lunes, 28 de abril de 2014

XX. A través de la floresta


El espanto que sintieron los soldados al ver aparecer delante al formidable pirata había sido tal que súbitamente ninguno había pensado en hacer uso de sus propias armas.
Cuando, repuestos de la sorpresa, quisieron reanudar la ofensiva, ya era demasiado tarde.
Los dos piratas, sin cuidarse de los toques de trompeta que partían de la villa y de los tiros de fusil de los soldados esparcidos por el parque, tiros disparados al azar, no sabiendo aún aquellos hombres de qué se trataba, estaban ya en medio de los parterres y de los matorrales de arbustos.
En dos minutos, Yanez y Sandokan, trotando furiosamente llegaron en medio de los grandes árboles.
Tomaron aliento y miraron alrededor.
Los soldados que habían intentado bloquearlos en la estufa se habían lanzado fuera del invernadero, aullando con todas sus fuerzas y haciendo fuego en medio de los árboles. Aquellos de la villa, comprendiendo finalmente que se trataba de algo grave y quizá sospechando que sus compañeros habían descubierto al formidable Tigre de la Malasia, corrían a través del parque para llegar a la empalizada.
—Demasiado tarde, mis queridos —dijo Yanez—. Nosotros llegamos antes.
—Paso de carrera —dijo Sandokan—. No dejemos que nos corten la ruta.
—Mis piernas están listas.
Salieron ambos con igual vigor, manteniéndose ocultos en medio de los árboles y habiendo llegado a la cerca en dos impulsos la cruzaron dejándose caer por la otra parte.
—¿Nadie? —preguntó Sandokan.
—No se ve alma viva.
—Arrojémonos al bosque. Les haremos perder nuestro rastro.
La floresta no estaba mas que a dos pasos. Ambos se metieron dentro, corriendo vertiginosamente.
A medida que se alejaban, la marcha se hacía dificilísima. Por todas partes surgían densos matorrales, estrechos, encajados entre árboles enormes que lanzaban sus gruesos y nudosos tallos a alturas extraordinarias y por todas partes se arrastraban, entrelazándose como boas monstruosas, miríadas de raíces.
De lo alto después descendían, para luego remontar, agarrándose de los troncos y de las ramas de las grandes plantas, los calamus rotang, los gambir, verdaderas redes que resistían tenazmente todos los esfuerzos, desafiando incluso a las hojas de los cuchillos, mientras más abajo el piper nigrum de precioso grano, formaba montones tales de volver vana cualquier tentativa de paso.
A derecha, a izquierda, adelante y atrás, se lanzaban a lo alto durián de tallos derechos, lustrosos, cargados de frutas ya casi madura, proyectiles excesivamente peligrosos estando revestidos de puntas durísimas como si fuesen de hierro, o grupos inmensos de bananos de hojas desmesuradas, o de betel, o de arengas sacchariferas de plumas elegantes, o de cítricos soportando frutas grandes como la cabeza de un niño.
Los dos piratas perdidos en medio de aquella densa floresta, que podía llamarse verdaderamente vírgen, se encontraron muy pronto en la imposibilidad de avanzar. Hubiera sido necesario un cañón para desfondar aquella muralla de troncos de árboles, raíces y calamus.
—¿Adónde vamos Sandokan? —preguntó Yanez—. No sé más por qué parte pasar.
—Imitaremos a los simios —dijo el Tigre de la Malasia—. Es una maniobra para nosotros familiar.
—Es más, muy apreciable en estos momentos.
—Sí, porque haremos perder nuestras huellas a los ingleses que nos persiguen.
—¿Sabremos luego dirigirnos?
—Tú sabes que nosotros los borneanos no perdemos jamás la buena dirección, incluso si carecemos de brújula. Nuestro instinto de hombres de los bosques es infalible.
—¿Habrán ya entrado en esta floresta los ingleses?
—¡Uf! Lo dudo, Yanez —respondió Sandokan—. Si nos fatigamos nosotros, ya habituados a vivir en medio de los bosques, ellos no habrán podido hacer diez pasos. No obstante, procuremos alejarnos pronto. Sé que el lord tiene grandes perros y estos condenados animales podrían alcanzarnos las espaldas.
—Tenemos puñales para destriparlos, Sandokan.
—Son más peligrosos que los hombres. Vamos Yanez, a fuerza de brazos.
Agarrados a los calamus rotang y a los sarmientos de los piper los dos piratas se pusieron a escalar la muralla de follaje con una agilidad como para dar envidia a los mismos simios. Subían, descendían, luego volvían a subir pasando entre las mallas de esta inmensa red vegetal y deslizándose entre las desmesuradas hojas de los densísimos bananos o de los troncos colosales de los árboles.
A su inesperada aparición, huían alborotando las espléndidas palomas coronadas llamadas mambruk; los cálaos de pico enorme y de cuerpo centelleante de plumas rojas y azules escapaban mandando notas estridentes, semejantes al chirriar de un carro mal engrasado; se elevaban, como rayos, los argos de largas colas manchadas y desaparecían los bellos alciones de plumas color turquesa, haciendo oír los largos silbidos.
Hasta los monos narigudos, sorprendidos por aquella aparición, se lanzaban precipitadamente hacia los árboles vecinos, mandando gritos de espanto, corriendo luego a esconderse en los huecos de los troncos.
Yanez y Sandokan, para nada inquietos, proseguían sus atrevidas maniobras, pasando de planta en planta sin jamás poner el pie en falta. Se lanzaban entre los calamus con seguridad extraordinaria, permaneciendo colgados, luego con un nuevo impulso pasaban al rotang, para luego agarrarse a las ramas de este o de otro árbol.
Recorridos quinientos o seiscientos metros, no sin haber corrido varias veces el peligro de caer de cabeza de una altura que daba vértigo, se detuvieron entre las ramas de un mempelam, planta que produce una fruta más bien detestable para los paladares europeos, estando impregnada de un fuerte olor a resina, pero que sin embargo es bastante nutritiva y hasta no desagradable para los indígenas.
—Podemos reposar algunas horas —dijo Sandokan—. Ninguno vendrá por cierto a estorbarnos en medio de esta floresta. Es como si nos encontrásemos en una ciudadela bien abastionada.
—¿Sabes, hermanito mío que hemos sido afortunados en huir de aquellos bribones...? Encontrarnos en una estufa con ocho o diez soldados alrededor y salvar aún la piel es algo verdaderamente milagroso. Deben tener un gran miedo de ti.
—Parece que es así —dijo Sandokan sonriendo.
—¿Habrá sabido tu niña que has logrado hacerte a la mar...?
—Lo supongo —respondió Sandokan, con un suspiro.
—Temo no obstante que nuestra empresa lo decida al lord a buscar un seguro asilo en Victoria.
—¿Lo crees? —preguntó Sandokan, volviéndosele sombrío el rostro.
—No se tendrá más por seguro, ahora que sabe que estamos tan cerca de la villa.
—Es verdad, Yanez. Es necesario que nos pongamos a buscar a nuestros hombres.
—¿Habrán arribado...?
—Los encontraremos en la desembocadura del riachuelo.
—Si no les ha sucedido alguna desgracia.
—No me metas temores encima, sin embargo lo sabremos pronto.
—¿Y caeremos de súbito en la villa?
—Veremos qué conviene hacer.
—¿Quieres un consejo Sandokan...?
—Habla, Yanez.
—En vez de intentar la expugnación de la villa esperemos a que el lord salga. Verás que no permanecerá mucho en estos lugares.
—¿Y quieres asaltar al pelotón a lo largo del camino...?
—En medio de los bosques. Un asalto puede ir para largo tiempo y costar sacrificios enormes.
—El consejo es bueno.
—Destruida o fugada la escolta, raptaremos a la niña y regresaremos directamente a Mompracem.
—¿Y el lord...?
—Lo dejaremos ir donde quiera. ¿Qué nos importa él...? Que vaya a Sarawak o a Inglaterra, poco importa.
—No irá ni a un lugar ni al otro, Yanez.
—¿Qué quieres decir?
—Que no nos dará un momento de tregua y que derramará sobre nosotros todas las fuerzas de Labuan.
—¿Y te inquietas por eso?
—¿Yo...? ¿Acaso el Tigre de la Malasia tiene miedo de esos...? Vendrán numerosa y poderosamente armados y decididos a expugnar mi isla, pero encontrarán pan para sus dientes. En Borneo hay legiones de salvajes dispuestos a acudir bajo mis banderas. Bastaría que mandase emisarios a las Romades y a las costas de la gran isla para ver llegar decenas de praos.
—Lo sé, Sandokan.
—Como ves, Yanez, podría, si quisiera, desencadenar la guerra hasta sobre la ribera de Borneo y derramar hordas de salvajes feroces sobre esa aborrecida isla.
—Tú no obstante no lo harás, Sandokan.
—¿Por qué...?
—Cuando hayas raptado a Marianna Guillonk no te ocuparás más ni de Mompracem ni de tus cachorros. ¿Es verdad hermanito...?
Sandokan no respondió. De sus labios no obstante salió un suspiro tan potente que parecía un lejano rugido.
—La niña está llena de energía, es una de aquellas mujeres que no se harían rogar para combatir intrépidamente al lado del hombre amado, pero miss Mary no se convertirá jamás en la reina de Mompracem. ¿Es así, Sandokan...?
Incluso esta vez el pirata permaneció silencioso. Se había tomado la cabeza entre las manos y sus ojos, animados por una oscura llama, miraban al vacío, quizá muy lejos, intentando leer el porvenir.
—Tristes días se preparan para Mompracem —continuó Yanez—. La formidable isla dentro de pocos meses, quizá menos aún, dentro de algunas semanas, habrá perdido todo su prestigio y hasta a sus terribles tigres. Vamos, así debe suceder. Tenemos tesoros inmensos e iremos a gozar de una vida tranquila en alguna opulenta ciudad del Extremo Oriente.
—¡Calla! —dijo Sandokan, con voz sorda—. Calla, Yanez. No puedes saber cuál será el destino de los tigres de Mompracem.
—Lo puedo adivinar.
—Quizá puedes engañarte.
—¿Qué ideas tienes entonces?
—No te las puedo decir todavía. Esperemos los acontecimientos. ¿Quieres que vayamos?
—Es todavía un poco pronto.
—Estoy impaciente por volver a ver a los praos.
—Los ingleses nos pueden esperar sobre el margen de la floresta.
—No les temo más.
—Cuidado, Sandokan. Estás por arrojarte en un mal enredo. Una bala de carabina bien puesta puede mandarte al otro mundo.
—Seré prudente. Mira, allá abajo la floresta me parece que se aclara un poco: vamos Yanez. La fiebre me devora.
—Hagamos como quieras.
El portugués, aún cuando temiese una sorpresa por parte de los ingleses que podían haber avanzado por el bosque, arrastrándose como serpientes, estaba igualmente impaciente por saber si los praos habían huido a la tremenda borrasca que había batido las costas de la isla.
Apagada la sed con el jugo de algunos buah mempelam, se agarraron a los calamus rotang que encerraban al árbol y se dejaron caer al suelo.
No era no obstante algo fácil salir de la floresta. Más allá de un pequeño espacio poco cubierto, los árboles se volvían más densos que antes.
Incluso Sandokan se encontraba un poco perdido y no sabía qué dirección tomar para llegar, aproximadamente, a las cercanías del riachuelo.
—Nos encontramos en un buen apuro, Sandokan —dijo Yanez, que no era capaz de ver ni siquiera el sol para orientarse—. ¿Por qué parte iremos?
—Te confieso que no sé si girar a izquierda o a derecha —respondió Sandokan.
—Me parece no obstante ver allá abajo un pequeño sendero. Las hierbas lo han ya cubierto, pero espero que nos conduzca fuera de este enredo y...
—¿Un ladrido, verdad?
—Sí —respondió el pirata, cuya frente se había oscurecido.
—Los perros han descubierto nuestras pisadas.
—Están buscando al azar. Escucha.
A lo lejos, en medio de la densa floresta, se había oído un segundo ladrido. Algunos perros habían entrado en el inmenso matorral vírgen y trataban de alcanzar a los fugitivos.
—¿Estarán solos o seguidos por hombres? —preguntó Yanez.
—Quizá por algún negro. Un soldado no habría podido arriesgarse entre este caos.
—¿Qué quieres hacer?
—Esperar a pie firme al animal y matarlo.
—¿Con un tiro de fusil?
—El disparo nos traicionaría, Yanez. Empuña tu kris y esperemos. En caso de peligro nos treparemos sobre este pombo.
Se escondieron los dos detrás del grueso tronco del árbol que estaba cercado por raíces y por rotang formando una verdadera red y esperaron la aparición de aquel adversario de cuatro patas.
El animal ganaba camino rápidamente. Se oían a no mucha distancia desplazarse ramas y hojas y los ladridos sordos.
Debía haber ya descubierto las pisadas de los dos piratas y se apresuraba para impedirles alejarse. Quizá detrás de éste, a distancia había indígenas.
—Ahí está —dijo de pronto Yanez.
Una perraza negra, de pelo erizado y de mandíbula formidablemente armada de agudos dientes, había aparecido en medio de un matorral. Debía pertenecer a aquella feroz raza usada por los plantadores de las Antillas y de América del Sur para dar caza a los esclavos.
Viendo a los dos piratas se detuvo un momento mirándolos con dos ojos ardientes, luego brincando sobre las raíces con un impulso de leopardo, se arrojó perdidamente adelante, mandando un gruñido pavoroso.
Sandokan se había prontamente arrodillado teniendo el kris horizontalmente, mientras Yanez había aferrado la carabina por el cañón queriendo utilizarlo como maza.
La perraza con un último impulso se desplomó encima de Sandokan, que era el más próximo, procurando morderlo por la garganta.
Si aquella bestia era feroz, el Tigre de la Malasia no lo era menos. Su derecha, rápida como el rayo, empujó adelante y la hoja desapareció casi entera entre las fauces del animal. Al mismo tiempo Yanez le asestaba sobre el cráneo un mazazo tal de hundirlo de golpe.
—Me parece que ya tiene bastante —dijo Sandokan alzándose y despejando con el pie a la perraza ya agonizante—. Si los ingleses no tienen otros aliados para mandarlos sobre nuestros talones, perderán inútilmente su tiempo.
—Cuidado que detrás del perro no haya hombres.
—A esta hora habrían hecho fuego sobre nosotros. Vamos, Yanez. Trotemos por el sendero.
Los dos piratas, sin ocuparse del otro, se metieron entre los árboles, procurando seguir el viejo sendero.
Las plantas, raíces y sobre todo los calamus rotang lo habían invadido; no obstante un rastro bastante visible se había mantenido y se podía seguir con menor fatiga.
A cada instante no obstante daban la cabeza contra ciertas telarañas tan desmesuradas y tan tenaces como para poder aprisionar, sin cortarse, a pequeñas aves, o bien tropezaban contra las raíces serpenteando entre la hierba dando con frecuencia feos tumbos.
Numerosos dragones voladores, espantados por la aparición de los dos piratas, huían desordenadamente en todas las direcciones y algún reptil, estorbado en su sueño, se alejaba precipitadamente haciendo oír algún silbido amenazador.
No obstante, muy pronto incluso el sendero desapareció y Yanez y Sandokan fueron obligados a recomenzar sus maniobras aéreas entre los calamus rotang y los gambir poniendo en fuga e irritando a los bigit, simios de pelaje negrísimo, que abundan en Borneo y en las vecinas islas y que están dotados de una agilidad increíble.
Aquellos cuadrumanos, viendo invadidas sus aéreas posesiones, no siempre cedían el paso y de vez en cuando recibían a los dos perturbadores con una verdadera lluvia de fruta y ramitos.
Procedieron así un par de horas, al azar, no pudiendo relevar la posición del sol para poder orientarse, luego viendo correr bajo ellos un pequeño torrente de aguas negras, descendieron hacia el suelo.
—¿No habrá serpientes de agua ahí dentro? —preguntó Yanez a Sandokan.
—No encontraremos más que sanguijuelas —respondió el pirata.
—¿Quieres que aprovechemos este pasaje?
—Lo prefiero al aéreo.
—Veamos si el agua es profunda.
—No será profunda de más de un pie, Yanez. Sin embargo asegurémonos.
El portugués rompió una rama y la sumergió en aquel pequeño torrente.
—No te habías engañado, Sandokan —dijo—. Descendamos.
Abandonaron la rama sobre la que se habían mantenido hasta ahora y se metieron en el pequeño curso de agua.
—¿Se ve algo? —preguntó Sandokan.
Yanez se había inclinado, intentando distinguir algo a través de las infinitas arcadas de follaje que se plegaban sobre el arroyo.
—Me parece ver un poco de luz allá en el fondo —dijo.
—¿La floresta disminuye?
—Es probable, Sandokan.
—Vamos a ver.
Resistiéndose con mucha fatiga a causa del fondo cenagoso del pequeño curso de agua, empujaron adelante, agarrándose de vez en cuando a las ramas que se prolongaban sobre la corriente. Los olores nauseabundos se alzaban entre aquellas aguas negras, exhalaciones producidas por la corrupción de las hojas y de la fruta acumulada sobre el lecho. Había peligro de agarrar una potente fiebre.
Los dos piratas habían recorrido un cuarto de kilómetro, cuando Yanez se detuvo bruscamente, agarrándose a una gruesa rama que se prolongaba de una parte a la otra del torrente.
—¿Qué pasa, Yanez? —preguntó Sandokan, quitándose el fusil de la espalda.
—¡Oye!
El pirata se inclinó hacia adelante, escuchando, luego, después de algunos instantes, dijo:
—Alguien se acerca.
En el mismo instante un mugido potente, que se hubiera dicho mandado por un toro espantado o irritado, resonó bajo las arcadas del follaje, haciendo callar de golpe los graznidos de los pájaros y las risas estridentes de los pequeños simios.
—En guardia, Yanez —dijo Sandokan—. Tenemos un mawas delante de nosotros.
—E incluso otro enemigo peor quizá que ese.
—¿Qué quieres decir?
—Mira allí, sobre aquella gruesa rama que atraviesa el riachuelo.
Sandokan se alzó sobre la punta de sus pies y lanzó una rápida mirada delante suyo.
—¡Ah! —murmuró, sin manifestar la menor aprehensión—. ¡Un mawas por una parte, un harimau dahan por la otra! Veremos si serán capaces de cerrarnos el paso. Prepara el fusil y estemos dispuestos a todo.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Donde dice “...las espléndidas palomas coronadas llamadas mambruk...” en realidad Salgari pone: “...le splendide colombe coronate o quelle dette morobo...” cuya traducción literal sería: “...las espléndidas palomas coronadas o aquellas llamadas morobo...”. Sin embargo, encontré que se trató de un error de transcripción de Salgari (del texto de donde tomó la referencia) y que debería haber escrito: “...le splendide colombe coronate dette morobo...”, que es como finalmente lo traduje, ajustando “morobo” por “mambruk”, siendo que así se conoce a este tipo de palomas en la región. Cabe aclarar que no encontré ninguna referencia a ningún ave llamada “morobo”.

Este capítulo también estaba cortado en la versión que leí en su momento, hacia el final cuando descienden al torrente de aguas negras. No me olvidé de las definiciones de “mawas” y “harimau dahan”, sino que las voy a incluir en el próximo capítulo, al tiempo que Salgari describe ambos animales, como para mantener la intriga. También lo pueden buscar ustedes...

Boa: Serpiente americana de hasta diez metros de longitud, con la piel pintada de vistosos dibujos. No es venenosa, sino que mata a sus presas comprimiéndolas con los anillos de su cuerpo. Hay varias especies, unas arborícolas y otras de costumbres acuáticas. Todas son vivíparas.

Gambir: Su nombre es “Uncaria gambir”; es una especie de planta del género Uncaria que se encuentra en Sarawak. Se utiliza para masticar junto con areca o betel, así como también para teñir ropa y en la medicina tradicional china.

Piper nigrum: Nombre científico de la pimienta negra. Especie de la familia de las piperáceas, cultivada por su fruto, que se emplea seco como especia. El fruto es una drupa de aproximadamente 5 mm que se puede usar entera o en polvo obteniendo variedades como la negra, blanca o verde, con la única diferencia del grado de maduración del grano.

Arengas sacchariferas: “Arenghe saccarifere” en el original. Uno de los nombres con que se conoce a la “Arenga pinnata”, especie perteneciente a la familia de las palmeras. Es nativa de Asia tropical, desde el este de la India al este de Malasia, Indonesia y Filipinas. Alcanza los 20 m de altura, con hojas de 6 a 12 m de largo y 1,5 m de ancho.

Cítricos: “Aranci” en el original; como en el capítulo anterior Salgari los llama “naranjos” y, si bien esta vez no especifica el nombre de la planta, por su descripción sabemos que se trata de la misma de antes, que no son naranjas. Por eso volví a ajustar la traducción.

Sarmiento: Vástago de la vid, largo, delgado, flexible y nudoso, de donde brotan las hojas, las tijeretas y los racimos.

Piper: Género de plantas magnoliopsidas de la familia Piperaceae, económica y ecológicamente importante. Son arbustos o trepadoras, raramente hierbas o pequeños árboles, aromáticos.

Palomas coronadas: “Colombe coronate” en el original, es otra forma de llamar al “goura”, género de aves columbiformes de la familia Columbidae que incluye tres especies, propias de Nueva Guinea e islas adyacentes. Son los miembros más grandes de la familia Columbidae.

Mambruk: “Morobo” en el original, es otra forma de nombrar al goura en indonesio.

Argo: Nombre común del Argusianus, género de aves galliformes de la familia Phasianidae propias del Sudeste asiático.

Alciones: “Alude” en el original, seguramente se trate de un error en la edición. En otra novela de Salgari, se describe de la misma manera al “alcede”, o martín pescador (Alcedo atthis). Pájaro de unos 15 cm desde la punta del pico hasta la extremidad de la cola y 30 de envergadura, con cabeza gruesa, pico largo y recto, patas cortas, alas redondeadas y plumaje de color verde brillante en la cabeza, lados del cuello y cobijas de las alas, azul en el dorso, las penas y la cola, castaño en las mejillas, blanco en la garganta y rojo en el pecho y abdomen. Vive a orillas de los ríos y lagunas y se alimenta de peces pequeños, que coge con gran destreza.

Monos narigudos: “Scimmie dal naso lungo” en el original, nombre vulgar del Nasalis larvatus, especie de primate catarrino de la familia Cercopithecidae. Es herbívoro y endémico de la isla de Borneo. Es la única especie del género Nasalis. Se alimenta de brotes y hojas. Normalmente se desplaza trepando por los árboles, pero también es buen nadador, capaz de cruzar profundos canales para conseguir comida o escapar de algún peligro.

Buah mempelam: “Buà mamplam” en el original, es el nombre en malayo de la fruta del mango, proveniente de especies de árboles del género Mangifera.

Miss: Señorita en inglés.

Extremo Oriente: También, Lejano Oriente, designa un área geográfica convencional ubicada al este del continente euroasiático, compuesta por una serie de países que tienen diversas culturas. Sus habitantes suelen ser llamados orientales. Habitualmente se considera una región constituida por las regiones de Asia Oriental y el Sureste Asiático, pero con frecuencia se incluye también a Siberia oriental y a veces al Subcontinente indio.

Bigit: Nombre en dayak del surili de bandas (Presbytis femoralis), primate catarrino de la familia Cercopithecidae. Es endémico de la península de Malaca y la isla de Sumatra. Actualmente se encuentra amenazado. Salgari, en la primera edición de la novela, especificaba que bigit era el nombre malayo del Semnophitecus maurus, sin embargo, no hay referencias actuales a este simio.

Pies: 1 pie = 0,3048 m.

7 comentarios:

  1. Alude: no será alcede (martín pescador)? Así figura en esta versión de Il fiore delle Perle: stefanodurso.altervista.org/odt/Salgari_Emilio_-_Il_Fiore_delle_perle.odt Tendría cierta lógica, pues en Borneo los hay de color turquesa http://borneobirds.com/alcedo-kingfishers-of-borneo/

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    1. Actualizada la entrada y la traducción. ¡Muchas gracias por el aporte!

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  2. Bigit: Mi candidato para esta especie de mono es el gibón, quizás el Hylobates agilis

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  3. Bigit: En otra novela de Salgari se describe mejor a este mono, y se da el nombre científico Semnopithecus maurus -no sé si estaría originalmente o sería un añadido posterior-
    https://www.yumpu.com/it/document/view/14987919/i-naufragatori-dellodeon-di-emilio-salgari-altervista/113
    Este corresponde actualmente al Trachypithecus auratu, langur de Java

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  4. En A Handbook To The Primates V1 (1894) [Henry O. Forbes] se describe el langur de Java Semnopithecus maurus y se menciona que en lengua Dayak se conoce como Bigit
    http://archive.org/stream/handbooktoprimat02forb/handbooktoprimat02forb_djvu.txt

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    1. Corrijo: Resulta ser el Presbytis femoralis. Ver https://archive.org/stream/handbooktoprimat02forb#page/126/mode/2up parte inferior derecha.

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    2. Gracias por la referencia. Ya actualicé la definición.

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