jueves, 3 de marzo de 2016

XV. En los Sundarbans


Fue solo después de las cinco que los dos elefantes se volvieron a poner en viaje, dirigiéndose hacia el sur, o sea hacia los Sundarbans, para alcanzar los terrenos deshabitados.
La región que entonces atravesaban estaba aún aquí y allí, no obstante a gran distancia, poblada por los pobres malangi.
De vez en cuando, por encima de las cañas y los kalam, se divisaba algún grupito de casuchas de barro, defendido por una alta cerca para poner a cubierto de los asaltos de las bestias no solo a los habitantes, sino también a sus vacas y búfalos.
Alrededor se extendía algún pedazo de tierra cultivada con arroz y algún grupo de bananos, cocos y mangos, todas plantas, que dan fruta excelente, muy apreciada por los indios.
Apenas no obstante sobrepasadas aquellas aldeas, la jungla retomaba su imperio, junto a los estanques que se volvían siempre más numerosos, llenos de plantas en descomposición, y mangles, las plantas de la fiebre.
Miríadas de zancudas se alzaban de las orillas al aparecer los dos gigantescos elefantes, saludadas por los cazadores con algún tiro de fusil que no iba nunca al blanco.
Eran verdaderas nubes de ardeidas gigantes, cigüeñas negras, ibis, que en la India son morenas en vez de ser blancas, patos brahmánicos, fochas de plumas color púrpura con reflejos índigo, y cormoranes que aunque huían, no abandonaban los peces atrapados entonces en los estanques, normalmente mangos, pequeños, rojos, y muy estimados por los bengalíes por la delicadeza de sus carnes.
Entre las cañas huían también las bellísimas cabezas de caza y tan ágilmente como para caer rara vez bajo los tiros de los cazadores. Había graciosos axis, semejantes a los gamos comunes, con el pelaje leonado, salpicado de blanco; elegantes nilgó, de cabeza cornuda, que desaparecen con la rapidez de una flecha; luego hordas de perros salvajes, de pelaje moreno leonado, y grandes chacales, peligrosos si son empujados por el hambre.
También algunas cita, pequeñas y bellísimas panteras, bastante sanguinarias, que se domestican fácilmente, se mostraban por algunos instantes sobre los márgenes de los matorrales más densos, para luego agazaparse casi de inmediato.
—¡Este es el verdadero paraíso de los cazadores! —exclamaba Sandokan, que se entusiasmaba, viendo huir a toda aquella caza—. Es un pecado que debamos ocuparnos más de los thugs que de los tigres, búfalos y rinocerontes.
—Esta noche no dormiré —repetía por su parte Yanez—. Iré a cazar en emboscada. Se dice que es una cacería no menos emocionante. ¿Es verdad Tremal-Naik?
—Y también más peligrosa —respondía el bengalí.
—Conduciremos con nosotros también a Darma y la lanzaremos encima de los axis y los nilgó. Me imagino que estará habituado a cazar.
—Vale como la cita mejor amaestrada, mi querido Sandokan.
—¿Aquellas pequeñas panteras que hemos visto huir?
—Sí.
—¿Se adiestran para la caza?
—¡Y qué hábiles cazadoras se vuelven! —exclamó Tremal-Naik—. Mi Darma lo hará no obstante mejor y no vacilará en asaltar incluso a los búfalos.
—A propósito, ¿dónde está aquel bribón? —preguntó Yanez—. Cuando estamos sobre los elefantes está siempre lejos.
—No temas —respondió Tremal-Naik—, nos sigue siempre y lo verás reaparecer a la hora de la cena, si no ha cazado por cuenta suya.
—Veo un canal delante de nosotros —dijo en aquel momento Sandokan—. Iremos a acampar sobre la orilla opuesta. Los animales abundan más en las orillas de los ríos.
Un riachuelo, ancho de una decena de metros, de aguas amarillentas y cenagosas, cortaba el camino, fluyendo entre dos orillas llenas de mangles, sobre cuyas ramas arqueadas se mantenían inmóviles muchos marabúes, aquellos codiciosos devoradores de cadáveres y carroña.
—Atento, cornac —dijo Tremal-Naik—. Habrá gaviales en aquel canal.
—Mi elefante no les teme —respondió el conductor.
Los dos colosos se habían detenido en la orilla, tanteando prudentemente el terreno, y olfateando ruidosamente el agua, antes de adentrarse.
No parecían muy convencidos de la tranquilidad que reinaba bajo aquel líquido fangoso.
—Estoy seguro de no haberme engañado —dijo Tremal-Naik, alzándose—. Los elefantes han olfateado algún gavial y tienen miedo de ser cruelmente mordisqueados.
El koomareah, que debía ser más resuelto que el compañero, se decidió finalmente a entrar en el agua que era bastante profunda, llegando a los flancos del coloso.
Había recorrido apenas tres o cuatro metros, cuando se detuvo de golpe imprimiendo al howdah una sacudida tan brusca, que por poco los cazadores no fueron arrojados al agua.
—¿Qué pasa? —preguntó Sandokan, aferrando la carabina.
El koomareah después de aquel sobresalto había mandado un barrito formidable, luego había sumergido rápidamente la trompa en el agua, retrocediendo rápidamente.
—¡Lo ha atrapado! —gritó el cornac.
—¿Qué? —preguntaron a una voz Yanez y Sandokan.
—Al gavial que lo había mordido.
La probóscide se había alzado. Estrechaba a un monstruoso reptil, semejante a un cocodrilo, armado de dos mandíbulas formidables, erizada de dientes puntiagudos y amarillentos.
El monstruo, arrancado de su elemento, se debatía furiosamente, intentando golpear con la robusta cola, cubierta, al igual que el dorso, de planchas óseas, al elefante; pero este se cuidaba bien de dejarse agarrar.
Lo tenía bien en alto y parecía que sintiese un placer maligno en hacer crepitar las planchas.
—¿Lo sofocará? —preguntó Yanez.
—Más aún: verás cómo hará pagar al reptil la mordida recibida. Estos paquidermos son bravos e inteligentísimos y son también extremadamente vengativos.
—Entonces lo aplastará bajo los pies.
—Tampoco.
—Veamos entonces qué tipo de muerte destina a aquel pobre saurio, ya que supongo que no lo perdonará.
—Reirás —dijo Tremal-Naik—, no querría no obstante encontrarme en el lugar del gavial.
El koomareah, sin cuidarse de los esfuerzos del desgraciado e incauto saurio, y manteniéndolo siempre bien alto para evitar los golpes de cola, retrocedió hasta la orilla, que volvió a subir rápidamente, dirigiéndose enseguida hacia un gigantesco tamarindo que crecía aislado en medio de los bambúes, lanzando en todas las direcciones sus ramas intrincadísimas.
Miró por algunos instantes el enorme vegetal, luego encontrado aquello que le convenía, depuso al reptil entre dos bifurcaciones, metiéndolo dentro con fuerza, de modo que no pudiese liberarse más.
Hecho esto mandó un largo barrito que debía ser de satisfacción y regresó tranquilamente hacia el canal bufando y balanceando cómicamente la trompa, mientras un rayo maligno brillaba en sus ojitos negros.
—¿Has visto? —preguntó Tremal-Naik a Yanez.
—Sí, pero sin comprender mucho.
—Ha condenado al reptil a un suplicio horrible.
—¿Y cómo? ¡Ah! ¡Entiendo! —exclamó el portugués estallando en una carcajada—. El saurio morirá lentamente de hambre y sed en la cima del árbol.
—Y el sol lo desecará.
—¡Vengativo elefante!
—Es este el suplicio que infligen a los gaviales y a los aligátores cuando consiguen atrapar a alguno.
—No se creería que estos colosos, que tienen un carácter tan dulce, tan apacible, sean capaces de tanta maldad.
—Es más son, como te dije poco antes, bastante malos, como son bastante sensibles a las gentilezas que con ellos utilizan. Te cito algunos ejemplos. Un cornac tenía el hábito de romper las nueces de coco sobre la cabeza de su propio elefante. Parece que aquella operación no hacía demasiada gracia al coloso, aún cuando no debiese sentir ningún efecto. Sucedió que un día, pasando en medio de una plantación de cocos, el cornac recogió algunos para quebrarlos, como de costumbre, sobre el cráneo del coloso. Por un momento este lo dejó hacer, luego a su vez recogió uno e intentó romperlo.
—¿Sobre la cabeza del conductor? —preguntó Sandokan.
—Precisamente —respondió Tremal-Naik—. Pueden imaginarse a qué estado fue reducida la cabeza de aquel pobre diablo. Fue partida con el golpe.
—¡Ah! ¡Elefante bribón! —exclamó Yanez.
—He conocido a otro que dio una vez una tremenda lección a un sastre indio de Calcuta. Aquel coloso todas las veces que era conducido al río a saciar la sed, tenía la costumbre de introducir la probóscide en las ventanas de las casas, cuyos habitantes no dejaban nunca de regalarle algunos dulces o alguna fruta. El sastre en cambio todas las veces que veía aparecer aquella nariz colosal, se divertía pinchando con la aguja que tenía en mano. Por un tiempo el paquidermo toleró la broma, hasta que un mal día perdió la paciencia. Conducido al río absorbió lo más que pudo de agua y barro, luego cuando pasó delante de la casa del sastre, descargó dentro de la ventana todo aquel líquido, poniendo patas arriba al desgraciado indio y arruinándole completamente todas las telas y vestimentas que tenía sobre el banco.
—Que broma pesada —dijo Yanez, que reventaba de la risa—. Apostaría que aquel pobre sastre desde aquel día no ha tocado más a los elefantes.
—Sahib —dijo en aquel momento el cornac, volviéndose hacia Tremal-Naik—. ¿Quiere acampar aquí? Tendremos sombra y buena pastura para los elefantes.
La orilla opuesta del canal se presentaba en efecto mejor que la otra para un buen campamento, no estando llena ni de kalam, ni de bambúes espinosos, bajo los cuales podían ocultarse peligrosas serpientes que poblaban en número extraordinario las junglas de los Sundarbans.
Parecía que un incendio hubiese destruido recientemente los unos y los otros, estando el suelo esparcido por un barro grisáceo, ya secado por los ardientes rayos del sol; pero había perdonado a las grandes plantas que formaban aquí y allá densos montes, bajo cuya sombra los hombres debían encontrarse muy bien.
—Tenemos el río por una parte y la jungla por la otra —dijo Tremal-Naik—. El lugar es bueno para una parada y para la caza. Detengámonos aquí, cornac.
Descendieron de los elefantes llevando sus armas y se pusieron bajo los árboles.
Habiendo encontrado el lugar apropiado, hicieron levantar las tiendas, mientras los elefantes se ponían sin más a saquear el follaje de las plantas cercanas, haciendo caer al suelo, con cada sacudida que imprimían a las ramas, una verdadera lluvia.
—¡Uf! —exclamó Yanez que al pasar bajo una de aquellas plantas, había recibido encima una ducha tal de empaparlo.
—¿Qué tienen estos árboles, en sus ramas? ¿Depósitos quizá?
—¿No conoces estas plantas? —preguntó Tremal-Naik.
—Me parece haber visto otras semejantes durante nuestro viaje; ignoro no obstante para qué sirven y cómo se llaman.
—Son árboles preciosísimos, especialmente para las regiones que sufren de sequía. Se llaman nim, o mejor dicho las plantas de la lluvia. Estos singulares vegetales que están diseminados con bastante abundancia en la India, poseen la facultad de absorber la humedad de la atmósfera, y de forma tan potente que cada hoja contiene en sus abarquillamientos un buen vaso de agua. Prueba sacudir fuertemente el tronco y verás qué ducha te cae encima.
—¿Y es buena el agua?
—Verdaderamente no es demasiado excelente, porque las hojas que la contienen le dan un sabor nauseabundo, por lo cual a menos que se tenga una gran sed se hace difícil tragarla. Sin embargo, los granjeros se sirven de ellas para regar sus campos, bastando una sola planta para dar un par de barriles y también más.
—Tenemos también nosotros, en nuestras islas, algo semejante —dijo Sandokan—. Nuestras plantas, que no son de tronco, se llaman nepentes y tienen hojas en forma de copas que contienen más que las de estos árboles; ¿verdad Yanez?
—¡Y cuántas veces las hemos bebido junto con los insectos que contenían, cuando los ingleses nos daban caza en las florestas de Labuan!
Un ladrido y un gruñido lo interrumpieron. Punthy y Darma, que habían atravesado el río justo después que los elefantes, se habían lanzado entre los grupos de árboles de común acuerdo, dando signos de una viva agitación.
Avanzaban, luego volvían atrás, metiéndose en medio de los matorrales de mussaenda que surgían aquí y allá, luego describían caprichosos zigzags, como si siguieran un rastro.
—¿Qué tienen tus bestias? —preguntó Sandokan, un poco sorprendido por aquellas búsquedas y por su agitación.
—No sabría —respondió Tremal-Naik—. Quizá alguna cobra de anteojos o alguna pitón, ha pasado hace poco por aquí y Punthy y Darma la han olfateado.
—¿O algún hombre? —preguntó Yanez.
—Estamos ya lejos de las últimas aldeas y ningún malangi osaría adentrarse hasta aquí. Tienen demasiado miedo a los tigres. ¡Bah! Dejémoslos buscar y vayamos a cenar, luego iremos a excavar el hoyo para cazar en emboscada. Veo allá abajo un bello monte de pipal, que está bastante lejos del campamento y que enlaza la jungla espinosa con el río. Estoy seguro de que allá pasarán los animales que tienen necesidad de saciar la sed.
Comieron rápido, recomendaron a los malayos y a los cornac hacer buena guardia, y provistos de una pala y de una azada se encaminaron hacia el bosque seguidos por Darma.
Punthy había sido dejado en el campamento, a fin de que con sus ladridos, no espantase a las presas que Tremal-Naik se proponía hacer cazar al tigre.
Ya habían perdido de vista las tiendas y los elefantes, permanecidos escondidos detrás de las primeras cañas de la jungla, que resurgía más densa que nunca más allá de los terrenos secos, cuando se dieron cuenta que el tigre daba nuevos signos de agitación.
Se detenía olfateando el aire, se batía nerviosamente los flancos con la cola, aguzaba las orejas como si buscase recoger algún lejano rumor y gruñía sumisamente.
—¿Pero qué tiene entonces Darma esta tarde? —preguntó Yanez.
—Es lo que me pregunto también, sin lograr encontrar la explicación a esta inexplicable agitación —respondió Tremal-Naik.
—Pues bien, no hemos visto a nadie, ni oído ningún ruido —dijo Sandokan.
—No obstante también comienzo a preocuparme —dijo Tremal-Naik.
—¿Qué podemos temer? Está Darma con nosotros y estamos los tres bien armados, y no ciertamente temerosos y luego están los malayos y los cornac a una sola milla de distancia.
—Tienes razón, Sandokan.
—¿Sospechas la cercanía de alguna banda de thugs?
—Estamos lejos del Mangal y no creo que a esta hora hayan sido informados de la presencia de extranjeros en la jungla.
—Vamos adelante —dijo Yanez—. Ninguno osará venirnos a molestar en la fosa.
Se metieron bajo los pipal, donde ya comenzaba a espesarse la oscuridad, habiéndose ya puesto el sol y buscaron una extensión descubierta.
Habiendo encontrado una suficientemente vasta, en poco más de una hora excavaron una fosa profunda de un metro y medio y tres de largo, que disimularon con algunas gavillas de bambú, dispuestas no obstante en modo de poder salir del escondite sin tener necesidad de desplazarlas y se metieron dentro con Darma.
—Encendamos nuestros cigarrillos y armémonos de paciencia —dijo Tremal-Naik—. Los animales tardarán en llegar, pero estoy seguro que por aquí pasarán, prefiriendo normalmente los lugares descubiertos donde los tigres y las panteras no pueden emboscarse. La comida no nos faltará mañana a la mañana.
La pequeña floresta comenzaba a volverse silenciosa, después de la retirada de los bulliciosos zancudos, que poco antes cubrían aún las orillas del vecino canal.
Se oían solamente de vez en cuando los gritos discordes de una banda de unkos, que habían tomado posesión de un pipal enorme, para dedicarse a una gimnasia frenética, siendo aquellos simios los más ágiles de todos, tanto que parecen aves, más que cuadrumanos, pudiendo saltar de rama en rama con saltos de diez e incluso doce metros.
De trecho en trecho, se oía el alarido lamentable de un bighana, especie de lobo, más pequeño no obstante que el común, de pelaje moreno, rojizo o grisáceo, que se vuelve blancuzco bajo el vientre y audasísimo, asaltando incluso a las personas aisladas cuando se encuentra en compañía de otros.
Los tres cazadores, tendidos en el fondo de la fosa que habían cubierto con un denso estrato de hojas para evitar la humedad, fumaban en silencio, aguzando las orejas hacia los ruidos lejanos.
Darma, acurrucado junto a ellos, se mantenía tranquilo y ronroneaba con un “ron-ron” de buen augurio.
Había transcurrido una hora, cuando lo vieron alzarse, aguzar las orejas y mirar fijo los márgenes de la fosa.
—Ha oído algún animal acercarse —dijo Tremal-Naik, alzándose sin hacer ruido y tomando la carabina.
Yanez y Sandokan lo habían imitado.
No se divisaba ningún animal sobre la extensión, no obstante se oía un ligero susurro de ramas hacia lo denso de la floresta, como si alguien buscase abrirse paso entre los matorrales de mussaenda, que se extendían en torno de los troncos de los árboles.
—¿Qué animal será? —preguntaron Sandokan y Yanez mirando a Tremal-Naik.
—Oigo ramas quebrarse y por eso arguyo que debe ser grande —respondió el bengalí—. Un nilgó o un axis o un bosbok, no harían tanto ruido.
Había apenas terminado de pronunciar aquellas palabras, cuando una sombra enorme apareció sobre el margen de una densa aglomeración de mussaenda y de mehendi.
Era un búfalo colosal, grande casi como un bisonte americano, con la cabeza más corta y más ancha que los búfalos comunes, con dos largos cuernos vueltos hacia atrás y bastante cerca de su base, un animal, en fin, poderoso y también excesivamente peligroso, capaz de hacer frente a un tigre.
Sea que hubiese olfateado la presencia de los cazadores o de Darma, o que quisiese antes explorar el lugar, se había detenido mandando un breve mugido.
—¡Bello animal! —murmuró Yanez, en voz baja.
—Que no se abate fácilmente con un tiro o incluso dos de carabina —dijo Tremal-Naik—. Nuestros búfalos son verdaderamente terribles y no temen a los cazadores. Pero Darma tiene buenas garras.
El tigre, que había apoyado las patas traseras en el borde de la fosa, lo había ya divisado y había de súbito vuelto la mirada hacia el amo.
—Sí, ve, mi bravo Darma —le dijo Tremal-Naik acariciándolo e indicándole el animal.
La inteligente y astuta fiera se deslizó sin hacer ruido entre el bambú y, manteniéndose escondida detrás del cúmulo de tierra excavada de la fosa, se puso a arrastrarse no ya hacia el búfalo, sino hacia algunos matorrales, entre los cuales desapareció con la ligereza de un gato.
—¿No lo ataca de frente? —preguntó Yanez.
—Darma no es tan tonto —respondió Tremal-Naik—. Sabe cuán peligrosos son los cuernos de los búfalos. Caerá sobre la presa a traición, con un salto solo, como hacen sus compañeros.
—Nosotros por otro lado estaremos listos para ayudarlo —dijo Sandokan, armando cautamente la carabina.
El búfalo, que olfateaba el aire por algunos instantes, de pronto hizo un regate inesperado, luego giró bruscamente sobre sí mismo mirando los matorrales que había apenas entonces atravesado, y bajando la cabeza para presentar sus formidables cuernos.
¿Se había dado cuenta del acercamiento del tigre, o del resonar de alguna hoja seca o la rotura de una rama lo había alarmado?
Se quedó así escuchando, como recogido sobre sí mismo, medio minuto. Estaba inquieto porque se batía los flancos con la cola y mandaba de vez en cuando un mugido bajo.
De pronto se vio una masa lanzarse al aire y caer, con un salto inmenso, sobre la grupa del pobre animal.
Darma había dado su golpe y trabajaba ya ferozmente con las garras, hundiéndolas en la carne palpitante.
El búfalo, no obstante su vigor extraordinario, se había doblado bajo el choque. Se realzó no obstante casi de súbito, intentando con una sacudida furiosa desembarazarse del adversario, luego volvió a caer mandando un largo mugido de dolor, que resonó largamente bajo las bóvedas de verdor.
Los terribles colmillos del tigre le habían partido la columna vertebral.
Tremal-Naik, Yanez y Sandokan se habían ya lanzado fuera de la fosa y estaban por alcanzar a Darma, cuando a breve distancia retumbó imprevistamente un tiro de fusil, seguido casi de súbito por una voz humana que gritaba en inglés:
—¡Ayuda! ¡Me estrangulan!

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

La descripción que hace Salgari del “nim” es incorrecta, no tiene dichas las propiedades. Seguramente se trate de un error en el nombre del árbol. Por las propiedades mencionadas, podría tratarse del árbol del viajero (Ravenala madagascariensis), endémico de Madagascar.

Zancudas: En clasificaciones hoy en desuso, orden de las aves zancudas.

Axis: Por la descripción de Salgari, hace referencia al “Axis axis”, comúnmente llamado “axis”, “chital” o “ciervo moteado”. Habita en Asia y posee, durante toda su vida, manchas blancas en su piel marrón. Alcanza 1,20 y 1,50 m de longitud y un peso de entre 70 y 90 kg.

Gamo: Mamífero rumiante de la familia de los Cérvidos, originario del mediodía de Europa, de unos 90 cm de altura hasta la cruz, pelaje rojizo oscuro salpicado de multitud de manchas pequeñas y de color blanco, que es también el de las nalgas y parte inferior de la cola; cabeza erguida y con cuernos en forma de pala terminada por uno o dos candiles dirigidos hacia delante o hacia atrás.

Cita: “Tcita” en el original, es una palabra hindi que significa “leopardo”, “pantera” y de donde se deriva la palabra “chita” (guepardo). Se trata del guepardo asiático o índico (Acinonyx jubatus venaticus), actualmente extinguido en la India, una subespecie de guepardo y el animal terrestre más rápido.

Aligátores: “Alligatori” en el original, es caimán, especie de cocodrilo.

Abarquillamiento: Acción y efecto de abarquillar (dar a una cosa delgada, como una lámina, una plancha, un papel, etc., forma de barquillo, alabeada o enrollada).

Nepentes: Planta tipo de la familia de las Nepentáceas, insectívoras, de hábito trepador o postrado.

Azada: Instrumento que consiste en una lámina o pala cuadrangular de hierro, ordinariamente de 20 a 25 cm de lado, cortante uno de estos y provisto el opuesto de un anillo donde encaja y se sujeta el astil o mango, formando con la pala un ángulo un tanto agudo. Sirve para cavar tierras roturadas o blandas, remover el estiércol, amasar la cal para mortero, etc.

Millas: 1 mi = 1,609344 km.

Gavilla: Conjunto de sarmientos, cañas, mieses, ramas, hierba, etc., mayor que el manojo y menor que el haz. Ochenta gavillas de sarmientos, de cebada.

Unkos: “Ungko” en el original, es una de las tres subespecies del “Hylobates agilis”, llamado también “gibón ágil de tierras bajas”. Primate del sudeste de Asia, Sumatra y Borneo que alcanza un peso promedio de 5,5 kg, una longitud de 40 a 60 cm y no posee cola.

Cuadrumano: Se dice de los animales mamíferos en cuyas extremidades, tanto torácicas como abdominales, el dedo pulgar es oponible a los otros dedos.

Bighana: Significa “lobo” en hindi. Seguramente haga referencia al lobo indio (Canis lupus pallipes). Posee pelaje muy corto y denso que suele ser rojizo, leonado, beige o de colores. Alcanza 60 a 95 cm de altura y pesa entre 18 y 27 kg. Está adaptado a zonas semi-áridas y cálidas.

Bosbok: “Bues-box”, en el original, es otro de los nombres del antílope jeroglífico (Tragelaphus scriptus), especie de mamífero artiodáctilo que vive en las selvas y sabanas de África.

Bisonte americano: Se trata del Bison bison, es una especie de gran mamífero artiodáctilo de la familia de los bóvidos. Vive en América del Norte y su conservación está casi amenazada. Miden 1,80 m de alto y 3 m de largo y pesan de 450 a 1.350 kg.

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