miércoles, 9 de octubre de 2013

I. Los piratas de Mompracem


La noche del 20 de diciembre de 1849 un huracán violentísimo arreciaba sobre Mompracem, isla salvaje, de fama siniestra, cueva de formidables piratas, situada en el mar de la Malasia, a pocos centenares de millas de las costas occidentales de Borneo.
Por el cielo, impulsadas por un viento irresistible, corrían como caballos desenfrenados, y mezclándose confusamente, negras masas de vapores que de vez en cuando, dejaban caer sobre la densa floresta de la isla furiosos aguaceros; en el mar, también levantadas por el viento, se chocaban desordenadamente y se rompían furiosamente enormes oleadas, confundiendo sus bramidos con los truenos ahora breves y secos y ahora interminables de los rayos.
Ni de las cabañas alineadas al fondo de la bahía de la isla, ni sobre las fortificaciones que las defendían, ni sobre los numerosos navíos anclados más allá de las escolleras, ni bajo los bosques, ni sobre la tumultuosa superficie del mar, se divisaba alguna luz; que sin embargo, viniendo de oriente, habiendo mirado a lo alto, habría divisado sobre la cima de una altísima peña, tallada a pico sobre el mar, brillar dos puntos luminosos, dos ventanas vivamente iluminadas.
¿Quién velaba a aquella hora y con semejante tormenta, en la isla de los sanguinarios piratas?
Tras un laberinto de trincheras hundidas, de terraplenes caídos, de empalizadas arrancadas, de gaviones destripados, cerca de los cuales se divisaban todavía armas rotas y huesos humanos, una vasta y sólida cabaña se elevaba, adornada en la cima por una gran bandera roja, con una cabeza de tigre en medio.
Una estancia de aquella vivienda está iluminada, las paredes están cubiertas de pesados tejidos rojos, de terciopelo y de brocados de gran valor, pero aquí y allá arrugados, rasgados y manchados, y el pavimento desaparece bajo un alto estrato de alfombras de Persia, fulgurantes de oro, pero también éstas laceradas y embadurnadas.
En el medio hay una mesa de ébano, taraceada de madreperla y decorada con adornos de plata, cargada de botellas y vasos del más raro cristal; en los ángulos yerguen grandes estanterías en parte arruinadas, repletas de jarrones rebosantes de brazaletes de oro, aretes, anillos, medallones, preciosos ornamentos sagrados, torcidos o aplastados, perlas provenientes sin duda de las famosas pesquerías de Ceilán, esmeraldas, rubíes y diamantes que centellean como muchos soles, bajo los reflejos de una lámpara dorada suspendida del sofito.
En una esquina hay un diván turco con los flecos aquí y allá rasgados; en otra un armonio de ébano con el teclado marcado y todo alrededor, en una confusión indescriptible, están desparramadas alfombras enrolladas, espléndidas vestimentas, cuadros debidos quizá a célebres pinceles, lámparas derribadas, botellas erguidas o volcadas, vasos enteros o rotos y luego carabinas indias con arabescos, trabucos de España, sables, cimitarras, hachas, puñales, pistolas.
En aquella estancia tan extrañamente decorada, un hombre está sentado en una silla poltrona coja: es de estatura alta, esbelto, de musculatura poderosa, facciones enérgicas, varoniles, orgullosas y de una belleza extraña.
Largos cabellos le caen sobre sus hombros: una barba negrísima le enmarca el rostro ligeramente bronceado.
Tiene la frente amplia, sombreada por dos estupendas cejas de atrevidos arcos, una boca pequeña que muestra los dientes aguzados como los de las fieras y centelleantes como perlas; dos ojos negrísimos, de un fulgor que fascina, que abrasa, que hace bajar cualquier otra mirada.
Estaba sentado por algunos minutos, con la mirada fija en la lámpara, con las manos cerradas nerviosamente alrededor de la rica cimitarra, que le pendía de una ancha faja de seda roja, estrechada alrededor de una casaca de terciopelo azul con adornos de oro. Un estrépito formidable, que sacudió la gran cabaña hasta los cimientos, lo arrancó bruscamente de aquella inmovilidad. Se arrojó hacia atrás sus largos y ensortijados cabellos, se aseguró sobre la cabeza el turbante adornado con un espléndido diamante, grande como una nuez, y se alzó de un salto, arrojando alrededor una mirada en la cual se leía un no sé qué sombrío y amenazador.
—Es medianoche —murmuró él—. ¡Medianoche y aún no ha regresado!
Vació lentamente un vaso lleno de un líquido de color ámbar, luego abrió la puerta, se adentró con paso firme entre las trincheras que defendían la cabaña y se detuvo en el borde de la gran peña, en cuya base rugía furiosamente el mar. Estuvo ahí algunos minutos con los brazos cruzados, parado como la peña que lo sostenía, aspirando con agrado los tremendos soplos de la tempestad y aguzando la mirada sobre el trastornado mar, luego se retiró lentamente, regresó a la cabaña y se detuvo delante del armonio.
—¡Qué contraste! —exclamó—. ¡Afuera el huracán y aquí yo! ¿Quién es el más tremendo?
Hizo correr los dedos sobre el teclado, sacando sonidos rapidísimos y que tenían algo de extraño, de salvaje y que luego moderó, hasta que se apagaron entre los estrépitos de los rayos y los silbidos del viento.
De pronto volvió vivamente la cabeza hacia la puerta dejada semiabierta. Se quedó un momento escuchando, encorvado hacia adelante, con las orejas aguzadas, luego salió rápidamente, apresurándose hasta el borde de la peña.
Al rápido claror de un rayo vio un pequeño leño, con las velas casi amainadas, entrar en la bahía y confundirse en medio de los barcos anclados. Nuestro hombre acercó a los labios un silbato de oro y emitió tres notas estridentes; un silbido agudo le respondió un momento después.
—¡Es él! —murmuró con viva emoción—. ¡Era tiempo!
Cinco minutos después un ser humano, envuelto en una amplia capa chorreante de agua, se presentaba delante de la cabaña.
—¡Yanez! —exclamó el hombre del turbante, arrojándole los brazos al cuello.
—¡Sandokan! —respondió el recién llegado, con un acento extranjero marcadísimo—. ¡Brr! Qué noche de infierno, hermanito mío.
—¡Ven!
Atravesaron rápidamente las trincheras y entraron en la estancia iluminada, cerrando la puerta.
Sandokan llenó dos vasos y ofreciéndole uno al extranjero que se había desembarazado de la capa y de la carabina que llevaba en bandolera, le dijo, con acento casi afectuoso:
—Bebe, mi buen Yanez.
—A tu salud, Sandokan.
—A la tuya.
Vaciaron los vasos y se sentaron delante de la mesa.
El recién llegado era un hombre de unos veintisiete o veintinueve años, o sea un poco más joven que su compañero. Era de mediana estatura, robustísimo, de piel blanquísima, las facciones regulares, los ojos grises, astutos, los labios burlones, y sutiles, indicio de una férrea voluntad. A primera vista se entendía no sólo que era un europeo, sino que debía pertenecer a alguna raza meridional.
—Pues bien, Yanez —preguntó Sandokan, con cierta emoción—, ¿has visto a la niña de los cabellos de oro?
—No, pero sé cuanto querías saber.
—¿No has ido a Labuan?
—Sí, pero comprenderás que en aquellas costas defendidas por los cruceros ingleses, resulta difícil el desembarco a gente de nuestra especie.
—Háblame de esta niña. ¿Quién es?
—Te diré que es una criatura maravillosamente bella, tan bella que es capaz de embrujar al más formidable pirata.
—¡Ah! —exclamó Sandokan.
—Me dijeron que tiene los cabellos rubios como el oro, los ojos más azules que el mar, la carne blanca como el alabastro. Sé que Alamba, uno de nuestros más feroces piratas, la vio una tarde pasearse bajo los bosques de la isla y que fue tan golpeado por aquella belleza como para detener su nave para mejor contemplarla, a riesgo de hacerse masacrar por los cruceros ingleses.
—¿Pero a quién pertenece?
—Por algunos se dice que es hija de un colono, por otros de un lord, por otros hasta que es nada menos que pariente del gobernador de Labuan.
—Extraña criatura —murmuró Sandokan, comprimiéndose con las manos la frente.
—¿Y entonces...? —preguntó Yanez.
El pirata no respondió. Se había bruscamente alzado presa de una viva emoción y se había ido delante del armonio, haciendo correr los dedos sobre las teclas.
Yanez se limitó a sonreír y, separada de un clavo una vieja mandola, se puso a pellizcar las cuerdas, diciendo:
—¡Está bien! Hagamos un poco de música.
No obstante apenas había comenzado a sonar un aire portugués, momento en que vio a Sandokan acercarse bruscamente a la mesa, dirigiendo las manos con tal violencia de hacerla plegar.
Ya no era el mismo hombre que antes: su frente estaba borrascosamente fruncida, sus ojos enviaban oscuros rayos, sus labios, retirados, mostraban los dientes convulsivamente apretados, sus miembros se estremecían. En aquel momento él era el formidable jefe de los feroces piratas de Mompracem, era el hombre que desde hacía seis años ensangrentaba las costas de la Malasia, el hombre que en todas partes había dado terribles batallas, el hombre a cuya extraordinaria audacia, el indómito coraje le habían valido el apodo de Tigre de la Malasia.
—¡Yanez! —exclamó con un tono de voz, que ya nada tenía de humano—. ¿Qué hacen los ingleses en Labuan?
—Se fortifican —respondió tranquilamente el europeo.
—¿Quizá traman algo contra mí?
—Lo creo.
—¡Ah! ¿Tú lo crees? ¡Que osen alzar un dedo contra mi Mompracem! ¡Diles que si prueban desafiar a los piratas en sus cuevas! El Tigre los destruirá hasta el último y beberá toda su sangre. Dime, ¿qué dicen de mí?
—Que es hora de terminarla con un pirata tan audaz.
—¿Y me odian mucho?
—Tanto que se contentarían con perder todas sus naves, con tal de ahorcarte.
—¡Ah!
—¿Dudas quizá? Hermanito mío, van muchos años que tú cometes una peor que la otra. Todas las cosas llevan los rastros de tus correrías; todos los pueblos y todas las ciudades han sido por ti asaltados y saqueados; todos los fuertes holandeses, españoles e ingleses han recibido tus balas y el fondo del mar está erizado de naves que tú mandaste a pique.
—Es verdad, ¿pero de quién es la culpa? ¿Acaso los hombres de raza blanca no han sido inexorables conmigo? ¿Acaso no me han destronado con el pretexto de que yo me volví demasiado poderoso? ¿Acaso no han asesinado a mi madre, a mis hermanos y a mis hermanas, para destruir mi descendencia? ¿Qué mal les había hecho yo a ellos? La raza blanca no había tenido nunca que lamentarse de mí, sin embargo me quisieron aplastar. ¡Ahora yo los odio, sean españoles, u holandeses, o ingleses o portugueses compatriotas tuyos, les execro y me vengaré terriblemente de ellos, lo he jurado sobre los cadáveres de mi familia y mantendré el juramento! No obstante, si he sido despiadado con mis enemigos, alguna voz espero se alzará para decir que a veces he sido generoso.
—No una, sino cien, mil voces pueden bien decir que tú has sido con los débiles incluso demasiado generoso —dijo Yanez—. Pueden decirlo todas aquellas mujeres caídas en tu poder que tú has conducido, a riesgo de hacerte echar a pique por los cruceros, a los puertos de los hombres blancos; pueden decirlo las débiles tribus que tú has defendido contra las razias de los prepotentes, los pobres marineros privados de sus leños por las tempestades y que tú has salvado de las olas y cubierto de regalos, y cien, y mil otros que recordarán siempre tus beneficios, Sandokan. Pero dime ahora, hermanito mío, ¿qué quieres concluir?
El Tigre de la Malasia no respondió. Se había puesto a pasear por la estancia con los brazos cruzados y la cabeza inclinada sobre el pecho. ¿En qué pensaba aquel formidable hombre? El portugués Yanez, aún cuando lo conociera de largo tiempo, no sabía adivinarlo.
—Sandokan —dijo después de algunos minutos—, ¿en qué piensas?
El tigre se detuvo mirándolo fijo, pero todavía no respondió.
—¿Hay algún pensamiento que te atormente? —retomó Yanez—. ¡Bah! Se diría que te disgustas porque los ingleses te odian mucho.
Aún esta vez el pirata estuvo callado.
El portugués se alzó, encendió un cigarrillo y se dirigió hacia una puerta escondida por la tapicería, diciendo:
—Buenas noches, hermanito mío.
Sandokan a aquellas palabras se agitó y, deteniendo con un gesto al portugués, dijo:
—Una palabra, Yanez.
—Habla entonces.
—¿Sabes que quiero ir a Labuan?
—¡Tú...! ¡A Labuan...!
—¿Por qué tanta sorpresa?
—Porque tú eres demasiado audaz y cometerías cualquier locura en la cueva de tus más encarnizados enemigos.
Sandokan lo miró con dos ojos que enviaban llamas y emitió una especie de sordo rugido.
—Hermano mío —retomó el portugués—, no tientes demasiado a la fortuna. ¡Está en guardia! La hambrienta Inglaterra ha puesto sus ojos sobre nuestra Mompracem y quizá no espera mas que tu muerte para arrojarse sobre tus cachorros y destruirlos. Está en guardia, porque he visto un crucero erizado de cañones y repleto de armas zumbar en nuestras aguas, y aquello ahí es un león que no espera más que una presa.
—¡Pero encontrará al Tigre! —exclamó Sandokan, apretando los puños y temblando de pies a cabeza.
—Sí, lo encontrará y quizá en la lucha sucumbirá, pero su grito de muerte llegará hasta las costas de Labuan y otros se moverán contra ti. ¡Morirán muchos leones, porque tú eres fuerte y tremendo, pero morirá también el Tigre!
—¡Yo...!
Sandokan había dado un salto adelante, con los brazos contraídos por el furor, los ojos llameantes, las manos fruncidas como si estrecharan armas. Fue no obstante un momento: se sentó delante de la mesa, bebió de un solo trago una taza que permanecía llena y dijo con voz perfectamente calma:
—Tienes razón, Yanez; sin embargo iré mañana a Labuan. Una fuerza irresistible me empuja hacia aquellas playas, y una voz me susurra que debo ver a la niña de los cabellos de oro, que debo...
—¡Sandokan...!
—Silencio hermanito mío: vayamos a dormir.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Y comenzó nomás la segunda novela. Acabamos de conocer a Sandokan y a su leal Yanez. Uno más personaje que el otro. Ya se habrán dado cuenta que el argumento de la novela es similar al de “Los misterios de la jungla negra”. En aquella Tremal-Naik se volvía loco por la “virgen de la pagoda sagrada”. En esta será Sandokan quien pierda la cabeza por la “perla de Labuan”.

Cuando Salgari describe a Yanez, en el original dice que era un poco más anciano que Sandokan. Sin embargo, en las posteriores novelas siempre lo describe como más joven, así que lo ajusté para darle coherencia. También ajusté la edad de Yanez, que en el original indica que tiene 33 o 34 años, para que quede coherente con el resto de las novelas.

Cuando Salgari dice que Sandokan ensangrentaba las costas de la Malasia por seis años, en el original dice diez. Lo ajusté para darle coherencia con el resto de las novelas.

Los biógrafos de Emilio Salgari cuentan que su esposa, Ida Peruzzi —actriz de teatro—, para fiestas y cenas solía vestirse con ropas orientales y hacerse llamar “perla de Labuan”.

A continuación dejo las aclaraciones de la traducción, incluyendo algunas que ya escribí para “Los misterios de la jungla negra” y que voy a repetir de ser necesario para facilitar la lectura.

Mompracem: “Es relevante subrayar que la isla de Mompracem (...), aparece en numerosas cartas geográficas antiguas y, en particular, en la carta de E von Stulpnagel (Hand Atlas de Adolf Stieler, 1873). Las modernas cartas, sin embargo, nada indican respecto de la ubicación de la isla. Rolando Jotti y Giulio Raiola, viajeros y estudiosos de Salgari, después de una larga búsqueda creyeron identificar en Kuraman a la antigua Mompracem, pero, con respecto a la posición original, es necesario tener en cuenta que las viejas cartas no eran precisas, debido a los métodos de detección aproximados.” (Giuseppe Cantarosa, en el prólogo de la edición de Fabbri Editor de “Le Tigri di Mompracem”). La isla Kuraman es una pequeña isla tropical que pertenece a Malasia en el mar de la China, cerca de la isla de Labuan. Una nueva investigación publicada en el libro “La riconquista di Mompracem. L'isola che c'era” (Fabio Negro, 2011) sugiere que la ubicación de la isla se corresponde con una barrera coralina sobre la costa occidental de Brunéi y que habría desaparecido como consecuencia de la erupción del Volcán Krakatoa en 1883.

Mar de la Malasia: En realidad es el Mar de la China Meridional o mar de la China. Es parte del océano Pacífico; comprende el área limitada por la costa oriental asiática, desde Singapur al estrecho de Taiwán, y las islas de Borneo y el archipiélago de las Filipinas.

Borneo: Es la tercera mayor isla del mundo, ubicada en el sudeste de Asia. Está dividida en el sultanato de Brunéi y los países de Malasia e Indonesia.

Escollera: Obra hecha con piedras echadas al fondo del agua, para formar un dique de defensa contra el oleaje, para servir de cimiento a un muelle o para resguardar el pie de otra obra.

Gaviones: Cilindro de grandes dimensiones, tejido de mimbres o ramas, lleno de tierra, que sirve para defender de los tiros del enemigo a los que abren la trinchera.

Brocados: Tela de seda entretejida con oro o plata, de modo que el metal forme en la cara superior flores o dibujos briscados.

“En el medio hay una mesa de ébano, taraceada de madreperla...”: En la primera versión de la novela, Salgari precisaba que la mesa debía haber pertenecido durante un tiempo a “algún ricachón hundido de las Filipinas”.

Ébano: Árbol exótico, de la familia de las Ebenáceas, de diez a doce metros de altura, de copa ancha, tronco grueso, madera maciza, pesada, lisa, muy negra por el centro y blanquecina hacia la corteza, que es gris; hojas alternas, enteras, lanceoladas, de color verde oscuro, flores verdosas y bayas redondas y amarillentas.

Taraceada: Embutido hecho con pedazos menudos de chapa de madera en sus colores naturales, o de madera teñida, concha, nácar y otras materias.

Madreperla: Molusco lamelibranquio, con concha casi circular, de diez a doce centímetros de diámetro, cuyas valvas son escabrosas, de color pardo oscuro por fuera y lisas e iridiscentes por dentro. Se cría en el fondo de los mares intertropicales, donde se pesca para recoger las perlas que suele contener y aprovechar el nácar de la concha.

Ceilán: “Ceylan” en el original, a partir de 1972 pasó a llamarse Sri Lanka. Por su forma y cercanía a la India se la conoce también como la “lágrima de la India”.

Sofito: Plano inferior del saliente de una cornisa o de otro cuerpo voladizo.

“...en otra un armonio de ébano con el teclado marcado...”: En la primera versión, Salgari explica el por qué de tal desorden: “...para creer que fueron hechos con golpes de cimitarra, arrojados quizá por el pirata en sus momentos de delirio...”. Sandokan tenía un carácter mucho más cruel y sanguinario en sus orígenes, pero debido a la cantidad de jóvenes que seguían sus aventuras, el editor pidió a Salgari que lo suavizara.

Armonio: Órgano pequeño, con la forma exterior del piano, y al cual se da el aire por medio de un fuelle que se mueve con los pies.

Carabina: Arma de fuego similar al rifle, pero generalmente más corta y con menor potencia de fuego, a un fusil o mosquete.

Trabucos: “Tromboni” en el original, es un arma de fuego más corta y de mayor calibre que la escopeta ordinaria.

Cimitarras: “Scimitarre” en el original, es una especie de sable usado por turcos y persas.

“...hachas, puñales, pistolas”: En la versión original, los puñales estaban “...corrompidos por sangre y por restos de sesos...”.

Silla poltrona: La más baja de brazos que la común, y de más amplitud y comodidad.

Amainar: En marina, recoger en todo o en parte las velas de una embarcación.

Yanez: Para los que leyeron ya aventuras de Sandokan en castellano quizá les parezca extraño leer así el nombre y no “Yáñez”. Preferí mantener el original de Salgari. Según Antonio Palermo, Salgari utilizó referencias del Diario de a bordo del primer viaje de Cristóbal Colón. Tomó el segundo nombre de Vicente Yáñez Pinzón, capitán de La Niña y el nombre de una de las 8 islas principales que forman el archipiélago de las Canarias, La Gomera, primera parada del viaje. Por lo tanto, el nombre de Yanez es bien español y para nada portugués. Como detalle, algunas ediciones portuguesas de las novelas de Sandokan, nombran a su hermanito como Eanes de Gomes, donde Eanes es Yáñez en portugués y Gomes, un apellido típico lusitano.

Sandokan: Para los que leyeron ya aventuras de Sandokan en castellano quizá les parezca extraño leer así el nombre y no “Sandokán”. Preferí mantener el original de Salgari. Así como la isla Mompracem tiene aparentemente un origen real, hay quienes sostienen que Sandokan también existió y fue un noble que vivió en el S.XIX en Borneo. El nombre puede ser una derivación de Sandakan, la segunda mayor ciudad del estado de Sabah, Malasia, al norte de la isla Borneo.

Labuan: Isla principal del Territorio Federal de Labuan, Malasia, cuya capital es Victoria. Localizada a 9,7 km de la costa noreste de Borneo.

Cruceros: “Incrociatori” en el original, son buques de guerra de gran velocidad y radio de acción, compatibles con fuerte armamento.

Alabastro: Variedad de piedra blanca, no muy dura, compacta, a veces translúcida, de apariencia marmórea, que se usa para hacer esculturas o elementos de decoración arquitectónica.

Mandola: Instrumento de cuerda pulsada que se toca con púa; pertenece a la familia de la mandolina, aunque es más grande y está afinada una quinta más baja. Consta de cuatro parejas de cuerdas.

Malasia: País ubicado en el sureste asiático, su capital es Kuala Lumpur. Está dividido en dos regiones por el Mar de la China Meridional: una en la península malaya y otra en el norte de la isla de Borneo.

Razia: Incursión, correría en un país enemigo y sin más objeto que el botín.

Cachorros: “Tigrotti” en el original. La palabra en italiano hace referencia a los cachorros de tigre en particular, pero no existe en castellano una palabra específica. Utilicé la palabra genérica “cachorros”, siguiendo al resto de las traducciones.

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