Sandokan, Yanez y sus compañeros oyendo aquel grito se habían de súbito detenido, recargando precipitadamente las carabinas y arrojándose detrás de los árboles.
Se habían apenas puesto a reparo, cuando vieron llegar en carrera desesperada al cornac.
El pobre hombre parecía presa de un vivísimo terror y miraba de vez en cuando a las espaldas, como si temiese verse alcanzado por alguien.
—¿Qué tienes? ¿Quién te amenaza? —preguntó Bedar, moviéndose a su encuentro.
—¡Allá...! ¡Allá...! —respondió el conductor, con voz estrangulada.
—¿Pues bien...? Explícate.
—Un elefante montado por varios hombres.
—Habrá atravesado el río lejos de aquí para tomarnos por la espalda. ¿Dónde se ha detenido?
—Cerca de mi animal.
—¿Te han visto huir los hombres que lo montaban?
—Sí, sahib; es más, me han gritado por detrás para detenerme amenazando con hacer fuego sobre mí. Me quitarán a Djuba, señores, y seré un hombre arruinado.
—Tengo aquí en mi bolsillo con qué pagar cien elefantes —respondió Sandokan—, por consiguiente no perderás nada. Y luego nosotros impediremos a aquellos bribones de robártelo. Amigos, síganme y manténganse siempre escondidos en medio de los arbustos. Veamos si podemos sorprenderlos.
—Y poner fuera de combate también a aquel bestión, así no podrán perseguirnos más —agregó Yanez.
—Adelante —comandó el Tigre de la Malasia.
Se lanzaron en medio de los arbustos que en aquel lugar eran bastante densos y alcanzaron los grandes matorrales, sin que los indios del tercer elefante se hiciesen ver.
—¿Dónde se habrán detenido? —se preguntó Sandokan, un poco sospechoso.
—¿Nos tenderán una emboscada? —preguntó Yanez.
—Casi tengo la certeza.
—Conductor —dijo Tremal-Naik—, ¿estamos cerca del lugar donde has dejado a Djuba?
—Sí, señor.
—Deje que vaya a ver un poco —dijo Bedar—. Espéreme aquí.
—Si los ves, retrocede enseguida —le dijo Sandokan.
El cipayo se aseguró de que la carabina estaba cargada, luego se arrojó al suelo y se alejó arrastrándose como una serpiente.
—Prepárense para hacer fuego —dijo Sandokan a sus hombres—, siento por instinto que aquellos bribones están más cerca de lo que suponemos.
No había transcurrido medio minuto cuando un tiro de fusil retumbó a brevísima distancia.
Un alarido de angustia le había seguido detrás.
—¡Canallas! —gritó Sandokan, brincando adelante—. Han golpeado a Bedar. ¡Adelante, tigres de Mompracem! ¡Venguémoslo!
En aquel momento se oyeron las ramas del matorral crujir como si alguno intentase abrirse paso, luego apareció el cipayo con los ojos desorbitados, palidísimo. Había abandonado la carabina y se comprimía el pecho con ambas manos.
—¡Bedar! —exclamó Sandokan, corriendo a su encuentro.
El indio se le abandonó entre los brazos, diciendo con voz semi apagada:
—Estoy... muerto... allá... emboscados... sobre el elefante... sobre...
Un brote de sangre le cortó la frase. Giró los ojos hacia Tremal-Naik, como para mandarle el último saludo y se deslizó entre los brazos de Sandokan cayendo en las hierbas.
—¡Matemos a aquellos bribones! —aulló el Tigre de la Malasia—. ¡A la carga!
Los seis piratas, Tremal-Naik y el cornac se volcaron a través del matorral como un huracán, sin tomar ninguna precaución, luego hicieron una descarga.
Se habían encontrado imprevistamente delante del tercer elefante que se mantenía inmóvil bajo un colosal tamarindo, cuya densa sombra lo volvía casi invisible.
Sandokan y Yanez habían hecho fuego contra el animal, los otros en cambio habían dirigido sus tiros sobre la caja que estaba montada por ocho hombres, entre los cuales se encontraban los dos thugs del enorme turbante.
Sorprendidos a su vez y con tres hombres fuera de combate, los insurrectos habían perdido su coraje, tanto más que el elefante, gravemente herido, había comenzado a enfurecer, amenazando con derribarlos a todos.
Dispararon al azar sus armas, luego brincaron a tierra a riesgo de romperse el cuello, huyendo como liebres a través del matorral.
Sandokan había recargado rápidamente la carabina.
—No, bribones —gritó—. ¡No se me escapan!
Uno de los dos thugs había permanecido dentro de la caja, fulminado por una bala; pero el otro se había lanzado detrás de los insurrectos, aullando porque se detuviesen e hiciesen frente al peligro.
Sandokan que ya lo había divisado, lo tomó en la mira, antes de que se internase en el matorral y le rompió la espina dorsal, haciéndolo caer al suelo, tieso.
Mientras tanto sus hombres, viendo que el elefante estaba por cargarlos, vuelto furibundo por las heridas citadas, lo habían recibido con un fuego nutrido, acribillándolo de balas en semejante modo como para hacerlo desplomar de golpe.
—Me parece que la batalla está terminada —dijo Yanez—. ¡Pecado que aquel bravo Bedar no esté más vivo!
—Sepultémoslo y luego partamos sin retardo —dijo Sandokan—. ¡Pobre hombre! Nuestra libertad le ha costado la vida.
Volvieron un poco tristes donde el cipayo había caído y sirviéndose de sus cuchillos excavaron apresuradamente una fosa, poniéndolo dentro con cuidado.
—Descansa en paz —dijo Tremal-Naik, que era el más conmovido de todos—. No te olvidaremos.
—Partamos sin demora —dijo Sandokan—. No todos los indios están muertos y podrían volver con refuerzos. Cornac, ¿crees que podremos ahora entrar en Delhi?
—Sí, habiéndome visto salir con el elefante y siendo conocido. Diré a los guardias que he recibido la orden de introducirlos en la ciudad por Abù-Assam y estoy seguro que me creerán.
—¿Podremos llegar antes de esta tarde?
—Sí, sahib.
—Entonces partamos.
Alcanzaron al elefante que estaba saqueando algunos árboles cargados de fruta, se acomodaron en el howdah y reanudaron la marcha.
Djuba se había puesto nuevamente en carrera, alargando siempre más el paso.
Al mediodía la floresta ya había sido atravesada.
Se detuvieron junto a un estanque para almorzar, luego hacia las dos volvieron a partir costeando las inmensas plantaciones de añil y algodón, en su mayor parte devastadas.
Los combates entre las avanzadas inglesas e indias debían haber sucedido en aquellos lugares, a juzgar por la cantidad prodigiosa de marabúes, que hacían volteretas por encima de los surcos, entre los cuales quizá yacían aún numerosos cadáveres.
Hacia el ocaso los altos muros de Delhi estaban a la vista.
—Silencio —dijo el cornac—. Si me detienen, déjenme hablar a mí solo. No creo que opongan dificultad a su entrada.
A las nueve el elefante se adentraba bajo la puerta de Turkman, la única dejada abierta, sin que los centinelas hubiesen hecho ninguna objeción.
Delhi es la ciudad más venerada por los musulmanes indostanos, porque contiene entre sus muros a la santa Jama Masjid, o sea la mezquita más grande y más rica que subsiste en toda India y es también una de las más populosas y de las más bellas, contando con aproximadamente ciento cincuenta mil habitantes, doscientos sesenta y una mezquitas, ciento ochenta y ocho templos indios, más de trescientas iglesias anglicanas y un número extraordinario de palacios grandiosos, de una arquitectura admirable. Maravilloso sobre todo es el antiguo palacio de los emperadores del Gran Mogol, llamado palacio del padishah, donde se encuentra el espléndido Naqqar Khana el pabellón imperial, en cuya extremidad se abre el Diwan-i-Am o sala de las grandes audiencias, decorada con mosaicos de gran valor, sostenida por elegantes columnas y con un baldaquino de mármol
Es allí que se encuentra también la famosa sala del trono o Diwan-i-Khas, formada por un quiosco de mármol blanco, simple por fuera pero extraordinariamente rica en el interior, con sorprendentes arabescos diseñados con piedras preciosas incrustadas en los mármoles, con guirnaldas de lapislázuli, ónice, sardónice y otras no menos preciosas; los apartamentos reales, los baños que tienen el suelo emplastado de mármol; la mezquita de Moti Masjid o templo de las perlas y los jardines imperiales tan decantados por los poetas mogoles.
No han quizá sido injustos los constructores de aquellas maravillas al grabar sobre la puerta principal del palacio: “Si hay un paraíso sobre la Tierra; ¡está aquí! ¡Está aquí...!”
Cuando el pelotón entró en la ciudad, detrás de los bastiones reinaba una animación extraordinaria.
Turbas de soldados se afanaban en levantar trincheras y terraplenes y en poner en batería piezas de cañones a la luz de las antorchas.
La noticia de que los ingleses habían recibido el parque de asedio se había ya dispersado, y los rebeldes se preparaban animosamente para la resistencia.
Tremal-Naik y sus compañeros se hicieron conducir por el cornac hasta el bastión de Cachemira, donde les resultó fácil encontrar la hospitalidad de un notable que tenía un bungalow en aquellas vecindades, ninguno osando rechazar acoger a los rebeldes, ya amos absolutos de la ciudad.
Estaban tan cansados que apenas hubieron cenado se retiraron a la estancia asignada, que por los sirvientes del amo había sido enseguida provista de cómodos lechos.
—Mañana nos pondremos a buscar a Sirdar —había dicho Sandokan, tendiéndose—; quién sabe si no se muestra en estos alrededores también de día.
¡Cuando se despertaron, un poco después del alba, el cañón retumbaba densamente sobre todos los bastiones de la ciudad!
Los ingleses, durante la noche, habían abierto numerosas trincheras y habían colocado en su lugar piezas de su parque de asedio, bombardeando furiosamente las murallas.
Como fortaleza, Delhi, no se prestaba mal. Los emperadores mogoles habían gastado sumas fabulosas para volverla inexpugnable.
Tenía una cerca almenada de doce kilómetros, construida con grandes bloques de granito, y numerosas alcazabas y torres macizas.
Otro muro se extendía del bastión de Wellesley hasta el Fuerte Salimgarh, alto de ocho metros y que se apoyaba en el Yamuna, el río que lamía la ciudad.
Todas las cercas estaban defendidas por un foso, ancho de dieciséis metros y profundo de cinco y por altos bastiones sólidamente construidos, que sin embargo no podían durar mucho tiempo contra los grandes medios de asedio de los enemigos.
Los ingleses, la noche del 4 de septiembre, habían colocado en batería cuarenta piezas de gran calibre, además de que habían concentrado, a la vista de las murallas, a tres Regimientos de Infantería de Punyab al comando del capitán Wilde, tiradores del Rajá de Jind, francotiradores de Meerut, lanceros y habían enseguida atacado vigorosamente el bastión de Mori con diez grandes cañones, colocados a cuatrocientos metros de distancia de la fosa, mientras una división de infantería mantenía un fuego nutrido contra las murallas del Khudsia Bagh, donde los rebeldes habían concentrado sus mejores tropas.
No habían perdido no obstante el ánimo los asediados, aún cuando escasease la artillería, y habían respondido vigorosamente, con gran impulso, dirigiendo especialmente su fuego contra las infanterías y con tal precisión como para matar a quinientos hombres, incluidos los tenientes Hildebrand y Bannerman.
Cuando Sandokan y su escolta descendieron a la calle, las primeras bombas comenzaban a caer sobre la ciudad, provocando aquí y allá incendios, que eran prontamente apagados, pero causando graves daños a los ricos negocios de la Chandni Chowk, las más bella y la más espléndida calle de Delhi, llamada también la calle de los orfebres, poblada casi exclusivamente por vendedores de joyas.
En todas las calles reinaba un vivo fermento, insurrectos y ciudadanos acudían sobre los bastiones, sobre las torres y sobre las murallas almenadas, creyendo inminente el asalto.
Los fusilazos diluviaban sin pausa, compitiendo con las artillerías inglesas, con un estrépito ensordecedor.
—He aquí un espectáculo que no me esperaba —dijo Sandokan a Yanez—. Pero ya, nosotros estamos habituados.
Se había dirigido hacia el bastión de Cachemira, de cuya explanada los indios tiraban con dos piezas, ayudados por una muchedumbre de francotiradores, pero en vano buscaron a Sirdar.
—Esperemos esta noche —dijo Tremal-Naik.
—¿Y si Suyodhana no hubiese podido entrar en Delhi? —preguntó Yanez—. Si no ha llegado ayer, no le será más posible hacerlo, ahora que la ciudad está estrechamente asediada.
—No me arranques esta esperanza —dijo Tremal-Naik—. Entonces todo habría terminado y Darma estaría perdida para mí.
—Sabremos encontrarlo igualmente —dijo Sandokan—. No dejaremos la India hasta que no te hayamos devuelto a tu hija y matado a aquel bribón. Sirdar está con él y encontrará el modo de hacernos tener noticias suyas. Regresemos a nuestra casa y esperemos. El corazón me dice que Suyodhana está aquí y no me engañará; lo verás, amigo Tremal-Naik.
—¿No tomaremos parte en la defensa? —preguntó Yanez—. Comienzo a aburrirme.
—Mantengámonos neutrales ahora que los ingleses no son más nuestros enemigos.
Durante la jornada, los cañones y fusiles continuaron tronando con un crescendo espantoso.
Los rebeldes, animados por la presencia de Muhammad Bahadur, el nuevo emperador, legítimo descendiente del Gran Mogol, se batían espléndidamente, con un coraje extraordinario, ayudados también por la población que había prometido sepultarse bajo las ruinas de la ciudad antes que rendirse.
A la noche, cuando el fuego hubo cesado, Sandokan, como había prometido al señor de Lussac, hizo arrojar de lo alto del bastión de Cachemira un turbante blanco, conteniendo una carta en la que le advertía que habían encontrado hospitalidad junto a un notable, uniéndole la dirección, luego junto a sus compañeros se sentaron sobre el terraplén interior de la fortaleza con la esperanza de ver llegar al brahmán.
Fue no obstante otra desilusión; Sirdar no dio signos de vida.
—¿Quién sabe si no seamos más afortunados mañana a la noche? —dijo Tremal-Naik—. Es imposible que aquel joven se haya arrepentido de sus intenciones. Quizá algún imprevisto le haya impedido venir aquí, y luego no debemos olvidar que Suyodhana podría vigilarlo.
Tampoco las noches siguientes fueron más afortunadas. ¿Qué cosa había sucedido a aquel bravo joven? ¿Había sido sorprendido escribiendo alguna otra carta comprometedora y muerto por los sectarios, o Suyodhana no había llegado a tiempo para entrar en Delhi?
Mientras tanto el asedio continuaba más estrecho que nunca con enormes pérdidas por parte de los insurrectos.
Se acercaba el día del asalto general.
Ya el 11 de septiembre el fuerte de Mori, vigorosamente atacado por el Batallón Sirmoor y el Contingente de Cachemira y golpeado en brecha a solo doscientos metros de distancia por una batería de morteros, había sido reducido a un montón de ruinas; el 12 los ingleses habían comenzado a bombardear el fuerte de Cachemira con diez grandes cañones, mientras habían colocado ocho piezas de dieciocho y doce pequeños morteros delante del bastión de Agua con la cual los insurrectos se defendían gallardamente con un admirable fuego de carabinas, causando a los asediantes graves pérdidas y matándoles al capitán de artillería Fagan.
El 13 el bastión de Cachemira se desplomaba en un nubarrón de fuego, luego caían los fortines cercanos y saltaba el polvorín del bastión de Agua, mientras el enemigo intentaba un furioso asalto contra el suburbio de Kishanganj, asalto no obstante rechazado victoriosamente por los asediados, que estaban protegidos por algunas piezas de artillería.
¡Pero las columnas inglesas, notablemente reforzadas, se preparaban para el ataque con las órdenes feroces dadas por el general Archdale Wilson, sucesor de Barnard, de matar y saquear, no respetando mas que solo a las mujeres...!
Era la última noche de la defensa, cuando Sandokan y sus amigos se dirigieron otra vez detrás de las ruinas del bastión de Cachemira, para esperar al brahmán, aún cuando ya hubiesen perdido la esperanza de volver a verlo.
Estaban allí por algunas horas, cuando imprevistamente una sombra surgió por una de las zanjas laterales y avanzaba hacia ellos diciendo:
—¡Buenas noches, sahib!
ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN
El palacio del padishah al que hace referencia, no es otro que el Fuerte rojo de Delhi, residencia de los reyes del Imperio mogol.
Capítulo con numerosas referencias. Me costó traducirlo y encontrar todas las palabras, varias de las cuales difieren bastante del original.
Añil: “Indaco” (índigo, traducido literalmente) en el original, es un arbusto perenne de la familia de las Papilionáceas, de tallo derecho, hojas compuestas, flores rojizas en espiga o racimo, y fruto en vaina arqueada, con granillos lustrosos, muy duros, parduscos o verdosos y a veces grises. De esta planta se obtiene naturalmente el color índigo.
Jama Masjid: “Jammah-Masgid” en el original, o mezquita del Viernes es una de las mayores mezquitas de la India y principal centro de culto para los musulmanes de Delhi. Está frente al Fuerte Rojo y fue construida por los mogoles en 1644.
Padishah: “Padiscià” en el original, es un título real compuesto por el persa “pad” (maestro) y “shah” (rey). Sería el título más alto en la realeza. No existe una palabra en castellano, por lo que utilicé la versión en inglés.
Naqqar Khana: “Nasbat-Khana” en el original, es un palacio interior dentro del Fuerte Rojo al que se accede a través de la puerta principal y recibe su nombre que significa “casa del tambor”, por una galería destinada a los músicos.
Diwan-i-Am: “Devan An” en el original, es un pabellón del Fuerte Rojo destinado a las audiencias públicas.
Baldaquino: Pabellón que cubre el altar.
Diwan-i-Khas: “Divani khâs” en el original, es un pabellón del Fuerte Rojo destinado a las audiencias privadas.
Lapislázuli: Mineral de color azul intenso, tan duro como el acero, que suele usarse en objetos de adorno, y antiguamente se empleaba en la preparación del azul de ultramar. Es un silicato de alúmina mezclado con sulfato de cal y sosa, y acompañado frecuentemente de pirita de hierro.
Ónice: Ágata listada de colores alternativamente claros y muy oscuros, que suele emplearse para hacer camafeos.
Sardónice: Ágata de color amarillento con zonas más o menos oscuras.
Moti Masjid: “Muti Masgid” en el original, llamada “mezquita de la perla” es una mezquita ubicada dentro del Fuerte Rojo para uso exclusivo del emperador hecha en mármol blanco.
Almenada: Guarnecido o coronado de adornos o cosas en forma de almenas —cada uno de los prismas que coronan los muros de las antiguas fortalezas para resguardarse en ellas los defensores—.
Alcazabas: Recintos fortificados, dentro de una población murada, para refugio de la guarnición.
Bastión de Wellesley: Baluarte ubicado en el extremo sudeste de la ciudad amurallada de Delhi.
Fuerte Salimgarh: “Forte di Gar di Selimo” en el original, fue construido en 1546 en lo que era una isla sobre el río Yamuna. Forma parte del complejo del Fuerte Rojo y se ubica al norte.
Tres Regimientos de Infantería de Punyab: “due Reggimenti di bersaglieri del Tingrab” en el original. Los tres (y no dos como indica Salgari) regimientos eran el 1ro. (llamado Coke’s Rifles) comandado por el coronel Campbell, el 2do. (“Greene’s Rifles”) por el general Nicholson y el 4to. (“Wilde’s Rifles”) por el capitán Wilde. Como se ve, Wilde solamente dirigía uno de los 3 regimientos.
Capitán Wilde: Se trata de Sir Alfred Thomas Wilde, capitán del 4to. Regimiento de Infantería de Punyab que partició del asedio a Delhi y posteriormente del asedio y captura de Lucknow.
Rajá de Jind: “Giût-Ragià” en el original, Jind era un principado del norte de la India durante la ocupación británica que estaba gobernado por un rajá. En el momento de la rebelión india, el mismo era Sarup Singh.
Bastión de Mori: “Bastione dei Mori” en el original, es un baluarte y puerta, ubicados en el extremo noroeste de la ciudad amurallada de Delhi. Quizá el nombre provenga del clan Mori, quienes dicen descender de la Dinastía solar.
Khudsia Bagh: “Cadsia-Bag” en el original, también llamado “Koodsee Bagh”, era una ex-residencia de verano de los reyes del Imperio mogol a medio kilómetro de las murallas del norte de Delhi, cerca de la puerta de Cachemira.
Tenientes Hildebrand y Bannerman: “Luogotenenti Debrante e Brannerman”, se trata de los tenientes E. H. Hildebrand de la Artillería de Bengala y Charles Bromhead Bannerman del 1er. Regimiento de Infantería Nativa de Bombay que fallecieron el 7 de septiembre en el barrio inmediato a las baterías y las trincheras.
Chandni Chowk: “Sciandni Sciowk” en el original, es uno de los mercados más antiguos y de mayor actividad de Delhi, sobre la calle que lleva el mismo nombre, cerca del Fuerte Rojo.
Muhammad Bahadur: “Mahomud Bahadar” en el original, como comentamos en el capítulo XXVIII, se trata del último emperador mogol conocido como Bahadur Shah II.
Por el Batallón Sirmoor y el Contingente de Cachemira: “dal contingente Sumno Cascemir”, en el original. Seguramente Salgari hace referencia a estos dos cuerpos que formaban parte de la 4ta. columna, comandada por el comandante Charles Reed.
Bastión de Agua: “Trincea d’acqua” en el original, fortificación ubicada sobre el río Yamuna, en el extremo noreste de la ciudad amurallada de Delhi.
Fagan: Se trata del capitán Robert Charles Henry Baines Fagan, soldado inglés perteneciente a la Artillería de Bengala, fallecido el 12 de septiembre de 1857 en Delhi a los 33 años de edad.
Kishanganj: “Kiscengange” en el original, es la zona al noroeste de la ciudad de Delhi, fuera de las murallas, donde actualmente se encuentra la estación de tren que lleva este mismo nombre.
Archdale Wilson: “Arcibaldo Wilson” en el original, general inglés que sucedió al general Sir Thomas Reed el 17 de julio de 1857 por enfermedad, quien a su vez había sucedido al general Sir Henry William Barnard a su fallecimiento, el 5 de julio de 1857.
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