viernes, 22 de noviembre de 2013

II. Fiereza y generosidad


Al día siguiente algunas horas después de que el sol había surgido, Sandokan salía de la cabaña, listo para cumplir la audaz empresa.
Iba vestido de guerra: se había calzado largas botas de piel roja, su color favorito, se había puesto una espléndida casaca de terciopelo también rojo, adornada con bordados y flecos y anchos pantalones de seda azul. En bandolera llevaba una rica carabina india con arabescos y de largo alcance: al cinturón una pesada cimitarra de empuñadura de oro macizo y detrás un kris, aquel puñal de hoja serpenteante y envenenada, tan querido por las poblaciones de la Malasia.
Se detuvo un momento en el borde de la gran peña, recorriendo con su mirada de águila la superficie del mar, vuelta lisa y tersa como un espejo, y la detuvo hacia el oriente.
—Es allí —murmuró él, después de algunos instantes de contemplación—. Extraño destino, que me empuja allá, ¡dime si me serás fatal! ¡Dime si aquella mujer de los ojos azules y de los cabellos de oro que todas las noches conturba mis sueños, será mi perdición...!
Sacudió la cabeza como si quisiera expulsar un mal pensamiento, luego con lentos pasos descendió una estrecha escalera abierta en la roca y que conducía a la playa. Un hombre lo esperaba abajo: era Yanez.
—Todo está listo —dijo este—. He hecho preparar los dos mejores leños de nuestra flota, reforzándolos con dos gruesas espingardas.
—¿Y los hombres?
—Todas las bandas están formadas en la playa, con sus jefes. No tendrás más que escoger a los mejores.
—Gracias, Yanez.
—No me agradezcas, Sandokan, quizá he preparado tu ruina.
—No temas, hermano mío; las balas tienen miedo de mí.
—Sé prudente, muy prudente.
—Lo seré y te prometo que, apenas haya visto a aquella niña regresaré aquí.
—¡Condenada hembra! Estrangularía a aquel pirata que primero la vio y te habló a tí.
—Ven, Yanez.
Atravesaron una explanada, defendida por grandes bastiones, y armada con gruesas piezas de artillería, terraplenes y profundas acequias y llegaron a la orilla de la bahía, en medio de la cual flotaban doce o quince veleros, que se llaman praos. Delante de una larga fila de cabañas y de sólidos edificios, que parecían almacenes, trescientos hombres estaban formados ordenadamente, a la espera de una orden cualquiera para lanzarse, como una legión de demonios, a las naves y extender el terror a todos los mares de la Malasia.
¡Qué hombres y qué tipos!
Había malayos, de estatura más bien baja, vigorosos y ágiles como los simios, de cara cuadrada y huesuda, de color sombrío, hombres famosos por su audacia y ferocidad; batak, de color aún más sombrío, conocidos por su pasión por la carne humana, aún cuando dotados de una cultura relativamente avanzada; dayak de la cercana isla de Borneo, de alta estatura, de rasgos bellos, célebres por sus estragos, que les valió el título de “cortadores de cabezas”; siameses, de rostro romboidal y ojos con reflejos amarillentos; cochinchinos, de color amarillo y cabeza adornada con una cola desmesurada y luego indios, bugineses, javaneses, tagalos de las Filipinas y finalmente negritos de cabezas enormes y facciones repugnantes.
Al aparecer el Tigre de la Malasia, un estremecimiento recorrió la larga fila de piratas; todos los ojos parecían incendiarse y todas las manos se arrugaron en torno a las armas.
Sandokan arrojó una mirada de complacencia sobre sus cachorros, como le gustaba llamarlos, y dijo:
—Patan, adelántate.
Un malayo, de estatura más bien alta, de miembros poderosos, color aceitunado y vestido con una sencilla y pequeña falda roja adornada con algunas plumas, avanzó con aquel bamboleo que es particular a los hombres de mar.
—¿Con cuántos hombres cuenta tu banda? —preguntó.
—Cincuenta, Tigre de la Malasia.
—¿Todos buenos?
—Todos sedientos de sangre.
—Embárcalos en aquellos dos praos y cede la mitad al javanés Giro-Batol.
—¿Y vamos a...?
Sandokan le lanzó una mirada, que hizo estremecer al imprudente, aún cuando fuese uno de aquellos hombres que se reían de la metralla.
—Obedece y ni una palabra si quieres vivir —le dijo Sandokan.
El malayo se alejó rápidamente, llevándose detrás a su banda, compuesta de hombres valientes hasta la locura y que a una seña de Sandokan no habrían dudado en saquear el sepulcro de Mahoma, aún cuando son todos mahometanos.
—Ven Yanez —dijo Sandokan, cuando los vio embarcarse.
Estaban por descender a la playa, cuando fueron alcanzados por un feo negro de cabeza enorme, de manos y pies de tamaño desproporcionado, un verdadero campeón de aquellos horribles negritos que se encontraban en el interior de casi todas las islas de la Malasia.
—¿Qué quieres y de dónde vienes, Kili-Dalù? —le preguntó Yanez.
—Vengo de la costa meridional —respondió el negrito, respirando afanosamente.
—¿Y nos traes?
—Una buena nueva, jefe blanco; he visto un gran junco dando bordadas hacia las islas Romades.
—¿Estaba cargado? —preguntó Sandokan.
—Sí, Tigre.
—Está bien, dentro de tres horas caerá en mi poder.
—¿Y después irás a Labuan?
—Directamente, Yanez.
Se habían detenido delante de una rica ballenera, montada por cuatro malayos.
—Adiós, hermano —dijo Sandokan, abrazando a Yanez.
—Adiós, Sandokan. Cuida de no cometer locuras.
—No temas; seré prudente.
—Adiós y que tu buena estrella te proteja.
Sandokan brincó en la ballenera y, con pocos golpes de remo, alcanzó los praos que estaban desplegando sus inmensas velas. De la playa se alzó un inmenso grito.
—¡Viva el Tigre de la Malasia!
—Partamos —ordenó el pirata, dirigiéndose a las dos tripulaciones.
Las anclas fueron zarpadas por las dos escuadras de demonios color verde-oliva o amarillo-sucio y los dos leños, dando dos bordadas, se lanzaron a alta mar, cabeceando sobre las azules olas del mar malayo.
—¿Rumbo? —preguntó Sabau a Sandokan, que había tomado el comando del leño mayor.
—Derecho a las islas Romades —respondió el jefe. Luego, dirigiéndose hacia la tripulación, gritó:
—Cachorros, abran bien los ojos, hay un junco que saquear.
El viento era bueno, soplando del sudoeste, y el mar, apenas movido no oponía resistencia a la carrera de los dos leños, los cuales en breve alcanzaron una velocidad superior a los doce nudos, velocidad verdaderamente no común en los barcos de vela, pero nada extraordinaria para los leños malayos, que llevan velas inmensas y tienen cascos estrechísimos y ligeros.
Los dos leños, con los cuales el Tigre estaba por emprender la audaz expedición, no eran dos verdaderos praos que normalmente son pequeños y desprovistos de puente. Sandokan y Yanez, que en cuestiones de mar no tenían iguales en toda la Malasia, habían modificado todos sus veleros, a fin de afrontar ventajosamente a las naves que perseguían.
Habían conservado las inmensas velas, cuya longitud tocaba los cuarenta metros y así también los mástiles gruesos, pero dotados de cierta elasticidad y las maniobras de fibras de gamuto y de rotang, las más resistentes de las cuerdas y muy fáciles de encontrar, pero habían dado a los cascos mayores dimensiones, a la carena forma más esbelta y a la proa una solidez a toda prueba.
Habían además hecho construir en todos los leños un puente, abierto a los flancos agujeros para los remos y habían eliminado uno de los dos timones que llevaban los praos y suprimido la batanga, aparejo que podría volver menos fáciles los abordajes.
A pesar de que los dos praos se encontraban aún a una gran distancia de las Romades, hacia las cuales se suponía que navegaba el junco descubierto por Kili-Dalù, apenas dispersada la noticia de la presencia de aquel leño, los piratas se pusieron de súbito a la obra, a fin de estar listos para el combate.
Los dos cañones y las dos gruesas espingardas fueron cargados con el máximo cuidado, se dispusieron sobre el puente balas en gran número y granadas para lanzarlas a mano, luego fusiles, hachas, sables de abordaje y sobre las amuras fueron colocados los garfios de abordaje, para arrojarse sobre las maniobras de la nave enemiga. Hecho esto, aquellos demonios, cuyas miradas ya se encendían de ardiente codicia, se pusieron en observación quién sobre las batayolas, quién sobre los flechastes, y quién a horcajadas sobre las vergas, ansiosos todos por descubrir el junco que prometía un rico saqueo, proviniendo normalmente, tales naves, de los puertos de la China.
Incluso Sandokan parecía que tomaba parte de la ansiedad e intranquilidad de sus hombres. Caminaba de proa a popa con paso nervioso, escrutando la inmensa extensión de agua y estrechando con una especie de rabia la empuñadura de oro de su espléndida cimitarra.
A las diez de la mañana Mompracem desaparecía bajo el horizonte, pero el mar aparecía aún desierto.
Ni un escollo a la vista, ni un penacho de humo que indicase la presencia de un piróscafo, ni un punto blanco que señalase la vecindad de algún velero. Una viva impaciencia comenzaba a invadir a las tripulaciones de los dos leños; los hombres subían y descendían de los aparejos imprecando, atormentaban las baterías de los fusiles, hacían destellar las relucientes hojas de su envenenados kris y de las cimitarras.
De pronto, poco después del mediodía, de lo alto del palo mayor se oyó una voz gritar:
—¡Eh! ¡Mire a sotavento!
Sandokan interrumpió su paseo. Lanzó una rápida mirada sobre el puente de su propio leño, otra sobre aquel comandado por Giro-Batol, luego ordenó:
—¡Cachorros! ¡A sus puestos de combate!
Antes de que lo dijera los piratas, que se habían trepado a los mástiles, descendieron a cubierta, ocupando sus puestos asignados.
—Araña de Mar —dijo Sandokan, dirigiéndose al hombre que permanecía en observación en el mástil—. ¿Qué ves?
—Una vela, Tigre.
—¿Es un junco?
—Es la vela de un junco, no me engaño.
—Hubiera preferido un leño europeo —murmuró Sandokan, frunciendo la frente—. Ningún odio me empuja contra los hombres del Celeste Imperio. ¡Pero quién sabe...! —reemprendió el paseo y no habló más.
Pasó una media hora, durante la cual los dos praos ganaron cinco nudos, luego la voz de Araña de Mar se hizo otra vez oir.
—¡Capitán, es un junco! —gritó—. Cuidado que nos ha visto y está virando de bordo.
—¡Ah! —exclamó Sandokan—. ¡Eh! Giro-Batol, maniobra de modo de impedirle la huida.
Los dos leños un momento después se separaban y, después de describir un amplio semicírculo, se movieron con velas desplegadas al encuentro del leño mercante.
Era este uno de aquellos pesados navíos que se llaman juncos, de formas regordetas y de dudosa solidez, usados en los mares de la China.
Apenas se dio cuenta de la presencia de aquellos dos leños sospechosos, contra los cuales no podía luchar en velocidad, se había detenido, enarbolando una gran tela.
Al ver aquel estandarte, Sandokan dio un salto adelante.
—¡La bandera del rajá Brooke, el exterminador de piratas! —exclamó, con intraducible acento de odio—. ¡Cachorros! ¡Al abordaje! ¡Al abordaje...!
Un alarido salvaje, feroz, se alzó entre las dos tripulaciones, a las cuales no era ignota la fama del inglés James Brooke, convertido en rajá de Sarawak, enemigo despiadado de los piratas, un gran número de los cuales habían caído bajo sus golpes.
Patan, de un brinco, fue al cañón de proa, mientras los otros apuntaban la espingarda y armaban las carabinas.
—¿Debo comenzar? —preguntó a Sandokan.
—Sí, pero que tu bala no vaya a perderse.
—¡Está bien!
De repente una detonación resonó a bordo del junco, y una bala de pequeño calibre pasó, con un agudo silbido, a través de las velas. Patan se inclinó sobre su cañón e hizo fuego, el efecto fue inmediato: el palo mayor del junco se había roto en la base, osciló violentamente hacia adelante y atrás y cayó en cubierta, con las velas y todos sus cordajes. A bordo del desgraciado leño se vieron hombres correr por las amuras y luego desaparecer.
—¡Mira, Patan! —gritó Araña de Mar.
Un pequeño bote, montado por seis hombres, se había separado del junco y huía hacia las Romades.
—¡Ah! —exclamó Sandokan, con ira. —¡Hay hombres que huyen, en vez de batirse! ¡Patan haz fuego sobre aquellos viles!
El malayo lanzó a flor de agua un nubarrón de metralla que hundió el bote, fulminando a todos aquellos que lo montaban.
—¡Bravo, Patan! —gritó Sandokan—. Y ahora, alisa como un pontón aquella nave, sobre la cual veo todavía una numerosa tripulación. ¡Después la mandaremos a repararse a los astilleros del rajá, si los tiene!
Los dos leños corsarios reemprendieron la infernal música, lanzando balas, granadas y nubarrones de metralla contra el pobre leño, rompiéndole el trinquete, desfondándole las amuras y las cuadernas, reduciéndole las maniobras y matándole los marineros que se defendían desesperadamente a tiros de fusil.
—¡Bravos! —exclamó Sandokan, que admiraba el coraje de aquellos pocos hombres que permanecían sobre el junco—. ¡Tiren, tiren aún en contra nuestro! ¡Son dignos de combatir contra el Tigre de la Malasia!
Los dos leños corsarios, envueltos en densas nubes de humo, de las cuales estallaban relámpagos, avanzaban siempre y en breves instantes estuvieron bajo los flancos del junco.
—¡Caña a sotavento! —gritó entonces Sandokan, que había empuñado la cimitarra.
Su leño abordó al mercantil por el anca de babor, y permaneció pegado, habiendo sido lanzados los garfios de abordaje.
—¡Al asalto, cachorros! —tronó el terrible pirata.
Se recogió sobre sí mismo, como un tigre que está por lanzarse sobre su presa e hizo el acto de saltar, pero una mano robusta lo contuvo.
Se volvió, arrojando un alarido de furor, pero el hombre que había osado detenerlo había saltado adelante, cubriéndolo con su propio cuerpo.
—¡Tú, Araña de Mar! —gritó Sandokan, alzando sobre él la cimitarra. Precisamente en aquel instante un tiro de fusil partía del junco y el pobre Araña caía sobre el puente fulminado.
—¡Ah! Gracias, mi cachorro —dijo Sandokan—. ¡Quisiste salvarme!
Se lanzó hacia adelante como un toro herido, se agarró a la boca de un cañón, se izó sobre el puente del junco y se precipitó entre los combatientes con aquella loca temeridad que todos le admiraban.
La tripulación entera del buque mercante se arrojó sobre él para confrontarle el paso.
—¡A mí, cachorros! —gritó, abatiendo dos hombres con el revés de la cimitarra. Diez o doce piratas, trepándose como simios por los aparejos y saltando las amuras, se lanzaron a cubierta, mientras el otro prao arrojaba los garfios de abordaje.
—¡Ríndanse! —gritó el Tigre a los marineros del junco.
Los siete u ocho hombres que todavía sobrevivían, viendo otros piratas invadir la toldilla, arrojaron las armas.
—¿Quién es el capitán? —preguntó Sandokan.
—Yo —respondió un chino, adelantándose, temblando.
—Tú eres un valiente, y tus hombres son dignos de tí —dijo Sandokan—. ¿Adónde van?
—A Sarawak.
Una profunda arruga se dibujó sobre la amplia frente del pirata.
—¡Ah! —exclamó con voz sorda—. Tú vas a Sarawak. ¿Y qué hace el rajá Brooke, el exterminador de piratas?
—No lo sé, he faltado de Sarawak por varios meses.
—No importa, pero le dirás que un día iré a arrojar el ancla en su bahía y que ahí esperaré a sus leños. ¡Oh! Ya veremos si el exterminador de piratas será capaz de vencer a los míos.
Luego se arrancó del cuello una fila de diamantes por valor de trescientas o cuatrocientas mil liras y, ofreciéndosela al capitán del junco, dijo:
—Toma, mi valeroso. Lamento haberte maltratado el junco que tan bien has defendido, pero podrás con estos diamantes comprarte diez nuevos.
—¿Pero quién sos, vos? —preguntó el capitán, estupefacto.
Sandokan se le acercó y, posándole las manos sobre los hombros, le dijo:
—Mírame la cara: yo soy el Tigre de la Malasia.
Luego, antes de que el capitán y sus marineros pudieran reponerse de su asombro y de su terror, Sandokan y los piratas habían vuelto a descender a sus leños.
—¿El rumbo? —preguntó Patan.
El Tigre estiró el brazo hacia el este, luego, con voz metálica, en la cual se sentía una gran vibración, gritó:
—¡Cachorros, a Labuan! ¡A Labuan!

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Ya se hizo a la mar Sandokan. En este primer capítulo tenemos una muestra de la entrega de sus cachorros. También apareció su archienemigo, James Brooke, ausente en la primera versión de la novela. Además tenemos varias referencias, algunas de las cuales ya habían aparecido en “Los misterios de la jungla negra”.

Kris: “Kriss” en el original, es una daga, de uso en Filipinas, que tiene la hoja de forma serpenteada.

Espingarda: Antiguo cañón de artillería algo mayor que el falconete y menor que la pieza de batir.

Bastión: Obra de fortificación que sobresale en el encuentro de dos cortinas o lienzos de muralla y se compone de dos caras que forman ángulo saliente, dos flancos que las unen al muro y una gola de entrada.

Praos: “Prahos” en el original, son embarcaciones malayas de poco calado, muy largas y estrechas.

Malayos: Individuos de piel muy morena, cabellos lisos, nariz aplastada y ojos grandes, pertenecientes a un pueblo que habita en la península de Malaca, de donde se les cree oriundo, en las islas de la Sonda, y en otras áreas cercanas.

Batak: “Battias” en el original, es uno de los pueblos del norte de Sumatra, con centro en el lago Toba.

Dayak: Es un término geográfico que no denomina con exactitud a una etnia o tribu, pero sí distingue a la gente indígena de la demás población malaya que habita en las zonas costeras de la isla de Borneo.

Siameses: Natural u oriundo de Siam, antiguo nombre de Tailandia.

Cochinchinos: “Cocincinesi” en el original, son los naturales de Cochinchina, zona meridional de Vietnam, al sur de Camboya.

Bugineses: “Bughisi” en el original, es un grupo étnico conformado por 6 millones de personas, principalmente, de las provincias de Célebes Meridional, la tercera más grande de Indonesia.

Javaneses: “Giavanesi” en el original, pertenecientes o relativos a esta isla del archipiélago de la Sonda, en Asia.

Tagalos: “Tagali” en el original, se dice del individuo de una raza indígena de Filipinas, de origen malayo, que habita en el centro de la isla de Luzón y en algunas otras islas inmediatas.

Negritos: Esta palabra está así en el original de Salgari. Los negritos son varios grupos étnicos aislados del Sudeste de Asia considerados a veces dentro del grupo racial negroideo del australoide, sobre cuyos territorios llegaron más recientemente oleadas de pueblos asiáticos. Comúnmente se les considera la población más antigua del Sudeste de Asia.

Mahoma: “Maometto” en el original, es el profeta fundador del islam. Su tumba se encuentra en la Mezquita del Profeta, en Medina, Arabia Saudita.

Mahometano: Que profesa la religión islámica.

Junco: “Giunca” en el original, es una especie de embarcación pequeña usada en las Indias Orientales. Posiblemente una de las embarcaciones a vela más antiguas que se conocen.

Dar bordadas: “Bordeggiare” en el original, navegar de bolina alternativa y consecutivamente de una y otra banda.

Islas Romades: No existen referencias actuales, sin embargo, aparecen en el mapa “Die Ostindien Inseln” (Berghaus, Hermann y F. Von Stulpnagel, 1870). Estarían ubicadas a unos 250 km al oeste de Labuan, aproximadamente.

Ballenera: “Baleniera” en el original, es un bote o lancha auxiliar que suelen llevar los barcos balleneros.

Nudos: Unidad de velocidad para barcos y aviones. En inglés se llama knot. 1 kn = 1,852 km/h. Por lo tanto, 12 kn equivalen a 22,22 km/h; 5 kn equivalen a 9,26 km/h.

Maniobras: “Manovre” en el original, es el conjunto de los cabos o aparejos de una embarcación, de uno de los palos, de una de las vergas, etc.

Gamuto: La “Arenga pinnata”, también llamada “Arenga gamuto”, es una especie perteneciente a la familia de las arecáceas. Se le da múltiples usos, desde la producción de azúcar, vinagre, vino, combustible y para la construcción de techos (en la isla de Java).

Rotang: El “Calamus rotang” es una especie de palma perteneciente a la familia de las arecáceas utilizada para la elaboración de muebles, cestas, bastones, paraguas y objetos de mimbre.

Carena: Parte sumergida del casco de un buque.

Batanga: “Bilanciere” en el original, cada uno de los refuerzos de cañas gruesas de bambú que llevan a lo largo de los costados las embarcaciones filipinas.

Sables de abordaje: “Sciabole d’abbordaggio” en el original, es un arma blanca constituida por un sable corto y ancho, con una hoja recta o ligeramente curvada afilada en la punta y su empuñadura suele tener una protección sólida en forma de copa.

Batayolas: “Bastingaggi” en el original, es la barandilla, fija o levadiza, hecha de madera, que, encajada en los candeleros, se colocaba sobre las bordas del buque para sostener los empalletados.

Flechastes: “Griselle” en el original, son los cordeles horizontales que, ligados a los obenques, como a medio metro de distancia entre sí y en toda la extensión de jarcias mayores y de gavia, sirven de escalones a la marinería para subir a ejecutar las maniobras en lo alto de los palos.

Vergas: “Pennoni” en el original, es la percha perpendicular al mástil, a la cual se asegura el grátil de una vela.

Piróscafo: Buque de vapor.

Sotavento: La parte opuesta a aquella de donde viene el viento con respecto a un punto o lugar determinado.

Rajá: “Rajah” en el original, es el soberano índico. Viene del francés “rajah” y éste del sánscrito “raja”, rey.

James Brooke: Personaje histórico, de padres ingleses, nacido en la ciudad de Benarés, a orillas del Ganges, en 1803, y donde vivió hasta los 12 años. Luego, formó parte de la Armada Bengalí de la Compañía Británica de las Indias Orientales. Más tarde, después de ayudar al Sultán de Brunéi en un alzamiento, lo amenazó y éste le otorgó el título de Rajá de Sarawak donde se estableció y comenzó a regir. Se dedicó a reformar la administración y a luchar contra la piratería. Falleció en 1868.

Sarawak: “Sarawack” en el original, fue un reino de Borneo establecido por James Brooke en 1842. Desde 1963, es uno de los dos estados de Malasia.

Amuras: “Murate” en el original, es la parte de los costados del buque donde éste empieza a estrecharse para formar la proa.

A flor de agua: En la superficie, sobre o cerca de la superficie del agua.

Pontón: Barco chato, para pasar los ríos o construir puentes, y en los puertos para limpiar su fondo con el auxilio de algunas máquinas.

Trinquete: “Albero di trinchetto” en el original, es el palo de proa, en las embarcaciones que tienen más de uno.

Cuadernas: “Costole” en el original, son las piezas curvas cuya base o parte inferior encaja en la quilla del buque y desde allí arrancan a derecha e izquierda, en dos ramas simétricas, formando como las costillas del casco.

Caña a sotavento: “Barra sottovento” en el original, designa la situación de la caña del timón hacia la posición de inclinación hacia la banda de sotavento.

Anca: Parte exterior y convexa que forma el casco de la embarcación.

Toldilla: “Tolda” en el original, es la cubierta parcial que tienen algunos buques a la altura de la borda, desde el palo mesana al coronamiento de popa.

Lira: Moneda oficial de Italia entre 1861 y 2002, cuando fue reemplazada por el Euro. La valoración que hace Salgari de los diamantes corresponde seguramente a 1883/4, años de publicación en la revista “La Nuova Arena” de Verona.

4 comentarios:

  1. Sobre los buquineses: http://en.wikipedia.org/wiki/Bugis

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    1. Corregida y actualizada la entrada de buquineses por bugineses. ¡Muchas gracias!

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  2. Sobre los negritos: http://es.wikipedia.org/wiki/Negrito

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