martes, 7 de enero de 2014

IX. La traición


La cena, ofrecida por lord James a los invitados, fue una de las más espléndidas y de las más alegres que se habían dado hasta entonces en la villa.
La cocina inglesa representada por enormes beefsteaks y por colosales puddings, y la cocina malaya representada por broquetas de cálaos, por almejas gigantes de Singapur, por tiernos bambúes, cuyo sabor recordaba a los espárragos de Europa y por una montaña de fruta exquisita, fueron por todos probados y alabados.
No es necesario decir que todo fue acompañado con un gran número de botellas de vino, gin, brandy y whiskey que sirvieron para repetidos brindis en honor de Sandokan y de la gentil, aunque intrépida Perla de Labuan.
En el té la conversación se hizo animadísima charlando de tigres, cacerías, piratas, naves de Inglaterra y de Malasia. Solo el oficial de marina se mantenía silencioso y parecía ocupado únicamente en estudiar a Sandokan, ya que en efecto no lo perdía un solo instante de vista, ni dejaba escapar una de sus palabras o uno solo de sus gestos.
De repente, sin embargo, dirigiéndose a Sandokan que estaba hablando de la piratería, le preguntó bruscamente:
—Disculpe, príncipe, ¿hace mucho tiempo que usted ha llegado a Labuan?
—Me encuentro aquí desde hace veinte días, señor —respondió el Tigre.
—¿Por qué razón no se ha visto su nave en Victoria?
—Porque los piratas me secuestraron los dos praos que me conducían.
—¡Los piratas! ¿Usted ha sido asaltado por los piratas? ¿Pero dónde?
—En las cercanías de las Romades.
—¿Cuándo?
—Pocas horas antes de mi arribo a estas costas.
—Se engaña desde luego, príncipe, porque justo entonces nuestro crucero navegaba en aquellos parajes y ningún tiro de cañón llegó a nosotros.
—Quizá el viento soplaba de levante —respondió Sandokan, que comenzaba a ponerse en guardia, no sabiendo adónde quería terminar el oficial.
—¿Pero cómo ha llegado aquí?
—A nado.
—¿Y no ha asistido a un combate entre dos leños corsarios que se dice estaban guiados por el Tigre de la Malasia y un crucero?
—¡No!
—Es extraño.
—Señor, ¿pone en duda mis palabras? —preguntó Sandokan, saltando en pie.
—Dios me guarde, príncipe —respondió el oficial, con ligera ironía.
—¡Oh! ¡Oh! —exclamó el lord, interviniendo—. Baronet William, le ruego no inicie disputas en mi casa.
—Discúlpeme, milord, no era mi intención —respondió el joven oficial.
—No se hable más entonces, degustemos en cambio otro vaso de este delicioso whiskey, luego levantemos la mesa que la noche ha bajado y las florestas de la isla no son seguras, cuando está oscuro.
Los convidados hicieron una última vez honor a las botellas del generoso lord, luego todos se alzaron y bajaron al parque, acompañados por Sandokan y por la lady.
—Señores —dijo lord James—. Espero que me vengan a visitar pronto.
—Esté seguro de que no faltaremos —dijeron a coro los cazadores.
—Y esperemos que no le falte la ocasión para ser más afortunado, baronet William —dijo, dirigiéndose al oficial.
—Tiraré mejor —respondió éste, dejando caer sobre Sandokan una mirada enojada—. Permítame ahora una palabra, milord.
—Dos, mi querido.
El joven oficial le murmuró algunas palabras al oído, que ninguno pudo oír.
—Está bien —respondió el lord, después—. Y ahora buenas noches amigos y que Dios los preserve de los malos encuentros.
Los cazadores subieron a los arzones y salieron del parque al galope. Sandokan después de haber saludado al lord que parecía haberse vuelto de pronto de bastante mal humor, y estrechado apasionadamente la mano de la joven lady, se retiró a su propia estancia.
En vez de acostarse se puso a pasear presa de una viva agitación. Una vaga inquietud se reflejaba en su rostro y sus manos atormentaban la empuñadura del kris.
Pensaba sin duda en aquella especie de interrogatorio que le había hecho sufrir el oficial de marina y que podía esconder una trampa hábilmente tendida. ¿Quién era aquel oficial? ¿Qué motivos lo habían impulsado para interrogarlo de aquel modo? ¿Lo había quizá encontrado sobre el puente del piróscafo en aquella noche de sangre? ¿Había sido reconocido o el oficial tenía una simple sospecha? ¿Se tramaba, quizá, en aquel momento, algo contra el pirata?
—¡Bah! —dijo finalmente Sandokan, alzando los hombros—. Si se trama alguna traición yo sabré ahuyentarla, ya que siento que soy aún el hombre que nunca ha tenido miedo de estos ingleses. Vamos a reposar, y mañana veremos qué se deberá hacer.
Se arrojó sobre el lecho sin desvestirse, se puso al lado el kris y se adormeció tranquilamente, con el dulce nombre de Marianna en los labios.
Se despertó hacia el mediodía, cuando ya el sol entraba por la ventana que permaneció abierta. Llamó a un sirviente y le preguntó dónde estaba el lord, pero le fue respondido que había salido a caballo antes del alba, dirigiéndose hacia Victoria. Aquella nueva, que seguro no esperaba, lo extrañó.
—¡Partió! —murmuró—. Partió, sin haberme dicho nada ayer a la noche. ¿Por qué motivo? ¿Es que tramará precisamente alguna traición contra mí? ¿Si esta noche él regresara no más amigo, sino un fiero enemigo? ¿Qué haré con este hombre que me ha curado como un padre y que es tío de la mujer que adoro? Es necesario que vuelva a ver a Marianna y que sepa algo.
Descendió al parque con la esperanza de encontrarla, pero no vio a nadie. Sin quererlo se dirigió hacia el árbol derribado, donde ella acostumbra sentarse y se detuvo, mandando un profundo suspiro.
—¡Ah! Cuan bella estabas oh Marianna aquella tarde que pensaba huir —murmuró, pasándose una mano sobre la ardiente frente—. ¡Zonzo, buscaba alejarme para siempre de ti, adorable criatura, mientras también tú me amabas! ¡Extraño destino! ¡Quién habría dicho que un día amaría a una mujer! ¡Y cómo la amo ahora! Tengo fuego en mis venas, fuego en mi corazón, fuego en mi cerebro y fuego hasta en mis huesos y que siempre crece a medida que se agiganta mi pasión. Siento que por aquella mujer me haría inglés, que por ella me vendería esclavo, que abandonaría por siempre la borrascosa vida de aventurero, que maldeciría a mis cachorros y a este mar que domino y que considero como sangre de mis venas.
Inclinó la cabeza sobre el pecho hundiéndose en profundos pensamientos, pero de pronto se realzó con los dientes convulsivamente estrechados y los ojos llameantes.
—¡Y si ella rechazase al pirata! —exclamó, con voz sibilante—. ¡Oh, no es posible, no es posible! ¡Aunque tenga que vencer al sultanato de Brunéi para darle un trono y dar fuego a todo Labuan, ella será mía, mía!
El pirata se puso a pasear en el parque, con el rostro trastornado, presa de una agitación violentísima que lo hacía temblar de pies a cabeza. Una voz muy conocida, que sabía encontrar el camino del corazón aún a través de las tempestades, lo devolvió en sí.
Lady Marianna había aparecido a la vuelta de un sendero, acompañada por dos indígenas armados hasta los dientes y lo había llamado.
—¡Milady! —exclamó Sandokan, corriendo a su encuentro.
—Mi valiente amigo, lo buscaba —dijo ella, sonrojándose. Luego arrimó un dedo a los labios, como para recomendarle silencio y tomándolo de una mano, lo condujo a un pequeño quiosco chino, semi sepultado entre un boscaje de naranjos.
Los dos indígenas se detuvieron a breve distancia, con las carabinas montadas.
—Escuche —dijo la joven, que parecía aterrada—. Ayer a la noche lo he oído... ha dejado escapar de sus labios palabras que han alarmado a mi tío... Amigo mío, se me ha ocurrido una sospecha, que debe arrancarme del corazón. Dígame, mi valiente amigo, si la mujer a quien usted ha jurado amor, le pidiese una confesión, ¿la haría?
El pirata, que mientras la lady hablaba, se le había acercado, a aquellas palabras se retiró bruscamente hacia atrás. Sus facciones se descompusieron y parecía que vacilase bajo un fiero golpe.
—Milady —dijo, después de algunos instantes de silencio y aferrando las manos de la joven—. Milady, por usted todo me sería posible, todo haría: ¡hable! Si yo debo hacerle una revelación, por más que pueda ser dolorosa para ambos, le juro que la haré.
Marianna alzó los ojos sobre los suyos. Sus miradas, la de ella suplicante y lacrimosa, la del pirata centelleante se encontraron y se fijaron largo tiempo. Aquellos dos seres estaban presa de una ansiedad que les hacía mal a ambos.
—No me engañe, príncipe —dijo Marianna, con voz sofocada—. Quienquiera que sea, el amor que ha suscitado en mi corazón, no se apagará jamás. Rey o bandido lo amaré igualmente.
Un profundo suspiro salió de los labios del pirata.
—¿Es mi nombre entonces, mi verdadero nombre lo que tú quieres saber, criatura celestial? —exclamó.
—¡Sí, tu nombre, tu nombre!
Sandokan se pasó varias veces la mano por la frente, empapada de sudor, mientras las venas del cuello se le hinchaban prodigiosamente, como si hiciese un esfuerzo sobrehumano.
—Óyeme, Marianna —dijo él, con acento salvaje—. Hay un hombre que impera en este mar, que baña las costas de las islas malayas, un hombre que es el flagelo de los navegantes, que hace temer a las poblaciones, y cuyo nombre suena como una campana fúnebre. ¿Ha oído hablar de Sandokan, apodado el Tigre de la Malasia? Míreme a la cara. ¡El Tigre soy yo...!
La joven mandó involuntariamente un grito de horror y se cubrió el rostro con las manos.
—¡Marianna! —exclamó el pirata, cayendo a sus pies, con los brazos tendidos hacia ella—. ¡No me rechace, no me espante así! Fue la fatalidad la que me hizo convertirme en pirata, como fue la fatalidad la que me impuso este sangriento sobrenombre. Los hombres de tu raza fueron inexorables conmigo, a pesar de no haberles hecho ningún mal; fueron ellos quienes, de las gradas de un trono me precipitaron al fango, que me quitaron el reino, que asesinaron a mi madre, hermanos y hermanas, y que me empujaron a estos mares. No soy pirata por avidez soy un justiciero, el vengador de mi familia y de mi pueblo, nada más. Ahora, si lo crees, recházame y yo me alejaré por siempre de estos lugares, a fin de no darte más miedo.
—No, Sandokan, no te rechazo, porque te amo demasiado, porque tú eres valiente, eres poderoso, eres tremendo, como los huracanes que desbaratan los océanos.
—¡Ah! ¿tú me amas aún entonces? Dímelo con tus labios, dímelo otra vez.
—Sí, te amo Sandokan, y más ahora que ayer.
El pirata la atrajo hacia sí y la estrechó en el pecho. Una alegría ilimitada iluminaba su viril rostro y en aquellos labios vagaba una sonrisa de felicidad ilimitada.
—¡Mía! ¡Tú eres mía! —exclamó delirante, fuera de sí—. Habla ahora oh mi adorada, dime qué puedo hacer por tí, que todo me es posible. Si quieres iré a derribar a un sultán para darte un reino, si quieres ser inmensamente rica iré a saquear los templos de la India y de Birmania, para cubrirte de diamantes y de oro; si quieres me haré inglés; si quieres que renuncie por siempre a mis venganzas y que el pirata desaparezca, iré a incendiar mis praos, a fin de que no puedan más ir de corso, iré a dispersar a mis cachorros, iré a clavar mis cañones, a fin de que no puedan más rugir y destruiré mi cueva. Habla, dime aquello que quieras; pídeme lo imposible y lo haré. Por ti me sentiría capaz de levantar el mundo y de precipitarlo a través de los espacios del cielo.
La joven se inclinó hacia él sonriendo, ciñéndole con las delicadas manitos el robusto cuello.
—No, mi valeroso —dijo—, no pido mas que la felicidad junto a ti. Llévame lejos, a una isla cualquiera, pero donde tú puedas desposarme sin peligros, sin ansias.
—Sí, si tú lo quieres, te llevaré a una lejana isla, cubierta de flores y de bosques, donde tú no oirás jamás hablar de tu Labuan, ni yo oiré de mi Mompracem, a una isla encantada del gran océano donde podremos vivir felices como dos palomos enamorados; el terrible pirata que ha dejado atrás torrentes de sangre y la gentil Perla de Labuan. ¿Tú vendrás, Marianna?
—Sí, Sandokan, iré. Óyeme ahora, un peligro te amenaza, quizá una traición se está tramando en estos momentos en contra tuya.
—¡Lo sé! —exclamó Sandokan—. Siento esta traición, pero no le temo.
—Es necesario que me obedezcas, Sandokan.
—¿Qué debo hacer?
—Debes partir al instante.
—¡Partir...! ¡partir...! ¡Pero no tengo miedo...!
—Sandokan huye, mientras hay tiempo. Tengo un funesto presentimiento, temo que te toque una desgracia. Mi tío no ha partido por capricho; él debe haber sido llamado por el baronet William Rosenthal que quizá te ha reconocido. ¡Ah Sandokan! Parte, regresa a tu isla y ponte a salvo, antes de que la tempestad se desencadene sobre tu cabeza.
En vez de obedecer, Sandokan aferró a la joven y la levantó en brazos. Su cara, poco antes conmovida, había tomado otra expresión: sus ojos relampagueaban, las sienes le latían furiosamente y sus labios se entreabrían, mostrando los dientes.
Un instante después se precipitó como una fiera a través del parque, cruzando arroyos, acequias y la cerca, como si tuviese miedo, o buscase huir de algo.
No se detuvo hasta llegar a la playa, donde erró largo tiempo sin saber a dónde ir ni qué hacer. Cuando se decidió a regresar la noche había calado y la luna había salido.
Apenas regresado en la villa preguntó si el lord había llegado, pero le respondieron que no había sido visto.
Subió a la sala y encontró a lady Marianna arrodillada delante de una imagen y con el rostro inundado de lágrimas.
—¡Mi adorada Marianna! —exclamó, realzándola—. ¿Es por mí que lloras? ¿Quizá porque soy el Tigre de la Malasia, el hombre execrado por tus compatriotas?
—No, Sandokan. Pero tengo miedo, una desgracia está por acaecer, huye, huye de aquí.
—No tengo miedo, el Tigre de la Malasia no ha temblado jamás y...
Se detuvo de golpe, estremeciéndose a pesar suyo. Un caballo había entrado en el parque, deteniéndose delante del palacete:
—¡Mi tío...! ¡Huye Sandokan! —exclamó la joven.
—¡Yo...! ¡Yo...!
En aquel mismo momento entraba en la sala lord James. No era más el hombre del día anterior: estaba grave, ceñudo, torvo, y llevaba puesto el uniforme de capitán de marina.
Con un gesto desdeñoso rechazó la mano que el pirata audazmente le ofrecía, diciendo con frío acento:
—Si hubiese sido un hombre de su especie, antes que pedir la hospitalidad a un enemigo acérrimo, me habría dejado matar por los tigres de la floresta. ¡Retire esa mano que pertenece a un pirata, a un asesino!
—¡Señor! —exclamó Sandokan, que había ya comprendido haber sido descubierto y que se preparaba a vender cara su vida—. ¡No soy un asesino, soy un justiciero!
—¡Ni una palabra más en mi casa: salga!
—Está bien —respondió Sandokan.
Arrojó una larga mirada a su amante que había caído sobre la alfombra semi desvanecida, hizo acto de precipitarse, pero se frenó, y a lentos pasos, con la mano derecha sobre la empuñadura del kris, la cabeza alta, la mirada fiera, salió de la sala y descendió las escaleras, sofocando, con un esfuerzo prodigioso, los latidos furiosos del corazón y la profunda emoción que lo invadía.
Cuando no obstante llegó al parque se detuvo, desenvainando el kris, cuya hoja centelleó a los rayos de la luna.
A trescientos pasos se extendía una línea de soldados, con las carabinas en mano, listos para hacer fuego sobre él.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Beefsteaks: Salgari utiliza directamente la palabra en inglés para denominar al “bistec”, o sea, una lonja de carne soasada en parrilla o frita. En italiano sería “bistecca”.

Puddings: Salgari utiliza directamente la palabra en inglés para denominar al “pudin” o “pudín”, o sea, un dulce que se prepara con bizcocho o pan deshecho en leche y con azúcar y frutas secas. En italiano no tiene traducción.

Almejas gigantes de Singapur: “Ostriche gigantesche dette di Singapore” en el original, si bien la traducción literal sería “ostras gigantescas llamadas de Singapur”, la ajusté para que refleje el nombre en castellano —almeja gigante— con el que se conoce al género de moluscos bivalvos marinos, Tridacna. Son muy apreciadas como alimento y pueden llegar a medir desde los 15 cm a los 140 cm, según la especie.

Gin: Voz inglesa que en castellano se conoce como ginebra, una bebida alcohólica obtenida de semillas y aromatizada con las bayas del enebro.

Brandy: Voz inglesa que en castellano se conoce como brandi, un aguardiente, sobre todo coñac, elaborado fuera de Francia.

Whiskey: “Wiskey” en el original, es la variante irlandesa del güisqui, un licor alcohólico que se obtiene del grano de algunas plantas, destilando un compuesto amiláceo en estado de fermentación.

Baronet: “Baronetto” en el original, es un título hereditario concedido por la corona británica. es un diminutivo del título nobiliario “Barón”. El rango de baronet se encuentra entre el de Barón y el de Caballero.

Sultanato de Brunéi: “Sultanato del Borneo” en el original. Fue un sultanato malayo, centrado en Brunéi en la costa del norte de la isla de Borneo en el sureste de Asia. El reino fue fundado en a principios del siglo VII, y empezó siendo un pequeño reino marítimo y comercial gobernado por un rey nativo hindú o pagano. Los reyes de Brunéi se convirtieron al islam alrededor del siglo XV, después del cual se extendieron por áreas costeras del noroeste de Borneo y del sur de Filipinas, antes de su declive en el siglo XVII.

Birmania: Nombre de la actual República de la Unión de Myanmar, en el sudeste asiático.

Clavar [mis cañones]: Inutilizar un cañón introduciendo en el oído un clavo de acero a golpe de mazo.

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