jueves, 19 de diciembre de 2013

VI. Lord James Guillonk


Cuando volvió en sí, con una gran sorpresa, no se encontraba más en la pequeña pradera que había atravesado durante la noche, sino en una espaciosa cámara tapizada de un papel florido de Tung y acomodado sobre un cómodo y suave lecho. Al principio se creyó presa de un sueño y se frotó varias veces los ojos como para despertarse, pero muy pronto se convenció de que todo era realidad. Se alzó para sentarse, preguntándose varias veces:
—¿Pero dónde estoy? ¿Estoy todavía vivo o muerto? —miró alrededor, pero no vio ninguna persona a quien pudiera dirigirse.
Entonces se puso a observar minuciosamente la estancia; era vasta, elegante, iluminada por dos grandes ventanas a través de cuyos vidrios se veían árboles grandísimos. En una esquina vio un piano, sobre el cual estaban esparcidas las partituras; en otro un caballete con un cuadro representando una vista marina; en el medio una mesa de caoba cubierta con un trabajo de bordado hecho sin dudas por las manos de una mujer y cerca del lecho un rico escabel con incrustaciones de ébano y marfil, sobre el cual Sandokan vio, no sin una viva complacencia, a su fiel kris y cerca de éste un libro entreabierto, con una flor marchita entre las páginas. Aguzó las orejas, pero no oyó ninguna voz; no obstante a la distancia oíanse los sonidos delicados que parecían los acordes de una mandola o de una guitarra.
—¿Pero dónde estoy? —se preguntó por segunda vez—. ¿En casa de amigos o de enemigos? ¿Y quién me ha fajado y curado mi herida?
De pronto sus ojos se detuvieron nuevamente en el libro que estaba sobre el escabel y, dispuesto por una irresistible curiosidad, alargó una mano y lo tomó. Sobre la cubierta había un nombre impreso con letras de oro.
—¡Marianna! —leyó él—. ¿Qué quiere decir ésto? ¿Es un nombre o una palabra que no comprendo?
Volvió a leer y, cosa extraña, se sintió agitado por una sensación desconocida. Algo dulce golpeó el corazón de aquel hombre, aquel corazón que era de acero y que permanecía cerrado a las más tremendas emociones.
Abrió el libro: estaba cubierto por un caracter ligero, elegante y nítido, pero no llegó a comprender aquellas palabras, aún cuando algunas se asemejaban a la lengua del portugués Yanez. Sin quererlo, pero empujado por una fuerza misteriosa, tomó delicadamente aquella flor que poco antes había visto y la miró largo tiempo. La olfateó varias veces procurando de no estropearla con aquellos dedos que no habían estrechado más que la empuñadura de la cimitarra, sintiendo por una segunda vez una extraña sensación, un misterioso estremecimiento, un no sé qué en el corazón; ¡luego aquel hombre sanguinario, aquel hombre de guerra, se sintió vencer por un vivo deseo de llevarla a los labios...!
La puso casi con desagrado entre las páginas, cerró el libro y lo colocó sobre el escabel. Era tiempo: el picaporte de la puerta giró y un hombre se adelantó, caminando lentamente y con aquella rigidez que es particular a los hombres de raza anglosajona.
Era un europeo, a juzgar por el color de la piel, de estatura más bien alta y buena complexión. Demostraba alrededor de cincuenta años, tenía el rostro enmarcado por una barba rojiza, pero que comenzaba a encanecer, dos ojos azules, profundos, y a la vez se comprendía un hombre habituado a comandar.
—Gozo de verlo tranquilo; hace tres días que el delirio no le dejaba un solo momento de quietud.
—¡Tres días! —exclamó Sandokan, estupefacto—. ¿Tres días hace que estoy aquí...? ¿Pero no sueño entonces?
—No, no sueña. Está entre buenas personas que lo cuidarán afectuosamente y que harán lo posible por sanarle.
—¿Pero quién es usted?
—Lord James Guillonk, capitán de Buque de Su Majestad la graciosa reina Victoria.
Sandokan tuvo un sobresalto y su frente se ofuscó, pero se repuso prontamente y, haciendo un esfuerzo supremo para no traicionar el odio que llevaba contra todo aquel que fuera inglés, dijo:
—Le agradezco, milord, todo lo que ha hecho por mí, por un desconocido, que podría ser su mortal enemigo.
—Era mi deber acoger en mi casa a un pobre hombre, herido quizá mortalmente —respondió el lord—. ¿Cómo está ahora?
—Me siento bastante gallardo y no siento más dolores.
—Estoy muy contento, pero dígame, si no lo lamenta, ¿quién lo ha maltratado de ese modo? Más allá de la bala que le extrajimos del pecho, su cuerpo estaba cubierto de heridas producidas por armas blancas.
Sandokan, aún cuando esperase aquella pregunta, no pudo hacer menos que sobresaltarse fuertemente. Sin embargo no se traicionó, ni perdió el ánimo.
—Si tuviera que decirlo precisamente, no lo sabría —respondió—. He visto a los hombres caer de noche, sobre mi leño, montar al abordaje y masacrarme los marineros. ¿Quiénes eran? No lo sé, porque desde el primer golpe caí al mar cubierto de heridas.
—Usted ha sido, sin duda, asaltado por los cachorros del Tigre de la Malasia —dijo lord James.
—¿Por piratas...? —exclamó Sandokan.
—Sí, por aquellos de Mompracem, que hace tres días corrían de un lado para otro en los alrededores de la isla, pero fueron luego destruidos por uno de nuestros cruceros. Dígame, ¿dónde ha sido asaltado?
—En las cercanías de las Romades.
—¿Llegó a nuestras costas a nado?
—Sí, agarrado a unos pecios. ¿Pero ustedes dónde me han encontrado?
—Tendido entre la hierba, presa de un tremendo delirio. ¿Y usted a dónde se dirigía, cuando fue asaltado?
—Iba a llevar regalos al sultán de Varani, de parte de mi hermano.
—¿Pero quién es su hermano?
—El sultán de Sabah.
—¡Usted entonces es un príncipe malayo! —exclamó el lord, extendiéndole la mano que Sandokan, después de una breve indecisión, le estrechó casi con repugnancia.
—Sí, milord.
—Estoy muy encantado de haberle hospedado y haré lo posible para no dejar que se aburra, cuando esté recuperado. Es más, si no le molesta, iremos juntos a encontrarnos con el sultán de Varani.
—Sí y...
Él se detuvo apoyando hacia adelante la cabeza, como si buscase recoger algún lejano ruido.
Del exterior llegaban los acordes de una mandola, quizá los mismos sonidos que había oído poco antes.
—¡Milord! —exclamó, presa de una viva excitación que en vano intentaba explicar la causa—. ¿Quién es que toca?
—¿Por qué, mi querido príncipe? —preguntó el inglés, sonriendo.
—No lo sé... pero tengo un vivo deseo de ver a la persona que así toca... Se diría que esta música me toca el corazón... y que me provoca una sensación que me es nueva e inexplicable.
—Espere un instante.
Le hizo señas de recostarse y salió. Sandokan recayó sobre la almohada, pero casi de súbito se realzó como si hubiera sido empujado por un resorte. La inexplicable conmoción que lo había golpeado poco antes, volvía a tomarlo con mayor violencia. El corazón le latía de manera tal que parecía que quisiera salírsele del pecho; la sangre le fluía furiosamente por las venas y los miembros mostraban extraños estremecimientos.
—¿Pero qué siento? —se preguntó—. ¿Es quizá el delirio que me asalta otra vez?
Había apenas pronunciado aquellas palabras que el lord regresaba, pero no estaba solo.
Detrás de él avanzaba, rozando apenas la alfombra, una espléndida criatura, a cuya visión Sandokan no pudo contener una exclamación de sorpresa y admiración.
Era una niña de dieciséis o diecisiete años, de tamaño pequeño, pero esbelta y elegante, de formas soberbiamente modeladas, de cintura tan estrecha que una sola mano habría bastado para rodearla, de piel rosada y fresca como una flor apenas abierta.
Tenía una cabecita admirable, con dos ojos azules como el agua del mar, una frente de incomparable precisión, bajo la cual destacaban dos cejas graciosamente arqueadas y que casi se tocaban. Una cabellera rubia le descendía en pintoresco desorden, como una lluvia de oro, sobre el blanco corpiño que le cubría el seno.
El pirata, al ver a aquella mujer que parecía una verdadera niña, a pesar de su edad, se había sentido sacudir hasta el fondo del alma. Aquel hombre tan fiero, tan sanguinario, que llevaba aquel terrible nombre de Tigre de la Malasia, por primera vez en su vida se sentía fascinado delante de aquella gentil criatura, delante de aquella graciosa flor surgida de los bosques de Labuan. Su corazón que poco antes latía precipitadamente, ahora ardía y en las venas le parecía que fluían lenguas de fuego.
—Y bien, mi querido príncipe, ¿qué dice de esta graciosa muchacha? —le preguntó el lord.
Sandokan no respondió; inmóvil como una estatua de bronce, miraba fijo a la joven con dos ojos que mandaban relámpagos de ardiente codicia y parecía que no respiraba más.
—¿Se siente mal? —preguntó el lord, que lo observaba.
—¡No...! ¡No! —exclamó vivamente el pirata, sacudiéndose.
—Entonces permítame presentarle a mi sobrina lady Marianna Guillonk.
—¡Marianna Guillonk...! ¡Marianna Guillonk...! —repitió Sandokan, con acento sordo.
—¿Qué encuentra de extraño en mi nombre? —preguntó la joven, sonriendo—. Se diría que le ha producido mucha sorpresa.
Sandokan, al oír aquella voz, se estremeció fuertemente. Jamás había oído una voz tan dulce acariciar sus oídos, habituado a la infernal música de los cañones y de los alaridos de muerte de los combatientes.
—Nada le encuentro de extraño —dijo con voz alterada—. Es que su nombre no me es nuevo.
—¡Oh! —exclamó el lord—. ¿Y de quién lo ha oído?
—Lo he ya leído antes sobre el libro que aquí vi y me había imaginado que quien lo llevara debía ser una espléndida criatura.
—Usted bromea —dijo la joven lady, sonrojándose. Luego, cambiando de tono, preguntó—: ¿Es verdad que los piratas lo han herido gravemente?
—Sí, es verdad —respondió Sandokan con voz sorda—. Me han vencido y herido, pero un día estaré curado y entonces ay de aquellos que me han hecho morder el polvo.
—¿Y sufre mucho?
—No, milady y ahora menos que antes.
—Espero que se recupere pronto.
—Nuestro príncipe es vigoroso —dijo el lord—, y no me extrañaría verlo en pie dentro de diez días.
—Lo espero —respondió Sandokan.
De repente, él que no despegaba sus ojos del rostro de la joven, sobre cuyas mejillas fluía de vez en cuando una nube rosada, se enderezó impetuosamente, exclamando:
—¡Milady...!
—¿Dios mío, qué tiene? —preguntó la lady acercándose.
—Dígame, usted lleva un nombre infinitamente más bello que aquel de Marianna Guillonk, ¿es verdad?
—¿Cuál? —preguntaron a un tiempo el lord y la joven condesa.
—¡Sí, sí! —exclamó Sandokan con mayor fuerza—. ¡Sólo puede ser usted la criatura que todos los indígenas llaman la Perla de Labuan...!
El lord hizo un gesto de sorpresa y una profunda arruga le surcó la frente.
—Amigo mío —dijo con voz grave—. ¿Cómo puede usted saber ésto, si me ha dicho que venía de la lejana península malaya?
—No es posible que este sobrenombre haya llegado hasta su país —añadió lady Marianna.
—No lo oí en Sabah —respondió Sandokan, que por poco no se había traicionado—, sino en las Romades en cuyas playas desembarqué días atrás. En aquel lugar me hablaron de una niña de incomparable belleza, ojos azules, cabellos perfumados como los jazmines de Borneo; de una criatura que cabalgaba como una amazona y que cazaba audazmente las fieras; de una bella joven que en ciertas noches, al caer el sol, se la veía aparecer sobre la ribera de Labuan, fascinando con un canto más dulce que el murmullo de los arroyos a los pescadores de las costas. ¡Ah! milady, también yo un día quiero oír aquella voz.
—¡Muchas gracias se me atribuyen! —respondió la lady riendo.
—¡Sí, y veo que aquellos hombres que me hablaron de usted han dicho la verdad! —exclamó el pirata con un impulso apasionado.
—Adulador —dijo ella.
—Mi querida sobrina —dijo el lord—, tú embrujas hasta a nuestro príncipe.
—¡Estoy convencido! —exclamó Sandokan—. Y cuando deje esta casa para regresar a mi lejano país, diré a mis compatriotas que una joven mujer de rostro blanco ha vencido el corazón de un hombre que creía tenerlo invulnerable.
La conversación duró entonces un poco más, girando ora sobre la patria de Sandokan, ora sobre los piratas de Mompracem, ora sobre Labuan, luego, habiéndose hecho de noche, el lord y la lady se retiraron.
Cuando el pirata se vio solo, permaneció largo tiempo inmóvil, con los ojos fijos sobre la puerta por la cual había salido aquella bella joven. Parecía que estaba preso de un profundo pensamiento y de una viva conmoción.
Quizá en aquel corazón, que hasta ahora jamás había latido por ninguna mujer, en ese momento arreciaba una terrible tempestad. De repente Sandokan se sacudió y algo, como un sonido rauco, le retumbó en el fondo de la garganta, listo a irrumpir, pero los labios permanecieron cerrados y los dientes se estrecharon con mayor fuerza en un largo chirrido. Permaneció algunos minutos así, inmóvil, con los ojos llameantes, el rostro alterado, la frente empapada de sudor, las manos metidas entre los espesos y largos cabellos, luego aquellos labios que no querían abrirse dejaron un paso del cual salió en un rapto un nombre:
—¡Marianna!
Luego el pirata no se frenó más.
—¡Ah! —exclamó él, casi con rabia y retorciéndose las manos—. ¡Siento que me vuelvo loco... que yo... la amo...!

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Este capítulo en la versión en español lleva el nombre de “La Perla de Labuan”. Sin embargo, su contenido permanece fiel al original de Salgari. Hubo pocas referencias, comparado con los anteriores capítulos. Dudé en dejar “emperatriz” o reemplazarlo por “reina” como finalmente hice. Creo que esta corrección no cambia en nada el sentido del texto y sí aporta a la coherencia histórica. Lo mismo pasa con la traducción de “Shaja” por “Sabah”, que si bien no estoy completamente seguro de la misma, creo que le aporta lógica al relato, siendo que el Sultanato de Joló (Sabah) envía regalos al Sultanato de Varani (Brunéi).

Por dos manuscritos antiguos de Salgari se sabe que el primer nombre de la enamorada de Sandokan fue Jenny, en lugar de Marianna.

Tung: Es un árbol (Vernicia fordii) caducifolio nativo de China de hasta 20 m de altura. Posee flores de color rosa pálido con cinco pétalos púrpura oscuro con vetas de rojo.

Escabel: “Sgabello” en el original, es una tarima pequeña que se pone delante de la silla para que descansen los pies de quien está sentado.

Buque de Su Majestad: “Vascello di Sua Maestà” en el original, en inglés se representa por las siglas HMS (His/Her Majesty's Ship). Se trata del lema que llevan todos los buques de la Marina Real.

Reina Victoria: “Imperatrice Vittoria”, en el original, que traducido literalmente sería “emperatriz Victoria”. Reinó el Reino Unido desde la muerte de su tío paterno Guillermo IV, el 20 de junio de 1837 hasta fallecer el 22 de enero de 1901. A partir del 1° de enero de 1877 se convirtió en la primera Emperatriz de la India. Siendo que la historia transcurre entre 1849 y 1850 todavía no ostentaba dicho título, por lo que James Guillonk debería haberse referido a ella como reina y no emperatriz. Por eso el cambio en la traducción.

Varani: “Varauni” en el original. Según el libro “Il Politecnico. Repertorio di Studj Applicati alla Prosperità e Coltura Sociale, Volume VI” (Luigi Di Giacomo Pirola, 1843), Brunéi es una alteración de Varani. Por lo que el sultanato de Varani no es otro que el sultanato de Brunéi.

Sultán de Varani: En el tiempo en que transcurre la historia —1849—, eran los últimos años del vigésimo tercer sultán de Brunéi, Omar Ali Saifuddin II. Nació el 3 de febrero de 1799 y reinó entre 1829 y 1852. En 1842 entregó Sarawak a James Brooke y en 1846 cedió Labuan a los ingleses. Falleció a los 53 años, el 20 de noviembre de 1852.

Sabah: “Shaja” en el original, seguramente haga referencia a la región de “Sabah” (punta norte de la isla de Borneo) perteneciente, en el momento en que transcurre la historia, al Sultanato de Joló.

Sultán de Sabah: En el tiempo en que transcurre la historia —1849—, eran los primeros años del vigésimo octavo sultán de Joló, Moh. Pulalun Kiram que reinó entre 1844 y 1862.

6 comentarios:

  1. Fer, te paso una referencia sobre el sultanato de Varani (no Varauni): http://books.google.com.ar/books?id=dhwtAAAAMAAJ&pg=PA381&lpg=PA381&dq=varani+sultanato&source=bl&ots=l9mSv7zpV0&sig=SXYTijVYOI2I0EhaknKMVMr3gGE&hl=es-419&sa=X&ei=Yoa5UvrEGIqzsQTA94GQCA&ved=0CFwQ6AEwBg#v=onepage&q=varani%20sultanato&f=false

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    1. Gracias por el dato! Ya actualicé el post. Es un dato importante, ya que este nombre se repite en posteriores libros y así cobra más sentido, ya que justamente el sultanato de Varani (Brunéi) es el que le cede a James Brooke el territorio de Sarawak. Ahora falta nomás encontrar Shaja. :)

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    2. Creo finalmente haber encontrado la traducción de "Shaja" en "Sabah". Ya actualicé el post con la información correspondiente.

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  2. Aparentemente, se habría corrompido a Brunei...

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