Al grito del Tigre de la Malasia, los marineros que estaban ya por dar fondo a las anclas y calar las velas, habían interrumpido bruscamente las maniobras y habían brincado hacia su comandante, mandando un solo alarido:
—¡A las armas...!
Los terribles tigres de Mompracem, aquellos formidables corredores de los mares de la Malasia que un día habían hecho temblar incluso al leopardo inglés, y que habían destruído el dominio de James Brooke, el famoso rajá de Sarawak, se despertaban.
La sed de sangre y estragos, por algunos meses adormecida, los volvía a tomar a todos de golpe.
En menos de lo que se dice, aquellos cincuenta hombres se encontraban ya en sus puestos de combate, dispuestos al abordaje.
Los artilleros, detrás de gruesas espingardas: los otros detrás de las amuras y sobre el alcázar con las carabinas en mano, el kris entre los dientes y los terribles parang de hoja ancha terminada en ángulo, llevados en la mano.
Tremal-Naik y Yanez habían alcanzado precipitadamente al Tigre de la Malasia, que desde la amura de popa, espiaba los movimientos de los ghrab.
—¿Se preparan para asaltarnos? —preguntó el bengalí.
—Y tomarnos entre dos fuegos —respondió Sandokan.
—¡Bribones...! Se aprovechan del lugar desierto para caernos encima. Diamond Harbour ya está lejos, y sobre el río no hay más naves. Se ve que tienen prisa por suprimirnos.
—Dejémoslos venir —dijo Yanez, con su usual flema—. Tienen tripulaciones numerosas, pero los indios no valen lo que los tigres de Mompracem. No te ofendas, Tremal-Naik.
—Conozco el valor de mis compatriotas —respondió el bengalí—. No puede competir con el de los malayos.
—Sandokan, ¿qué esperamos?
—Que los ghrab abran fuego primero —respondió el Tigre de la Malasia—. Si estuviésemos en el mar, atacaría sin más, pero aquí en el río, sobre aguas inglesas, no lo oso. Podríamos ser más tarde fastidiados por parte de las autoridades y ser tratados como piratas.
—Los thugs aprovecharán no obstante para tomar posiciones.
—La Marianna maniobra mejor que una ballenera y al momento oportuno sabremos huir al doble fuego. Dejémoslos venir: estamos listos para recibirlos.
—Y también para echarlos a pique —agregó Yanez.
—Tienen cañones —dijo el bengalí.
—Meriam que no tienen mucho alcance y cuyos proyectiles no harán gran daño a nuestro casco —respondió Sandokan—. Nosotros conocemos aquella artillería, ¿verdad, Yanez?
—Simples chucherías —respondió el portugués—. ¡Ah! ¡Ah! ¿Ves uno como avanza? Apuntan a tomarnos en medio.
—Haz arrojar un anclote a proa —dijo Sandokan—. Nada de cadenas, un simple cabo que cortaremos con un golpe solo. Procuraremos engañar a aquellos bribones.
Los dos ghrab habían ya desembocado en el canal y avanzaban lentamente, con parte de las velas amainadas bajo las cofas.
Uno rozaba la playa del islote; el otro en cambio se mantenía hacia tierra firme. De aquella maniobra se podía fácilmente comprender que apuntaban a tomar entre dos fuegos al prao que se mantenía en aquel momento en medio del canal.
Una cierta agitación reinaba sobre la toldilla de las dos naves. Se veía a los marineros afanándose a proa y a popa, como si estuviesen alzando barricadas para mejor repararse de las descargas de la artillería enemiga y a otros arrastrar objetos que parecían pesados, a juzgar por el número de hombres que estaban alrededor.
Sandokan, tranquilo como si la cosa no le concerniera, seguía no obstante atentamente los movimientos de los dos veleros, mientras Yanez inspeccionaba las espingardas y hacía preparar los garfios de abordaje, a fin de que todo estuviese listo para abordar a los adversarios, en el caso de que fuese necesario.
La oscuridad había apenas calado y la luna comenzaba a aparecer sobre la punta de los grandes árboles que cubrían la orilla, cuando los dos ghrab, con una bordada, llegaron a trescientos pasos del prao, tomándolo en medio.
Casi enseguida de la nave más próxima se oyó una voz gritar, en lengua inglesa:
—Ríndanse o los calamos a fondo.
Sandokan tenía ya en mano el portavoz. Lo embocó rápidamente, gritando:
—¿Quiénes son para hacernos semejante intimación?
—Naves del gobierno de Bengala —respondió la voz de antes.
—Entonces hágannos el favor de mostrarnos sus papeles —respondió Sandokan irónicamente.
—¿Se rehúsan obedecer?
—Al menos por ahora, sí.
—Me obligan a comandar el fuego.
—Hágalo pues, si así le place.
Aquella respuesta fue seguida por alaridos terribles que se alzaron sobre las toldillas de las dos naves.
—¡Kali...! ¡Kali...!
Sandokan había arrojado el portavoz para desenvainar la cimitarra.
—¡Vamos, tigres de Mompracem! —gritó—. ¡Corten la cuerda y abordemos!
Al alarido de los thugs, la tripulación de la Marianna había respondido con un solo grito de guerra, más salvaje y más terrible que el de los indios.
El calabrote del anclote había sido cortado de un golpe solo y el prao se había puesto al viento, moviéndose resueltamente contra el ghrab que se encontraba al amparo de la orilla del islote.
De pronto, un tiro de cañón retumbó, repercutiendo largamente bajo las florestas que obstruían la playa opuesta.
El ghrab había abierto fuego con su pequeña pieza de proa, creyendo sus artilleros de desfondar fácilmente los flancos del prao, pero las planchas metálicas que recubrían el casco, eran defensa suficiente contra aquellas pequeñas balas.
—¡A ustedes, cachorros! —gritó Sandokan, que se había puesto a la caña del timón, para guiar con su propio puño el pequeño velero.
Una descarga de carabinas había seguido tras aquel comando. Los piratas, que hasta entonces se habían mantenido escondidos detrás de las amuras, habían brincado en pie, abriendo un fuego violentísimo sobre la toldilla del ghrab, mientras los artilleros hacían girar rápidamente sobre sus ejes las largas y grandes espingardas, para tomarlo de proa a popa.
El combate había comenzado, con gran impulso, por ambas partes: y hombres ya habían caído sobre el ghrab y sobre la Marianna, no obstante, muchos más sobre aquel que sobre esta.
Los piratas, gente habituada a la guerra, no disparaban mas que tiros seguros, mientras que los thugs hacían fuego a lo loco.
Sandokan, impasible, entre aquella granizada de balas, que percutían los flancos de su pequeña, pero robustísima nave, que agujereaban las velas y maltrataban las maniobras, incitaba sin pausa a sus hombres.
—¡Abajo, tigres de Mompracem! ¡Mostremos también a estos hombres cómo combaten los hijos de la salvaje Malasia!
No había necesidad de animar a aquellos temibles predadores de los mares, encanecidos entre el humo de la artillería y aguerridos por cientos y cientos de abordajes.
Brincaban como tigres, subiendo sobre las amuras y trepándose sobre los flechastes para mejor mirar al enemigo, sin inquietarse por el fuego del ghrab, mientras sus artilleros, bajo el comando de Yanez, rompían con tiros ajustados la arboladura y la tablazón del velero bengalí.
La lucha no obstante se había apenas empeñado, cuando llegó detrás de la Marianna el segundo ghrab, descargándole encima sus cuatro meriam.
—¡Orzar a la banda! —había gritado Yanez.
Sandokan con un golpe de la caña del timón intentó virar en el lugar, mientras Tremal-Naik y Kammamuri se lanzaban a babor con un puñado de mosqueteros, para hacer frente al nuevo adversario.
La Marianna con una fulmínea maniobra se arrojó fuera de línea, huyendo del fuego cruzado de las dos naves, luego poniéndose de lado hizo frente a los dos ghrab, acosándolos con las carabinas y con las espingardas.
La pequeña nave se defendía maravillosamente y tenía hierro y plomo para los dos.
Yanez, que manejaba una de las espingardas, con un tiro bien ajustado, ya había roto el trinquete del primer ghrab, haciéndolo desplomar en cubierta, luego había precipitado sobre los hombres que intentaban empujarlo al agua y de cortar los brandales y los obenques, una andanada de metralla que había causado un verdadero estrago entre los thugs.
Sin embargo la situación de la Marianna era todo menos rosada, porque las dos naves bengalíes, aún cuando estuviesen bastante maltratadas, la estrechaban de cerca para abordarla por ambas partes.
Fuertes en número, los thugs esperaban expugnarla fácilmente, una vez puestos los pies sobre la toldilla.
Sandokan intentaba, con maniobras admirables, huir al apretón. Desgraciadamente el canal era poco ancho y el viento demasiado débil para intentar bordadas.
Tremal-Naik lo había alcanzado para aconsejarle sobre qué hacer.
El valiente bengalí había cumplido milagros, infligiendo al segundo ghrab pérdidas considerables, y no había logrado detener su marcha.
—Nos caen encima y dentro de poco tendremos el abordaje —había dicho a Sandokan, recargando la carabina.
—Estaremos listos para recibirlos —había respondido el Tigre de la Malasia.
—Son cuatro veces más numerosos que nosotros.
—Verás a mis hombres cómo se batirán. ¡Sambigliong! ¡A mí!
El malayo, que hacía fuego de lo alto del flechaste de babor, de un brinco fue al alcázar.
—A ti la caña del timón —le dijo Sandokan.
—¿A cuál de los dos, amo?
—Abordamos nosotros antes que ellos. Aquel de babor.
Luego se lanzó a través de la toldilla, gritando con voz tonante:
—¡Listos para el abordaje! ¡A mí, cachorros de Mompracem!
Sambigliong, que tenía bajo su mando a cinco hombres para la maniobra de la vela de popa, hizo aflojar la escota para recoger más viento, luego abalanzó el prao contra el ghrab que rozaba el islote y que había sido el más maltratado, mientras Yanez dirigía el fuego de todas las espingardas contra el otro para intentar contenerlo.
—¡Afuera las defensas! —había gritado Sandokan—. Listos para el lanzamiento de los garfios.
Mientras algunos hombres lanzaban sobre las bordas gruesas balas de cáñamo entrelazado para atenuar el choque, y otros recogían los garfios dispuestos a lo largo de las amuras, para arrojarlos entre las maniobras de la nave enemiga, Sambigliong abordó el ghrab a babor, metiendo el bauprés entre los obenques y los flechastes del palo mayor.
Los thugs que lo montaban, sorprendidos por aquel audaz ataque, mientras habían esperado ser ellos los abordadores, no habían ni siquiera pensado en huir al choque, maniobra por otra parte no fácil de realizar con un solo mástil y con las maniobras gravemente dañadas.
Cuando intentaron sustraerse al contacto, fue demasiado tarde.
Los tigres de Mompracem, ágiles como simios, caían por todas partes, lanzándose de los flechastes, de los brandales, incluso de las vergas y brincando sobre el bauprés.
Sandokan y Tremal-Naik, con la cimitarra en la derecha y la pistola en la izquierda, se habían lanzado entre los primeros sobre la toldilla del ghrab, mientras Yanez descargaba andanada tras andanada sobre el otro, para impedir acudir en ayuda del compañero.
La invasión de los cachorros había sido tan fulmínea, que se apoderaron del alcázar casi sin hacer uso de las armas.
Los thugs, aún cuando bastante más numerosos, se habían dispersado por la toldilla sin oponer resistencia, pero a los gritos de sus jefes, volvieron muy pronto la frente, y después de haberse reunido detrás del tocón del trinquete, cargaron a su vez con los talwar en puño, aullando como bestias feroces.
Habían renunciado a sus lazos, que no podían ser de ninguna utilidad en un combate cuerpo a cuerpo.
El choque fue terrible; pero los pesados parang de los tigres de Mompracem no tardaron en ganar ventaja sobre las pequeñas y ligeras cimitarras de los bengalíes.
Rechazados por todas partes, estaban por arrojarse al agua y salvarse sobre el islote cuando sobre el puente de la Marianna resonaron los gritos de:
—¡Fuego! ¡Fuego!
Sandokan, con un comando breve e instintivo, había detenido el empuje de sus hombres.
—¡A la Marianna!
Brincó sobre la amura del ghrab y se lanzó, con un salto de tigre, sobre la toldilla del prao, mientras Tremal-Naik, con un puñado de hombres, cubría la retirada y rechazaba victoriosamente un contraataque de los sectarios de la sanguinaria diosa.
Un denso humo salía de la escotilla mayor de la Marianna, envolviendo las velas y la arboladura.
Algún trozo de mecha o algún pedazo de tela, o un trozo de cuerda incendiada por los tiros de las espingardas, debía haber caído en la bodega y había dado fuego al depósito de los enseres de recambio.
Sandokan, sin preocuparse de los tiros incesantes del segundo ghrab, había hecho preparar la bomba, luego había gritado a Sambigliong que no había abandonado la caña del timón:
—¡Al ancho! ¡Hila hacia la salida del canal! Todos a bordo.
Tremal-Naik y Kammamuri, junto a aquellos que habían cubierto la retirada, brincaban en aquel momento en cubierta.
Los garfios de abordaje fueron cortados, las velas orientadas y la Marianna se separó del ghrab pasando delante de la proa del segundo.
La retirada ya se imponía, no pudiendo los tigres de Mompracem hacer más frente a las dos naves adversarias con el fuego que se inflamaba a bordo y que podía comunicarse a la pólvora de la santabárbara.
Habiendo sido la Marianna muy poco dañada en las maniobras, por los meriam indios, pésimamente dirigidos por malísimos artilleros, podía alejarse sin temer ser alcanzado, tanto más que el ghrab abordado, privado de su trinquete, no podía casi más virar de bordo y ponerse a la caza.
Con un solo golpe de ojo Sandokan se había dado cuenta de la situación y había lanzado a Sambigliong el comando:
—¡A Diamond Harbour!
Él pensaba, y con razón, que allí al menos habría podido ser socorrido por los pilotos de la estación, en caso de extremo peligro y que los thugs se habrían cuidado bien de perseguirlo hasta aquella estación.
El comandante del segundo ghrab no obstante, como si hubiese adivinado el pensamiento de Sandokan, había hecho desplegar rápidamente todas las velas para ponerse en caza y darle nuevamente batalla, antes de que la Marianna pudiese salir del canal.
Debía haber comprendido que la presa estaba por escapársele.
El fuego de los meriam, por un momento suspendido para no pegarle a la otra nave que se encontraba sobre la línea de tiro, fue muy pronto reanudado por los thugs entre clamores ensordecedores y tiros de carabina.
Sandokan, viendo tanta obstinación por parte de aquel enemigo que había ya casi vencido, había mandado un alarido de furor.
—¡Ah! —gritó—, ¿me das otra vez caza? Espera un momento. ¡Tremal-Naik!
El bengalí se afanaba en organizar una cadena de cubos sin preocuparse demasiado por las balas que granizaban siempre en cubierta.
A la llamada del Tigre de la Malasia había acudido.
—¿Qué quieres?
—Tú y Kammamuri ocúpense del incendio. Conduzcan sobre el puente a Surama y a la viuda que están encerradas en el castillo. Te dejo veinte hombres. A mí los otros.
Luego se lanzó hacia popa donde Yanez había hecho llevar también las espingardas de proa para contrarrestar poderosamente los meriam bengalíes.
—Hazme lugar, Yanez —le dijo—: desmontemos aquel cacharro.
—No será ni largo, ni difícil —respondió el portugués con su usual calma—. He aquí una batería que calentará el dorso de los thugs. ¡Balas y clavos a la vez! Tatuaremos a los thugs con el hierro.
—A ti las dos espingardas de babor; a mí aquella de estribor —dijo Sandokan—. Ustedes cubran la batería con el fuego de sus carabinas.
Se inclinó sobre una de sus dos espingardas y miró atentamente el puente del ghrab que continuaba avanzando como si tuviese intención de abordar a la Marianna.
Dos tiros retumbaron sobre el alcázar. El portugués y el Tigre de la Malasia habían hecho fuego simultáneamente.
El trinquete de la nave india, golpeado un poco bajo la cofa osciló un momento, luego cayó con gran estrépito a través de la amura de babor que se rompió por el choque, obstruyendo la cubierta de palos y cordajes y cubriendo las dos piezas del castillo de proa.
—¡Metralla! —gritó Sandokan— ¡Barramos la toldilla!
Otros dos tiros habían tomado detrás de los primeros. Alaridos terribles, alaridos de dolor y no más de victoria, se habían alzado entre los thugs.
Los clavos tenían un buen efecto sobre los cuerpos de los estranguladores.
El fuego había sido suspendido sobre el ghrab, pero no todavía a bordo de la Marianna.
Sandokan y Yanez, que eran dos artilleros maravillosos, disparaban sin tregua, ahora apuntando al casco, ahora mandando una verdadera tempestad de clavos sobre la toldilla que se metían de proa a popa. Alternaban balas con metralla, y con tal rapidez como para impedir a la tripulación adversaria desembarazarse del mástil que inmovilizaba a su nave.
Caían las amuras, se precipitaban las maniobras y los maderos se abrían. El palo mayor, cinco minutos después, quebrado casi al nivel de la toldilla, seguía al trinquete desplomándose también a babor y bandeando la nave, de manera de exponer completamente el puente a los tiros de los piratas.
La destrucción del ghrab comenzaba.
Ya no era mas que un pontón sin mástiles y sin velas, lleno de escombros y muertos, sin embargo la Marianna no aminoraba el fuego. Y las balas y los huracanes de metralla se sucedían, mientras las carabinas de los cachorros destrozaban a la tripulación, que en vano buscaba refugio detrás de las amuras y detrás de los palos de los mástiles.
El otro ghrab en vano hacía esfuerzos prodigiosos para acudir en ayuda del compañero.
Privado de su trinquete, no avanzaba sino muy lentamente y sus cañonazos quedaban sin efecto, llegando sus proyectiles rara vez a destino.
—Vamos —dijo Sandokan—. Otra andanada, Yanez, y habremos terminado. Tira, a ras del agua con balas.
Los cuatro tiros sucedieron a brevísima distancia el uno del otro, abriendo cuatro nuevos agujeros en la carena.
Fueron los tiros de gracia.
El pobre ghrab, que parecía se mantenía a flote por un milagro de equilibrio, se plegó bruscamente sobre babor, donde los mástiles pesaban y donde el agua del río ya irrumpía a través de los desgarros, luego se volcó con la quilla en el aire.
Los hombres se habían lanzado al agua y nadaban desesperadamente. Algunos se dirigían hacia el islote y otros hacia el segundo ghrab, que parecía estuviese inmovilizado sobre algún bajío, porque no avanzaba más.
—¿Los barremos? —preguntó Yanez.
—Deja que vayan a hacerse colgar a otro lado —respondió Sandokan—. Creo que tuvieron suficiente. ¡Sambigliong, remonta siempre el canal!
Luego se lanzó hacia la escotilla mayor, donde parte de la tripulación trabajaba con obstinación entre el humo que continuaba irrumpiendo, derramando cubos de agua.
—¿Y entonces? —preguntó con cierta ansiedad.
—Ya no hay ningún peligro —dijo Tremal-Naik, que lo había divisado y que había oído la pregunta—. Dominamos el fuego y nuestros hombres, que están ya en la bodega, están desalojando el depósito de las velas y de los enseres de recambio.
—Había temblado por mi Marianna.
—¿Dónde vamos ahora?
—Retomaremos el río y descenderemos más allá del islote. Es mejor no mostrarse más en Diamond Harbour.
—Los pilotos deben haber oído los cañonazos.
—Si no son sordos.
—¡Qué jugada para los thugs!
—Por un tiempo no nos darán más molestias.
—¿Y el otro ghrab?
—Veo que no se mueve más. Creo que se ha encallado, y luego está tan malparado que no podrá seguirnos más al mar —respondió Sandokan—. Podremos así desembarcar sin ser molestados y mandar al prao al río Raimatla sin tener espías a nuestras espaldas. Nos ha salido barato: el asunto no ha sido tan malo. Desembarcando más al sur, ¿podremos alcanzar igualmente Khari?
—Sí, atravesando la jungla.
—Diez o doce millas a través del bambú no son de temer, aunque haya tigres. ¡Sambigliong! Remonta siempre y vira de bordo en la extremidad del islote. Regresemos al Hugli.
ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN
En el capítulo anterior da cuenta que la distancia entre río Hugli y la aldea de Khari es de entre 10 y 12 kilómetros. En este capítulo detalla esa misma distancia, pero en millas, siendo que supuestamente van a estar más al sur del punto óptimo para desembarcar. Igualmente, la distancia real es mayor, como ya se indicó.
“...de hoja ancha terminada en ángulo...”: “...dalla lama larga terminante a doccia...” en el original, que traducido literalmente es “ducha”. No encontré una traducción correcta para este término, por lo que lo adapté como “ángulo”. Se aceptan sugerencias.
Anclote: “Ancorotto” en el original, es un ancla pequeña.
Cofas: “Coffe” en el original, es una meseta colocada horizontalmente en el cuello de un palo para fijar los obenques de gavia, facilitar la maniobra de las velas altas, y antiguamente, también para hacer fuego desde allí en los combates.
Bordada: Derrota o camino que hace entre dos viradas una embarcación cuando navega, voltejeando para ganar o adelantar hacia barlovento.
Portavoz: Bocina que usan los jefes para mandar las maniobras al tender los puentes militares.
Calabrote: “Canapo”, es un cabo grueso hecho de nueve cordones colchados de izquierda a derecha, en grupos de a tres y en sentido contrario cuando se reúnen para formar el cabo.
Arboladura: “Alberatura” en el original, es el conjunto de árboles y vergas de un buque.
Tablazón: “Fasciame” en el original, conjunto o compuesto de tablas con que se hacen las cubiertas de las embarcaciones y se cubre su costado y demás obras que llevan forro.
Orzar a la banda: “Orza alla banda” en el original, es cerrar todo el timón para orzar —inclinar la proa hacia la parte de donde viene el viento—.
Caña del timón: “Barra” en el original, es la palanca encajada en la cabeza del timón y con la cual se maneja.
Trinquete: “Albero di trinchetto” en el original, es el palo de proa, en las embarcaciones que tienen más de uno.
Brandales: “Paterazzi” en el original, son los cabos gruesos, firmes o volantes, que se dan en ayuda de los obenques de juanete.
Obenques: “Sartie” en el original, son cada uno de los cabos gruesos que sujetan la cabeza de un palo o de un mastelero a la mesa de guarnición o a la cofa correspondiente.
Escota: “Scotta” en el original, es un cabo que sirve para cazar las velas.
Balas: Fardos apretados de mercancías, y en especial de los que se transportan embarcados.
Cáñamo: Planta anual, de la familia de las Cannabáceas, de unos dos metros de altura, con tallo erguido, ramoso, áspero, hueco y velloso, hojas lanceoladas y opuestas, y flores verdosas.
Maniobras: “Manovre” en el original, es el conjunto de los cabos o aparejos de una embarcación, de uno de los palos, de una de las vergas, etc.
Bauprés: “Bompresso” en el original, es el palo grueso, horizontal o algo inclinado, que en la proa de los barcos sirve para asegurar los estayes del trinquete, orientar los foques y algunos otros usos.
Vergas: “Pennoni” en el original, es la percha perpendicular al mástil, a la cual se asegura el grátil de una vela.
Talwar: “Tarwar” en el original, es un sable de la India, de hoja curva, principalmente de un solo filo y de empuñadura aplanada. Mide entre 70 y 90 cm de longitud.
Escotilla mayor: “Boccaporto maestro” en el original, abertura en la cubierta para servicio del buque cerca del palo mayor.
Santabárbara: Es el pañol o paraje destinado en las embarcaciones para custodiar la pólvora.
Pontón: Barco chato, para pasar los ríos o construir puentes, y en los puertos para limpiar su fondo con el auxilio de algunas máquinas.
Carena: Parte sumergida del casco de un buque.
Millas: 1 mi = 1,609344 km. Por lo tanto, 10 mi equivalen a 16,09 km; 12 mi equivalen a 19,31 km.
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