jueves, 26 de abril de 2018

XVII. La confesión del faquir


Tantia, devorado por una sed espantosa, quemado por el sol que lo golpeaba directamente sobre el desnudo cráneo, quemado internamente por el pimiento y comprimido por la tierra, parecía que estuviese justo al extremo de sus fuerzas.
Los ojos se le salían de las órbitas, tenía espuma en los labios y su brazo anquilosado sufría temblores, como si de un momento a otro fuese a quebrarse bajo los esfuerzos desesperados que hacía su propietario, para bajarlo hacia la bacía llena de agua.
Alaridos espantosos, que se asemejaban a los aullidos de un lobo hidrófobo, escapaban de vez en cuando del pecho oprimido por la tierra.
Viendo a Sandokan y a Tremal-Naik, sus ojos se inyectaron de sangre y su rostro asumió un aspecto horrible.
—¡Agua! —rugió.
—Sí, cuanto quieras, si te decides a hablar —respondió Sandokan sentándose de frente al miserable—. Quiero hacerte una propuesta. Dime antes cuánto te han dado por raptar a aquella joven india o por ayudar a sus raptores.
El gosain hizo una mueca, y no respondió.
—Hace poco ha decidido el demjadar de los sijes decirme todo lo que deseaba, y aquel es un orgulloso soldado y no ya un estúpido fanático como tú. Sigue su ejemplo y tendrás agua y también rupias. Si te rehusas, no me ocuparé más de ti y te dejaré morir dentro de tu hoyo. ¡Elige!
—¡Rupias! —agonizó Tantia, mirando fijo al Tigre de la Malasia.
—Cien, incluso doscientas.
El gosain se estremeció.
—¡Doscientas! —exclamó con voz apenas inteligible.
Tuvo todavía una última indecisión, luego respondió:
—Hablaré... si me haces beber un sorbo de agua.
—Finalmente —exclamó Sandokan—. Estaba seguro que estarías decidido a confesar.
Tomó la bacía y la arrimó a los labios del gosain, dejándole beber algunos sorbos.
—Te la doy para soltarte mejor la lengua —dijo—. Si quieres el resto debes decirme todo. ¿Por cuenta de quién has trabajado?
—Para el favorito del rajá —respondió Tantia que parecía haber renacido después de aquellos pocos sorbos de agua.
—¿Quién es ese?
—El hombre blanco.
Sandokan y Tremal-Naik se miraron el uno al otro.
—Debe ser aquel griego —dijo el primero.
—Cierto —respondió el segundo.
La frente de Sandokan se había ofuscado.
—Pareces inquieto —dijo Tremal-Naik.
—Tengo mil razones para estarlo —respondió el famoso pirata—. Si aquel perro ha hecho raptar a Surama, quiere decir que de algún modo ha tomado conocimiento de nuestros proyectos y esto, si fuese verdad, sería grave. Está la cabeza de Yanez en juego.
—No te espantes, Sandokan.
—¡Oh! Todavía no la ha perdido y nosotros no estamos muertos aún. Tú sabes de lo que soy capaz, y aquella cabeza no caerá si no quiero y tú sabes también cuánto amo a Yanez más que si fuese mi hermano, más que si fuese mi hijo.
—Lo sé: no podría existir un Tigre de la Malasia sin su amigo portugués.
Sandokan que se había alejado un poco del gosain, a fin de que no pudiese oír su charla, volvió hacia el hoyo.
—Veamos —dijo—. Quizá nos creamos temores que no existen. Puede tratarse de una simple venganza.
Se volvió hacia Tantia que lo miraba fijo, siempre intensamente y le preguntó:
—¿Has visto al favorito?
—No.
—¿Quién te ha dado la orden de raptar a la mujer?
—Un ministro, amigo íntimo del favorito.
—¿Y cómo has hecho?
—Primero la he adormecido con flores, luego la he bajado por la ventana. Abajo había sirvientes del favorito.
—¿Y a dónde la han llevado?
—A la casa del hombre blanco.
—¿Dónde se encuentra?
—En la plaza Bogra.
—¡Bindar!
El asamés que se encontraba a breve distancia, masticando una nuez de areca con una pizca de cal, se apresuró en acudir.
—¿Sabes dónde se encuentra la plaza Bogra? —le preguntó Sandokan.
—Sí, sahib.
—Buenísimo, continúa gosain.
—¿Qué quieres saber ahora? —preguntó Tantia—. Te he dicho demasiado.
—Pero has ganado doscientas rupias.
—¿Me las dará?
—Soy un hombre que cuando prometo cumplo, no lo olvides, faquir —respondió Sandokan.
—Entonces puedo añadir algo más a lo que te he dicho —dijo Tantia.
—¿Eso es?
—He sabido que el khidmatgar del favorito, ha dado de beber a la joven mujer no sé qué mezcla para hacerla hablar.
Sandokan tuvo un sobresalto.
—¿Y ha hablado? —preguntó con ansiedad.
—Desde luego, porque han asaltado la pagoda donde te escondías.
—¿Habrá comprometido a Yanez? —se preguntó a media voz Sandokan mientras su frente se cubría de un frío sudor.
Se puso luego a pasear por la explanada con las manos cerradas, el rostro alterado. Un imprevisto estallido de furor lo asaltó de pronto:
—¡Griego perro! —gritó tendiendo un brazo en dirección de la capital de Assam—. ¡No dejaré este país sin haberte arrancado antes el corazón! ¡Como he matado al Tigre de la India, te mataré también a ti!
Incluso Tremal-Naik aparecía muy preocupado y nervioso. Se preguntaba insistentemente qué palabras habían conseguido arrancar de los labios de Surama. Ya había probado, cuando había intentado luchar contra los estranguladores de la jungla negra, el efecto de aquellos misteriosos narcóticos, que solo ciertos indios conocen.
Si habían conseguido descubrir la finalidad de su presencia en el principado de Assam, debía suceder una catástrofe completa, pensaba.
Sandokan, después de haber paseado por unos minutos, estrechando continuamente los puños y frunciendo de vez en cuando el ceño, volvió precipitadamente hacia el gosain.
—¿No tienes nada más para añadir a lo que has dicho?
—No, sahib.
—Te advierto que permanecerás en nuestras manos hasta nuestro regreso y que si has mentido te haré sacar la piel.
—Te esperaré tranquilo —respondió el faquir.
—En vez de doscientas rupias te has ganado cuatrocientas, que te serán contadas enseguida.
—Soy tuyo en alma y cuerpo.
—Veremos —respondió Sandokan.
Se volvió hacia los malayos diciéndoles:
—Saquen a este hombre del hoyo y denle de comer y de beber lo que quiera. No obstante, velen atentamente por él. Y ahora mi querido Tremal-Naik, preparémonos para partir. Surama estará a salvo, si no sobrevienen otros incidentes.
—¿A quiénes conduciremos con nosotros?
—A Bindar, Kammamuri y seis hombres; los otros permanecerán en custodia de los prisioneros.
—¿Seremos suficientes para intentar el golpe?
—En caso de necesidad, llamaremos en nuestra ayuda a los seis malayos de Yanez. No perdamos tiempo y partamos.
Sandokan y sus compañeros, después de haber recomendado a Sambigliong mantener un pequeño puesto de guardia sobre la orilla de la ciénaga, dejaban la pagoda para alcanzar el Brahmaputra.
Siendo casi mediodía no debían correr ningún peligro en la travesía de la jungla, porque normalmente las bestias, a menos que no estén excesivamente hambrientas, durante las horas más calurosas del día se mantienen tendidas en sus madrigueras. Solo a la noche cazan, favoreciendo la oscuridad los golpes por sorpresa.
En efecto, concluyeron la travesía sin ver ningún animal peligroso. Solo alguna pareja de bighana, o sea de perros salvajes, los siguió por algún trecho aullando sin osar atacarlos.
Llegados a la orilla de la ciénaga encontraron la bagala en el mismo lugar donde la habían dejado, signo evidente de que nadie se había arriesgado hasta allí.
Los guardias del rajá, no habiendo podido seguir los rastros de los fugitivos por causa del río debían haber abandonado la persecución.
—Bindar —dijo Sandokan subiendo a bordo de la barcaza—, gobierna de modo de hacernos llegar a la ciudad con la noche avanzada. No quiero que nos vean entrar en el palacio de Surama, que deberá servirnos de cuartel general.
Se embarcaron levando el ancla, retiraron las amarras y embocaron el canal que debía conducirlos al Brahmaputra remando lentamente, no teniendo mucha prisa.
Una gran calma reinaba en la ciénaga y sus orillas. Solo de vez en cuando algún ave acuática se alzaba pesadamente, describiendo una curva alrededor de la bagala, luego se dejaba caer entre los grupos de cañas.
En medio de las plantas de loto, medio hundidos en el barro, dormitaban grandes cocodrilos que no se dignaban a moverse ni siquiera cuando la barca pasaba junto a ellos.
Fue hacia las seis de la tarde que Sandokan y sus compañeros llegaron al Brahmaputra.
Dos pulwar, especie de navíos indios, los más aptos para la navegación interior porque están construidos muy ligeramente, con la proa y la popa a igual altura y provistos de dos pequeños mástiles que sostienen dos velas cuadras, navegaban a poca distancia el uno del otro afeitando casi la orilla opuesta, donde la corriente se hacía sentir más fuerte.
—¿Serán barcas en crucero? —se preguntó Sandokan, que enseguida las había notado.
—No veo sijes a bordo —dijo Tremal-Naik—. Me dan más la apariencia de navíos mercantes.
—Veo una espingarda sobre la proa de uno de esos.
—A veces, aquellas barcas están armadas, no siendo siempre seguros los cursos de agua que atraviesan estas regiones.
—Sin embargo, los vigilaremos —murmuró Sandokan.
—Podemos averiguar enseguida si son simples traficantes o exploradores.
—¿En qué modo?
—Permaneciendo nosotros atrás o adelantándolos.
—Probemos: ya que no tenemos prisa hagamos retirar los remos y dejémonos llevar por la corriente.
Los malayos, enseguida advertidos, retiraron las largas palas y la bagala aminoró su carrera, andando un poco oblicua.
Los dos pulwar continuaron su marcha, ayudados por la brisa que inflaba sus velas y en pocos minutos se encontraron considerablemente lejos de la bagala, desapareciendo luego en una curva del río.
—Se han ido —dijo Tremal-Naik—. Como ves, no me había engañado.
Sandokan sacudió la cabeza sin responder. No parecía en absoluto convencido de la tranquilidad de aquellos dos pequeños navíos.
—¿Dudas? —preguntó Tremal-Naik.
—Un pirata olfatea a los adversarios a grandes distancias —dijo finalmente el Tigre de la Malasia—. Estoy más que seguro que aquellos dos pulwar inspeccionan el río.
—Nos habrían detenido e interrogado.
—Aún no hemos llegado a Gauhati.
—¿Los sijes nos habrán seguido en nuestra retirada a través de la jungla? Sin embargo, aquella tarde no vi ninguna barca darnos caza.
—¿Y las orillas no las cuentas? Ustedes son todos corredores insuperables y un hombre que hubiese seguido la orilla izquierda habría podido fácilmente mantenerse siempre a la vista de la bagala y notar el lugar donde había embocado el canal de la ciénaga.
—¿Y por qué no nos han asaltado en la jungla?
—Puede ser que no hayan tenido el coraje de hacerlo —respondió Sandokan—. Las mías, no obstante, no son mas que simples suposiciones y podría engañarme a mí mismo. Sin embargo, abramos bien los ojos y estemos preparados para cualquier evento. Siento por instinto que deberemos luchar con un hombre fuertísimo que vale diez veces el rajá.
—¿Aquel griego?
—Sí —respondió Sandokan—. Él es el enemigo peligroso.
—Es verdad. Sin aquel hombre Yanez habría hecho a esta hora quién sabe qué.
—A mí me basta tener a los sijes a mano. Si el demjadar consigue persuadirlos de ponerse a mis servicios, verán qué pandemonio sabré desencadenar en Gauhati.
Encendió su chibuquí y se sentó sobre la amura de proa, dejando colgar las piernas sobre el río que rumoreaba alrededor de la bagala. El sol estaba entonces poniéndose detrás de las altas cimas de los palash, aquellos bellísimos árboles de tronco nudoso y macizo, coronado por un denso pabellón de hojas aterciopeladas, de un verde azulado, de donde parten enormes racimos llameantes, de los cuales se obtiene un polvo color rosado, utilizado por los hindúes en las fiestas de Joli.
En las orillas, numerosos campesinos golpeaban, con ritmo monótono, el añil, cosechado durante la jornada y puesto a macerar dentro de vastos cubos para mejor separar las partículas y hacerlas precipitar más rápido, teniendo los indios una manera distinta para tratar tal materia colorante.
Otros en cambio, empujaban al agua colosales búfalos para apagarles la sed, mirándolos atentamente a fin de que los cocodrilos no los aferrasen por la nariz o por el hocico y los tirasen abajo, cosa muy común en los ríos de la India.
La bagala, hacia las nueve, llegó a la vista de los fanales que resplandecían en las calles principales de la capital de Assam. Estaba por pasar junto al islote en el que se alzaba la pagoda de Karia, cuando se encontró imprevistamente delante de dos pulwar que cerraban el paso.
Enseguida, una voz se había alzado en el más cercano:
—¡Eh! ¿De dónde vienen y a dónde van?
—Deja que responda —dijo Tremal-Naik a Sandokan.
—Hazlo pues —respondió este.
El bengalí alzó la voz gritando:
—Venimos de una partida de caza.
—¿Hecha en dónde? —preguntó la misma voz de antes.
—En las ciénagas de Benar —respondió Tremal-Naik.
—¿Qué han matado?
—Una docena de cocodrilos que iremos a recoger mañana estando hundidos.
—¿Han visto hombres en aquellos alrededores?
—Nada más que marabúes y ocas.
—Pasen y buena suerte.
La bagala, que había aminorado la marcha, reanudó la carrera a toda fuerza de remos, mientras los dos pulwar aflojaban las guindalezas para dar paso.
—¿Qué te había dicho? —dijo Sandokan a Tremal-Naik, cuando estuvieron lejos de los dos navíos—. Nosotros los piratas tenemos un olfato extraordinario y sentimos a los enemigos a distancias increíbles.
—Me has dado ahora una prueba —respondió Tremal-Naik—. ¿Efectivamente nos habrán seguido?
—No lo dudo.
—Sin embargo, la hemos hecho muy bien.
—Por tu buena idea.
—¿Dónde desembarcaremos?
—En el centro de la ciudad. Esta noche deseo dormir en el palacio de Surama. Quizá allí encontremos noticias de Yanez. Kubang no habrá dejado de hacer una visita a los sirvientes.
—Es lo que pensaba también. Aquel malayo es muy inteligente.
—Muy astuto —dijo Sandokan—. Si no lo fuese no sería un malayo. ¡Bah! Habiendo evitado el crucero, todo irá bien. Mañana nos pondremos a buscar a Surama y prepararemos al griego o a sus hombres un buen golpe. ¿Crees que en su palacio haya un khidmatgar?
—Ciertamente, Sandokan —respondió Tremal-Naik—. Un indio que se respeta, debe tener una veintena de sirvientes por lo menos y un administrador de la casa.
—Que se deje pescar por mí y el golpe estará hecho. No se trata mas que de saber los lugares que frecuenta.
—¿Por qué?
—Déjame hacer a mí: tengo una idea. Eh, Bindar, ¿podemos arribar?
—Sí, sahib.
—Acércate a la orilla entonces.
La bagala en pocos golpes de remo atravesó el río y fue a anclar delante de un viejo bastión que defendía la ciudad hacia occidente.
—A tierra —comandó Sandokan, después de haberse asegurado que detrás del bastión no había nadie—. Solo dos malayos permanezcan en custodia de la bagala.
Tomaron sus armas y descendieron a la orilla que estaba cubierta por densos matorrales de nag champa, árboles durísimos y que producen flores muy perfumadas y bellísimas, con las cuales se adornan las jóvenes indias.
—Síganme —dijo Sandokan—. Llegaremos al palacio de Surama inadvertidos, si no hay espías alrededor.
—¿Qué temes ahora? —preguntó Tremal-Naik.
—¡Eh! Aquel griego es capaz de haber tendido emboscadas, mi querido. En camino amigos y si hay que sacar las manos no hagan uso mas que de las cimitarras. Ningún tiro de carabina o de pistola.
—Sí, Tigre de la Malasia —respondieron los malayos.
—¡Vengan!
Se pusieron a costear el río cubierto por enormes tamarindos, que volvían la oscuridad más densa con su sombra; luego llegados al suburbio oriental, se metieron entre los callejones internos dirigiéndose hacia el centro de la ciudad.
Siendo ya muy tarde, poquísimos habitantes se encontraban en las calles e incluso aquellos se apresuraban en alejarse, confundiendo probablemente a Sandokan y sus hombres con soldados del rajá en búsqueda de algún malviviente.
La medianoche no debía estar lejos cuando el pelotón desembocó en la plaza donde se elevaba el palacio, que Yanez había adquirido para su bella prometida.
Sandokan se había detenido lanzando una rápida mirada a diestra y siniestra.
—Veo dos indios parados delante del palacio —dijo a Tremal-Naik.
—No se me han escapado —respondió el bengalí.
—¿Serán dos espías de aquel maldito griego?
—Puede ser. Él tiene interés en hacer vigilar el palacio.
—Intentemos tomarlos en medio. Les haremos creer que somos guardias del rajá que intentan realizar una ronda nocturna.
Los dos indios, no obstante, percatados de la presencia del pelotón, se alejaron rápidamente, a pesar de que Tremal-Naik hubiese gritado enseguida detrás de ellos:
—¡Alto! ¡Servicio del rajá!
—No deben ser dos hombres de bien —dijo Sandokan cuando los vio desaparecer en un callejón oscuro—. Dejémoslos ir.
Luego volviéndose hacia Kammamuri continuó:
—Tú quédate aquí de guardia con los malayos. Nuestra expedición nocturna no ha terminado aún y antes de que surja el sol quiero conocer la morada privada de aquel perro griego.
Subió la gradería seguido por Tremal-Naik y por Bindar y golpeó, sin demasiado estrépito, la placa de bronce suspendida en el estípite de la puerta.
El guardia nocturno que velaba en el corredor, fue pronto a abrir y reconociendo en aquellos hombres a los amigos de su ama, hizo una profunda reverencia.
—Condúceme enseguida con el mayordomo —dijo Sandokan—. Apresúrate, tengo prisa.
—Entra en el salón, sahib. Dentro de medio minuto los alcanzará.
Sandokan y sus dos compañeros abrieron la puerta y entraron en un elegantísimo pequeño cuarto que estaba todavía iluminado.
Apenas se habían sentado delante de una espléndida mesita de ébano de Ceilán fileteada en oro, cuando el mayordomo del palacio, apenas cubierto por un dhoti de tela amarilla, se precipitaba en el pequeño cuarto, exclamando con voz sollozante:
—¡Ah señores! ¡Qué desgracia!
—La conocemos —dijo Sandokan—. Es inútil que pierdas el tiempo contándonos. ¿El sahib blanco de tu señora se ha hecho ver?
—No.
—¿Ha mandado a alguien?
—Aquel hombre de la cara aceitunada, con una carta para la ama.
—Dámela enseguida. Los minutos son preciosos en este momento.
El mayordomo se acercó a un cofre lacado con incrustaciones de madreperla y tomó un pequeño pliego, ofreciéndoselo al pirata.
Éste rompió el sello y leyó rápidamente lo que estaba escrito dentro.
—Yanez no sabe nada todavía —dijo luego a Tremal-Naik—. Kubang ha conservado bien el secreto.
—¿Y entonces?
—Advierte a Surama de no inquietarse por él y que el favorito se recupera rápidamente. Ya todos los bribones tienen la piel a prueba de acero y de plomo.
—¿Y nada más?
—Le encarga hacernos saber a nosotros que por el momento no corre ningún peligro y que ya se ha ganado la estima y la confianza del rajá. Ya que se encuentra muy bien en la corte y no sabe que le han raptado a su prometida, dejémoslo tranquilo, actuemos nosotros solos.
Luego volviéndose hacia del mayordomo que estaba erguido delante suyo, a la espera de sus órdenes, le dijo:
—¿Ha sucedido algún otro hecho después del rapto de tu ama?
—No, sahib. No obstante, he notado que a la tarde zumbaban personas alrededor del palacio, hasta la noche tardísima.
—¡Ah! —exclamó Sandokan—. Vigilan aquí. No lo dudo. ¿Has hecho investigaciones?
—Sí, sahib y siempre infructuosas.
—¿Has advertido a la policía?
—No he osado, temiendo que el ama haya sido raptada por orden del rajá.
—Has hecho muy bien. Tremal-Naik, Bindar, vayamos de cacería.
—Y yo, señor, ¿qué debo hacer? —preguntó el mayordomo.
—Absolutamente nada hasta nuestro regreso. ¿Los hombres que el sahib blanco ha dejado como guardia de Surama están siempre aquí?
—Sí.
—Les advertirás de mantenerse listos; puedo tener necesidad también de ellos para reforzar mi escolta. Mañana a la tarde, entrada la noche, estaremos aquí. Adiós.
Salió del pequeño cuarto y alcanzó a sus hombres que se habían sentado en la gradería.
—Depongan las carabinas —les dijo—. Conserven solo las pistolas y las cimitarras. ¡Y ahora de cacería!

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Plaza Bogra: No encontré una plaza con este nombre en Gauhati, pero el nombre remite a un distrito o ciudad de la división de Rajshahi en Bangladés.

Nuez de areca: Semilla de la palmera Areca catechu. Contrae la pupila y aumenta las secreciones. Ayuda en la expulsión de parásitos intestinales.

Bighana: “Bighama” en el original, significa “lobo” en hindi. Seguramente haga referencia al lobo indio (Canis lupus pallipes). Posee pelaje muy corto y denso que suele ser rojizo, leonado, beige o de colores. Alcanza 60 a 95 cm de altura y pesa entre 18 y 27 kg. Está adaptado a zonas semi-áridas y cálidas.

Pulwar: “Poluar” en el original, es un tipo de embarcación pequeña de fondo plano utilizada en la pesca.

Palash: “Palas” en el original, es el nombre en maratí del árbol Butea monosperma, también conocido como Butea frondosa. Es una especie de planta medicinal perteneciente a la familia de las fabáceas, nativa del Asia que alcanza los 15 m de altura con flores de color naranja-rojo en forma de racimos.

Joli: “Holi” en el original, es un festival hindú popular de primavera celebrado en la India, Nepal y en algunas comunidades de origen indio del Caribe y de América del Sur.

Guindalezas: “Gomene” en el original, en marina son cabos de 12 a 25 cm de mena (circunferencia), de tres o cuatro cordones corchados de derecha a izquierda y de 167 o más metros de largo, que se usan a bordo y en tierra.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario