domingo, 29 de mayo de 2016

XXIII. La isla de Rajmangal


Veinticuatro horas después, la pinaza dejaba la pequeña cala en la que se encontraba escondida la Marianna, para ir a sorprender a los thugs en su cueva, y arrebatarles a la pequeña Darma.
La fuga del mahant, aún cuando dudase mucho de que hubiese logrado cruzar los amplios canales de los Sundarbans, infectados de voraces gaviales, y atravesado las islas pululantes de tigres, panteras, formidables boas y venenosísimas cobras de anteojos, había decidido a Sandokan a apresurar la expedición.
Toda la tripulación había sido embarcada en el pequeño velero, con gran reserva de armas y municiones y con dos espingardas de refuerzo. Solo seis hombres, aquellos que la ballenera había llevado desde la torre de Barrackpore junto al cornac, habían sido dejados sobre el prao que, por otra parte, no podía correr ningún peligro por parte de los thugs, escondido como estaba en el fondo de aquella cala quizá para todos desconocida.
El pequeño leño, cargado casi hasta hundirse, en vez de descender hacia el mar y costear los bancos de arena que sirven de dique al irrumpir de las olas del golfo bengalino, lo que les habría hecho ahorrar no poco camino, se había dirigido hacia septentrión para rodear la laguna interior.
Manteniéndose entre las islas, había menor probabilidad de que el velero pudiese ser señalado, y por eso los tres jefes de la expedición habían dado preferencia a la laguna antes que al mar.
Su proyecto ya había sido atentamente estudiado, confiándole la parte principal a Sirdar, de quien ya podían enteramente fiarse. Habían convenido actuar primero con la máxima prudencia y jugar con astucia para poner, ante todo, a salvo a la pequeña Darma, reservando para más tarde el golpe terrible que, si se conseguía, debería destruir totalmente a aquella sanguinaria secta y hacer desaparecer para siempre al Tigre de la India.
El viento que desde la mañana había girado al sur, favorecía la carrera de la pinaza que aún cuando estuviese bastante cargada, se mostraba siempre bastante manejable.
Cuatro horas después de su partida de la cala, o sea poco antes del mediodía, el pequeño velero había ya alcanzado la punta septentrional del río Raimatla y entraba con viento en popa en la gran laguna interior, que se extiende desde las orillas de la jungla gangética a las islas que forman los Sundarbans.
—Si el viento no cesa —dijo Tremal-Naik a Sandokan, que observaba con cierta curiosidad aquellas tierras bajas cubiertas por los árboles de la fiebre—, antes de medianoche estaremos en el cementerio flotante del Mangal.
—¿Estás seguro de que encontraremos un buen lugar para ocultar la pinaza?
—El Mangal lo conozco palmo a palmo, porque era sobre sus orillas que yo habitaba cuando era el cazador de tigres y de serpientes de la jungla negra. Quién sabe si no subsiste aún la cabaña que me sirvió de asilo por largos años. La volvería a ver con gusto, porque fue en aquellos alrededores que ví por primera vez a la que se convertiría en mi mujer.
—¿Ada?
—Sí —dijo Tremal-Naik con un profundo suspiro, mientras una profunda conmoción alteraba su rostro—. Era una bella tarde de verano, el sol calaba lentamente detrás de las cañas gigantes entre un océano de fuego, cuando ella apareció, bella como una diosa, entre un arbusto de mussaenda. ¡Ah! ¡Dulce y querida visión!
—¿Cómo los thugs permitían a la virgen de la pagoda pasear por la jungla?
—¿Qué podían temer? ¿Que huyese quizá? Sabían que no habría osado atravesar la inmensa jungla y luego ignoraban, creo, mi presencia en aquellos lugares.
—¿Y se te aparecía todas las tardes?
—Sí, hacia la hora del ocaso, y nos mirábamos largo, sin hablar. Yo la creía una divinidad y no osaba interrogarla; luego una tarde no reapareció y la misma noche los thugs me asesinaban a un sirviente que había mandado sobre las orillas del Mangal para tender un lazo a un tigre.
—¿Y fuiste a buscarla a la pagoda?
—Sí, y fue allí que la ví verter la sangre humana delante de la monstruosa estatua de Kali y que la oí sollozar e imprecar contra los miserables que la habían raptado y contra el destino.
—Y que los thugs te sorprendieron y que Suyodhana, su jefe, te metió un puñal en el pecho.
—Sí, Sandokan —dijo Tremal-Naik—. Si su mano en aquel momento no hubiese temblado, yo no estaría aquí relatando esta terrible historia y del cazador de serpientes de la jungla negra ninguno hubiese hablado. Antes he matado no obstante a muchos de aquellos miserables, y no he caído en sus manos sino después de una lucha desesperada.
—¿Te habías colado en la pagoda descendiendo a lo largo de una cuerda que sostenía una lámpara, verdad?
—Sí.
—¿Existirá aún?
—Sirdar me lo ha confirmado.
—Pues bien descenderemos también nosotros por ella —dijo Sandokan—. Si Darma se muestra, la raptaremos.
—Esperemos antes que Sirdar nos advierta.
—¿Tienes confianza en él?
—Absoluta —respondió Tremal-Naik—. Ahora odia a los thugs al igual y quizá más que nosotros.
—Si no nos traiciona será un valioso aliado. Le he ofrecido una fortuna si consigue hacernos recuperar a la pequeña Darma.
—Mantendrá la promesa, estoy seguro y nos dará en las manos también a la bayadera.
—¿Surama habrá sido ya conducida a los subterráneos?
—Lo supongo.
—La salvaremos también a ella. Actuemos no obstante con prudencia a fin de que Suyodhana no se escape. A ti Darma, a Yanez Surama, y a mí la piel del Tigre de la India —dijo Sandokan con una cruel sonrisa—. Y lo tendré, o no regresaré más a Mompracem.
—Rima —dijo en aquel momento Sirdar, acercándose a ellos y mostrando una isla que se delineaba delante de la proa de la pinaza—, es la primera de las cuatro islas que cubren el Mangal hacia occidente. Remontemos al norte, sahib: nuestro rumbo es aquel.
—Evitemos Port Canning —dijo Tremal-Naik—. Puede haber en aquella estación algún espía de Suyodhana.
—Pasaremos por el canal interior —respondió Sirdar—. Nadie nos verá.
—Ponte al timón.
—Sí, sahib: guiaré la pinaza.
El pequeño velero, pocos momentos después, viraba de bordo alrededor de la punta septentrional de Rima, embocando en un nuevo canal, también aquel bastante amplio y sobre cuyas aguas se veían flotar un gran número de restos humanos que esparcían un olor tan asfixiante como para hacer fruncir la nariz incluso a Darma y a Punthy, que se encontraban en cubierta, uno tendido al lado del otro.
A las seis de la tarde también aquel canal era superado y la pinaza se empeñaba entre una serie de bajíos e islotes, que debían formar el estuario del Mangal.
El cementerio flotante, indicado por Tremal-Naik, se anunciaba.
Centenares y centenares de cadáveres que debían provenir del Ganges, siendo el Mangal un brazo de aquel inmenso río, flotaban sobre aguas negruzcas y grasientas, montados cada uno por una y también por dos parejas de marabúes.
Cabezas, torsos, fémures y brazos se chocaban a la vez, balanceándose por las olas producidas por el casco de la pinaza.
Las tierras poco a poco se estrechaban. Rajmangal se unía a la jungla del continente.
Sandokan había hecho cerrar las dos grandes velas, no conservando mas que un foque y hacía sondar el fondo a cada momento, a fin de que la pinaza no encallase. Tremal-Naik se había puesto cerca del timonel para indicarle el camino a tomar.
Por veinte minutos el velero remontó el río luego, tras orden de Tremal-Naik, se arrimó a la orilla izquierda metiéndose dentro de una pequeña cala que estaba sombreada por inmensos árboles que interceptaban casi completamente la luz.
—Pararemos aquí —dijo el bengalí a Sandokan—. Nos será fácil esconder la pinaza en medio de los mangles, después de haberla privado de su arboladura, y la jungla densísima no está mas que a dos pasos. Nadie podrá descubrirnos.
—¿Y la pagoda de los thugs está lejos?
—Se encuentra a menos de una milla.
—¿Se eleva en medio de la jungla?
—Sobre la orilla de un estanque.
—¡Sirdar!
El joven se había apresurado para acercarse.
—Ha llegado el momento de actuar —dijo Sandokan.
—Estoy listo, sahib.
—Hemos oído tu juramento.
—Sirdar pudo haberse convertido en un miserable, pero no faltará a las promesas hechas.
—¿Cuál es entonces tu plan?
—Iré donde Suyodhana y le narraré que la pinaza ha sido capturada por una banda de hombres, que toda la tripulación ha sido destruida y que he logrado salvarme con infinitas penurias.
—¿Te creerá?
—¿Y por qué no? Siempre ha tenido confianza en mí.
—¿Y luego?
—Me informaré de si Darma se encuentra aún en los subterráneos y les haré advertir la noche en la cual la niña irá a hacer la ofrenda de sangre delante de la estatua de la diosa. Estén listos para caer sobre la pagoda, y cuídense de no hacerse divisar.
—¿Cómo nos advertirás?
—Si Surama ya ha llegado, se las mandaré.
—¿La conoces?
—Sí, sahib.
—¿Y si no la hubiesen aún vuelto a conducir a Rajmangal?
—Vendré yo, sahib.
—¿Normalmente a qué hora se hace la ofrenda de sangre?
—A la medianoche.
—Es verdad —dijo Tremal-Naik.
—¿Cómo podremos entrar inadvertidos en la pagoda? —preguntó Sandokan.
—Escalando la cúpula y descendiendo por la cuerda que sostiene la gran lámpara —dijo Tremal-Naik—. ¿Subsiste aún aquella cuerda, verdad, Sirdar?
—Sí, sahib. Será no obstante prudente que no entren demasiados en la pagoda —dijo el joven—. Deje al grueso de la banda escondida en la jungla y advierta a sus hombres de acudir solamente cuando oigan el sonido del ramsinga.
—¿Quién dará el toque?
—Yo señor, porque estaré también en la pagoda, cuando ustedes caigan sobre Suyodhana.
—¿Será él quien conducirá a Darma a hacer la ofrenda de la sangre? —preguntó Yanez que se había unido a ellos.
—Sí, es siempre él quien presencia aquella ofrenda.
—Ve, entonces —dijo Sandokan—. Recuerda que si consigues darnos en nuestras manos a Darma y también a Surama, tu fortuna estará hecha y que si en cambio nos traicionaras, no dejaremos los Sundarbans sin tener tu cabeza.
—Mantendré el juramento que he hecho —dijo Sirdar con voz solemne—. Yo no soy más thug: vuelvo a ser brahmán.
Tomó una carabina que Kammamuri había traído, hizo un gesto de adiós y brincó ágilmente sobre la orilla, desapareciendo muy pronto en la oscuridad.
—¿Conseguirá hacerme volver a ver a mi pequeña Darma? —preguntó Tremal-Naik con ansiedad— ¿Qué me dices Sandokan?
—El joven me parece no sólo audaz, sino también leal, y creo que cumplirá su peligrosa misión sin vacilar. Armémonos de paciencia y dispongamos del campo.
Sus hombres ya se habían puesto a la obra para esconder la pinaza, quitando las entenas, la arboladura y todas sus maniobras.
Descargadas las armas, parte de las municiones, las cajas de los víveres y las tiendas, descendieron a tierra y arrastraron al leño en medio de los mangles dentro de los cuales habían ya abierto, a golpes de parang, un ancho surco para meterlo en medio.
Hecho esto cubrieron el puente con montones de cañas y ramas, de modo de esconderlo completamente.
Entre tanto Sandokan, Yanez y Tremal-Naik, con un pelotón de dayak, se adentraron hasta el margen de la jungla que comenzaba enseguida detrás de los árboles que cubrían la orilla, y establecían un puesto avanzado, mientras Kammamuri y Sambigliong plantaban otro a lo largo de la costa occidental, para vigilar a aquellos que pudieran venir de las islas de los Sundarbans.
El propósito principal no obstante de este último puesto era impedir el arribo al mahant, en el caso de que el viejo hubiese logrado atravesar la laguna y los canales sobre alguna balsa.
A las dos de la mañana, dispuestos varios hombres de guardia a varias distancias para evitar cualquier sorpresa, los jefes y buena parte de la tripulación se adormecían, no obstante, los alaridos lúgubres de los chacales.
Ningún acontecimiento perturbó el sueño de los acampantes.
Se habría dicho que la isla, en vez de estar habitada por un número considerable de thugs, estaba desierta.
La mañana siguiente, después del mediodía, Tremal-Naik, Sandokan y Yanez, que fueron devorados por una vivísima impaciencia, hicieron una exploración en la jungla, acompañados por Darma y Punthy, apresurándose hasta estar a la vista de la pagoda de los terribles secuaces de Kali, pero sin encontrar un alma viva.
Aguardaron la tarde esperando ver llegar a Surama o a Sirdar. Ni la una ni el otro, no obstante, se hicieron presentes, ni el mahant fue divisado arribar.
En esa noche oyeron en cambio, en varias ocasiones, resonar a lo lejos un ramsinga. ¿Qué significaban aquellas notas que estaban marcadas por una profunda melancolía, y que sonaban a una arieta invernal? ¿Eran señales transmitidas por hombres que vigilaban las junglas del continente o anunciaban alguna ceremonia religiosa?
Sandokan y sus compañeros, oyendo aquellos sonidos, habían dejado precipitadamente las tiendas, con la esperanza de que anunciasen el arribo de Sirdar, en cambio fue otra desilusión.
Hacia la medianoche las notas agudas de la trompeta cesaron completamente y el silencio volvió a caer sobre la oscura jungla.
También el segundo día transcurrió sin que nada nuevo hubiese sucedido.
Ya Sandokan y Tremal-Naik, al extremo de la impaciencia, habían decidido intentar en la noche una nueva exploración y apresurarse al interior de la pagoda, cuando hacia el ocaso vieron llegar en carrera precipitada a uno de los centinelas escalonados en la jungla.
—Capitán —dijo el malayo—, alguien se acerca. He divisado los bambúes oscilar como si una persona tratase de abrirse paso.
—¿Sirdar quizá? —preguntaron a una voz Sandokan y Tremal-Naik.
—No he podido verlo.
—Guíanos —dijo Yanez.
Tomaron las carabinas y los kris y siguieron al malayo junto al señor de Lussac y a Darma.
Se habían apenas adentrado en la jungla cuando divisaron las partes superiores de un grupo de bambúes altísimos oscilar. Alguien, probablemente una persona, se esforzaba en abrirse el paso.
—Rodeémoslo —dijo Sandokan en voz baja.
Estaban por separarse, cuando una voz armoniosa, por ellos bien conocida, dijo:
—¡Buenas noches, sahibs! Sirdar me manda con ustedes.

NOTAS AL PIE DE PÁGINA DE SALGARI

Arieta invernal: La música india tiene cuatro sistemas musicales, en relación con las estaciones del año. Es melancólica en el invierno, es viva en primavera, lánguida en el verano, brillante en el otoño.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Cala: Ensenada pequeña.

Viento en popa: “Gonfie vele” en el original. La traducción literal sería “hinchadas velas”. Ajusté la traducción de acuerdo a lo que traduje en el capítulo 7 de Los piratas de la Malasia.

Árboles de la fiebre: Se trata de la Acacia xanthophloea, originaria del este y sur de África. Su nombre común deriva de su tendencia a crecer en áreas pantanosas, por lo que se lo relacionó con la fiebre palúdica, antes de saber que se transmitía por los mosquitos.

Rima: No encontré referencias a esta supuesta isla sobre el río Matla.

Bajíos: “Bassifondi” en el original, son elevaciones del fondo en los mares, ríos y lagos.

Sondar: Echar el escandallo al agua para averiguar la profundidad y la calidad del fondo.

Millas: 1 mi = 1,609344 km.

Arieta: Diminutivo de aria —composición sobre cierto número de versos para que la cante una sola voz—.

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