lunes, 9 de mayo de 2016

XXI. La traición de los thugs


Despuntaba el primer rayo de sol, cuando la embarcación arribaba delante de la torre.
Sandokan no se había equivocado: no era ni una chalupa, ni un bastimento.
Se trataba de una pinaza, o sea de una gran barca, de lados altos, armada de dos mástiles sosteniendo dos grandes velas cuadras y provista de puente.
Estos veleros normalmente son usados en India en los viajes por los grandes ríos de la península indostánica, sin embargo pueden enfrentar al mar al igual que los ghrab, estando provistos de quilla y buena arboladura.
La que había arribado cerca de la torre podía arquear unas sesenta toneladas y estaba montada por ocho indios, todos jóvenes y robustos, vestidos de blanco como los cipayos, y comandados por un viejo piloto de larga barba blanca, que en aquel momento tenía el timón.
Viendo a aquellos cinco hombres, entre ellos dos blancos, el viejo se había quitado cortésmente el turbante, luego había descendido a tierra, diciendo en buen inglés:
—¡Buen día, sahib! ¿Tienen necesidad de nosotros? Hemos oído un tiro de fusil y hemos acudido creyendo que alguien estaba en peligro.
—¿Cómo se encuentra aquí, viejo? —preguntó Tremal-Naik—. Estos no son lugares para traficar, ni para intentar cargas.
—Somos pescadores —respondió el piloto—. Los peces abundan en estas lagunas y todas las semanas venimos aquí.
—¿De dónde vienen?
—De Diamond Harbour.
—¿Quieren ganar cien rupias? —preguntó Sandokan.
El indio alzó los ojos al Tigre de la Malasia, mirándolo atentamente, con cierta curiosidad, por algunos instantes.
—¿Bromea, sahib? —preguntó después—. Cien rupias es una bella suma, y no la ganamos en una semana de pesca.
—No pedimos mas que poner tu pinaza a nuestra disposición por veinticuatro horas y las rupias pasarán a tus bolsillos.
—Usted es generoso como un nabab, sahib —dijo el viejo.
—¿Aceptas?
—Nadie, en mi posición, rechazaría semejante oferta.
—¿Has dicho que vienes de Diamond Harbour? —dijo Tremal-Naik.
—Sí, sahib.
—¿Has entrado en las lagunas por el canal Raimatla?
—No, por el de Jamira.
—Entonces no ha visto a una pequeña nave cruzar estas aguas.
—Pero... me parece ayer haber divisado una chalupa larga y sutil costear la punta septentrional del Raimatla —respondió el viejo.
—Era seguro nuestra ballenera que exploraba —dijo Sandokan—. Antes de esta noche habremos de encontrar el prao y cumplir nuestra unión. Embarquémonos amigos, y mañana mandaremos aquí a nuestra chalupa a recoger a nuestra escolta.
Virtió en las manos del piloto la mitad del precio fijado, luego todos subieron a bordo, cortésmente saludados por los indios que formaban la tripulación.
Sandokan y Tremal-Naik se sentaron a popa bajo la tienda que los pescadores habían levantado para repararlos del sol. Yanez, el francés y el cornac en cambio pasaron bajo la cubierta para tomar un poco de reposo en el camarote puesto a su disposición por el piloto.
La pinaza, que parecía fuese un buen velero, se separó de la orilla y tomó el ancho dirigiéndose hacia algunas islas que se entreveían a través de la neblina, que se alzaba sobre la laguna.
Una catinga horrenda subía de las aguas donde terminaban de disolverse un gran número de cadáveres, arrastrados a aquel lugar por los canales de los Sundarbans o empujados por el flujo.
Se veían cabezas medio descarnadas, dorsos lacerados, piernas y brazos balanceándose y chocándose entre la estela producida por la pinaza.
En muchos de aquellos cadáveres se mantenían erguidos, sobre sus largas patas, marabúes y busardos que de vez en cuando daban un golpe de pico, arrancando pedazos de carne ya podrida y que engullían ávidamente.
—He aquí uno de los cementerios flotantes —dijo Tremal-Naik.
—Muy poco alegre —respondió Sandokan—. El gobierno de Bengala haría mejor en hacer sepultar a toda esta gente con tres metros de tierra encima. Evitarían el cólera que visita casi cada año su capital.
—Los indios si desean ir al paraíso deben llegar por medio del Ganges.
—¿Es que quizá desemboca allá arriba? —preguntó Sandokan, riendo.
—Eso lo ignoro —respondió Tremal-Naik—, sin embargo no me parece. Lo veo terminar en el golfo de Bengala y confundir sus aguas con el mar.
—¿Y nos iremos luego todos a su paraíso?
—¡Oh no! Las aguas del Ganges, por más que tengan reputación de sagradas, no purgarán el alma de un hombre que haya matado, por ejemplo, a una vaca.
—¿Pena grave entre ustedes?
—Que conduce derecho al infierno donde el culpable, será sin pausa devorado por las serpientes, por el hambre y por la sed, para pasar después millares de años en el cuerpo de una ternera.
—Un lugar espantoso su infierno —dijo Sandokan.
—Nuestros libros sagrados dicen que reina allá abajo una noche eterna, y que no se oyen mas que gemidos y gritos espantosos; los dolores más agudos que puedan ser producidos por el hierro y por el fuego se sienten sin pausa. Hay suplicios para cualquier especie de pecado, para cada sentido y para cada miembro del cuerpo. Fuego, hierro, serpientes, insectos venenosos, animales feroces, aves rapaces, hiel, veneno, picaduras, todo se emplea para martirizar a los condenados. Algunos, según nuestros Vedas, son condenados a tener las narices atravesadas por una cuerda mediante la cual son arrastrados sin pausa sobre hachas afiladísimas; otros a pasar por el ojo de una aguja; estos estrechados entre dos rocas planas; aquellos tienen los ojos devorados continuamente por los buitres; otros son obligados a nadar dentro de cuencos de brea líquida.
—¿Y duran para siempre aquellas espantosas penas?
—No, al término de cada yuga, o sea época que comprende millares de años, los condenados regresarán a la Tierra, quién bajo la apariencia de un animal, quién de un insecto o de un ave, para finalmente volverse hombres purificados. He aquí las delicias de nuestro Naraka, o sea del infierno, donde reina Iama, el dios de la muerte y de la oscuridad.
—Tendrán también un paraíso, supongo.
—Más de uno —respondió Tremal-Naik—. El suargá del dios Indra, residencia de todas las almas virtuosas; el Vaikuntha o paraíso de Visnú; el Kailash que pertenece a Shivá; el Satyáloka de Brahma, reservado exclusivamente para los brahmanes que por son tenidos como hombres de una raza superior y que...
Un tiro de fusil disparado a breve distancia, seguido por el bien conocido silbido de la bala que silbó en sus oídos, los hizo brincar rápidamente en pie.
Uno de los ocho marineros que se encontraba en proa, había hecho fuego contra ellos y estaba aún agazapado detrás de una caja, semi envuelto en una nube de humo, con el arma aún en mano.
La sorpresa de Sandokan y Tremal-Naik había sido tal que permanecieron ambos inmóviles, creyendo de buena fe que el tiro de fusil hubiese partido accidentalmente, no pudiendo creer en el momento que se tratase de una traición.
Un grito del piloto les advirtió que un terrible peligro los amenazaba y que aquella bala estaba destinada a ellos.
El bribón había abandonado precipitadamente el timón donde en aquel momento se encontraba y se había lanzado a través de la toldilla aullando:
—¡Encima, muchachos! ¡Somos nueve! ¡Afuera los cuchillos y los lazos!
Sandokan había mandado un verdadero rugido.
Miró a su alrededor para aferrar la carabina, que tenía apoyada en la amura: había desaparecido y también habían desaparecido incluso las de sus compañeros.
Con un movimiento fulmíneo quitó la caña del timón y se arrojó hacia proa, donde la tripulación se había estrechado alrededor del hombre que había hecho fuego, gritando con voz tonante:
—¡Traición! ¡Yanez! ¡Lussac! ¡A cubierta!
Tremal-Naik lo había seguido, armado de un hacha que había encontrado atrapada sobre un barril, entre un grupo de guindalezas.
Los indios de la chalupa habían estrechado sus cuchillos y desatado los lazos que hasta entonces habían mantenido escondidos bajo la amplia casaca de tela.
—¡Encima, muchachos! —había repetido el piloto, que se había armado de una de aquellas cortas cimitarras utilizadas por los maratíes, llamadas talwar—. Maten al padre de la pequeña virgen, el enemigo de Suyodhana.
—¡Ah! ¡Viejo perro! —gritó Tremal-Naik—. ¡Me has reconocido! ¡Muere!
Los ocho marineros se habían precipitado a su vez con el impulso de los tigres. Eran, como habíamos dicho, robustos garzones, escogidos con cuidado y cualquier cosa menos delgados como lo son normalmente los bengalíes.
Tres se arrojaron encima de Sandokan; los otros, con el piloto, se lanzaron sobre Tremal-Naik.
El Tigre de la Malasia intentó con un hábil movimiento cubrir al amigo que corría mayor peligro, pero los thugs, dándose cuenta a tiempo, le cerraron el paso.
—¡Repárate en popa, Tremal-Naik! —gritó el pirata—. Mantén la cabeza por un sólo momento. ¡Yanez, Lussac, cornac a nosotros!
Los tres marineros le estaban encima. Con un brinco de pantera se sustrajo al cerco, alzó luego la pesada caña del timón y percutió furiosamente al adversario más cercano que intentaba desgarrarle el vientre con un golpe de cuchillo.
El thug, golpeado en el cráneo, se desplomó a tierra como un buey golpeado por la maza del carnicero y la materia cerebral salpicó hasta la amura.
Al mismo tiempo no obstante un lazo caía encima del jefe de los piratas, aprisionándole la mano derecha.
—¡Estás atrapado! —le gritó el estrangulador—. ¡Arrójalo a tierra, Fikar!
—¡Pues bien, toma! —gritó Sandokan.
Dejó caer la caña del timón, se inclinó y golpeó al adversario con un golpe de cabeza en medio del pecho, arrojándolo por la otra parte de la toldilla medio muerto, luego girando rápidamente sobre sí mismo se precipitó encima del tercero que estaba por asaltarlo por la espalda, aferrándolo estrechamente entre los brazos para impedirle hacer uso del cuchillo.
El indio no obstante era más robusto de lo que Sandokan había creído y sin duda valiente.
A su vez aferró al jefe de los piratas intentando ponerle una mano alrededor del cuello.
Una ola que sacudió bruscamente la pinaza, imprimiéndole un movimiento de rolido, los hizo caer a ambos.
Mientras tanto Tremal-Naik, asaltado por los otros cinco y por el piloto, se defendía desesperadamente, lanzando furiosos golpes de hacha y retrocediendo hacia popa.
Había evitado dos lazos y había huido a un golpe de talwar, sacudido por el viejo piloto, pero no podía resistir mucho a seis enemigos que intentaban cercarlo y que lo asaltaban por todas partes.
Ya uno estaba por sorprenderlo por la espalda, cuando irrumpieron sobre el alcázar Yanez, de Lussac y el conductor de elefantes.
Habiéndose despertado, sobresaltados por los gritos de Sandokan, alarmados por aquella palabra “traición” se habían arrojado precipitadamente abajo de los catres, buscando sus carabinas.
Como habían desaparecido las de Tremal-Naik y de Sandokan también las suyas no se encontraban más en el lugar donde las habían puesto.
Algún marinero, aprovechando su sueño, las había seguramente quitado y quizá arrojado a la laguna a fin de quitarles la posibilidad de defenderse.
De Lussac y el cornac tenían no obstante sus cuchillos de caza, armas sólidas y de hoja larga de un buen pie, mientras Yanez tenía en la faja una de aquellas formidables navajas que abiertas se asemejan a espadas.
El portugués la abrió con un golpe seco y se lanzó arriba por la escalera, gritando:
—¡Adelante amigos! Allí arriba se degüellan.
Los thugs que intentaban abrumar a Tremal-Naik, viendo irrumpir en cubierta a los dos blancos y al cornac, se habían prontamente dividido escogiendo cada uno su adversario.
El piloto y un marinero habían permanecido de frente a Tremal-Naik que había terminado por apoyarse contra la amura de babor, otros dos se habían arrojado contra el francés, los otros tres encima de Yanez y del cornac.
—¡Ah! ¡Canallas! —gritó el portugués, brincando hacia la tienda de popa y arrancándola de un golpe solo, para envolvérsela alrededor del brazo izquierdo—. ¿Es así que se traiciona aquí? A mí los dos, a ti el otro, cornac, y agujerea bien la piel.
La lucha había comenzado más furiosa que nunca entre aquellos doce hombres, mientras la pinaza, abandonada a sí misma, se balanceaba y cabeceaba bajo las olas que la marea alta empujaba a través de la laguna.
Los thugs habían arrojado los lazos, vueltos ya inútiles en una lucha cuerpo a cuerpo y trabajaban con el cuchillo, brincando como felinos; los dos blancos, Tremal-Naik y el cornac se mantenían no obstante bravamente a la cabeza y no se dejaban abrumar.
Sandokan en cambio, siempre agarrado a su adversario, rodaba por el puente intentando terminarlo. Había ya logrado ponérselo debajo y aferrarlo por el cuello y estrechaba con todas sus fuerzas, haciéndole salir medio palmo de lengua.
El indio todavía resistía con una tenacidad prodigiosa y teniendo los brazos y el cuello untados con aceite de coco, conseguía de vez en cuando huir.
Apenas no obstante intentaba alzarse sobre las rodillas, el pirata que poseía una fuerza prodigiosa, volvía a abatirlo con golpes de puño.
De pronto, mientras lo había nuevamente aferrado por el cuello, sintió debajo suyo la caña del timón que una brusca sacudida de la pinaza había hecho rodar hasta él.
De un brinco estuvo en pie, dejando libre al adversario. Recoger la caña del timón, alzarla y hacerla caer sobre la cabeza del indio que estaba también por levantarse, fue cosa de un solo momento.
El thug no mandó ni siquiera un grito. Había caído fulminado.
—¡Y dos! —gritó Sandokan—. ¡Manténganse firmes amigos! ¡Voy en su auxilio!
Estaba por lanzarse a popa, cuando se sintió aferrar por detrás.
El indio que había abatido con aquel terrible golpe en la cabeza, aún cuando debiese tener las costillas despedazadas, se había realzado para intentar llevar ayuda al compañero.
Desgraciadamente para él, había llegado demasiado tarde y por sí sólo no era más capaz de luchar con el terrible Tigre de la Malasia.
—¡Cómo! —exclamó el pirata—. ¿Aún vivo? Irás a hacer compañía a los peces.
Lo alzó entre los robustos brazos y lo arrojó a la laguna, sin que el desgraciado, que vomitaba ya sangre, hubiese podido oponer la menor resistencia.
En aquel momento un grito de dolor resonó en popa, seguido por una blasfemia lanzada por Yanez.
El cornac, que luchaba a algunos pasos del portugués, contra uno de los thugs, había caído con el pecho desgarrado por una tremenda cuchillada.
Un grito de triunfo había saludado la caída del pobre conductor de elefantes.
—¡Adelante! ¡Kali nos protege!
Aquel alarido no obstante se había casi de súbito convertido en un grito de espanto y angustia.
En el momento en el cual el cornac se desplomaba sobre la toldilla manteniendo las manos fruncidas sobre la horrenda herida, de la cual salía un verdadero torrente de sangre, otro caía cuatro pasos más lejos, con la cabeza cortada hasta el mentón por un formidable golpe de hacha.
Era el viejo piloto.
Tremal-Naik, aprovechando un paso en falso del adversario causado por un golpe de rolido, le había asestado aquel golpe terrible.
El viejo abrió los brazos, dejando escapar el talwar y después de haber dado dos o tres pasos tambaleándose, había caído sobre la toldilla, mientras de la hendidura del cráneo salía sangre mezclada con sesos.
No obstante, el bengalí no era aún vencedor, porque tenía al otro detrás; todavía podía hacer una buena jugada y reducirlo pronto a un mal estado: el hacha tenía no poca supremacía sobre el cuchillo del malandrín.
Sandokan con un golpe de ojo había abrazado la situación y había de súbito comprendido que el que corría mayor peligro en aquel momento era Yanez, que tenía tres de frente.
El teniente tenía también que hacer para despacharse a otros dos, que se le estrechaban encima como dos mastines rabiosos, no obstante no parecía que se encontrase en una mala situación.
El bravo joven jugaba admirablemente con el cuchillo y ahora con ataques fulmíneos y ahora con retiradas imprevistas, mantenía aún a distancia a los adversarios.
—A Yanez primero —se dijo Sandokan.
En tres impulsos cayó a espaldas de los bribones, gritando:
—¡Los mato!
—Dos se volvieron y se le abalanzaron aullando:
—¡Es a ti que mataremos!
Sandokan con un molinete de la pesada caña del timón los separó, luego se arrojó sobre el más cercano y de un golpe lo derribó, hundiéndole las costillas.
El otro, espantado, estaba por volverle la espalda con la intención de huir hacia proa, cuando la terrible maza lo golpeó entre los dos hombros.
Cayó sobre las rodillas, no obstante tuvo aún fuerzas para levantarse, cruzar de un salto la amura y de precipitarse de cabeza en la laguna.
Sandokan estaba por atacar al que luchaba con Yanez cuando lo vio abatirse imprevistamente sobre sí mismo, luego extenderse sobre la toldilla.
La navaja del portugués le había cortado el corazón.
Los dos thugs que hacían armas con el señor de Lussac, viendo que ya la partida estaba perdida, huyeron hacia proa y a su vez se arrojaron al agua, desapareciendo entre las hojas de loto y las cañas palustres que crecían sobre un bajío que se comunicaba con un islote.
A bordo no quedaba mas que el adversario de Tremal-Naik, el más robusto y quizá el más valiente de la banda, y que luchaba ferozmente, sustrayéndose con una agilidad de cuadrumano a los golpes de hacha que le daba el adversario.
Sandokan ya había empuñado nuevamente la caña del timón para terminar también con aquel malandrín, cuando Yanez le dijo precipitadamente:
—No, perdonémoslo: lo haremos hablar.
En un momento se le fueron a las espaldas junto al señor de Lussac y lo derribaron, atándolo con el mismo lazo que había arrojado poco antes sobre la toldilla.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

La pinaza que encuentran, si venía de Diamond Harbour, tuvo que haber descendido el Hugli, que corre paralelo al Matla (Raimatla en esta novela) a más de 40 km al oeste, casi hasta el mar, pasar por la isla Sagar y luego remontar el Jamira.

Velas cuadras: “Vele quadre” en el original, también llamadas “velas cuadradas”, es el tipo de vela utilizado por los barcos de vela. Tienen forma rectangular o trapezoidal y trabajan en ángulo recto respecto del rumbo de la nave.

Nabab: En la india musulmana, gobernador de una provincia. Hombre sumamente rico.

Jamira: “Iamere” en el original, es el actual río Thakuran que desemboca en el golfo de Bengala. Está justo al oeste del río Matla y al este de la isla Sagar.

Vedas: Los cuatro textos más antiguos de la literatura india, base de la desaparecida religión védica (previa a la religión hinduista).

Yuga: “Suga” en el original, palabra que proviene del sánscrito “iuga” y significa “era”. En el hinduismo es cada una de las cuatro eras en la que está dividido un majaiuga o “majā iuga” (gran era).

Naraka: “Naraca” en el original, en sánscrito corresponde al inframundo. Existen numerosos Narakas, helados y ardientes, los descriptos por Tremal-Naik son algunos de los ardientes.

Iama: En el hinduismo es el dios de la muerte, señor de los espíritus de los muertos y guardián del inframundo.

Suargá: “Snarga” en el original, es un grupo de mundos celestiales ubicados en el Monte Meru y por encima de él. Es el Cielo adonde van los justos que viven en un paraíso antes de su siguiente reencarnación.

Vaikuntha: “Veiconta” en el original, en el hinduismo es el nombre de la morada espiritual de Visnú.

Satyáloka: “Sattia loka” en el original, en hinduismo se conoce más como Brahmapura (“ciudad de Brahma” en sánscrito) y es el más alto de los siete mundos.

Guindalezas: “Gomene” en el original, en marina son cabos de 12 a 25 cm de mena (circunferencia), de tres o cuatro cordones corchados de derecha a izquierda y de 167 o más metros de largo, que se usan a bordo y en tierra.

Pies: 1 pie = 0,3048 m.

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