lunes, 14 de mayo de 2018

XVIII. El joven shudra


Sandokan, que normalmente estaba siempre tranquilo al igual que su hermanito Yanez, se había puesto nerviosísimo. Su sangre ardiente de borneano le hervía en las venas, a pesar de estar entrado en años.
Habituado a los asaltos impetuosos, envejecido entre los golpes de cimitarra y el humo de las espingardas y de los cañones de sus praos, el formidable pirata se encontraba desconcertado por no haber encontrado la ocasión de usar las manos. Caminaba rápidamente, atormentando la empuñadura de su cimitarra y barboteando. Incluso Tremal-Naik por otra parte no parecía completamente calmado.
La duda de no poder liberar prontamente a Surama, o de no encontrarla en el palacio del favorito del rajá, trastornaba un poco sus formidables fibras. Sin embargo, eran hombres que habían conducido a buen puerto muchas otras empresas incluso más difíciles, ya sea en la India como en los mares de la Malasia.
Eran las dos de la mañana cuando llegaron a la plaza Bogra, en una de cuyas extremidades se erguía el palacio del favorito del rajá, una especie de bungalow de construcción elegantísima, con techo piramidal que se elevaba mucho, y con bellísimas verandas alrededor, sostenidas por pequeñas columnas de madera pintadas con estriados de colores y doraduras.
Dos vastas alas se extendían a sus flancos, destinadas a albergar a los sirvientes, los caballos y los elefantes.
—¡Ah! ¡Es aquí que viene a descansar aquel bribón, y es aquí que quizá se encuentra Surama! —exclamó Sandokan.
—¿Quieres que tomemos esta casa por asalto? Tus malayos están listos —dijo Tremal-Naik.
—Sería una gran imprudencia —respondió el pirata—. Aquí no estamos en Borneo y es nuestro interés actuar con la máxima prudencia.
—¿Por qué hemos venido aquí entonces?
—Para estudiar un poco la casa —respondió Sandokan—. De día seríamos enseguida notados.
—Sin embargo, no sería difícil escalar la veranda inferior —dijo Kammamuri.
—Tengo otra idea. Necesito saber antes si Surama se encuentra verdaderamente aquí y qué estancia habita. Demos la vuelta al palacete por ahora y estudiemos ante todo los puntos más accesibles. Luego volveremos a hablar de este asunto.
El bungalow del griego estaba completamente aislado e incluso la parte posterior tenía verandas sostenidas por columnas y cerradas por ligeras esteras de cocotero para repararla de los ardientes rayos del sol indio.
En las construcciones bastante más bajas del edificio central, que se alargaban sobre los flancos, defendidas por una alta empalizada, se oían roncar a los elefantes y gruñir a los perros.
—Son estas bestias las que me inquietan —murmuró Sandokan, después de haber dado la vuelta—. Deberé ocuparme también de estos perros. ¡Bindar!
—¡Amo!
—¿Hay algún albergue en estos alrededores?
—Sí, sahib.
—¿Estará abierto?
—Dentro de poco surgirá el alba, es por consiguiente probable que los sirvientes ya estén levantados.
—Guíanos: no obstante, cuida de que no sea un albergue de lujo.
—Es un bungalow de paso, sahib.
—Mejor así: tomaremos alojamiento. Así podremos vigilar la casa del favorito del rajá y hacer nuestras observaciones.
Atravesaron la plaza sin encontrar a nadie y después de haber doblado en una de las esquinas, se detuvieron delante del que Bindar había llamado un bungalow de paso.
Son estos, especies de albergues frecuentados casi exclusivamente por viajeros que se detienen solamente pocos días. Consisten en una casa de forma rectangular, de una sola planta, dividida en varias estancias, cada una con un pequeño gabinete para la bañera y amuebladas con mucha simplicidad, porque no tienen mas que un lecho, una mesa y un par de sillas o de enormes sillas de respaldos altísimos, de un metro de largo, de modo que las piernas de la persona se puedan estirar a la altura del cuerpo, construidas con madera de rotang.
Se paga una rupia (o sea 2,5 liras) por parada, dure dos o tres días o solamente pocos minutos, y las comidas tienen una tarifa especial.
El mayordomo, porque también en aquellos bungalow de paso se encuentra el indispensable khidmatgar, y sus sirvientes, estaban ya de pie a la espera de los viajeros que pudieran llegar.
—Da alojamiento y alimentos a todos nosotros —dijo Tremal-Naik al importante individuo que dirigía el albergue—. Nos detendremos por algunos días y pondrás a nuestra disposición todas tus habitaciones.
—Tú sahib serás servido como un rajá o un marajá —respondió el khidmatgar—. Mi bungalow es de primera clase.
—Y no miraremos el precio, siempre y cuando la cocina sea óptima —dijo Sandokan—. Mientras tanto tráenos algo de beber.
El mayordomo los introdujo en una pequeña sala donde había una mesa y sillas altas; hizo traer a los viajeros un vaso lleno de aquella especie de vino llamado toddy, claro, un poco espumante, agradable al paladar y muy saludable, y una caja llena de hojas semejantes a aquellas de la pimienta o a la hoja de la hiedra con un poco de cal, luego pedazos de nuez de areca, que tiñe la saliva y los labios de rojo: el betel indio.
—Ahora nosotros dos, Bindar —dijo Sandokan, después de haber vaciado un par de copas de toddy—. En este asunto tú tendrás una parte importantísima.
—Mi padre era un fiel servidor del padre de la princesa y su hijo lo será también —respondió el indio—. Comanda, sahib y haré todo lo que quieras.
—Necesito que traigas aquí a beber a algún sirviente de la casa del favorito.
—Eso no será difícil de obtener. Un indio jamás rechaza beber una buena copa de toddy, especialmente cuando sabe que no la pagará.
—Entonces irás a zumbar a la plaza Bogra y engancharás al primer sirviente que salga. Te dejo a ti la elección de tomarlo del mejor modo posible y si son necesarias rupias paga libremente. Pongo cien a tu disposición.
—Compro la conciencia de veinte sirvientes con tal suma.
—Me basta uno —dijo Sandokan—. Tráemelo aquí.
—Serás obedecido, sahib.
—Ve entonces.
Luego volviéndose a sus hombres y a Kammamuri añadió:
—Ustedes pueden ir a descansar. Por el momento bastamos Tremal-Naik y yo.
Cargó su chibuquí, lo encendió y se puso a fumar flemáticamente, mientras su amigo enrollaba una hoja de betel después de haberle puesto dentro una pizca de cal y un pedacito de nuez de areca para ponérsela luego en la boca, droga espléndida, afirman los indios, que conforta el estómago, fortifica el cerebro, cura el mal aliento, pero que en cambio ennegrece los dientes y hace escupir saliva color sangre.
Había transcurrido media hora sin que ni el uno ni el otro hubiesen intercambiado una palabra, cuando la puerta del salón se abrió y apareció Bindar seguido por un joven indio que llevaba puesto un dhoti de seda amarilla y que calzaba aquellos zuecos de madera que solo los sirvientes de las grandes casas suelen llevar y que mantienen firmes los dedos de los pies sin impedirles caminar cómodamente y con rapidez.
—He aquí lo que deseabas, sahib —dijo Bindar—. Él está listo para beber también un vaso de toddy, si tú se lo ofreces.
Sandokan examinó atentamente al recién llegado y pareció satisfecho con aquel examen, porque un rayo de satisfacción le brilló en los ojos negrísimos y llenos de fuego.
—Siéntate y bebe lo que quieras —le dijo—. No perderás inútilmente tu tiempo porque acostumbro pagar largamente los servicios que me son prestados.
—Estoy a tus órdenes, sahib —respondió el joven indio.
—Tengo necesidad de preguntarte solamente informaciones de tu amo, deseando tener un puesto en la corte del rajá.
—Mi señor es poderosísimo y puede, si lo quiere, hacérselo tener.
—¿Deberé pagar mucho?
—El amo es muy ávido de rupias y también de libras esterlinas.
—¿Tú podrías hablarle?
—Yo no, pero el mayordomo sí.
—¿Está todavía en el lecho el favorito del rajá?
—Y permanecerá todavía varios días más. Aquel maldito inglés lo ha herido más seriamente de lo que se creía.
—Bebe.
—Gracias, sahib —respondió el joven vaciando el vaso que Tremal-Naik le había puesto delante.
—Entonces me decías —reanudó Sandokan—, ¿está muy mal el herido?
—Mucho no, porque la cimitarra de aquel perro inglés lo ha golpeado solo de refilón.
—¿Tu amo va frecuentemente a su bungalow?
—¡Oh, raramente! —respondió el indio—. El rajá no puede vivir sin él.
—Bebe otra vez, jovencito y tú, Tremal-Naik, haz traer botellas de gin o de brandy de verdadera marca inglesa. Quiero beber esta mañana. ¿Entonces me decías...?
—Que el favorito del rajá viene raramente al bungalow —respondió el joven indio, después de haber vaciado un segundo y un tercer vaso de toddy.
—¿No tiene un harem en su palacio?
—Sí, sahib.
—¿Compuesto por indias?
—Podría decir de las más bellas niñas de Assam.
—¡Ah! —dijo Sandokan recargando y reencendiendo el chibuquí, mientras Tremal-Naik destapaba dos botellas de vieja ginebra a diez rupias cada una y llenaba al joven un vaso de un nali de capacidad, o sea de un par de quintos—. ¡El favorito ama a las bellas niñas!
—Es un gran señor que puede permitirse cualquier lujo.
—¿Es verdad lo que se dice en la ciudad?
—¿Qué cosa, sahib?
—Bebe antes este excelente gin y luego me responderás.
El indio que quizá jamás había bebido aquel fuertísimo licor, bebió ávidamente cuatro o cinco grandes sorbos, haciendo crepitar la lengua.
—Excelente, sahib —dijo.
—Vacía también el vaso. Tenemos otras botellas aquí para beber.
El joven sirviente del griego volvió a tomar el vaso engullendo otros larguísimos sorbos. Seguramente jamás se había encontrado en medio de tanta abundancia.
—¡Ah! —dijo Sandokan, cuando le pareció que la ginebra actuó en el cerebro del pobre jovencito—. Te quería preguntar si es verdad la voz que corre en la ciudad.
—No sé de qué se trata.
—Que el favorito del rajá ha hecho una nueva adquisición.
—No comprendo.
—Esto es que ha hecho raptar, de noche, a una princesa extranjera que se dice es de una belleza maravillosa.
—Sí, sahib —respondió el indio bajando la voz y entornando los ojos—. No obstante, me sorprende cómo se ha sabido en la ciudad de aquel rapto, habiendo sido cometido de noche.
—¿Con la ayuda de un gosain verdad?
—¿Qué sabes tú, sahib?
—Me lo han dicho —respondió Sandokan—. Bebe otra vez: todavía no has vaciado tu vaso.
El indio, que se encontraba a gusto, de un solo golpe lo dejó seco. El efecto de aquella bebida, en un hombre no habituado mas que a sorber toddy, fue fulminante. Se abatió de golpe sobre la silla alta mirando a Sandokan con dos ojos apagados, que no tenían ningún esplendor más.
—¡Ah! Me decías entonces que el golpe había sido dado de noche —respondió Sandokan con un ligero tono irónico.
—Sí, sahib —respondió el indio con voz semi apagada.
—¿Y dónde han llevado a aquella niña?
—Al bungalow del favorito.
—¿Y se encuentra todavía?
—Sí, sahib.
—¿Se desespera?
—Llora continuamente.
—¿No obstante, el favorito no se ha hecho ver todavía?
—Te he dicho que está enfermo y que se encuentra siempre en la corte, en el apartamento destinado por el rajá.
—¿Y dónde la han puesto? ¿En el harem?
—¡Oh no!
—¿Sabrías indicarme la estancia?
El indio lo miró con cierta sorpresa y quizá también con un poco de desconfianza, aún cuando estuviese ya completamente o poco menos que borracho.
—¿Por qué me preguntas esto? —preguntó.
Sandokan arrimó su silla a la del indio y bajando a su vez la voz le susurró al oído:
—Soy el hermano de aquella joven.
—¿Tú, sahib?
—No obstante, no debes decirlo si quieres ganar una veintena de rupias.
—Seré mudo como un pez.
—De vez en cuando, incluso los peces emiten sonidos. Me basta que seas mudo como aquellas cabezas de elefante que adornan las pagodas.
—He comprendido —respondió el indio.
—Y si tú me sirves bien habrás hecho tu fortuna —continuó Sandokan.
—Sí, sahib —respondió el indio bostezando como un oso y abandonándose sobre el respaldo de la poltrona.
—Siempre y cuando me presentes al khidmatgar del favorito.
—Sí... del favorito.
—Y que no hables.
—Sí... hables.
—¡Vete al diablo!
—Sí... diablo.
Fueron sus últimas palabras porque, vencido por la borrachera, cerró los ojos poniéndose a roncar ruidosamente.
—Dejémoslo dormir —dijo Sandokan—. Este jovencito, por cierto, jamás ha bebido tan abundantemente.
—Qué desafío, le has hecho beber tres raciones de cipayo de un solo golpe.
—Pero he conseguido saber cuánto deseaba. ¡Ah! ¡Surama está todavía en el palacio y el griego se encuentra todavía en el lecho! Cuando aquel bribón se levante, la futura reina de Assam no estará más en sus manos.
—¿Qué intentarás hacer?
—Conocer ante todo al khidmatgar. Cuando estemos en el palacio, verás qué bello tiro jugaremos. Dejemos que este indio digiera en paz el gin que ha engullido y vayamos a desayunar.
Pasaron a un salón vecino y se hicieron servir un tiffin, o sea carne, legumbres y cerveza.
Cuando hubieron terminado se estiraron en las sillas altas y después de haber advertido al mayordomo de no dejar salir al joven indio, cerraron a su vez los ojos tomando un pequeño descanso.
Su sueño no fue muy largo, porque el khidmatgar, después de un par de horas, entró advirtiéndoles que el indio ya había digerido la abundante bebida y que insistía en verlos.
—Aquel muchacho debe tener un estómago a prueba de plomo —dijo Sandokan levantándose prontamente.
—Puede competir con los avestruces —añadió Tremal-Naik.
Entraron en el gabinete vecino y en efecto, encontraron al sirviente del griego en pie y fresco como si hubiese bebido agua pura.
—¡Ah! ¡Sahib! —exclamó con un gesto desolado—. Me he dormido.
—¿Y temes los reproches del mayordomo del bungalow, verdad? —preguntó Sandokan.
—Ah no, porque hoy estoy libre.
—Entonces todo va bien.
Sandokan sacó de la faja un pellizco de fanon, o sea, monedas de plata del valor de un quinto de rupia, y se las ofreció diciendo:
—Por hoy estas, con la condición de que me presentes al mayordomo, deseando tener un empleo en la corte, poco importa que sea alto o bajo.
—Con tal de que seas generoso con él, el empleo puede hacértelo tener. Tiene un hermano en la corte que goza de cierta consideración.
—Vamos enseguida entonces.
—¿Y yo? —preguntó Tremal-Naik.
—Tú me esperarás aquí —respondió Sandokan, guiñándole un ojo—. Si hay otro puesto disponible no me olvidaré de ti. Ven, jovencito.
Dejaron el albergue y, habiendo atravesado la plaza que estaba atestada de personas, de carros de todas formas y dimensiones pintados todos de colores veteados, elefantes y camellos, entraron en el espléndido bungalow del favorito del rajá, no sin que Sandokan hubiese despertado una viva curiosidad por su orgulloso porte y por el color de su piel bien distinta de la de los indios que no tiene un matiz aceitunado.
El khidmatgar del griego, advertido enseguida de la presencia de aquel extranjero en las habitaciones de su amo, se había apresurado a descender a la estancia donde estaba Sandokan, introducido por el joven sirviente, con la idea de hacer sentir, a aquel intruso, toda su autoridad de pez gordo.
No obstante, cuando se vio delante de la imponente figura del formidable pirata, fue el primero en hacer una profunda inclinación, llamarlo señor y rogarle que se siente.
—Tú sabrás ya, khidmatgar, el propósito de mi visita —le dijo Sandokan bruscamente.
—El sirviente que te ha conducido aquí me lo ha dicho —respondió el mayordomo del favorito con aire avergonzado—. No obstante, me extraña cómo tú, señor, que tienes el aspecto de un príncipe, busques un puesto en la corte y por medio mío.
—Y de tu amo —dijo Sandokan—. Por otra parte, tienes razón en mostrarte sorprendido, no habiendo jamás pertenecido a la casta de los shudra. Un día fui príncipe y también rico y poderoso y lo sería otra vez si los ingleses no hubiesen destruido todos los principados de la India meridional.
—¡Los ingleses! ¡Siempre aquellos perros, aquellos enemigos obstinados de nuestra raza! ¡Oh sahib!
—Deja estar a aquella gente y vayamos a mi asunto —dijo Sandokan.
—¿Qué quieres, señor?
—Yo sé que tu amo es poderosísimo en la corte del rajá y vengo a pedir su apoyo para obtener una ocupación.
—Pero señor...
—He podido salvar algunos centenares de rupias —dijo Sandokan, interrumpiendo prontamente— y serán tuyas si pudieras inducir a que tu amo me recomiende al rajá.
Oyendo hablar de plata, el mayordomo hizo una profundísima inclinación.
—Mi amo me quiere bien —dijo— y no rechazará tan pequeño favor, tratándose de procurar el pan a un príncipe desgraciado. En la corte hay puestos para todos.
—No obstante, ahora querría pedirte un gusto, siempre pagando.
—Habla señor.
—Yo aquí no tengo ni amigos ni parientes, por consiguiente tendría necesidad de una estancia, aunque sea un cuchitril: ¿podrías ofrecérmela? No te daré ninguna molestia y te pagaré una rupia al día incluyendo la comida.
El mayordomo pensó un momento, luego respondió:
—Puedo complacerlo, señor, siempre y cuando finja ser un sirviente y realizar algún pequeño trabajo. Tengo una pequeña estancia junto a la veranda del segundo piso que puede ser para ti.
Sandokan sacó quince rupias y las puso sobre la mesa que estaba delante, diciendo:
—Estás pagado por dos semanas. Si me puedes ocupar antes no te pediré la devolución.
—Eres generoso como un príncipe —respondió el mayordomo.
—Condúceme o hazme conducir a mi estancia.
El khidmatgar abrió la puerta e hizo avanzar al joven sirviente indio, que parecía estuviese allí a la espera de sus órdenes.
—Conducirás a este sahib a la pequeña estancia que se encuentra junto a la segunda veranda y lo tratarás, hasta nuevo aviso, como un huésped mío.
Luego volviéndose a Sandokan:
—Sígalo, señor —le dijo—. Yo me ocuparé esta tarde de su asunto.
—¿Va a visitar al favorito del rajá?
—Debo recibir sus órdenes.
Le hizo con la mano una seña como para recomendarle la máxima prudencia y salió por otra puerta.
—Heme aquí en el corazón de la plaza —murmuró Sandokan—. Es otro día ganado. Condúceme, jovencito.
—Sígueme, sahib.
Subieron una escalera reservada a los criados y habiendo atravesado la veranda superior entraron en una minúscula estancia donde no se encontraban mas que un lecho y dos sillas.
—¿Te va sahib? —preguntó el shudra.
—Buenísimo —respondió Sandokan—. Por otra parte no me detendré aquí mas que pocos días.
—Por cierto, no tiene el lujo del bungalow de paso.
Sandokan le posó una mano sobre el hombro, diciéndole gravemente:
—Me has prometido ser mudo como un pez, por consiguiente no debes hablar con nadie de aquel albergue.
—Sí, sahib.
—Ahora tengo necesidad todavía de ti, si quieres ganar otras piezas de plata.
—Habla sahib; eres más generoso que mi amo.
—¿Dónde se encuentra la joven mujer que han traído aquí de noche?
El shudra pensó un momento luego pasándose una mano sobre la frente dijo:
—Recuerdo, aún cuando hubiese bebido mucho, que me habías dicho ser el hermano de aquella señora.
—Es verdad.
—Y... ¿qué quieres hacer, sahib?
—No te preocupes por eso.
—Yo sirviéndote corro el peligro de ser echado e incluso apaleado.
—Ni lo uno ni lo otro, porque te tomaré para mis servicios con doble paga y cien rupias de regalo.
El joven abrió de par en par los ojos fijándolos en Sandokan y preguntándose si soñaba.
—¡Me tomarás a tu servicio, sahib —exclamó finalmente—, y con doble paga!
—Sí.
—Soy tu cuerpo y alma.
—No lo necesito —respondió Sandokan—. A mí por ahora me basta tu lengua.
—¿Qué quiere saber?
—Dónde se encuentra la joven india.
—Está más cerca de lo que crees.
—Dímelo.
El shudra abrió la puerta que estaba escondida por una cortina y que había escapado a Sandokan y le mostró un estrecho corredor.
—Esto conduce a la estancia de la joven que han raptado —dijo en voz baja—. El harem del amo está en el segundo piso.
—En efecto, veo allá al fondo otra puerta. No obstante, estará cerrada, supongo.
—Sí, no obstante, puedo hacerte tener la llave.
—Es eso lo que necesito.
—Dentro de media hora la tendrás, sahib.
—Me has dicho que hoy estás libre.
—Es verdad.
—De modo que puedes ir al bungalow de paso.
—A cualquier hora.
Sandokan sacó de un bolsillo una libreta, arrancó una página y con un lápiz escribió algunas líneas.
—Entregarás esta carta al hombre que me hacía compañía, cuando te ofrecí de beber. ¿Lo reconocerías aún?
—Oh sí, sahib.
—Tráeme la llave, una botella de algún licor y déjame solo.
—Sí, sahib.
Cuando el joven shudra hubo salido, Sandokan se adentró en puntas de pie en el corredor y examinó la puerta que daba al harem del griego. Como la mayoría de las puertas indias, estaba laminada en bronce; sin embargo, arrimando una oreja a la cerradura, Sandokan pudo oír dos voces de mujer.
—¡Surama! —exclamó enseguida—. Que yo tenga la llave y una cuerda y el golpe estará dado. Mi querido griego, veremos quién de nosotros dos será más astuto. Hay alguien que conversa con Surama. ¡Bah! Si no se calla con un golpe de puñal le cerraré para siempre la boca.
Regresó a su cuchitril, se tendió en el lecho, y, encendido el chibuquí, se puso a fumar sumergiéndose en profundos pensamientos.
Apenas había terminado la primera carga de tabaco, cuando el joven shudra reapareció teniendo en mano una botella y un vaso de metal dorado.
—He aquí, sahib —le dijo—. Y el mayordomo que te manda esto.
—¿Y la llave?
—La he tomado sin que nadie se diera cuenta.
—Eres un bravo muchacho. Ahora dime si mi hermana está sola o en compañía de alguna otra mujer.
—Esto lo ignoro, no pudiendo entrar en el harem de mi señor.
—No importa —dijo Sandokan después de un momento de reflexión.
—¿Qué debo hacer ahora?
—Llevar la carta que te he dado a mi amigo y procurarme para esta noche una sólida cuerda.
—¿Qué quieres hacer sahib? —preguntó el shudra espantado.
—Te he dicho que te pretendo a mi servicio con doble paga: ¿no te basta?
—Es verdad, sahib.
—Vete.
Esperó a que el ruido de los pasos hubiese cesado, luego volvió al corredor y teniendo en mano la llave que el joven le había dado, arrimó de nuevo una oreja a la cerradura.
—No hablan más —murmuró—. Hagamos nuestra aparición: Surama me volverá a ver con mucho gusto.
Introdujo la llave y abrió.
Un grito, a duras penas reprimido, respondió al chirrido del cerrojo.
—¡Calla, Surama! —dijo Sandokan—. ¡Soy yo!

NOTAS AL PIE DE PÁGINA DE SALGARI

Shudra: A esta casta, que es la última, pertenecen los criados y los artesanos.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Cuando Sandokan entrega las monedas de fanon, Salgari indica que valen media rupia, sin embargo, por lo que encontré, la equivalencia es de un quinto de rupia, así que ajusté la traducción.

Shudra: “Sudra” en el original, es el miembro de la cuarta y última casta, la de los siervos (peones que trabajaban por comida y techo).

Verandas: “Varanghe” en el original, galerías, porches o miradores de un edificio o jardín. Viene del hindi varandā.

Brandy: Voz inglesa que en castellano se conoce como brandi, un aguardiente, sobre todo coñac, elaborado fuera de Francia.

Harem: Voz francesa de la palabra harén.

Nali: Unidad de medida de capacidad utilizada anteriormente en la India por la dinastía Chola para los granos, arroz y otros commodities; equivalía a 1,530 litros.

Quinto: Según la Real Academia Española es una medida de líquidos que contiene la quinta parte de un litro. Sin embargo, en italiano (y en inglés), es la quinta parte de un galón estadounidense. La referencia utilizada por Salgari se basa en galones estadounidenses, ya indica que 1 nali (1,530 litros) equivalen a 2 quintos, o sea 0,4 galones, o 1,51416 litros.

Fanon: “Fanoni” en el original, era una pequeña moneda de plata de la India francesa, equivalente a 0,20 rupias.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario