El peligroso paquidermo debía haber abandonado aquel lugar, donde quizá se había detenido, para repararse de los ardientes rayos del sol, que con frecuencia le agrietan la piel, en solo pocos minutos.
Advertido de la cercanía de aquellos hombres por el rumor que producían los parang al cortar las altas cañas, se había alejado sin hacer ruido, antes de que llegasen hasta él.
Como Tremal-Naik había justamente observado, el animalazo debía estar en uno de sus raros momentos de buen humor, ya que raramente aquellas enormes bestias, que personifican, si es posible, la fuerza material en todo aquello que pueda tener de más violento, brutal e irrazonable, ceden el campo.
Conscientes de su fuerza verdaderamente prodigiosa, de su extrema agilidad, no obstante las formas masivas del cuerpo, y seguros de su arma, que destripa sin ninguna dificultad incluso a un elefante, no rechazan casi nunca la lucha.
Hombres y animales, a todos asaltan con ciego furor y ninguno puede detener su carga irresistible cuando están lanzados. El espesor de su piel por otro lado los protege también contra las balas y no tienen mas que el cerebro vulnerable, pero es necesario alcanzarlo a través de uno u otro ojo y, como bien se sabe, la cosa no es fácil.
Aún cuando el animal pudiese de un instante al otro volver sobre sus propios pasos, para cerciorarse por qué adversarios había sido molestado, Sandokan se había puesto resueltamente sobre el sendero, seguido de cerca por Yanez y Tremal-Naik.
Aquel desgarro, abierto a través de la inmensa jungla, por el cuerpazo del paquidermo y que parecía prolongarse siempre hacia el noreste, o sea en dirección de Khari, ahorraba a los malayos una fatiga durísima y les hacía ganar tiempo.
Los tres cazadores que formaban la vanguardia, avanzaban no obstante con precaución, con un dedo sobre el gatillo de las carabinas y se detenían con frecuencia para escuchar.
No se oía ningún ruido, signo evidente de que el rinoceronte ya había ganado mucho camino y que continuaba su retirada.
—Es muy gentil —dijo Yanez—. Nos hace de guía y deja respirar a nuestros hombres. Debería continuar así hasta la puerta de tu bungalow, amigo Tremal-Naik.
—O mejor entrar en las caballerizas —respondió el bengalí, riendo—. No le negaría una buena provisión de raíces y tiernas hojas.
—El hecho es que mantiene siempre la dirección correcta.
—Veremos no obstante hasta cuándo —dijo Sandokan—. Temo que pierda la paciencia de verse perseguido y que intente un regreso ofensivo. Si cambia de humor, lo veremos desplomarse encima.
Continuaron avanzando, seguidos a cincuenta pasos por los malayos, que velaban por Surama y la viuda, y después de setecientos u ochocientos metros se dieron cuenta de que el bambú comenzaba a espaciarse, mientras más adelante se oía un alboroto ensordecedor, que parecía producido por un gran número de aves acuáticas chapoteando en algún estanque.
—¿Estamos por salir a un claro? —preguntó Sandokan—. Desearía ardientemente una bocanada de aire.
—Despacio —dijo Tremal-Naik—, atentos al rinoceronte.
—No se oye nada aún.
—Pudo haberse detenido. Yanez, haz avanzar a tres hombres de la escolta. Los campilán y los parang hacen un buen trabajo sobre los tendones de aquellos bestiones.
El portugués había apenas hecho señas a los tres malayos para alcanzarlo, cuando se encontraron imprevistamente delante de un claro, en cuyo centro se extendía un estanque de aguas amarillentas, lleno de carrizos y hojas de loto.
Sobre la orilla opuesta había ruinas, columnas, arcadas, pedazos de murallas agrietadas, los restos probablemente de alguna antiquísima pagoda.
Sandokan había arrojado una rápida mirada alrededor de la cuenca y enseguida retrocedió, escondiéndose en medio del bambú.
—Está allá, el animalazo —dijo—: me parece que nos espera para cargarnos.
—Veamos un poco a aquel bruto —dijo Yanez.
Se arrojó a tierra y se arrastró entre las cañas, hasta que alcanzó el margen de la jungla.
El coloso estaba parado sobre la orilla del estanque, con las patotas semihundidas en el fango y la cabeza baja en modo de mostrar su terrible cuerno tendido horizontalmente.
Era uno de los más grandes de la especie, porque medía por lo menos cuatro metros de longitud, y gordo casi como un hipopótamo.
Todo encerrado en su gruesísima piel, como dentro de una armadura, casi impenetrable a las balas de los fusiles utilizados en aquella época, que no tenían la terrible penetración de las armas modernas, y la fea cabeza, corta y triangular, hundida en hombros deformes y macizos, parecía que no esperase mas que la aparición de los cazadores para estallar y poner en acción su puntiagudo cuerno que tenía una longitud de más de un metro.
—Es bien feo en aquella pose —dijo Yanez a Tremal-Naik, que lo había alcanzado—. ¿No querrá dejarnos el paso libre?
—No se irá tan pronto como esperas —respondió el bengalí—. Son testarudos aquellos animales.
—¿Podemos golpearlo desde aquí? Con seis balas debería derribarlo.
—¡Eh! Lo dudo.
—Sin embargo Sandokan y yo hemos matado a más de uno en las florestas del Borneo. Es verdad no obstante que aquellos no eran tan enormes.
—Cuando está parado es difícil golpearlo mortalmente.
—¿Y por qué?
—Porque entonces los pliegues que sirven como bisagras en su coraza, están adheridos los unos a los otros e impiden a las balas penetrar bien adentro. Cuando está en marcha en cambio se desplazan, dejando al descubierto el tejido inferior y entonces hay mayores probabilidades de pegarle en carne viva.
—Dejemos que vaya a hacerse matar a otro lugar y tratemos de rodear el estanque.
—Es eso lo que quería proponer. Intentemos por lo menos alcanzar las ruinas de aquella pagoda. Detrás de aquellas columnas y paredes, estaremos al reparo de las cargas de aquel animalazo, y podremos fusilarlo a nuestro antojo.
—Siempre y cuando no advierta nuestra maniobra.
—Mientras no nos mostremos no se moverá, lo verás —respondió Tremal-Naik.
Volvieron hacia Sandokan que estaba aconsejándose con sus malayos sobre qué hacer, no queriendo exponer a las dos mujeres a una carga del paquidermo.
La propuesta de Tremal-Naik fue enseguida aprobada. Estando aquella parte de la orilla esparcida por escombros y por enormes bloques de piedra, el rinoceronte no podía desplegar su agilidad y su violencia.
Después de haberse asegurado de que el monstruo no había cambiado de posición, se arrojaron en medio de los cañaverales, desplazándose sin hacer ruido y rodearon alrededor al estanque.
Ya no distaban de las ruinas mas que un centenar de pasos, cuando oyeron un “¡sniff!” “¡sniff!” agudo como el toque de una trompeta, luego un galope pesado que hacía temblar el suelo.
El paquidermo se había lanzado hacia la jungla, allá donde se suponía que se escondían sus adversarios.
Yanez había tomado por un brazo a Surama, gritando:
—¡Rápido! ¡Nos cae por la espalda!
El rinoceronte, guiado por aquel comando tan inoportunamente dado, en vez de precipitarse hacia el sendero por él poco antes abierto, había dado un brusco giro, precipitándose allí donde divisaba al bambú oscilar.
Parecía un tren lanzado a todo vapor a través de la jungla.
Las inmensas cañas, partidas como si fuesen ramitas de paja, caían delante suyo como segadas, mientras con el cuerno desfondaba los montones intrincados de calamus.
Las dos mujeres y los piratas se habían lanzado en carrera desesperada.
En pocos minutos alcanzaron las ruinas, salvándose detrás de las columnas y de los enormes bloques de granito.
El rinoceronte salía en aquel momento de entre las cañas y cargaba con la cabeza rozando el suelo y el cuerno tenso.
Yanez y Sandokan, que se habían refugiado sobre un murete que antes debía haber sido un pedazo de cerco, viéndolo delante, hicieron fuego simultáneamente, casi a quemarropa.
El coloso, herido en algún pliegue, se encabritó como un caballo que recibe un indefendible espoleo; luego reanudó de súbito la carrera contra el murete que, ya agrietado, no resistió a aquel choque poderoso.
Los ladrillos se destrozaron por el golpe y los dos piratas rodaron en medio de los escombros con las piernas por el aire.
Tremal-Naik, que se encontraba sobre un enorme bloque de piedra junto con Surama y la viuda, había mandado un alarido de terror, creyéndolos perdidos, al cual había de súbito hecho eco un mugido terrible.
El rinoceronte se había desplomado al suelo agitando desesperadamente las masivas patas traseras, de cuyos tendones cortados huían borbotones de sangre.
—¡Es nuestro! —había gritado una voz.
Casi en el mismo instante uno de los malayos que tenía en el puño un parang goteando sangre, había brincado de entre los escombros, acudiendo en ayuda del Tigre de la Malasia y del portugués.
Aquel valiente, viendo a sus jefes en peligro, había asaltado al animal por detrás y con su pesado sable le había cortado de golpe los tendones de las patas posteriores, produciéndole dos heridas que debían hacerlo en breve sucumbir.
En efecto el animal había de súbito caído mandando un alarido espantoso, pero enseguida se volvió a levantar. Aquel momento no obstante había sido suficiente para Sandokan, Yanez y también para el malayo para ponerse a salvo sobre un bloque colosal.
Además sus compañeros habían a su vez hecho fuego.
El coloso, herido en más partes, con las patas estropeadas, giró tres o cuatro veces sobre sí mismo, como si hubiese enloquecido, mandando clamores ensordecedores, luego de un brinco se precipitó en el estanque, dejando detrás de sí dos franjas de sangre.
Buscaba en el agua un alivio para las heridas.
Por varios minutos se debatió levantando verdaderas oleadas rojizas, luego intentó regresar hacia la orilla, pero las fuerzas lo traicionaron.
Fue visto elevarse una última vez sobre sus patas mutiladas, luego caer entre un grupo de cañas, mandando un alarido rauco.
Por algunos instantes su cuerpazo fue sacudido por temblores, por consiguiente la masa se endureció, hundiéndose poco a poco en el cieno del fondo.
—Ha exhalado el último suspiro —dijo Yanez—. ¡Bruto! ¡Se va!
—Estos animales son más temibles que los tigres —dijo Sandokan, que observaba el cuerpazo que se hundía más—. Ha demolido la muralla como si hubiese sido de cartón. Sin aquellos dos sablazos cómo nos lo habríamos quitado.
—Tu malayo le ha dado el golpe del elefante, ¿verdad? —preguntó Tremal-Naik.
—Sí —respondió Sandokan—. En nuestros países los paquidermos se matan cortando los tendones de sus patas posteriores. Es un método más seguro y que ofrece menos peligros.
—¡Qué pecado perder el cuerno!
—¿Te interesa tenerlo? La masa no se hunde más y la cabeza emerge.
—Es un soberbio trofeo de caza.
—Nuestros hombres se encargarán de ir a cortarlo. Acamparemos aquí por un par de horas y comeremos. Hace demasiado calor como para reanudar la marcha.
Habiendo cerca de las ruinas de la pagoda algunos tamarindos que proyectaban una fresca sombra, fueron ahí abajo a comer.
Los malayos ya habían sacado de sus bolsos los víveres, consistentes en bizcochos y carnes en conserva y bananas, que habían recogido de la orilla del río, antes de dejar la torre de los náufragos.
El lugar era pintoresco y el aire era menos sofocante que en la jungla, aún cuando el sol vertiera sobre el estanque una verdadera lluvia de fuego, produciendo una evaporación fuertísima.
Un silencio profundo reinaba en la vecina jungla. Incluso las aves acuáticas, aquellas eternas charlatanas, callaban y parecían amodorradas por aquel intenso calor.
Sólo un gigantesco marabú argala, alto como un hombre, con la cabeza calva y sarnosa, perforada por dos ojitos redondos y rojos, y un pico enorme con punta en embudo, paseaba gravemente sobre la orilla del estanque, agitando de vez en cuando sus alas blancas envueltas en negro.
Yanez, Sandokan y Tremal-Naik, terminada la comida, se habían dispuesto hacia la pagoda observando con viva curiosidad las columnas y las murallas que llevaban numerosas inscripciones en sánscrito y que resistían aún en las numerosas estatuas partidas, que representaban elefantes, tortugas y animales fantásticos.
—¿Alguna vez perteneció a los thugs? —preguntó Yanez que había observado sobre la parte superior de una columna una figura que bien o mal se asemejaba a la diosa Kali.
—No —respondió Tremal-Naik—. Debía haber estado dedicada a Visnú; veo sobre todas las columnas la figura de un enano.
—¿Era un enano aquel dios?
—Lo fue en su quinta encarnación, para reprimir el orgullo del gigante Balí, que había vencido y cazado a los dioses del Suargá o sea del paraíso.
—Un dios famoso su Visnú.
—El más venerado después de Brahma.
—¿Cómo ha hecho un enano para vencer a un gigante? —preguntó Sandokan, riendo.
—Con astucia Visnú se había propuesto para purgar el mundo de todos los seres malvados y orgullosos que atormentaban a la humanidad. Después de haber vencido a muchísimos, pensó domar también a Balí, que mandaba en cielo y tierra, y se le presentó bajo la forma de un brahmán enano. El gigante en aquel momento estaba haciendo un sacrificio. Visnú se volvió para pedirle tres pasos de terreno, a fin de poderse fabricar una cabaña. Balí, amo del mundo entero, rió de la aparente imbecilidad del enano y le respondió que él no debía tomar la pregunta a la ligera. Visnú no obstante insistió en su pedido, diciendo que para un ser tan pequeño, tres pasos de terreno eran suficientes. El gigante se lo concedió y para asegurarle la donación, le vertió agua sobre las manos. Pero he aquí que Visnú adquirió de repente una grandeza tan prodigiosa que llenó con su cuerpo el universo entero: midió la tierra con un solo paso, el cielo con otro, y para el tercero intimó al gigante a mantener la promesa hecha de donarle aquello que había medido. El gigante reconoció enseguida a Visnú y le ofreció su propia cabeza; pero el dios satisfecho con tal sumisión, lo mandó a gobernar el Patala, y le permitió regresar todos los años a la tierra en el día de la luna llena de noviembre.
—Quién sabe después qué heroicas empresas habrá realizado durante sus otras encarnaciones —dijo Yanez—. Eran bien bravos los dioses indios en aquellas lejanas épocas. Se transformaban a su antojo, en gigantes y en enanos.
—Y también en animales —dijo Tremal-Naik—. De hecho en su primera encarnación, según nuestros libros sagrados, se transmutó en un pez, para salvar del diluvio al rey Satiavrata y a su mujer...
—¡Ah! ¿También ustedes recuerdan el diluvio?
—Nuestros libros sagrados lo mencionan. En la segunda, en una tortuga para reflotar del océano de leche, al monte Meru, a fin de sacar el amrita, o sea el licor de la inmortalidad; en la tercera, en un jabalí para destrozar el vientre al gigante Jirania Akshá, que se divertía destrozando el mundo; en la cuarta, en un animal que era medio hombre y medio león, para abatir y beber la sangre del gigante Jirania Kashipú; en la quinta, sexta, séptima, octava y novena es siempre humano.
—Por consiguiente se ha transmutado nueve veces aquel bravo dios —dijo Sandokan.
—Pero en la décima encarnación, que sucederá en el fin de la época presente, aparecerá bajo las formas de un caballo con un sable en una pata y un escudo en la otra.
—¿Y qué hará? —preguntó Yanez.
—Nuestros sacerdotes dicen que descenderá a la Tierra para destruir a todos los malvados. Entonces el sol y la luna se oscurecerán, el mundo temblará, las estrellas caerán, y la gran serpiente Adishesha, que ahora duerme en el océano de leche, vomitará tanto fuego como para quemar todos los mundos y todas las criaturas que los habitan.
—Esperemos ya no estar vivos —dijo Yanez.
—¿Crees tú, en el descenso de aquel terrible caballo? —preguntó Sandokan, con acento burlón, al bengalí.
Tremal-Naik sonrió sin responder y se dirigió hacia el estanque, donde los malayos estaban quebrando el morro del rinoceronte para quitarle el cuerno.
Después de no pocos golpes de parang, habían logrado cortarlo.
Medía un metro veinte, y terminaba en una punta casi puntiaguda, debido al continuo frotamiento, utilizándolo los rinocerontes no solo como arma defensiva, sino también para cavar en la tierra a fin de poner al descubierto ciertas raíces de las cuales son golosos, y que constituyen su principal sustento.
Aquellos cuernos no están formados verdaderamente por una sustancia ósea como los de los renos, los alces y los ciervos, sino de fibras adheridas las unas a las otras o mejor, por pelos aglutinados de materia córnea, susceptibles no obstante a recibir una buena limpieza y tan resistentes como para desafiar al marfil.
A las cuatro posmeridiano, cesado un poco el calor, el pelotón dejaba el estanque y reingresaba en la jungla, reanudando la lucha contra el bambú y el calamus.
No tuvo no obstante mas que una breve duración, porque algunas horas después llegaban finalmente sobre el sendero que desde Khari va hasta la orilla del Ganges.
La marcha fue impulsada entonces con tal rapidez, que poco después del ocaso Tremal-Naik llegaba delante de la puerta de su bungalow.
ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN
Un capítulo lleno de referencias a Visnú, muy interesante.
Paquidermo: Se dice de los mamíferos artiodáctilos, omnívoros o herbívoros, de piel muy gruesa y dura; por ejemplo, el jabalí y el hipopótamo.
Carrizos: “Canne Palustri” en el original, es la Phragmites australis, planta gramínea, con la raíz larga, rastrera y dulce, tallo de dos metros, hojas planas, lineares y lanceoladas, y flores en panojas anchas y copudas. Se cría cerca del agua y sus hojas sirven para forraje. Sus tallos servían para construir cielorrasos, y sus panojas, para hacer escobas.
Calamus: “Calami” en el original, es un género de plantas de la familia Arecaceae. Los tallos pueden crecer hasta 200 m de longitud.
Cieno: Lodo blando que forma depósito en ríos, y sobre todo en lagunas o en sitios bajos y húmedos.
Sánscrito: Se dice de la antigua lengua de los brahmanes, que sigue siendo la sagrada del Indostán.
Quinta encarnación [de Visnú]: El nombre con el que se conoce al quinto avatar es “Vámana”, que significa “enano” en sánscrito.
Balí: “Bely” en el original, es un rey mitológico de la India. Su nombre significa “ofrenda” en sánscrito. Fue rey del clan daitia, de los asuras o demonios. Durante su reinado, de gran prosperidad, extendió sus territorios hasta usurpar el Suargá.
Suargá: “Sorgon” en el original, es un grupo de mundos celestiales ubicados en el Monte Meru y por encima de él. Es el Cielo adonde van los justos que viven en un paraíso antes de su siguiente reencarnación.
Brahma: En el hinduismo es el dios creador del universo.
Patala: “Pandalon” en el original, es el infierno hindú.
Primera encarnación [de Visnú]: El nombre con el que se conoce al primer avatar es “Matsia”, que significa “pez” en sánscrito. Se lo representa como un pez con un cuerno en la frente o como Visnú con cola de pez.
Satiavrata: “Sattiaviradem” en el original, es otro de los nombres con el que se conoce a “Manu”, el primer ser humano y rey sobre la Tierra. “Satia”, en sánscrito significa “verdad” y “vrata”, “voto, promesa”.
Segunda [encarnación de Visnú]: El nombre con el que se conoce al segundo avatar es “Kurma”. Se lo representa como mitad tortuga y mitad hombre, con cuatro brazos con armas.
Océano de leche: “Mar di latte” en el original, si bien la traducción literal sería “mar de leche”, es uno de los mitos fundamentales del hinduismo que se denomina “samudra manthana” (batido del océano) al “batido del océano de leche” que no es precisamente el Vaikuntha.
Monte Meru: “Montagna Mandoraguire” en el original, es una montaña sagrada en varias culturas. Para el hinduismo tiene un pico en forma de cono truncado de 450.000 km de altura; probablemente haga referencia a la cordillera del Pamir, una de las más altas del mundo y vinculada al Himalaya.
Amrita: “Amurdon” en el original, es el néctar de los dioses. Es equivalente al concepto de ambrosía de los dioses griegos.
Tercera [encarnación de Visnú]: El nombre con el que se conoce al tercer avatar es “Varaja”. Se lo representa a veces como un jabalí completo y otras como un hombre con cabeza de jabalí.
Jirania Akshá: “Ereniacsciassen” en el original, era un asura —grupo de dioses sedientos de poder y en constante guerra, considerados demonios—. Intentó asaltar a la Madre Tierra, aprovechando que Visnú estaba dormido. Su brutalidad fue tal que de las extremidades rotas, surgió el Himalaya.
Cuarta [encarnación de Visnú]: El nombre con el que se conoce al cuarto avatar es “Narasinja”, que significa “hombre león” en sánscrito. Se lo representa mitad hombre y mitad león.
Jirania Kashipú: “Ereniano” en el original, era el hermano de Jirania Akshá, asesinado por Varaja (tercer avatar de Visnú con forma de jabalí). En venganza decide matar a Visnú obteniendo poderes místicos. Dichos poderes fueron otorgados por Brahma como relata Salgari. Posteriormente Narasinja lo mató.
Sexta, séptima, octava y novena [encarnaciones de Visnú]: Los nombres de dichos avatares son: Parashurama (“el que da placer con hacha” en sánscrito), Rama (“placer”), Krishna (“negro” u “oscuro”) y Buda (“inteligente”, “iluminado”), respectivamente.
Décima encarnación [de Visnú]: El nombre con el que se conoce al décimo y último avatar es “Kalki”, que podría significar “tiempo”, “malvado”, “sucio” en sánscrito. Se lo representa montado en un caballo blanco, con una espada para matar a la humanidad.
Adishesha: “Adissescien” en el original, significa “primer Shesha”. Se lo suele describir como una serpiente de mil cabezas en la mitología hindú y es el rey de todos los nagas (seres o semidioses inferiores con forma de serpiente).
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