El sol comenzaba a dorar los altos bambúes de los Sundarbans cuando la pinaza, con los sobrevivientes de la expedición, reducidos a veinticinco hombres, arribaba a Port Canning, pequeña estación inglesa situada a una veintena de millas de las costas occidentales de Rajmangal y comunicada con Calcuta por un buen camino para el transporte que atravesaba una parte del delta gangético.
Aquella era la ruta más breve para alcanzar la capital de Bengala, mientras que por agua habrían debido atravesar todas las lagunas occidentales de los Sundarbans, para remontar el Hugli más allá de la isla de Baratala.
Lo primero que hicieron Sandokan y el señor de Lussac, fue informarse de la insurrección, que por algunas semanas, inflamaba en la India septentrional.
Las noticias eran gravísimas. Todos los regimientos indios se habían alzado en Cawnpore, Lucknow y Meerut, matando cruelmente a sus oficiales y masacrando a todos los europeos que se encontraban en aquellas ciudades y la Rani de Jhansi, había enarbolado el estandarte de la revuelta después de haber hecho fusilar a la pequeña guarnición inglesa.
Todo el Bundelkund estaba en llamas y Delhi, la ciudad santa, estaba ya en poder de los insurrectos y preparada para la resistencia.
La antigua dinastía del Gran Mogol había sido recolocada sobre el trono, en uno de sus últimos descendientes, y la más grande consternación reinaba entre las tropas inglesas, que se encontraban por el momento impotentes de hacer frente a aquella imprevista tempestad que amenazaba con extenderse a toda la India septentrional.
—No importa —dijo Sandokan, cuando el teniente le hubo comunicado aquellas graves noticias que había obtenido del comandante de la pequeña guarnición de Port Canning—. Igualmente iremos a Delhi.
—¿Todos? —preguntó Yanez.
—Una tropa demasiado numerosa podría encontrar mayores dificultades —respondió Sandokan—, aunque tengamos un salvoconducto del gobernador de Bengala. ¿Qué le parece señor de Lussac?
—Tiene razón, capitán —dijo el teniente.
—Partiremos solamente nosotros cuatro, con una escolta de seis hombres y enviaremos a los otros al prao con Sambigliong, Kammamuri y también Surama. La niña ya nos sería más un obstáculo que de utilidad.
—Y el señor Yanez constituiría un peligro para ustedes —dijo el teniente.
—¿Por qué? —preguntó el portugués.
—Con su piel blanca no podría entrar fácilmente en Delhi. Los insurrectos no perdonan a ningún europeo.
—Me camuflaré como indio, no tema, señor de Lussac.
—¿Y usted podría seguirnos? —preguntó Sandokan.
—Espero poderlos acompañar por lo menos hasta los puestos de avanzada. Sé que el general Barnard concentra tropas en Ambala y que los ingleses ya han establecido un fuerte cordón de tropas entre Gwalior, Bharatpur y Patiala y que mi regimiento toma parte. Desde luego en Calcuta encontraré la orden de alcanzar a mi compañía lo más pronto posible, y puesto que también ustedes viajarán rápidamente no se me negará el acompañarlos.
—Entonces partamos —concluyó Sandokan.
Kammamuri ya había alquilado seis mail-cart, ligeros coches, con un asiento adelante, que sirve al cochero y uno detrás donde pueden tomar parte dos personas y que son tirados por tres caballos que se cambian de bungalow en bungalow.
Es el correo indio en los lugares donde falta el ferrocarril.
Sandokan dio a Sambigliong las últimas órdenes, encargándole de conducir la pinaza y el prao a Calcuta y esperar en aquel lugar su regreso, luego dio la señal de partida.
A las nueve de la mañana los seis coches dejaban Port Canning, lanzándose a carrera precipitada sobre el camino abierto en la inmensa jungla gangética.
Los cocheros indios a los cuales Sandokan había prometido una considerable propina, no perdonaban a los caballos que corrían como el viento, alzando inmensas nubes de polvo.
A las dos posmeridiano los viajeros llegaban ya a Sonarpur, estación situada casi a mitad de camino entre Port Canning y la capital de Bengala.
Los caballos no obstante estaban completamente debilitados por aquella carrera endiablada, hecha además bajo un sol ardentísimo que los hacía humear como azufre.
Sandokan y sus compañeros hicieron una parada de una media hora para comer un bocado, luego volvieron a partir con caballos frescos suministrados por el servicio postal.
—Propina duplicada si llegamos a Calcuta antes del cierre de la oficina postal —había dicho Sandokan, subiendo sobre su mail-cart.
No se necesitaba nada más para estimular a los cocheros para hacer generoso uso de sus fustas de mango corto y de las correas larguísimas y que saben utilizar con una habilidad sorprendente.
Los seis coches volvieron a partir con velocidad fulmínea, tambaleándose horriblemente sobre los anchos surcos del camino, endurecidos por el ardiente calor solar.
A las cinco los primeros edificios de la opulenta capital de Bengala se delineaban ya en el horizonte, y a las seis los mail-cart entraban en los suburbios haciendo huir a los peatones, tal era su velocidad.
Faltaban diez minutos para el cierre de la distribución cuando llegaban delante de la imponente oficina postal de la capital bengalí.
El señor de Lussac, que tenía conocidos entre los empleados superiores, y Sandokan entraron, para salir poco después con una carta dirigida al comandante de la Marianna.
En un ángulo llevaba la firma de Sirdar.
Fue inmediatamente abierta y leída ávidamente.
El brahmán le advertía que Suyodhana había llegado a Calcuta a la mañana, que había alquilado el más rápido feal charra encontrado en el puerto, montado por escogidos barqueros y que se preparaba para remontar el Hugli, para alcanzar el Ganges y de allí tocar Patna para tomar el ferrocarril de Delhi.
Añadía que estaban con ellos la pequeña Darma y cuatro de los más notorios jefes de los thugs y que habrían de encontrar sus noticias en la oficina postal de Munger.
—Tiene doce o trece horas de ventaja sobre nosotros —dijo Sandokan, cuando hubo terminado la carta—. ¿Cree señor de Lussac que podremos alcanzarlos antes de que arriben a Patna?
—Quizá, tomando el ferrocarril que va a Hugli—Raniganj—Madhepur; pero estaremos obligados, llegados a Patna, a tomar la línea de Munger para retirar la carta.
—¿O sea volveremos atrás?
—Perderemos seis horas al menos y luego ustedes no han pensado que debo visitar al gobernador de Bengala para obtener su salvoconducto, de allí presentarme al comando, y que ahora es demasiado tarde para ser recibidos.
—Deberemos por consiguiente perder veinticuatro horas —dijo Sandokan, haciendo un gesto de mal humor.
—Es necesario, capitán.
—¿Cuándo podremos alcanzar Patna?
—Pasado mañana a la noche.
—¿Arribaremos antes que el perro de Suyodhana?
—Todo depende de la resistencia de sus barqueros —respondió el teniente.
—¿Si alquilásemos también nosotros una rápida chalupa?
—Perdería más tiempo y tendría menos posibilidades de recuperar las veinticuatro horas que estamos obligados a perder. Vengan a mi casa, señores, y reposemos hasta mañana a la mañana. A las nueve estaré donde el gobernador y antes del mediodía estaremos de viaje.
Comprendiendo que habría sido inútil hacer otras objeciones, Sandokan y sus amigos aceptaron de buen grado la hospitalidad que les era ofrecida y se hicieron conducir a la Strand, donde se encontraba el palacete del francés.
La velada la pasaron combinando planes con planes, para encontrar el modo de poder alcanzar al fugitivo antes de que pudiese unirse a los rebeldes.
Al día siguiente, poco antes de las once, el teniente que había salido bien temprano, regresaba a su palacete con rostro alegre.
Había tenido un largo coloquio con el gobernador, sobre la empresa afortunada conducida por Sandokan contra los terribles thugs, y traía un salvoconducto que concedía a sus valientes amigos el libre pasaje a través de las columnas inglesas operantes en el Oudh y en el territorio de Delhi, los dos centros de la insurrección, una carta de recomendación para el general Barnard, y también el permiso de acompañarlos hasta el gran cordón militar establecido entre Gwalior, Bharatpur y Patiala.
Hicieron rápidamente los preparativos para la partida y al toque el pequeño pelotón dejaba Calcuta tomando la línea Hugli—Raniganj—Barh—Patna, en un cómodo coche de la East Indian Railway Company.
Las compañías ferroviarias indias nada han escatimado a fin de que los viajeros puedan encontrar en todas partes las más grandes comodidades, y sus líneas muy poco tienen que envidiar a las de América del Norte.
Cada coche no tiene mas que solo dos compartimentos amplísimos, en cada uno de los cuales se encuentra un pequeño banco cuyo respaldo, que está levantado y unido por medio de correas, forma una especie de lecho del tipo de los que se usan a bordo de los steamers.
A los dos lados del compartimento, se encuentran los lavabos para vestirse y lavarse.
Merced a aquellas disposiciones, los trenes indios pueden recorrer distancias inmensas sin obligar a los viajeros a hacer paradas.
Se agrega además que en cada estación un empleado sube en los compartimentos para preguntar a los viajeros la lista de la comida que desean, que es enseguida telegrafiada a donde el tren hará la parada.
En tal modo encuentran todo listo, sin tener necesidad de descender de sus coches.
El tren, compuesto de una máquina poderosísima y de pocos coches, corría rapidísimo para gran satisfacción de Sandokan que veía disminuir minuto a minuto la distancia que lo separaba de Patna.
Cómodamente sentados en sus asientos, los audaces adversarios del Tigre de la India, fumaban y charlaban para engañar el tiempo.
Por otra parte se encontraban muy bien, sin sufrir demasiado el calor, estando los coches indios rodeados de esteras de vetiver, mantenidas siempre húmedas por depósitos especiales para conservar cierta frescura y evitar los casos de apoplejía, y las insolaciones que son tan frecuentes bajo aquellos climas ardentísimos.
A las tres habían ya sobrepasado la estación de Hugli, a medianoche también Raniganj había quedado atrás y el tren hilaba hacia el alto Bengala acercándose rápidamente al majestuoso Ganges.
No fue no obstante que al día siguiente, hacia las dos posmeridiano que Sandokan y sus amigos entraron en Patna, una de las más importantes ciudades de Bengala septentrional, que baña sus bastiones en las aguas del sagrado río.
Su primer pensamiento fue dirigirse a la oficina postal, esperando encontrar alguna carta de Sirdar; pero no había ninguna dirigida al comandante de la Marianna.
—Vamos a Munger —dijo el Tigre de la Malasia—. Se ve que Suyodhana no se ha detenido aquí y que ha continuado su viaje precipitado.
Había un tren que partía para aquella ciudad. Lo tomaron por asalto y pocos minutos después partían costeando por un largo trecho el Ganges.
Tres horas después estaban en la oficina postal.
Sirdar había mantenido su promesa. La carta databa de la tarde del día anterior y les advertía que Suyodhana había dado de alta a la tripulación y que habían subido al tren que partía para Patna, línea de Chhapra—Gorakhpur—Delhi.
—El pillo una vez más se nos ha escapado —exclamó Sandokan, con rabia—. No nos queda más que irlo a descubrir a Delhi.
—¿Podremos entrar en aquella ciudad? —preguntó Tremal-Naik, mirando al teniente.
—Los ingleses no han comenzado aún las operaciones de asedio —respondió de Lussac—. Creo por consiguiente que se podría fácilmente entrar junto con los insurrectos, que están desalojando Cawnpore y Lucknow. Les ruego no obstante camuflarse de indios y procurarse armas. No se sabe nunca lo que puede suceder.
—Volvamos a Patna y luego en viaje para Delhi —dijo Sandokan—. Será allá que el Tigre de la Malasia mate al Tigre de la India.
—¿Y dónde podremos encontrar a Sirdar? —preguntó Yanez.
—El brahmán ha pensado también en esto —respondió Sandokan—. En la posdata nos advierte que todas las noches, entre las nueve y las diez, nos esperará detrás del bastión llamado Cachemira.
—¿Sabremos encontrar aquella fortaleza?
—Es la más sólida de la ciudad —dijo de Lussac—. Todos sabrán indicártela.
—Partamos —comandó Sandokan.
La misma noche estaban de regreso en Patna.
No habiendo trenes hasta la mañana, se dirigieron a un albergue y aprovecharon aquella parada para camuflarse de ricos mahometanos, y para procurarse buenas carabinas indias y ciertos puñales semejantes a los yataganes.
Cuando a la mañana se dirigieron a la estación, se vieron obligados a cambiar el itinerario, porque los trenes no proseguían más allá de Gorakhpur, a causa de las correrías de los rebeldes.
Permanecía no obstante libre la línea Benarés—Cawnpore, después de la evacuación de los insurrectos de esta última ciudad para concentrar sus defensas en Delhi.
Fue sin otra opción, aún cuando más larga, y a las diez partían a todo vapor para la alta India, tocando sucesivamente Benarés, Allahabad, Fatehpur: y al día siguiente a la noche descendían en la estación de Cawnpore, que tenía aún los rastros de las devastaciones cometidas por los cipayos insurrectos.
La ciudad estaba llena de tropas llegadas de todas las principales ciudades de Bengala y del Bundelkund, que se preparaban para partir a Delhi, donde la insurrección se inflamaba más furiosa que nunca.
Merced al salvoconducto y sobre todo a la carta del gobernador de Bengala, pudieron obtener de las autoridades militares el permiso de tomar lugar en un tren que conducía a dos compañías de artillería hasta Koil, o sea hasta la línea de observación de la vanguardia inglesa.
Fue después del mediodía del día siguiente que pudieron llegar a aquella pequeña estación.
—Nuestro viaje en ferrocarril ha terminado —dijo el teniente, descendiendo del tren—. La línea más allá está cortada, pero aquí los caballos no faltan y en diez horas podrán llegar a Delhi.
—¿Es aquí que nos deja, señor de Lussac? —preguntó Sandokan.
—Hay aquí una compañía de mi regimiento, no obstante los acompañaré hasta cerca de la ciudad para facilitarles la entrada.
—¿Es verdad que ya está asediada?
—Sí, puede considerarla como tal, aún cuando los rebeldes salen a menudo a dar batalla. Voy a procurarles los caballos y a mostrar la carta del gobernador y el salvoconducto al comandante de las tropas.
No habían aún pasado dos horas que Sandokan, Yanez, Tremal-Naik, el francés y su pequeña escolta, dejaban la estación galopando hacia Delhi.
ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN
Capítulo con numerosas referencias a ciudades y trayectos en tren. Me costó corregir y ajustar algunos nombres. La distancia real entre Port Canning y Calcuta son poco más de 50 km y no 32 km.
Millas: 1 mi = 1,609344 km. Por lo tanto, 20 mi equivalen a 32,19 km.
Isla de Baratala: No encontré este nombre como una isla, sino como una región al oeste de la isla Sagar. Por otro lado, se llamaba río Baratala al brazo del Hugli que pasaba por el este de la isla Sagar. En ambos casos, la idea es que deberían haber salido hasta el mar para remontar completamente el río Hugli hasta Calcuta.
Jhansi: “Jhansie” en el original, es una ciudad del estado de Uttar Pradesh en el norte de la India. Nació a partir de una fortaleza construida en 1613.
Gran Mogol: Otro de los nombres con que se conoce al Imperio mogol. Fue un poderoso estado turco islámico que gobernó el subcontinente indio entre los S. XVI y XIX.
“...uno de sus últimos descendientes...”: Se trata de Bahadur Shah II cuyo nombre completo es Abu Zafar Sirajuddin Muhammad Bahadur Shah Zafar. Fue el último de los emperadores mogoles en India que reinó entre el 28 de septiembre de 1837 y el 14 de septiembre de 1857. Sin embargo ejerció poder solamente sobre Delhi, no sobre toda la India.
Barnard: “Bernard” en el original, se trata de Sir Henry William Barnard, general del ejército británico, que participó en el asedio a Delhi durante la rebelión de la India de 1857. Falleció de cólera el 5 de julio de 1857.
Ambala: “Amballah” en el original, es una ciudad del estado de Haryana, al norte de la India. Se encuentra a pocos kilómetros al este de Patiala.
Gwalior: “Gwalinor” en el original, es una ciudad del estado de Mahya Pradesh, al norte de India. La ciudad no participó de la rebelión de 1857 ya que no cooperaba con Rani, por lo que el Fuerte Gwalior fue tomado por los rebeldes. Las tropas británicas se enfrentaron con los insurrectos y en la batalla falleció Rani.
Bharatpur: “Bartpur” en el original, es una ciudad del estado de Rajastán, al noroeste de India. Está ubicada a 180 km de Delhi y era considerada inexpugnable.
Patiala: “Pattiallah” en el original, es una ciudad del estado de Punyab, al norte de la India.
Mail-cart: Palabra en inglés utilizada, como explica Salgari, para denominar a los pequeños coches tirados por caballos que repartían el correo en la India.
Munger: “Monghy” en el original, es una ciudad del estado de Bihar. Está sobre el río Ganges, a unos 180 km al oeste de Patna.
Raniganj: “Ranigandsch” en el original, es una ciudad del estado de Bengala Occidental. Está sobre el río Damodar a mitad de camino entre Calcuta y Patna.
Madhepur: Es una ciudad del estado de Bihar. Está a unos 200 km al noreste de Patna.
Barh: “Bar” en el original, es un pueblo del estado de Bihar. Está sobre el río Ganges, a unos 70 km al este de Patna.
East Indian Railway Company: “North-Indian-Railway” en el original. Cambié el nombre por el real, al momento de transcurrir la historia, según el trayecto de ferrocarril descripto. Actualmente el viaje estaría en las zonas de la “Eastern Railway” y la “East Central Railway”.
Vetiver: Planta perenne de la familia de las gramíneas, nativa de la india. Posee tallos altos de 1,5 m, con hojas largas, delgadas y rígidas. Se utilizan para tejer esteras que al ser humedecidas, desprenden un aroma para purificar el ambiente.
Apoplejía: Suspensión más o menos completa, y por lo general súbita, de algunas funciones cerebrales, debida a hemorragia, obstrucción o compresión de una arteria del cerebro.
Chhapra: “Chupra” en el original, es una ciudad del estado de Bihar. Está a menos de 100 km al oeste de Patna sobre el río Ganges.
Gorakhpur: “Gorahlpur” en el original, es una ciudad del estado de Uttar Pradesh. Está a poco más de 200 km al noroeste de Chhapra.
Cachemira: “Cascemir” en el original, en realidad se la conoce como Puerta de Cachemira y está ubicada al norte de la ciudad amurallada de Delhi. Debe el nombre a que desde ahí partía el camino que conducía a la región de Cachemira. Construida en 1835, fue un punto de lucha importante durante la rebelión de 1857.
Yataganes: “Jatagan” en el original, especie de sable o alfanje que usan los orientales.
Benarés: “Benares” en el original, es una ciudad del estado de Uttar Pradesh. Está ubicada a 250 km al oeste de Patna, sobre el río Ganges. Es una de las siete ciudades sagradas del hinduismo.
Allahabad: “Allabad” en el original, es una ciudad del estado de Uttar Pradesh. Está ubicada a 120 km al oeste de Benarés, sobre el río Ganges. Actualmente tiene una población de 1 millón de personas.
Fatehpur: Es una ciudad del estado de Uttar Pradesh. Está ubicada a 130 km al oeste de Allahabad entre los ríos sagrados Ganges y Yamuna.
Koil: Es el nombre con el que se conocía a la actual ciudad de Aligarh en el estado de Uttar Pradesh. Está ubicada a unos 140 km al sudeste de Delhi. Al momento en que transcurre la novela, ya era conocida como Aligarh.
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