco Ignacio Taibo II. ¡Se los recomiendo sobremanera, no se van a arrepentir! Al fin y al cabo, fue el disparador de este blog.

¡Saludos y hasta la próxima!

Fernando Coun

lunes, 19 de septiembre de 2022

XX. La muerte del rajá


El encuentro entre los tres elefantes, descendidos a gran carrera por los tres distintos vallecitos, y los hombres de Sindhia había sido espantoso.
Los pobres animales heridos en cien partes, todos chorreando sangre, se habían arrojado con terrible furia agitando las trompas.
Los asaltantes encerrados en los vallecitos, empujados por aquellos que venían detrás en millares y millares (ya que el rajá había empeñado toda su reserva compuesta casi exclusivamente de faquires, pésimos combatientes, como hemos dicho, pero que despreciaban absolutamente la vida), habían recibido un golpe terrible.
Espantados por la furia de los tres paquidermos, que no habían conseguido calmar con las carabinas, se habían aplastado, por así decirlo, contra las paredes rocosas de los tres valles y se dejaban matar sin siquiera defenderse.
Por otra parte, las ametralladoras continuaban tronando y se acumulaban cadáveres sobre cadáveres.
—¡Saccaroa! —exclamó Sandokan—. No esperaba tanto de estos animales completamente agotados por el hambre. ¡Cómo trabajan! ¡Rompen cabezas y resisten todavía! ¡Qué golpes! Parece que centenares de calabazas o durianes se chocaran. ¿Ves, Yanez? El asalto ha sido detenido.
—¿Hasta cuándo? —preguntó el portugués, que se encontraba a poca distancia del terrible pirata, detrás de una trinchera, sentado detrás de su ametralladora.
—Resistirán mientras puedan aquellos buenos animales. No pretendo que eliminen a los quince mil bandidos de Sindhia.

martes, 6 de septiembre de 2022

XIX. Sindhia al rescate


—¡Otro parlamentario! Denle un fucilazo antes de que venga a traernos el cólera —gritó Sandokan, que velaba día y noche en las trincheras improvisadas con grandes troncos de árbol.
—Espera un poco —dijo Yanez levantándose—. Podría ser Kiltar, y no querría matar a aquel brahmán que nos da rendido tantos favores.
—En efecto, me parece que es precisamente él —dijo Tremal-Naik, que fumaba plácidamente su pipa, tendido sobre un denso estrato de hojas frescas.
—Es inútil que venga aquí otra vez —dijo el Tigre—. Que se quede en medio de los microbios.
—Sindhia tendrá alguna noticia importante que comunicarnos —dijo el maharajá.
—Lo usual, hermanito: ¡Ríndanse o los exterminaremos a todos!
—Y ante todo, ¡entreguen los tesoros de la corona! —añadió Tremal-Naik—. Aquel bribón se preocupa por despojar a la rani de sus joyas.

jueves, 18 de agosto de 2022

XVIII. El arribo de los montañeses


Los bandidos, furibundos por no haber podido atrapar a los cuatro hombres que por tantos días persiguieron a través de las junglas y los pantanos, desahogaban su ira con frecuentes descargas, que por lo demás, no podían obtener ningún éxito. Solamente la cúpula, poco a poco desaparecía, ya que las balas la atravesaban en gran número, llevándose pedazos enteros de cobre.
Pero las firmes murallas de los constructores mogoles no se desmoronaban, por consiguiente, los asediados, protegidos por la pesada puerta de bronce atrincherada con tres grandes barras de hierro, podían esperar tranquilos, y casi no se ocupaban más de los asediantes.
Mientras tanto, un gran estruendo reinaba alrededor de la torre. Los bandidos, decididos esta vez a atrapar vivos o muertos a aquellos inaprensibles adversarios, continuaban disparando, apuntando especialmente a la veranda y a la cúpula.
Las balas entraban también a través de las estrechas aspilleras e iban a clavarse a la pared opuesta.
Ya era mediodía y más de trescientos o cuatrocientos tiros de carabina habían sido disparados, ahora aislados, ahora en grupo, sin embargo no parecía que aquellos testarudos estuvieran convencidos de la imposibilidad de la empresa.
Quedaba el asedio y con el asedio el espanto del pobre rajput, que miraba melancólicamente los mahuwa ya reducidos a tan poco que podrían servir para uno o dos días, a lo sumo.
Hacia la una el fuego fue suspendido y el jefe de la banda, pasando detrás de los grandes troncos para no recibir un fusilazo, llegó a veinte pasos de la puerta de bronce.

miércoles, 3 de agosto de 2022

XVII. El asalto a la torre


Como habíamos dicho, el rajput había divisado la torre, pero se encontraba en la imposibilidad de guiar a los compañeros a causa de la oscuridad y sobre todo de los obstáculos que se presentaban a cada instante, obligándolo a desviarse.
Bambúes enormes crecían densos densos, de diez e incluso doce metros de altura, todos envueltos de calamus, que no cedían bajo ningún empujón, y que el pobre gigante estaba obligado a cortar para abrir paso a sus compañeros, teniendo él solo el talwar.
Había también tamarindos que crecían junto con los palash, árboles gigantescos que en Assam cubren grandes trechos del país, plantas espléndidas, de tronco nudoso, coronado en lo alto por un denso pabellón de hojas aterciopeladas de un verde azulado que se sostienen a duras penas en inmensos racimos flameantes, que luego son secados y conservados para las grandes fiestas.
Por veinte minutos el rajput batalló rabiosamente contra las plantas parásitas que se arrastraban casi hasta la tierra, luego mandó un grito de alegría:
—¡La torre...!
—Y los cocodrilos a las espaldas, si no me engaño —dijo Timul—. Han seguido nuestra pista y buscan alcanzarnos.
—Son demasiado perezosos —dijo Kammamuri—. Fuera del agua no valen nada.

lunes, 18 de julio de 2022

XVI. El amo del semental


El bandido debía haber seguido obstinadamente a los fugitivos, arrastrándose como una serpiente a través de la inmensa vegetación del gran pantano, y quizá ahora buscaba recuperar a su semental, ya medio devorado por los codiciosos cocodrilos.
¿Cómo es posible que aquel hombre no estuviera muerto, después del gran salto que había dado y del tiro de carabina de Timul?
—Él cree que su caballo todavía está vivo —dijo el rajput—. ¿Debemos esperarlo?
—Temo que no esté solo —respondió Kammamuri—. Huyamos, huyamos o el maharajá y la rani perderán para siempre el trono.
—¿Pero podremos ir muy lejos, sahib? —dijo el joven buscador de pistas.
—¿Por qué?
—Hace dos días que no comemos y las fuerzas no tardarán en faltarnos.

martes, 28 de junio de 2022

XV. El asalto de los cocodrilos


No alboreaba todavía, pero la oscuridad ya no era tan densa como antes en la gran jungla.
Tiras de fuego que anunciaban la inminente aparición del gran astro, se irradiaban por el cielo en varias direcciones, alargándose siempre más rápidamente.
Los pájaros comenzaban a despertarse. Bajaban en bandadas junto al pequeño claro piando o cantando sonoramente. En su mayoría eran feos marabúes argala negros, también llamados ayudantes, pavos reales centelleantes de colores y destellos de oro, con gigantescas colas.
Bajaban también bandadas de papagayos, que apenas tocaban el suelo se ponían a graznar ruidosamente.
Los chacales en cambio, callaban. Huían frente a aquella ola de luz que estaba por caer sobre la tierra y se refugiaban apresuradamente en sus cuevas.
El minúsculo pelotón se había puesto en marcha animosamente.
Lo precedía el joven buscador de pistas, luego venía el rajput, que conducía el caballo montado por el sacerdote, y último Kammamuri. Era este el único hombre que todavía podía disparar un tiro. Como sabemos, el brahmán les había regalado las pistolas, pero se había olvidado de las municiones adecuadas para aquellas armas.

jueves, 9 de junio de 2022

XIV. El caballo del bandido


Los cuatro fugitivos se habían encontrado imprevistamente delante de una arcada, que quizá debía señalar el final de aquel curso de agua misterioso y del gran conducto.
A través del inmenso desgarro se veían centellear las estrellas y un pedazo de cielo que parecía enrojecido.
—¿El alba? —preguntó el rajput, tomando entre los brazos al gurú, que no se sostenía más en pie.
—No —respondió Kammamuri—. Eso no está teñido por la aurora.
—¿Cómo explicas este misterio, sahib?
—De un modo simplísimo. El tara arde y proyecta sus llamaradas hacia el cielo.
—Entonces hemos huido a tiempo.
—Así parece, y creo que no tendrás de qué lamentarte.

martes, 24 de mayo de 2022

XIII. Entre las aguas y la oscuridad


Pacientes y habilísimos obreros habían excavado el interior de la enorme planta que, si no por altura, podía por grosor rivalizar con las secuoyas gigantes de California, que son las plantas más colosales del mundo conocidas hasta ahora.
La excavación había sido realizada de modo de no dañar el tara, o sea, sin mellar la corteza externa.
Dos peldaños llevaban a una vasta rotonda que otras veces debía haber estado habitada, ya que había esparcidas por el suelo viejas alfombras ya putrefactas y gavillas de paja, también podridas.
—Como ve, sahib —dijo el gurú a Kammamuri—, ni siquiera esta vez me he engañado.
—¿Pero quién ha excavado esta planta? —preguntó el rajput.
—Le he dicho que no lo sé —respondió el sacerdote.
—Tú nunca sabes nada —dijo el maratí un poco irritado.
El gurú alzó los hombros y descendió los dos pequeños escalones tocando el fondo de la rotonda.

martes, 10 de mayo de 2022

XII. Las furias del rajá


El eco de las detonaciones apenas había cesado, cuando Sindhia, escoltado por una cuarentena de hombres muy bien armados y que llevaban antorchas, osó avanzar en los sepulcros.
El borrachín llevaba puesta una especie de capa de seda verde con vistosos alamares y grandes botones de oro.
Calzaba zapatos rojos con punta realzada y tenía la cabeza cubierta por un gigantesco turbante, adornado con tres plumas monumentales esparcidas de purpurina.
Su rostro parecía apergaminado y más oscuro que nunca. Solamente sus ojos, siempre negrísimos, centelleaban como los de una cobra de anteojos.
Se movió resueltamente hacia el gigante, que ya había arrojado las armas descargadas y que parecía desafiarlo con sus poderosos brazos cruzados, y después de haberlo mirado atentamente, le dijo con verdadera admiración:
—Si hubiera tenido quinientos hombres fuertes y valientes como tú, Assam ya desde hace tiempo sería mío. Tú eres un verdadero guerrero que no tiene miedo a las carabinas.
—No, Alteza —respondió el rajput con voz rauca.
—Tú me gustas. ¿Quieres enrolarte bajo mis banderas?