martes, 10 de noviembre de 2015

IV. El mahant


A la mañana siguiente Yanez y Sandokan, después de haber dormido algunas horas, estaban sorbiendo una excelente taza de té gunpowder; y charlando sobre los sucesos de la noche, cuando vieron entrar en el salón al maestre de la tripulación, un soberbio malayo, corpulento como un luchador y de músculos enormes.
—¿Qué quieres, Sambigliong? —preguntó Sandokan que se había alzado—. ¿Ha llegado algún mensajero de Tremal-Naik?
—No, capitán. Hay un indio que pide subir a bordo.
—¿Quién es?
—Un mahant, me ha dicho.
—¿Qué es este mahant?
—Una especie de brujo —dijo Yanez, que habiendo residido en su juventud varios años en Goa, sabía algo.
—¿Te ha dicho qué quiere aquel hombre? —preguntó Sandokan.
—Viene a cumplir un sacrificio para Kalighat, a fin de que los númenes de la India nos sean propicios, caducando hoy la fiesta de aquella divinidad.
—Mándalo al diablo.
—Observamos, capitán, que ha sido recibido también a bordo de los ghrab que están alrededor, y que está acompañado por un policeman indio que me ha dicho no rehusar su visita, si no queremos tener molestias.
—Hagámoslo subir, Sandokan —dijo Yanez—. Respetemos las costumbres del país.
—¿Qué hombre es? —preguntó el pirata.
—Un bello viejo, capitán, de aspecto majestuoso.
—Haz bajar la escala.
Cuando subieron poco después a la toldilla, el mahant estaba ya a bordo, mientras en cambio el policeman indio había permanecido en la pequeña donga en compañía de varios cabritos que balaban lastimeramente.
Como Sambigliong había dicho, aquel médico y brujo al mismo tiempo, era un bello viejo de piel bastante bronceada, facciones un poco angulosas, ojos negrísimos, que tenían un extraño esplendor, y una larga barba blanca.
Sobre los brazos, el pecho y el vientre, tenía líneas blancas y así también sobre la frente, distintivos de los secuaces de Shivá que utilizan las cenizas de estiércol de vaca o cenizas recogidas de los lugares donde se queman los cadáveres.
Su vestimenta se limitaba a un simple dhoti, que le cubría apenas los flancos.
—¿Qué quiere? —le preguntó Sandokan, en inglés.
—Cumplir el sacrificio de la cabra en honor de Kalighat, de quien hoy caduca la fiesta —respondió el mahant en igual lengua.
—Nosotros no somos indios.
El viejo entornó los ojos e hizo un gesto de estupor.
—¿Quiénes son entonces?
—No se ocupe en saber quienes somos nosotros.
—¿Vienen muy de lejos?
—Quizá.
—Cumpliré el sacrificio a fin de que tu regreso pueda ser feliz. Ninguna tripulación, aún extranjera, se rehusaría a dejar de cumplir tal ceremonia a un mahant, que puede arrojar maleficios. Pregúntele al policeman que me acompaña.
—Entonces despáchese —dijo Sandokan.
El viejo había llevado consigo una cabrita toda negra y una alforja de piel, de la cual extrajo primero un cazo que parecía contener manteca; por consiguiente dos trozos de leño, uno plano por una parte y con un agujero en el medio, el otro más sutil y aguzado.
—Son leños sagrados —dijo el mahnt, mostrándolos a Sandokan y a Yanez que seguían con curiosidad los movimientos del viejo.
Plantó aquella especie de punzón en el bastón plano, luego sirviéndose de una pequeña correa, lo hizo girar vertiginosamente.
—Parece que enciende el fuego —dijo Sandokan.
—El fuego sagrado para el sacrificio —respondió Yanez, sonriendo—. ¡Cuántas barrocas supersticiones y creencias tienen estos indios!
Después de medio minuto una llama brotó del agujero, y los dos leños tomaron fuego ardiendo rápidamente.
El mahant giró lentamente sobre sí mismo inclinándose hacia oriente, luego a occidente, por consiguiente al mediodía y finalmente al septentrión, diciendo con voz solemne:
—Luces de Indra, Suria y Agní, que iluminan la tierra y el cielo, esclarezcan la sangre del holocausto, que ofrezco a Kalighat y no la de los hombres que aquí ven.
Cruzó los dos trozos de leño sagrado dejando que se carbonizaran, luego los depuso sobre un plato de cobre, y derramó sobre estos un poco de manteca contenida en el cazo.
Reavivada la llama, el viejo brujo tomó al cabrito, extrajo un cuchillo y con un rápido golpe lo decapitó, dejando que la sangre goteara sobre los leños sagrados.
Cuando la sangre dejó de salir y el fuego fue apagado, recogió las cenizas vueltas rojas, se marcó la frente y el mentón, por consiguiente acercándose a Sandokan y a Yanez, marcó sus frentes diciendo:
—Ahora pueden partir y volver a su lejano país, sin temer las tempestades, porque el espíritu de Agní y la fuerza de Kalighat están con ustedes.
—¿Has terminado? —preguntó Sandokan, ofreciéndole algunas rupias.
—Sí, sahib —respondió el viejo fijando sobre el Tigre de la Malasia sus ojos negrísimos, en los cuales parecía resplandecer un rayo sobrenatural—. ¿Cuándo partirán?
—Es ya la segunda vez que me diriges esa pregunta —dijo Sandokan—. ¿Por qué te oprime saberlo?
—Es una pregunta que hago siempre a todas las tripulaciones de las naves. Adiós, sahib, y que Shivá una su poderosa protección a la de Agní y Kalighat.
Tomó al cabrito y descendió a su donga, donde el policeman indio lo esperaba, sentado sobre el banco de proa, fumando un cigarrillo de palma.
El pequeño barco se separó de la escala, pero en vez de descender el río donde había otros muchísimos veleros, lo remontó pasando bajo la popa del prao.
Sandokan y Yanez, que lo habían seguido con la mirada, vieron con sorpresa al mahant abandonar por un instante los remos, volverse vivamente y fijar los ojos sobre el coronamiento de popa, donde en letras de oro destacaba el nombre de la nave, por consiguiente retomarlos y alejarse velozmente, desapareciendo en medio de la multitud de veleros que obstruían el río.
Sandokan y Yanez se habían mirado el uno al otro, como si un mismo pensamiento hubiese relampagueado en sus cerebros.
—¿Qué piensas de aquel viejo? —preguntó Sandokan.
—Pienso que aquella barroca ceremonia ha sido una excusa para subir a bordo y saber quiénes éramos —respondió el portugués que parecía turbado.
—Tu sospecha es idéntica a la mía.
—Sandokan, ¿hemos sido engañados?
—No es posible suponer que los thugs sepan ya que nosotros somos amigos de Tremal-Naik, y que hemos venido aquí para ayudarlo a recuperar a la pequeña Darma. ¿Es que son demonios estos hombres, o brujos?
—No sé qué decir —respondió Yanez que se había vuelto pensativo—. Esperemos a Kammamuri.
—Pareces inquieto, Yanez.
—Y tengo motivos. Si los thugs saben ya cuáles son nuestras intenciones y el objetivo de nuestro viaje, temo que tendremos que vérnosla con adversarios formidables.
—Quizá nos hemos engañado, Yanez —dijo Sandokan—. Aquel mahant pudo ser en cambio un pobre diablo, que busca ganarse algunas rupias con sus sacrificios, más o menos tontos.
—Sin embargo, aquella pregunta repetida y aquella mirada dada al nombre de nuestra nave, me han profundamente impresionado.
—¿Habrá burlado también a aquel policeman?
—Encuentro bastante extraña la presencia de aquel policía en la donga del charlatán.
Sandokan permaneció algunos instantes silencioso, paseando sobre el alcázar, luego acercándose rápidamente al portugués y tomándolo por un brazo, le dijo:
—Yanez, tengo otra sospecha.
—¿Y cuál?
—Que fuese un thug disfrazado de policía, para engañarnos mejor.
El portugués miró a Sandokan con espanto.
—¿Lo crees? —le preguntó.
—Y apostaría mi narguile contra uno de tus cigarrillos, que estás también convencido de que aquel hombre no era un verdadero policeman —dijo Sandokan.
—Sí, hermanito mío: debemos haber sido mistificados por gente más astuta que nosotros. Mi querido Sandokan, el Tigre de la India da pruebas de ser, al menos hasta ahora, más astuto que el malayo.
—Sí, más civilizado este indio, mientras que el malayo es aún más salvaje —dijo Sandokan, esforzándose en sonreír—. ¡Bah! Tendremos pronto nuestra revancha. Por otra parte, aquel bribón de mahant, si era verdaderamente un espía de Suyodhana, nada ha aprendido de nuestros labios e ignora quiénes somos, por qué motivo nos encontramos aquí y...
Se había bruscamente interrumpido, acercándose a la amura de estribor. Parecía que siguiese a alguna embarcación que se deslizaba entre las naves ancladas en medio del río.
—Me parece haber visto la chalupa con la cabeza de elefante, que ayer vino a nuestro encuentro con Kammamuri —dijo—. Ha desaparecido detrás de aquel grupo de pinazas y ghrab, pero no tardará en mostrarse.
—Ya debería estar aquí —dijo Yanez, extrayendo un magnífico cronómetro de oro—. Son ya las nueve.
Subieron sobre la regala manteniéndose agarrados a los flechastes del palo mayor y divisaron en efecto un feal charra, semejante al que la noche anterior había conducido al maratí a bordo, maniobrando hábilmente y también velozmente entre las naves.
Estaba montado por cuatro remeros y guiado por un hombre que parecía un musulmán de la India septentrional, por el traje que llevaba puesto.
—¿Kammamuri se ha camuflado? —preguntó Sandokan—. Aquella chalupa se dirige hacia nosotros.
En efecto el feal charra, habiendo salido de aquel caos de navíos, corría hacia la Marianna; remontando velozmente la corriente que en aquel lugar se hacía sentir poquísimo, obstaculizada por todos aquellos flotadores que rompían su violencia.
En pocos minutos llegó bajo el estribor del prao, deteniéndose cerca de la escala.
El musulmán que lo guiaba, después de haber intercambiado algunas palabras con los remeros, subió rápidamente a bordo, inclinándose delante de Yanez y de Sandokan que habían acudido, y que lo miraban con sorpresa.
—¿No me reconoce más, entonces? —preguntó el recién llegado, estallando en una carcajada—. Estoy muy contento, porque entonces podré engañar también a aquellos perros de los thugs.
—Te doy mis felicitaciones, mi querido Kammamuri —dijo Yanez—. Si no hacías oír tu voz, estaba por dar la orden de devolverte a tu chalupa.
—Una composición magnífica —dijo Sandokan—. Estás irreconocible, mi bravo maratí.
El fiel servidor de Tremal-Naik se había vuelto verdaderamente irreconocible, y cualquiera lo hubiera confundido con un mahometano de Agra o Delhi.
Había dejado el dhoti y el dupatta por el kurta, vestimenta que a primera vista se asemeja a la de los turcos y tártaros, aunque sea un poco distinta porque la casaca es más corta y abierta del lado izquierdo en vez del derecho, los pantalones más amplios y también el turbante de otra forma, siendo más plano al frente y más hinchado de atrás.
Para mejor completar la ilusión, el bravo hombre había hecho desaparecer las líneas que los secuaces de Visnú llevan en la frente, y se había pegado una soberbia barba negra que le daba un aspecto imponente.
—Admirable —repetía Yanez—. Pareces un santón cualquiera de regreso de la Meca. No te falta más que un poco de verde sobre el turbante.
—¿Cree que los thugs me puedan reconocer?
—A menos que sean diablos o brujos, ninguno podría sospechar en ti al maratí de ayer.
—Las precauciones son necesarias, señor. También esta mañana he visto zumbar alrededor de la casa del amo figuras sospechosas.
—Que te habrán seguido —dijo Sandokan.
—He tomado mis precauciones para hacer perder mis rastros y espero haberlo logrado. He dejado la casa en un palanquín bien cerrado y me he hecho conducir a la Strand, donde hay siempre una muchedumbre extraordinaria, descendiendo delante de un albergue. Mi transformación la he cumplido en aquel lugar, y cuando he salido nadie me ha reconocido, ni siquiera los sirvientes. El feal charra me esperaba lejos de la Strand, sobre el quai de la Ciudad Negra, por consiguiente nadie pudo haberme seguido.
—¡Cuidado! Los thugs son bastante astutos y hemos tenido una prueba. Ellos ya saben que nosotros somos amigos de tu amo y nos vigilan.
El maratí hizo un gesto de espanto y se puso lívido.
—¡Es imposible! —exclamó.
—Yan han intentado asesinarnos cuando salimos del palacio de Tremal-Naik —dijo Sandokan.
—¡A ustedes!
—¡Bah! Un ataque mal ejecutado que hemos correspondido con dos balas, de las cuales una no fue perdida. No es no obstante aquella emboscada lo que en este momento nos preocupa. Es una visita que nos fue hecha hace poco y que nos ha puesto encima graves sospechas. Ha venido aquí un brujo, o algo semejante, a sacrificar una cabra...
—Un mahant —dijo Yanez.
Kammamuri mandó un grito y palideció mucho más.
—¿Un mahant, has dicho? —gritó.
—¿Lo conocerías quizá? —preguntó Sandokan, con inquietud.
El maratí había permanecido mudo, mirándolos con los ojos dilatados por un profundo terror.
—Vamos, habla —dijo Yanez—. ¿Qué significa el espanto que leo en tu mirada? ¿Quién es aquel hombre? ¿Lo has visto también tú?
—¿Cómo era? —preguntó Kammamuri con voz estrangulada.
—Alto, viejo, con una larga barba blanca y dos ojos negrísimos y espléndidos, que parecía tuviesen dentro de la pupila dos carbones.
—¡Es él! ¡Es él!
—Explícate.
—Es aquel mismo que ha venido dos veces a casa de mi amo para cumplir la ceremonia de la puyá, y que he visto rondando otras dos veces en la calle, mirando nuestras ventanas. Sí, alto, delgado, con la barba blanca y los ojos llameantes.
—¡Puyá! —exclamó Sandokan—. ¿Qué quiere decir...? Explícate mejor, Kammamuri: no somos indios.
—Es una ceremonia que se cumple en las casas, en ciertas épocas, para propiciar las divinidades, y que consiste en rociar las estancias de orina mezclada con estiércol de vaca, en arrojar flores y arroz dentro de un cubo de agua, y en quemar mucha manteca puesta dentro de lámparas dispuestas alrededor del recipiente.
—¿Y el mahant la ha cumplido en la casa de tu amo? —preguntó Sandokan.
—Sí, hace quince días —respondió Kammamuri—. Es aquel mismo que esta mañana ha venido aquí: estoy seguro. Aquel miserable es un espía de Suyodhana.
—¿Estaba acompañado por un policeman indio?
—¡Por un policeman! —exclamó Kammamuri haciendo un gesto de estupor—. ¿Desde cuándo la policía escolta a los mahant o a los brahmanes en sus excursiones? Han sido doblemente burlados.
Kammamuri esperaba por parte del Tigre de la Malasia un estallido de ira, en cambio el formidable pirata no perdió un átomo de su calma, es más parecía más satisfecho que disgustado.
—Buenísimo —dijo—. He aquí una burla de la cual sacaremos ventajas inapreciables. ¿Reconocerías otra vez a aquel hombre, mi bravo Kammamuri?
—Incluso dentro de seis meses.
—Yo también. ¿Has traído las vestimentas que te había encomendado?
—Tengo cuatro cajas en el feal charra.
—¿Qué quieres hacer con él, Sandokan? —preguntó Yanez.
—El mahant, nos dirá si los thugs han regresado a su antigua sede y si la pequeña Darma se encuentra escondida en los subterráneos de Rajmangal —respondió el Tigre de la Malasia—. Nos era necesario un thug para hacerlo cantar: lo tenemos a mano, y por Alá, cantará bien alto. Se trata solo de descubrirlo y no desespero.
—Calcuta es vasta y populosa, amigo. Sería como encontrar un grano perdido en un desierto de arena.
—Quizá sea menos difícil de lo que cree —dijo de pronto Kammamuri—. Hay una pagoda dedicada a Kali, en la Ciudad Negra, donde los thugs pasan el rato y donde por tres días se festeja a Dharmarásh y a su esposa Draupadi. No me sorprendería si encontráramos en aquel lugar al mahant.
—Sería una gran fortuna —dijo Sandokan—. ¿Cuándo comienza la fiesta?
—A la noche.
—¿Debes regresar donde tu amo?
—Le he dicho que no me espere; por otra parte antes de mañana a la mañana él estará aquí. Ha decidido refugiarse en su prao, a fin de poder actuar mejor sin ser espiado.
—Quería proponérselo. Aquí estará más seguro que en su palacio; y luego su presencia puede ser necesaria. Vamos a almorzar, luego tomaremos nuestro baño, a fin de que el mahant no nos pueda reconocer. No creí tener tanta suerte en doce horas. Si el bribón cae en nuestras manos, daremos el primer revés a nuestro amigo Suyodhana. ¡Ah! ¿Y los elefantes?
—Los sirvientes de mi amo ya han partido para adquirirlos, y dentro de algunos días los poseeremos.
—Es necesario que los thugs no los vean. Podrían sospechar nuestra intención de dirigirnos a las junglas del sur.
—Ya han recibido las órdenes de conducirlos a un bungalow, que pertenece a mi amo, y que se encuentra en las cercanías de Khari, el último suburbio de los Sundarbans.
—Vamos a almorzar, amigos: la jornada no está perdida.

NOTAS AL PIE DE PÁGINA DE SALGARI

Estiércol de vaca: Como se sabe, las vacas son tenidas en India como animales sagrados.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

La palabra “manti” utilizada por Salgari para nombrar al mahant seguramente la tomó del relato “Uno stregone indiano” del libro “Giornale illustrato dei viaggi e delle avventure di terra e di mare” (E. Sonzogno, 1887). En dicho relato, el “manti” era el protector de un niño inglés durante la rebelión de los cipayos de Calcuta en 1857.

Los sacrificios de cabras negras se siguen practicando en el Templo Kalighat, generalmente muy temprano al amanecer, tras lo cual se exponen los cadáveres que son purificados por el fuego al atardecer.

Un detalle, Salgari utiliza nuevamente el término “Darma-Ragia” —aparecido por primera vez en el capítulo 5 de “Los misterios de la jungla negra”—. Sin embargo, hace referencia a dos personajes o entidades diferentes. En dicha novela, se trataba de Iama, dios del inframundo, mientras que en la actual, indica a Iudistira, uno de los cinco Pándava.

Mahant: “Manti” en el original, palabra en hindi para designar a un superior religioso, en particular el sumo sacerdote de un templo. También puede referirse a un asceta que es jefe de un templo y tiene la responsabilidad religiosa de la prédica. Viene del sánscrito “mahat”, “grande”.

Té Gunpowder: “Thè polvere di cannone”, en el original, cuya traducción literal sería “té pólvora de cañón”, es una variedad de té verde cultivado en la provincia china de Zhejiang y con un parecido visual a la pólvora.

Maestre: “Mastro” en el original. Si bien la traducción literal sería “maestro” me inclino por la que utilicé. Ambas tienen la misma raíz latina “magister”, pero la utilizada significa: hombre a quien después del capitán correspondía antiguamente el gobierno económico de las naves mercantes.

Goa: El más pequeño estado de la India y antigua colonia portuguesa. Se encuentra en la costa occidental, a 400 km al sur de Bombay.

Kalighat: “Kalì-Ghât”, en el original, es el templo hindú más importante de Calcuta, creado en 1809 y consagrado a la diosa Kali, patrona de la ciudad. Antiguamente el río Hugli llegaba hasta la ubicación actual del templo, en cuyas escalinatas —también llamadas “ghat”— se realizaban sacrificios en honor a Kali. De ahí el nombre del templo. A su vez se dice que el nombre “Calcuta” deriva de “Kalighat”.

Shivá: “Siva” en el original, es el dios destructor del hinduismo.

Indra: “India” en el original, es el rey de los dioses o devas y señor del Cielo y dios principal de la primitiva religión védica (previa al hinduismo) en la India.

Suria: “Sourga” en el original, es el dios del Sol en el marco del hinduismo. Proviene del sánscrito “suar”, o sea, “brillar”.

Agní: “Agni” en el original, es el dios védico del fuego en el hinduismo. Agní justamente es el vocablo sánscrito para “fuego”. Junto con Indra y Suria conformaban la “trinidad védica”, reemplazada posteriormente por la trinidad purámica —Brahma, Visnú y Shivá—.

Rupia: Moneda utilizada en India, Pakistán, Sri Lanka, Nepal, Mauricio y Seychelles.

Sahib: Es el honorífico árabe que equivale a “señor” o “don”. Se utiliza como término de respeto en el subcontinente indio.

Coronamiento de popa: “Coronamento di poppa” en el original, es la parte de la borda que corresponde a la popa del buque.

Alcázar: “Cassero” en el original, es el espacio que media, en la cubierta superior de los buques, desde el palo mayor hasta la popa o hasta la toldilla, si la hay.

Narguile: Pipa para fumar muy usada por los orientales, compuesta de un largo tubo flexible, del recipiente en que se quema el tabaco y de un vaso lleno de agua perfumada, a través de la cual se aspira el humo.

Regala: “Capo di banda” en el original, es el tablón que cubre todas las cabezas de las ligazones en su extremo superior y forma el borde de las embarcaciones.

Flechastes: “Griselle” en el original, son los cordeles horizontales que, ligados a los obenques, como a medio metro de distancia entre sí y en toda la extensión de jarcias mayores y de gavia, sirven de escalones a la marinería para subir a ejecutar las maniobras en lo alto de los palos.

Mahometano: “Maomettano” en el original, es el que profesa la religión islámica.

Agra: Ciudad situada a orillas del río Yamuna, en el estado de Uttar Pradesh, en la India. Fue capital del Imperio Mogol entre 1556 y 1658, poderoso estado turco islámico.

Kurta: “Kurty” en el original, es una prenda tradicional que consta de una camisa suelta que cae justo encima o en algún punto por debajo de las rodillas del portador. Se llama “kurti” a la versión más corta llevada por las mujeres. Entre “kurta” y “kurti” me decidí por el primero ya que correspondía a la vestimenta de un hombre.

Tártaro: Natural de Tartaria. Tartaria es el nombre por el que se conocía en Europa, desde la Edad Media hasta el siglo XX, a una gran extensión de tierra del centro y noroeste de Asia que iba desde el mar Caspio y los montes Urales hasta el océano Pacífico y que estaba habitada por varios pueblos túrquicos y mongoles.

Visnú: En el hinduismo es el dios principal, creador, preservador y destructor del universo.

Palanquín: “Palanchino” en el original, es una especie de andas usadas en Oriente para llevar en ellas a las personas importantes.

Quai: Muelle en francés. Así en el original, por eso no lo traduje.

Puyá: “Putscie” en el original, es un ritual religioso del hinduismo realizado en una amplia variedad de ocasiones para presentar respeto a una o más deidades.

Alá: “Allah” en el original, es el nombre que dan a Dios los musulmanes y, en general, quienes hablan árabe.

Dharmarásh: “Darma-Ragia” en el original, es otro nombre con el que se conoce a Iudistira, uno de los cinco hermanos Pándava, hijo del rey Pandú y de la reina Kuntí. Es el protagonista principal de la guerra de Kurukshetra, componente esencial del texto épico-mitológico hindú Majabhárata. Por su piedad y moral se lo conoce como Dharmarásh, “el rey de la religión”.

Draupadi: “Drobidé” en el original, es la hija del rey Drupada de Panchala, esposa poliándrica de los cinco hermanos Pándava. Su historia se cuenta en el texto épico-mitológico hindú Majabhárata. También se la considera un avatar de varias diosas, entre ellas, Kali.

Khari: Pequeña localidad de Bengala Occidental, a poco más de 60 kilómetros al sur de Calcuta.

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