La rebelión india de 1857, si bien tuvo una duración brevísima, fue no obstante sanguinarísima, e hizo latir fuertemente el corazón de los conquistadores, tanto más que ningún inglés la había ni siquiera lejanamente previsto.
La rebelión de Baharampur, estallada algunos meses antes y reprimida a prisa y también demasiado ferozmente por las autoridades militares, no había sido mas que la primera chispa del gran incendio que iba a devastar gran parte de la India septentrional. Ya desde hacía tiempo un profundo mal humor, no obstante hábilmente disimulado, reinaba entre los regimientos indios acantonados en Meerut, Cawnpore y Lucknow, heridos en su orgullo de casta por la designación de algún subahdar y jemadar de rango inferior, y también por los rumores diseminados con astucia por emisarios de Nana Sahib, el bastardo de Bithoor, de que los ingleses daban a los soldados hindúes cartuchos untados con grasa de vaca y a aquellos de fe musulmana con grasa de cerdo, una atroz profanación tanto para los primeros como para los segundos.
El 9 de mayo, repentinamente, cuando los ingleses menos se lo esperaban, el 3er. Regimiento de Caballería Ligera de Bengala, acantonado en Meerut, ciudad próxima a Delhi, fue el primero en dar la señal de la revuelta, fusilando a todos sus oficiales ingleses.
Las autoridades militares, espantadas, intentaron enseguida reprimirla, encarcelando a los rebeldes pero la tarde del 10, dos regimientos de cipayos, el undécimo y el vigésimo tomaron las armas y obligaron a sus jefes a excarcelar a los detenidos y a otros mil doscientos revoltosos.
Aquel acto de debilidad fue fatal porque la noche misma los cipayos y los jinetes se arrojaron furiosamente sobre los cuarteles europeos incendiándolos y masacrando sin compasión a las mujeres y los hijos de los funcionarios ingleses y de los oficiales.
Simultáneamente se rebelaban las guarniciones de Lucknow y Cawnpore, fusilando a sus superiores y matando cruelmente a cuanto europeo se encontraba en aquellas dos ciudades, mientras la Rani de Jhansi, una bellísima y valiente princesa, enarbolaba el estandarte de la revuelta masacrando a la guarnición inglesa.
Las autoridades militares, sorprendidas por aquel estallido tremendo, se habían encontrado por el momento impotentes de hacer frente al huracán, no disponiendo por otra parte de fuerzas suficientes. Se limitaron a tender un cordón militar entre Gwalior, Bharatpur y Patiala, esperando oponerse a los rebeldes, que se habían concentrado, bajo las órdenes de Tantia Topi, uno de los más hábiles y audaces comandantes indios, que más tarde habría de asombrar también a los ingleses con su célebre retirada a través del Bundelkund.
No lograron mas que en parte su propósito, porque los insurrectos, después de haber matado a todos los europeos, ya en la mañana del 11, doscientos cincuenta se arrojaban sobre Delhi, arrastrando en la revuelta al trigésimo cuarto regimiento de cipayos, que ya había fusilado a sus oficiales.
Los europeos, escapados de los estragos de Meerut y de Aligarh, se habían refugiado. El teniente Willoughby, comprendiendo que estaban por ser asesinados cruelmente, los recibió en la torre de Flagstaff donde organizó una desesperada resistencia.
Viéndose asaltado por todas partes, aquel valeroso, con una sangre fría admirable, dio fuego al gran Polvorín de Delhi, haciendo saltar a más de mil quinientos asediantes y, aprovechando la confusión, todavía lograba conducir a salvo a mujeres, niños y viejos, dirigiéndolos parte a Karol Bagh y parte a Ambala y a Meerut que habían sido desalojadas de insurrectos.
Fue entonces que acudió a Delhi el regimiento rebelde de Aligarh que se apresuró en proclamar un rey, escogido entre los descendientes de la vieja dinastía del Gran Mogol, proclamación que fue festejada con la masacre de cincuenta europeos y sus hijos que se habían atrincherado en el palacio real.
Furiosos combates habían seguido contra las primeras columnas inglesas de avanzada en el territorio batido por los rebeldes, con distinta suerte y con muchos estragos en ambas partes.
Los ingleses no obstante, confiado el mando de sus fuerzas al general Barnard, poco satisfechos por la lentitud y las indeterminaciones del general Anson, poco a poco envolvían Delhi dentro de la cual los insurrectos se fortificaban febrilmente, a la espera de ser asediados.
A principios de junio la ciudad se podía considerar como asediada, pero los ingleses no obtenían ningún éxito apreciable y se veían obligados a retirarse con frecuencia por los furiosos e incesantes ataques de los insurrectos. Además faltaban las piezas de asedio, sufrían enormemente por el calor intenso y por el clima mortífero.
Sin embargo la hora triste estaba por tocar para los rebeldes; Delhi estaba ya condenada a caer inexorablemente en un mar de sangre.
Sandokan y sus amigos, montados sobre veloces caballos, sobrepasadas las vanguardias inglesas de Koil, se habían dirigido hacia Delhi, de la que no distaban más que pocas horas.
El señor de Lussac, que llevaba puesto el espléndido uniforme de los oficiales bengalíes y que tenía un salvoconducto del comandante de Koil, abría el camino a sus amigos. Bastaba su presencia para evitar los interrogatorios que hubiesen hecho perder mucho tiempo a Sandokan.
El país hormigueaba de soldados, caballos y artillerías, que se movían hacia la antigua capital del Gran Mogol.
El parque de asedio, largamente esperado, había llegado e iba directo hacia el norte para destruir los firmes bastiones de la ciudad, que hasta ahora habían tenazmente resistido a los asaltos de la infantería y de los zapadores.
Los rastros de las terribles insurrecciones se veían dondequiera.
Aldeas quemadas, campiñas que debían haber sido espléndidas, completamente destruidas; cadáveres por todas partes que contaminaban el aire y que atraían bandadas inmensas de marabúes, busardos, marabúes argala, milanos y gypaetus, aquellos insaciables devoradores de carroña.
Cuatro horas después de su salida de Koil, los jinetes llegaban a la vista de las torres y los bastiones de la capital del Gran Mogol.
Largas columnas de ingleses obstruían las campiñas. A la mañana un combate furioso había acaecido entre los asediados y los asediantes, con lo peor para estos últimos y montañas de cadáveres flanqueaban el camino principal.
La línea de asedio había sido en varios lugares quebrada por los rebeldes que vagaban por las campiñas vecinas para prender al ganado que aún permanecía en los alrededores. La entrada en la ciudad no era por consiguiente difícil para hombres camuflados de indios y que podían pasar por rebeldes llegados de Meerut o de Farrukhabad. El momento de la separación había llegado.
—Señor de Lussac —dijo Sandokan, viendo al teniente descender del caballo, después de haber sobrepasado las últimas vanguardias—, ¿cuándo podremos encontrarnos nuevamente?
—Eso depende de la resistencia que opongan los insurrectos —respondió el francés—. No entraré mas que a la cabeza de mi escuadrón.
—¿Cree que las cosas irán para muy largo?
—Mañana, los ingleses pondrán en batería sus piezas de asedio y verá que los bastiones de Delhi no resistirán mucho.
—¿Cómo podría hacerle llegar noticias nuestras?
—Ah sí, pensaba en eso esta mañana —dijo el francés—. Es necesario que sepa dónde han tomado alojamiento, para protegerlos. Cuando los ingleses entren en Delhi, harán indudablemente estragos, porque están exasperadísimos y han jurado vengar a sus mujeres y a los niños masacrados en Cawnpore, en Lucknow, en Aligarh, etc. ¡Una idea!
—Hable.
—Todas las noches del bastión de Cachemira arroje más allá del foso algún objeto voluminoso con una carta dentro. Yo me encargaré de hacerlo localizar. Un turbante por ejemplo, posiblemente blanco.
—Está bien —dijo Sandokan.
—¿El salvoconducto y la carta del gobernador no serían suficientes para protegernos? —preguntó Yanez.
—No digo que no, sin embargo no se sabe nunca lo que puede suceder en el furor del asalto y será mucho mejor que esté yo para protegerlos. He aquí la oscuridad que desciende: es el momento de aprovechar para ustedes. Adiós, mis bravos amigos: les auguro encontrar a la pequeña y de dar el último golpe a los adoradores de Kali.
Se abrazaron un poco conmovidos, luego, mientras el francés volvía hacia el campo inglés, Sandokan y sus compañeros se apresuraron valientemente hacia la ciudad.
Numerosos jinetes vagaban por los alrededores, saqueando los suburbios que los ingleses habían desalojado a la mañana.
Viendo avanzar a aquel grupo armado, un pelotón de saqueadores guiado por un subahdar, avanzó intimándolos a detenerse. Tremal-Naik que se había puesto a la cabeza, enseguida obedeció.
—¿Adónde van? —preguntó el subahdar.
—A Delhi —respondió el bengalí—, para defender la bandera de la libertad hindú.
—¿De dónde vienen?
—De Meerut.
—¿Cómo han hecho para sobrepasar las líneas inglesas?
—Hemos aprovechado la derrota que les han infligido esta mañana, para rodear su campamento.
—¿Es verdad que han recibido muchos cañones?
—Un parque de asedio entero, que pondrán en batería esta noche.
—¡Malditos perros! —gritó el subahdar rechinando los dientes—. Quieren tomarnos, pero veremos si lo logran. Conocemos demasiado bien la pretendida cultura de los ingleses, que se resume en una sola palabra: destruir.
—Es verdad —dijo Sandokan—. ¿Nos hace entrar en la ciudad? Tenemos prisa por combatir y luego estamos cansadísimos y hambrientos.
—Nadie puede cruzar la Puerta de Turkman sin sufrir primero un interrogatorio del comandante de las tropas que operan fuera de los bastiones. No dudo que ustedes sean insurrectos, hermanos; no obstante debo obedecer las órdenes recibidas.
—¿Quién es el comandante? —preguntó Tremal-Naik.
—Abù-Assam, un musulmán que ha abrazado nuestra causa y que ha dado pruebas indudables de su fidelidad y valor.
—¿Dónde se encuentra?
—En el suburbio más avanzado.
—Dormirá a esta hora —dijo Sandokan—. Me desagradaría pasar la noche fuera de Delhi.
—Les ofreceré alojamiento y alimento: síganme. El tiempo es demasiado precioso para nosotros.
El subahdar hizo señas a sus hombres de circundar al pequeño pelotón y de armar los mosquetes, luego se puso en marcha a trote corto.
—No había previsto esto —murmuró Tremal-Naik, volviéndose hacia Sandokan que se había vuelto pensativo—. ¿Podremos sacárnoslos bien?
—Me siento tomar por un irresistible deseo de cargar a fondo contra estos saqueadores y dispersarlos. No resistirían un vigoroso ataque, aún cuando son cuatro veces más numerosos que nosotros.
—¿Y después? ¿Crees tú que podremos entrar tranquilos en la ciudad santa? ¿No ves allá otros pelotones de saqueadores que vagan por la campiña? A los primeros disparos los tendremos a todos encima.
—Es su presencia lo que me ha contenido hasta ahora —respondió Sandokan.
—Por otra parte ¿qué tenemos que temer de un interrogatorio?
—Qué quieres, amigo Tremal-Naik, hoy soy más desconfiado que nunca. Pueden haber thugs en el suburbio, y podrían reconocernos.
El bengalí sintió un estremecimiento.
—No sería una bella aventura ni placentera —respondió luego—. ¡Bah! Quizá exageremos en nuestros temores.
Eran las diez cuando llegaron delante de un suburbio semidestruido, formado por dos docenas de cabañas destrozadas.
Numerosos fuegos ardían aquí y allá, haciendo centellear grandes fajos de fusiles; y muchos hombres de aspecto criminal, con inmensos turbantes y las fajas llenas de pistolones, yataganes y talwar, deambulaban entre una multitud de caballos.
—¿Es aquí que habita el jefe? —preguntó Sandokan al subahdar.
—Sí —respondió el interrogado.
Dejó libre a su escolta y se detuvo delante de una pequeña cabaña con el techo colapsado, que estaba llena de insurrectos tendidos sobre montones de hojas secas.
—Dejen el lugar —dijo con un tono tan imperioso como para no admitir réplica.
Cuando los soldados se hubieron ido, rogó a Sandokan y a sus compañeros entrar, disculpándose por no tener por el momento algo mejor, pero prometiendo que les mandaría la cena.
Dejó a la escolta de guardia de la casucha y se alejó a pie, arrastrando ruidosamente su enorme cimitarra.
—Bello palacio que nos han ofrecido —dijo Yanez, que no había perdido un átomo de su usual buen humor.
—¿Bromeas, hermano? —dijo Sandokan.
—¿Debería llorar porque no nos han asignado un lugar mejor? Hay hojas que reemplazarán a las camas y que nos bastarán para tomar un buen descanso, después de haber llenado el vientre, si la cena llega. Ya preveía que no entraríamos a Delhi antes de mañana a la mañana.
—Si entramos —respondió Sandokan, que parecía atormentado por algún presentimiento.
Yanez estaba por responder cuando entró un soldado que llevaba puesto aún el uniforme de los cipayos, llevando una antorcha y un canasto que parecía contenía la cena.
Se había apenas adentrado bajo la casucha, cuando mandó un grito de sorpresa y alegría.
—¡El señor Tremal-Naik!
—¡Bedar! —exclamó el bengalí, acercándosele—. ¿Qué haces aquí? ¡Un cipayo que ha combatido bajo las órdenes del capitán Macpherson entre los rebeldes!
El insurrecto hizo un gesto vago, luego dijo:
—El amo no está aquí y luego también yo he roto completamente con los ingleses. Mis camaradas han desertado y yo los he seguido. ¿Y usted, señor, por qué ha venido aquí? ¿Ha abrazado nuestra causa?
—Sí y no —respondió el bengalí.
—He aquí una respuesta no demasiado clara, señor —dijo el cipayo riendo—. Sea cual sea el propósito que lo ha conducido aquí estoy muy contento de verlo y lo estaré doblemente si puedo serle útil.
—Veremos más tarde y te explicaré mejor por qué me encuentro delante de la ciudad santa.
—¡Ah!
—¿Qué tienes?
—Deben haber thugs detrás.
—Calla por ahora. ¿Qué nos has traído, Bedar?
—La cena, señores, un poco escasa a decir verdad, pero los víveres no abundan cuando se está en campaña. Un poco de antílope asado, hogazas y una botella de tuba.
—Bastará para nosotros —respondió Tremal-Naik—. Ponlos y si estás libre cena con nosotros.
—Es un honor que no rechazo —dijo el cipayo.
Abrió la cesta y sacó la cena, no demasiado copiosa; sin embargo podía bastar.
Sandokan y Yanez, que no habían aún abierto la boca y que sin embargo estaban contentísimos con aquel encuentro, comieron con apetito, imitados por su escolta y por Tremal-Naik.
—Dejen que les presente a un valeroso cipayo del difunto capitán Macpherson, uno de aquellos que han tomado parte de la primera expedición contra los thugs de Suyodhana.
—¿Por lo tanto has asistido a la muerte del desventurado capitán? —preguntó Sandokan.
—Sí, señor —respondió el cipayo con voz conmovida—. Ha expirado entre mis brazos.
—Conocerás por consiguiente a Suyodhana.
—Lo he visto como lo veo a usted en este momento, porque cuando hizo fuego sobre mi pobre capitán no estaba mas que a diez pasos de mí.
—¿Cómo has escapado a la muerte? Me han contado que los thugs de Suyodhana habían destruido a los hombres que estaban junto al capitán.
—Por una feliz casualidad, sahib —respondió el cipayo—. Había recibido un golpe de talwar sobre la cabeza, mientras intentaba realzar al capitán que había recibido dos balas en el pecho. El dolor que sentí fue tal, que caí desvanecido entre las altas hierbas de la jungla. Cuando volví en mí un profundo silencio reinaba en las inmensas planicies de los Sundarbans. Me encontraba entre cúmulos de cadáveres. Los thugs no habían perdonado a ninguno de los cipayos que acompañaban al capitán. Todos mis compañeros habían caído, no obstante, después de haber vendido la vida a un precio muy caro: no había menos de doscientos estranguladores extendidos entre las hierbas. La herida que había recibido no era grave. Detuve la sangre y después de haber buscado, sin lograr encontrarlo, el cadáver de mi capitán, hui hacia el río esperando encontrar aún la cañonera que nos había conducido a los Sundarbans. No ví en cambio mas que pecios y cadáveres flotantes: Suyodhana, después de haber destruido a los cipayos había asaltado también la nave y la había hecho saltar prendiendo alguna mecha en el depósito de pólvora.
—Sí, hemos sabido también esto, ¿verdad Tremal-Naik? —dijo Sandokan.
El bengalí que se había puesto bastante triste, hizo con la cabeza una señal afirmativa.
—Continua —dijo Yanez, volviéndose al cipayo—. Estos detalles me interesan. ¿No había ninguno más sobre el Mangal, de los suyos?
—Ninguno, señores, porque también la tripulación de la cañonera, que a los primeros tiros de fusil había acudido en nuestra ayuda, a su vez había sido exterminada por los thugs.
—¿Eran muchos entonces aquellos bribones? —preguntó Sandokan.
—Quince o veinte veces más numerosos que nosotros —respondió el cipayo—. Erré por dos semanas entre las junglas, viviendo de fruta silvestre, corriendo veinte veces el peligro de ser hecho pedazos por los tigres o cortado en dos por los gaviales, hasta que pasando de isla en isla, alcancé las orillas del océano donde finalmente fui recogido por una barca montada por pescadores bengalíes.
—Bedar —dijo Tremal-Naik, después de un poco de silencio—. ¿Has vuelto a ver otra vez a Suyodhana?
—Nunca, señor.
—Sin embargo nosotros sabemos, de fuente segurísima, que él se encuentra en Delhi.
El cipayo dio un sobresalto.
—¡Él aquí! —exclamó—. Sé que los thugs han abrazado nuestra causa y que numerosos pelotones han llegado de Bengala, del Bundelkund y también de Orissa, pero no he oído hablar del arribo de su jefe.
—Nosotros hemos venido aquí para buscarlo —dijo Tremal-Naik.
—¿Quiere arreglar las viejas cuentas? Si tal fuese su intención, cuente enteramente conmigo, señor Tremal-Naik —dijo Bedar—. Yo también tengo que vengar a mi capitán, que amaba como si fuese mi padre, aún cuando yo soy indio y él fuese inglés, y a todos mis camaradas caídos tan miserablemente en los Sundarbans.
—Sí —dijo el bengalí con voz terrible—. He venido aquí para matarlo y para arrebatarle a mi hija que me ha raptado hace varios meses.
—¡Su hija raptada!
—Te narraremos más tarde aquello. Me oprime ahora saber de ti si nosotros podremos entrar en Delhi, o mejor si Abù-Assam nos dará el permiso.
—No lo dudo, señores, no habiendo ningún motivo para creerlos espías de los ingleses. ¿Quién podría aseverar eso? ¿Lo han visto al general?
—No aún; sabemos que el subahdar que nos ha conducido aquí, le ha advertido de nuestro arribo.
—¿Hace mucho que están aquí?
—Una hora.
—Y no los ha hecho llamar aún.
—No.
—Es extraño —dijo el cipayo—. Normalmente no demora nunca. Deje que vaya a encontrar al subahdar, que debe ser el mismo que me ha encargado servirles la cena.
Se había apenas alzado y se preparaba para salir, cuando lo vio aparecer acompañado por dos indios que tenían la cara escondida por un pañuelo que colgaba de sus enormes turbantes.
—Iba a buscarte, subahdar —dijo el cipayo—. Estos hombres comienzan a impacientarse y me han dicho que tienen prisa para ir a Delhi.
—Venía precisamente a advertirles de aguantar todavía un cuarto de hora, porque en este momento el general está ocupadísimo. Tú los conducirás, Bedar.
—Está bien, subahdar —respondió el cipayo.
Dicho esto el comandante se alejó haciendo seña a los dos hombres que lo acompañaban de seguirlo.
—¿Quiénes son aquellos dos indios con aquellos inmensos turbantes? —preguntó Sandokan al cipayo que los seguía con la mirada—. ¿Sus ayudantes?
—No sabría —respondió Bedar que parecía un poco preocupado—. Me parecieron dos sijes.
—¿Y por qué tenían la cara escondida?
—Habrán hecho algún voto.
—¿Hay otros sijes en el campo? —preguntó Tremal-Naik.
—No muchos. La mayoría se han unido a los ingleses, olvidando que también ellos son indios al igual que nosotros.
—¿Tienes esperanza de hacer frente a los ingleses?
—¡Uf! —dijo el cipayo bajando la cabeza—. Si todos los indios se hubiesen levantado en armas, a esta hora no habría un inglés más en el Indostán. Han tenido miedo y nos han dejado solos y nosotros pagaremos por todos, porque estoy seguro de que aquellos malditos europeos no nos darán cuartel. ¡Lo que sea! Les mostraremos cómo sabe morir el hindú.
Transcurrido el cuarto de hora, Bedar se alzó diciendo:
—Síganme, señores. Abù-Assam no ama esperar.
Dejaron la casucha, seguidos por un pelotón de jinetes, que hasta entonces se había mantenido escondido detrás de una cercana cabaña, y se dirigieron hacia la plaza central donde Abù-Assam había colocado su cuartel general.
Todos los tinglados e incluso los caminos estaban llenos de insurrectos, y ninguno dormía.
Charlaban en torno a gigantescas hogueras, teniendo las armas al alcance de las manos, dispuestos a montar al primer toque de trompeta.
Había cipayos que llevaban aún sus pintorescos uniformes, restos de los regimientos de Meerut, Cawnpore, Aligarh y Lucknow, bundelkanos de Tantia Topi y de Rani, sijes barbudos con enormes turbantes y cimitarras pesadísimas y fusiles larguísimos; orissanos e incluso maratíes de formas estupendas, que parecían estatuas de bronce.
Parecía que esperasen algún asalto imprevisto, teniendo todos los caballos embridados y ensillados.
El pelotón, guiado por Bedar y siempre escoltado por los jinetes, llegó muy pronto a una vasta plaza también llena de insurrectos e iluminada con enormes montones de leña encendida, y se detuvo delante de una construcción con la mampostería bastante maltrecha, con las paredes aquí y allá agujereadas por balas de cañón y por granadas y que debía haber sido antes un elegante bungalow propiedad de algún rico inglés de Delhi.
—Es aquí que mora el general —dijo Bedar.
Dio a los dos centinelas, que velaban delante de la puerta, la contraseña e introdujo a los supuestos insurrectos en la primer estancia, donde encontraron al subahdar que estaba charlando con varios hombres de alta estatura, montañeses del Bundelkund probablemente, armados hasta los dientes.
—Depongan sus pistolas y sus sables —dijo, volviéndose a Sandokan y a los otros.
Los dos corredores del mar, Tremal-Naik y sus compañeros obedecieron.
—Ahora síganme —continuó el subahdar—. El general los espera.
Fueron introducidos en otra estancia bastante vasta, con pocos muebles desquiciados y algunas sillas de bambú cojas que estaban aún manchadas de sangre, indicio seguro de que ahí dentro había ocurrido alguna lucha encarnizada.
Cuatro montañeses sijes, todos de formas hercúleas, custodiaban las dos puertas, manteniendo las cimitarras desenvainadas.
Delante de una mesa había en cambio un hombre bastante viejo, con la barba casi blanca, la nariz ganchuda como el pico de un papagayo, y los ojos negrísimos y centelleantes como carbúnculos.
Vestía como los musulmanes de la India septentrional, que han conservado las costumbres tártaro-turcomanas, y sobre las mangas de seda verde tenía vistosos galones de oro.
Viendo entrar a Sandokan y a los otros, había alzado la cabeza, entornando los párpados como si la luz que proyectaba la lámpara suspendida del sofito le molestara la vista; observó en silencio por algunos minutos, diciendo por consiguiente, con voz nasal:
—¿Son ustedes los que piden permiso para entrar a Delhi?
—Sí —respondió Tremal-Naik.
—¿Para combatir y morir por la libertad india?
—Contra nuestro secular opresor: el inglés.
—¿De dónde vienen?
—De Bengala.
—¿Y cómo han hecho para pasar a través de las líneas enemigas sin haber sido detenidos? —preguntó el viejo general.
—Hemos aprovechado la noche, que era oscurísima ayer, luego nos hemos escondido en una cabaña desmantelada hasta que divisamos al subahdar.
El viejo permaneció por algunos instantes otra vez silencioso, mirando fijo especialmente a Sandokan y sus malayos, cuyos colores debían haberle dado cierta impresión, luego continuó:
—¿Tú eres bengalí?
—Sí —respondió Tremal-Naik sin vacilar.
—Pero los otros no me parecen indios. Su piel tiene un colorido que jamás he visto en gentes de nuestro país.
—Es verdad, general. Este hombre —dijo, indicando a Sandokan—, es un príncipe malayo, enemigo acérrimo de los ingleses, que varias veces los ha derrotado y batido sanguinariamente sobre las costas de Borneo y los otros son sus guerreros.
—¡Ah! —dijo el general—. ¿Y por qué ha venido aquí?
—Había venido a Calcuta a encontrarme, habiendo sido yo hace algunos años, su huésped; y habiendo sabido por mí que los indios se preparaban para alzarse, ofreció su brazo poderoso y su sangre a nuestra causa.
—¿Es verdad? —preguntó Abù-Assam, volviéndose hacia el Tigre.
—Sí, mi amigo ha dicho la verdad —respondió el pirata—. He sido por largos años el enemigo más tremendo de los ingleses sobre las playas de Borneo. Los he derrotado varias veces en Labuan y he sido yo quien derribó a James Brooke, el poderoso rajá de Sarawak.
—¡James Brooke! —exclamó el general, pasándose una mano sobre la frente como para despertar algún lejano recuerdo—. Sí, debe ser aquel teniente de la Compañía Británica de las Indias Orientales que he conocido en mi juventud, y que me habían dicho que se había convertido en rajá de una gran isla malaya. Ya era un inglés también aquel, por lo tanto tu enemigo. Y el otro que tiene facciones regulares como las de un europeo, ¿de dónde viene? —preguntó luego indicando a Yanez.
—Es un amigo del príncipe.
—¿Y también aquel odia a los ingleses?
—Sí.
—¿A los ingleses solamente? —preguntó el general alzándose y cambiando bruscamente el tono.
—¿Qué quiere decir general? —preguntó Tremal-Naik, con inquietud.
En vez de responder el viejo dijo:
—Está bien: dentro de dos o tres horas partirán para Delhi con el subahdar a fin de no ser confundidos con enemigos y que los fusilen. Sigan a la escolta que los ha conducido aquí, pero dejen aquí las armas que no les serán restituidas sino dentro de los muros de la ciudad.
—¿A dónde nos conducirá la escolta?
—Al depósito—respondió el general, haciéndoles una seña con la mano para salir.
Tremal-Naik y sus compañeros obedecieron y volvieron a encontrar afuera a la escolta y al subahdar.
—Síganme señores —dijo éste, haciéndolos rodear por sus hombres—. Todo está bien.
Bedar se había arrimado a Tremal-Naik susurrándole al oído:
—No se confíe: es malo para ustedes, pero nos volveremos a ver pronto.
La escolta se había apenas puesto en marcha, cuando dos hombres que tenían la cara semi escondida por los enormes turbantes, y que eran los mismos que habían acompañado al subahdar a la casucha, entraron en la sala del general.
—¿Son ellos? —preguntó el viejo, viéndolos entrar.
—Sí, los hemos reconocido perfectamente —respondió uno de los dos—. Son los que han invadido la pagoda de Kali, que han inundado los subterráneos y que han hecho estragos de los nuestros. Ellos son aliados de los ingleses.
—La acusación es grave, hijos —dijo el viejo.
—Si han llegado aquí, no deben tener mas que un sólo propósito: aquel de sorprender a nuestro jefe y matarlo cruelmente.
—¿Qué pretenden entonces?
—Que los trates como a traidores, o todos los thugs que están en Delhi y que están dispuestos a morir por la libertad de la India, mañana dejarán las banderas de la insurrección.
—Los hombres son demasiado preciosos en este momento como para perderlos —dijo el viejo después de un instante de reflexión—. Somos ya demasiado pocos como para defender una ciudad tan vasta. Tienen mi palabra: vayan.
NOTAS AL PIE DE PÁGINA DE SALGARI
Jemadar: Subtenientes.
ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN
El título original de este capítulo “L’insurrezione indiana” que traducido literalmente sería “La insurrección india”. Cambié la palabra “insurrección” por “rebelión” debido a que así es como se conoce en castellano a este hecho histórico.
Capítulo más que interesante y con muchas referencias históricas y geográficas. Espero que lo hayan disfrutado tanto como yo.
Baharampur: “Barrampore” en el original, es una ciudad del estado de Bengala Occidental donde se produjo uno de los primeros enfrentamientos de la Rebelión de 1857, el 25 de febrero de dicho año.
Subahdar: “Subadhar” en el original, es el oficial en jefe indio de una compañía de tropas indias en el ejército británico de la India.
Jemadar: “Jemmadar” en el original, es un oficial del ejército de la India que tiene un rango correspondiente al de teniente en el ejército británico.
Nana Sahib: “Nana-Sahib” en el original, su nombre era Dhondu Pant y fue un aristócrata maratí que lideró la rebelión en Cawnpore. Hijo adoptivo de Bajirao II, Peshwa (primer ministro) del Imperio maratha.
Bithoor: “Bitor” en el original, es una pequeña ciudad del estado de Uttar Pradesh, residencia de Nana Sahib y de su padre adoptivo, Bajirao II.
“...cartuchos untados con grasa...”: Se trata de los cartuchos de papel engrasados con manteca de res o de cerdo de los fusiles Enfield Modelo 1853. Cuando dicha grasa estaba seca, los soldados debían llevarse el cartucho a la boca para humedecer el papel, antes de introducirlo en el cañón.
“El 9 de mayo...”: “L’11 maggio...” en el original. Cambié la fecha por la que da inicio a la rebelión en Meerut. Sin embargo, ese día no se produce la matanza de oficiales británicos, sino que los cipayos se niegan a utilizar los cartuchos, debido a los engaños.
3er. Regimiento de Caballería Ligera de Bengala: “Terzo Reggimento di Cavalleria Indiana”, en el original. En lugar de traducir literalmente, utilicé el nombre real del regimiento que produjo los hechos narrados por Salgari.
“...y el vigésimo...”: “...ed il dodicesimo...” en el original. Corregí la traducción por el número de regimiento histórico que tomó parte en los hechos de Meerut.
Trigésimo cuarto regimiento de los “cipayos”: No pude encontrar referencias a este regimiento para la fecha indicada. Sí está documentado que participó en un motín el 29 de marzo en Barrackpore, hiriendo a dos oficiales británicos.
Aligarh: “Allighur” en el original, es una ciudad del estado de Uttar Pradesh, antiguamente conocida como Koil (así nombrada en el capítulo anterior). Está ubicada a unos 140 km al sudeste de Delhi.
Willoughby: “Willeughby” en el original, hace referencia al teniente británico del Ejército de Bengala de la Compañía Británica de las Indias Orientales, George Dobson Percival Willoughby (23 de noviembre de 1828 — 12 de mayo de 1857).
Torre de Flagstaff: “Torre dello Stentoredo” en el original, es una torre construida en 1828 como enclavamiento ubicada al norte de Delhi, fuera de los muros y cerca del río Yamuna.
Gran Polvorín de Delhi: “Polveri” en el original, conocido en inglés como “great Delhi Magazine”, era el edificio donde se guardaban las provisiones de pólvora y explosivos dentro de la ciudad amurallada. Estaba ubicado entre lo que hoy se conoce como el Fuerte rojo de Delhi y la Iglesia de Santiago. Si bien Salgari simplemente lo llama “polvorín”, decidí utilizar el nombre completo para mejor referencia.
Karol Bagh: “Caruol” en el original, es un barrio residencial y comercial de Nueva Delhi, a unos 5 km al oeste del Fuerte rojo.
Anson: “Arison” en el original, se trata del general George Anson, quien generaba resentimiento por su trato a los cipayos, falleció de cólera marchando hacia Delhi para luchar en la rebelión de la India de 1857.
Zapadores: “Minatori” en el original, la traducción literal sería “mineros” y, si bien en inglés se los refiere como “military mining”, en castellano quedan dentro del grupo de zapadores, o sea, soldados que se dedican a la construcción de puentes y otras estructuras y que además limpian o plantan minas terrestres y se encargan de las demoliciones.
Gypaetus: “Gypaeti” en el original, es una especie de ave más conocida como “quebrantahuesos”. Es un buitre que remonta huesos y caparazones hasta grandes alturas para soltarlos y partirlos contra las rocas.
Farrukhabad: “Furridabad” en el original, es una ciudad del estado de Uttar Pradesh sobre el río Ganges, a más de 320 km al sudeste de Nueva Delhi.
Batería: Obra de fortificación destinada a contener algún número de piezas de artillería reunidas y a cubierto.
Puerta de Turkman: “Porta di Turcoman” en el original, es una puerta que está ubicada en el extremo sur de las murallas de la ciudad de Delhi.
Tuba: “Vino di palma” en el original, es un licor suave y algo viscoso que se obtiene por destilación de la savia de la palmera del coco. Recién destilado, es bebida refrescante, y después de la fermentación sirve para hacer vinagre o aguardiente.
Pecio: Pedazo o fragmento de la nave que ha naufragado.
Orissa: Es un estado de la costa este de India, actualmente llamado Odisha, al sudoeste del estado de Bengala.
Sijes: “Seikki” en el original, es el plural de “sij”, o sea, seguidor del sijismo —religión monoteísta fundada por Nanak en la India en el siglo XVI, que combina elementos del hinduismo y del islamismo—.
Indostán: Subcontinente indio, formado por India, Pakistán, Bangladés, Sri Lanka, las Maldivas, Bután y Nepal.
Bundelkanos: “Bundelkani” en el original, no pude encontrar el gentilicio correcto para definir a los habitantes del Bundelkund, así que utilicé lo que me pareció más apropiado.
Orissanos: “Orissani” en el original, no pude encontrar el gentilicio correcto para definir a los habitantes de Orissa, así que utilicé lo que me pareció más apropiado.
Carbúnculos: Rubíes.
Tártaros: Natural de Tartaria, gran extensión de tierra del centro y noroeste de Asia que iba desde el mar Caspio y los montes Urales hasta el océano Pacífico.
Turcomanas: Dicho de una persona: De cierta rama de la raza turca, muy numerosa en Persia y otras regiones de Asia.
Galones: Distintivos que llevan en el brazo o en la bocamanga diferentes clases del Ejército o de cualquier otra fuerza organizada militarmente, hasta el coronel inclusive.
Compañía Británica de las Indias Orientales: “Compagnia delle Indie” en el original, era el nombre con el que se conocía al ejército inglés que operaba en la India, antes de la rebelión de 1857. En inglés era “East India Company”.
Depósito: “Deposito degli arruolamenti” en el original, es el organismo adscrito a una zona de reclutamiento, en el cual quedan concentrados los reclutas que por diversas causas no pueden ir inmediatamente al servicio activo.
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