viernes, 25 de marzo de 2016

XVII. Señales misteriosas


Media hora después, cuando ya el señor de Lussac se había plácidamente dormido, Yanez salía silenciosamente de la tienda y entraba en la de Sandokan que estaba todavía iluminada.
El formidable jefe de los piratas de Mompracem estaba aún despierto, es más estaba fumando en compañía de Tremal-Naik, mientras Surama, la bella bayadera, preparaba algunas tazas de té.
Parecía que el sueño no pesase en absoluto sobre los párpados del orgulloso pirata, ya habituado a las largas vigilias marítimas. También el bengalí, aún cuando la medianoche hubiese ya pasado, tenía la mirada límpida, como la de un hombre que está bien descansado.
—¿Ha terminado el coloquio con el francés? —preguntó Sandokan volviéndose a Yanez.
—Ha sido un poco largo, ¿verdad? —dijo el portugués—. Debía no obstante darle muchas explicaciones que eran absolutamente necesarias.
—¿Aceptó?
—Sí, será de los nuestros.
—¿Sabe quiénes somos nosotros?
—No he pensado en escondérselo y parece, mi querido Sandokan, que nuestras últimas empresas han hecho un alboroto enorme también en India. Los antiguos piratas de Mompracem son los héroes del momento después de la tremenda lección que hemos infligido a James Brooke, y aquí somos conocidos más de lo que tú crees.
—¿Y ha aceptado igualmente el teniente?
—No hemos ya venido aquí para saquear la India —dijo Yanez, riendo—, sino para liberarla de una secta monstruosa que le diezma la población. Prestaremos a Inglaterra, nuestra antigua enemiga, un servicio demasiado valioso, porque sus oficiales se desinteresaron. ¡Y quién sabe, mi querido Sandokan, que un día los antiguos jefes de los tigres de Mompracem no terminen como rajá o marajá!
—Preferiré siempre mi isla y mis cachorros —respondió Sandokan—. Seré siempre más poderoso y más libre en aquel lugar que aquí rajá, bajo los ojos desconfiados de los ingleses. Pero dejemos aquello y ocupémonos de los thugs. Cuando has entrado estábamos hablando justo de eso con Tremal-Naik y Surama. Después de lo que ha sucedido esta noche, me parece que ha llegado el momento de dejar en paz a los tigres de cuatro patas para caer encima, y sin poner demora, a aquellos de dos solas. Los thugs o han adivinado o por lo menos sospechan nuestras intenciones. Nos espían, ya no hay ninguna duda; y nos vigilan a nosotros y no ya al oficial.
—Y tales son también mis convicciones —añadió Tremal-Naik.
—¿Alguien nos habrá traicionado? —preguntó Yanez.
—¿Y quién? —preguntó Sandokan.
—Los thugs tienen espías por todos lados y su organización es perfecta —dijo Tremal-Naik—. Nuestra partida ha sido notada y señalada a aquellos que habitan estas junglas. ¿Es verdad Surama que tienen emisarios esparcidos por todas partes, encargados de velar por la seguridad de Suyodhana, que para ellos representa una especie de divinidad, una nueva encarnación de Kali?
—Sí, sahib —respondió la joven—. Tienen la llamada policía negra, formada por hombres de una astucia y de una cautela maravillosa.
—¿Saben qué debemos hacer? —preguntó Sandokan.
—Habla —dijo Yanez.
—Movernos sobre Rajmangal a marcha forzada, intentando distanciarnos lo más que podamos de los espías que nos siguen y ponernos en contacto con el prao. Buscamos golpear a los thugs, antes de que tengan tiempo de organizar la resistencia y de huir llevándose consigo a la pequeña Darma.
—¡Sí! ¡Sí! —exclamó Tremal-Naik—. Serían capaces de conducirla a otro lugar, si advierten que están amenazados.
—A las cuatro la partida —dijo Sandokan—. Aprovechemos estas tres horas para reposar un poco.
Yanez condujo a Surama a la tienda que le había sido destinada, luego alcanzó aquella donde el teniente dormía.
—Duerme profundamente bien el señor de Lussac —dijo riendo—. La juventud tiene sus ventajas.
Y se acostó sobre su propia manta, cerrando los ojos.
A las cuatro el cuerno del primer cornac tocaba la alarma.
Los elefantes ya habían sido preparados e incluso los seis malayos estaban en pie alrededor del merghee.
—Se parte temprano —dijo el señor de Lussac, volviéndose hacia Yanez que entraba con dos tazas de té—. ¿Han descubierto algún tigre?
—No, vamos no obstante a buscar a otros un poco más lejos en los Sundarbans y no serán menos peligrosos.
—¿Los thugs?
—Beba, señor de Lussac, y monte el koomareah. Nosotros estaremos igualmente en el howdah, y podremos también charlar. Tenemos otras cosas que decirle sobre nuestros proyectos.
Un cuarto de hora después los dos elefantes dejaban el lugar que había servido de campamento y tomaban carrera hacia el sur, habiendo los cornac recibido la orden de empujarlos con la mayor rapidez posible, a fin de intentar distanciarse de los thugs.
Aún cuando los indios, que en su mayor parte son delgadísimos y bastante ágiles, gozan de fama de ser corredores incansables, no podían por cierto competir con el largo paso de los elefantes, ni con su resistencia.
Sandokan y sus compañeros no obstante se engañaban en poder dejar atrás a los bribones, que quizá los seguían desde su partida de Khari.
Y de hecho los elefantes no habían aún recorrido media milla, cuando en medio de las altísimas cañas que cubrían aquellos terrenos pantanosos, se oyó un toque agudo que parecía producido por una de aquellas trompetas de cobre, que los indios llaman ramsinga.
Tremal-Naik se había sobresaltado, mientras su color bronceado se volvía de repente ligeramente grisáceo.
—El maldito instrumento de los thugs —había exclamado—. Los espías señalan nuestra partida.
—¿A quién? —preguntó Sandokan con voz perfectamente calma.
—A otros espías que deben estar diseminados por la jungla. ¿Oyen?
A una gran distancia, hacia el sur, se había oído otro toque, que llegó hasta las orejas de los cazadores como una nota debilísima de un clarín de chicos.
—Los bribones corresponden con las trompetas —dijo Yanez, arrugando la frente—. Seremos señalados en todas partes hasta que estemos en los Sundarbans. La cosa es grave. ¿Qué le parece, señor de Lussac?
—Digo que aquellos condenados sectarios son astutos como serpientes —respondió el oficial—, y que debemos imitarlos.
—¿En qué modo? —preguntó Sandokan.
—Engañándolos sobre nuestra verdadera dirección.
—¿O sea?
—Desviarnos por ahora, para reanudar la marcha esta tarde y marchar por la noche.
—¿Resistirán los elefantes?
—Les otorgaremos un largo reposo por la tarde.
—Su idea me parece buena —dijo Sandokan—. De noche no se ve mas que a los animales de cuatro patas, y los thugs no son tigres. ¿Qué te parece Tremal-Naik?
—Comparto plenamente el consejo sugerido por el señor de Lussac —respondió el bengalí—. Es necesario que alcancemos los Sundarbans, sin que los thugs lo sepan.
—Pues bien —dijo Sandokan—, marcharemos hasta el mediodía, luego acamparemos para reanudar la carrera esta tarde, hasta avanzada la noche. La luna falta y nadie nos verá.
Dio órdenes al cornac de cambiar de dirección, doblando hacia oriente, luego encendió un cigarrillo que Yanez ofrecía y se puso a fumar con su usual calma, sin que una sombra de preocupación apareciese sobre su rostro.
Los dos elefantes mientras tanto continuaban su carrera endiablada, imprimiendo a los howdah sacudidas bastante bruscas.
Ningún obstáculo los detenía y en su carrera quebraban como ramitas de paja bambúes gruesísimos, y desfondaban arbustos y montones de calamus sin detenerse un momento.
La jungla no parecía variar: cañas, siempre cañas, estrechadas las unas a las otras por una infinidad de plantas parásitas y pantanos cubiertos de hojas de loto, sobre las cuales reposaban plácidamente, sin alterarse ni siquiera por la presencia de los elefantes, cigüeñas, ardeidas e ibis negros.
Tropas de espléndidos pavos reales, aves tenidas por sagradas por los indios porque representan, según las creencias, a la diosa Sarasvati, de vez en cuando se alzaban y huían, lanzando notas ásperas y desagradables, haciendo centellear al sol sus soberbias plumas en las cuales el púrpura y el oro se fundían con los colores centelleantes de las esmeraldas.
Otras veces en cambio eran bisontes, o mejor dicho jangli khulga, como son llamados por los indios, los que brincaban de improviso delante de los elefantes y que, después de un poco de indecisión, escapaban con velocidad fulmínea no sin mandar mugidos amenazadores.
Se asemejaban mucho a los colosales bisontes de las praderas del Far West norteamericano, estando ambos provistos de una joroba robustísima y de talla no menor, alcanzando y, a veces, superando también una longitud de tres metros.
La carrera de los elefantes continuó así hasta las once, luego habiendo llegado a un espacio descubierto donde se veían avanzadas de cabañas, Sandokan dio la orden de parar.
—Aquí nadie se atreverá a sorprendernos. Si alguien se acerca lo descubriremos enseguida y luego tenemos a Darma y a Punthy.
—Que no podrán alcanzarnos hasta dentro de algunas horas —dijo Tremal-Naik—. Deben haberse quedado bastante atrás, pero el perro no dejará al tigre y lo guiará a nuestro campo.
—Estaba un poco inquieto por ellos —dijo Yanez.
—No temas, vendrán.
Los elefantes, apenas liberados de los howdah, se habían tendido en el suelo. Los pobres animales jadeaban fuertemente y parecían cansadísimos y sudaban prodigiosamente.
Los dos cornac, no obstante, se habían enseguida ocupado de ellos, haciéndoles tumbar a la sombra de un bar de cuya corteza son avidísimos, y untando inmediatamente sus cabezas, las orejas y los pies con grasa, a fin de que la piel no se agriete.
Los malayos se habían en cambio ocupado de las tiendas, habiéndose vuelto el calor tan intenso de no poder resistir más al aire libre.
Parecía que una verdadera lluvia de fuego se vertiese sobre la jungla y que el aire se volviese rápidamente irrespirable.
—Se diría que está por desencadenarse algún huracán —dijo Yanez, que se había apresurado a refugiarse bajo una de las tiendas—. Hay peligro, permaneciendo afuera, de agarrarse un golpe de calor. Tú Tremal-Naik, que has crecido entre estas cañas, sabrás algo.
—Está por soplar el hot winds, y haremos bien en tomar nuestras precauciones. Se corre peligro de morir asfixiados.
—¿Hot winds? ¿Qué es?
—El simún indio.
—Un viento caliente, en fin.
—Más terrible a veces que el que sopla en el Sahara —dijo el señor de Lussac, que entraba en aquel momento en la tienda—. Lo he sentido dos veces cuando estaba en la guarnición de Lucknow, y sé algo de la violencia de aquellos vientos. Es verdad que allí son mucho más terribles, y también más ardientes, porque llegando del poniente se recalientan antes pasando sobre las arenas ardientes del Marusthali, de Persia y de Baluchistán. Una vez he tenido a catorce cipayos asfixiados, porque habían sido sorprendidos en campo abierto, sin ningún reparo.
—A mí no obstante me parece que se prepara más un ciclón que viento caliente —dijo Yanez, indicando las nubes de color amarillento que se alzaban del noroeste, avanzando hacia la jungla con rapidez increíble.
—Sucede siempre así —respondió el teniente—. Primero el huracán luego el viento ardiente.
—Aseguremos las tiendas —dijo Tremal-Naik— y llevemos detrás a los elefantes que, con sus cuerpazos, nos servirán de barrera.
Los malayos, bajo la dirección de los dos cornac y de Tremal-Naik, se pusieron a trabajar, plantando alrededor de las tiendas un gran número de estacas y tendiendo varias cuerdas por encima de las telas.
Las habían levantado entre un viejo muro, avanzada de una aldea, y los elefantes que habían hecho recostar uno junto al otro.
Mientras Surama, ayudada por Yanez, preparaba la comida, las nubes habían ya cubierto el cielo, extendiéndose sobre la jungla y avanzando en dirección al golfo de Bengala.
Comenzaba a soplar a intervalos un viento muy ardiente, que secaba rápidamente los vegetales y los pozos de agua, mientras las nubes se condensaban cada vez más, volviéndose muy amenazadoras.
Los elefantes daban signos de viva agitación. Barritaban a menudo, sacudían las orejas y aspiraban ruidosamente el aire como si nunca tuviesen suficiente para llenar sus enormes pulmones.
—Comamos rápido —dijo el oficial que estaba observando el cielo sobre el umbral de la tienda, en compañía de Sandokan.
—El ciclón avanza con rapidez espantosa.
—¿Resistirán nuestras tiendas? —preguntó el Tigre de la Malasia.
—Si los elefantes no se mueven, quizá.
—¿Permanecerán tranquilos?
—Esto es lo que ignoro. He visto algunos ser presa de un terror imprevisto y huir a lo loco, sin obedecer más a los gritos de sus guardianes. Verás qué estragos hará el viento de estos bambúes.
En aquel momento se oyó a lo lejos un ladrido.
—Punthy que regresa —dijo Tremal-Naik, precipitándose fuera de la tienda—. El bravo perro llega a tiempo al refugio.
—¿Será seguido por Darma? —preguntó Sandokan.
—Helo allí que avanza con brincos enormes —dijo el señor de Lussac—. ¡Qué bestia inteligente!
—Y he aquí el ciclón que se derrama sobre nosotros —dijo uno de los dos cornac.
Un rayo deslumbrante había cortado en dos la masa de vapores densos cargados de lluvia, mientras un imprevisto golpe de viento, de una impetuosidad extraordinaria, barría la jungla, haciendo curvar hasta la tierra a los gigantescos bambúes y torciendo las ramas de los tara y los pipal.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Marajá: “Marajah” en el original, es príncipe de la India.

“La juventud tiene sus ventajas”: “La gioventù vuole i suoi diritti”, en el original. La traducción literal sería “la juventud quiere sus derechos” pero no le encontré lógica, por eso el cambio.

Millas: 1 mi = 1,609344 km. Por lo tanto, 0,5 mi equivalen a 0,80 km.

Clarín de chicos: “Clarino da ragazzi” en el original, no estoy convencido de la traducción, pero tampoco encontré referencias, así que lo traduje de manera literal.

Sarasvati: Diosa del conocimiento en la religión védica y una de las tres principales, junto a Laksmí y Párvati. Es esposa, o hija, o ambas del dios Brahma. Se la muestra junto a un pavo real, que representa la arrogancia y el orgullo.

Jangli khulga: “Jungli-kudgia” en el original, palabra hindi que significa “búfalo de la jungla”, otro de los nombres del gaur (Bos gaurus), el búfalo indio, bovino salvaje distribuido por la India, Nepal e Indochina, estrechamente emparentado con las vacas domésticas, aunque miembro de una especie diferente. Los machos adultos pueden llegar a los 2,2 metros de altura y más de 3 de longitud. El color del pelaje varía entre el pardo rojizo y el marrón oscuro.

Bar: Significa baniano en hindi.

Hot Winds: “Hot-winds” en el original, palabra en inglés que significa “vientos calientes”. En realidad se refiere al “loo”, un viento fuerte, caliente y seco que corre en las tardes de verano desde el oeste. Puede alcanzar los 50°C.

Simún: “Simun” en el original, viento abrasador que suele soplar en los desiertos de África y de Arabia.

Sahara: Desierto del norte de África. El más cálido del mundo y tercero en extensión, después de la Antártida y el Ártico.

Marusthali: “Marusthan” en el original, es el nombre en sánscrito —“Tierra de la Muerte”— del desierto de Thar o gran desierto indio. Es una región de 200.000 km² de desierto arenoso en el noroeste de India y al este de Pakistán.

Baluchistán: “Belucistan” en el original, es una región histórica de Asia conformada por parte de las actuales Irán, Afganistán y Pakistán.

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