martes, 21 de agosto de 2018

XXVII. La carga de los jangli khulga


Unos minutos después la pequeña columna reanudaba la interminable retirada a través de las junglas, retirada que se asemejaba, en cierto modo, a aquella famosa cumplida a través del Bundelkund por Tantia Topi, el célebre generalísimo de los insurrectos indios de 1857, que por un año entero, junto a la bellísima Rani de Jhansi, tuvo en jaque a tres cuerpos de ingleses.
Los elefantes avanzaban siempre prudentemente, tanteando antes el barro para asegurarse de la solidez del subsuelo y aspirando el agua, que se filtraba por los agujeros abiertos por sus patonas.
El elefante piloto, que ya se había calmado, tenía siempre la cabeza alta e indicaba a los compañeros, con sordos barritos, el camino a seguir.
El instinto de aquel animal, el más grande de los cinco, era absolutamente maravilloso, porque sabía escoger, incluso a primera vista, el lugar por donde podía avanzar más rápidamente.
De los asameses no se divisaba ningún rastro, sin embargo Sandokan y Tremal-Naik estaban más que seguros de que no habrían renunciado a la persecución.
La marcha continuaba, siempre lentísima, poniendo a dura prueba los músculos de los paquidermos.
Los matorrales de bambú, ahora altísimos y ahora en cambio bajos, gruesos y bastante espinosos, se sucedían casi sin interrupción, pero los bancos de fango no daban señas de terminar tan pronto. Parecía que la jungla hubiese sido un día el fondo de algún inmenso pantano.
Cuervos, busardos y cigüeñas, se alzaban en grandes bandadas al acercarse los elefantes. Otras veces eran bandadas de soberbios pavos reales, aves tenidas por sagradas por los indios porque representan, según sus extrañas leyendas, a la diosa Sarasvati, que protege los nacimientos y los matrimonios; o bien parejas de sāras, mejor conocidas bajo el nombre de Grus antigone, las más bellas de la familia, teniendo las plumas sedosas de un espléndido color gris perla, y la cabeza que es pequeña, adornada con plumas rojas del más bello efecto. Son también las más grandes porque alcanzan con frecuencia la altura de un metro y medio y al igual que los pavos reales son veneradas, representando el emblema de la fidelidad conyugal, y quizá no injustamente, porque van siempre emparejadas.
Se divisaban también perros salvajes de pelaje corto y moreno leonado, escapar a través de los matorrales, y alguna cita, graciosa y pequeña pantera de la India, que se domestica con mucha facilidad y que es utilizada para la caza de los antílopes.
Por dos horas los paquidermos continuaron luchando en medio de los pantanos, haciendo sufrir a las personas que los montaban bruscas sacudidas; luego, habiendo encontrado un pedazo de terreno sólido que formaba como una franja de un centenar de pasos sobre tres o cuatro metros de altura, todo cubierto de hierbas palustres, grandes como hojas de sables, de las cuales son golosos todos los paquidermos, de común acuerdo, se detuvieron.
—Están cansados —dijo el cornac del elefante piloto, volviéndose hacia Sandokan—. Y luego aquí han encontrado su comida.
—Me habría gustado más que continuasen hasta encontrar el terreno duro.
—No debe estar lejos, señor. Veo en el horizonte una línea oscura. Allá abajo deben estar las florestas de palash y aquellas plantas no se desarrollan en terrenos pantanosos. Por otra parte nuestras bestias no pedirán mas que una hora de reposo.
—Aprovecharemos para desayunar, si tenemos aún víveres suficientes.
—Haremos pronto en proveernos de buenos asados —dijo Tremal-Naik—. Las aves son numerosas y tenemos dos buenos fusiles de caza.
—Aceptado —respondió Sandokan—. Así haremos una pequeña punta hacia el septentrión, para ver si los asameses continúan siguiéndonos.
Descendieron todos improvisando un campamento en medio de las typha elephantina, como llaman los botánicos a aquellas plantas; pero los víveres no eran suficientes para tantas bocas. No había mas que medio saco de bizcochos y media docena de cajas de carne en conserva.
Por consiguiente, enseguida fue decidida una partida de caza, también para almacenar un poco de alimento, no estando las junglas siempre pobladas de aves grandes como los pavos reales y las sāras.
Sandokan y Tremal-Naik se armaron de fusiles de doble cañón de fabricación inglesa, cargados con perdigones y brincaron resueltamente en medio del pantano, seguidos por cuatro malayos provistos de carabinas y de cimitarras, para escoltarlos.
Habiendo atravesado una especie de canal fangoso, encontraron otro estrato de terreno sólido, todo lleno de bambú, que parecía tener una extensión mayor que aquel donde se habían detenido los elefantes.
En medio de aquellas cañas gigantescas de hojas verde pálido, las aves abundaban extraordinariamente. Grullas, pavos reales, ocas, papagayos, revoloteaban en todos los sentidos, junto con grandes bandadas de patos brahmánicos, sin manifestar demasiado temor por la presencia de aquellos cazadores.
Sandokan y Tremal-Naik no tardaron en abrir fuego y puesto que eran ambos habilísimos cazadores, en pocos minutos un buen número de aves fue recogido por los cuatro malayos de la escolta.
Siguiendo encontrando terreno resistente, avanzaron otra vez, empeñándose en medio de una llanura muy vasta, que estaba cubierta por densos arbustos y también por algún pequeño grupo de palmeras.
—He aquí un lugar que servirá magníficamente a nuestros elefantes —dijo Sandokan al bengalí—. Los haremos desviar a este terreno, así podrán galopar a gusto.
—Y también un lugar propicio para hacer grandes cacerías —añadió el bengalí que se había detenido bruscamente .
—¿Qué has visto?
—Animales de caza, si no peligrosos, muy grandes.
—No veo mas que sāras volar delante nuestro.
—Mira junto a aquel matorral, que se extiende a doscientos pasos de nosotros. Es un buen jangli khulga aquel.
—¿Un búfalo salvaje, quieres decir?
—Sí, Sandokan.
—Dentro de media hora te sabré decir si sus bistecs son verdaderamente exquisitos, como he oído afirmar varias veces.
—Haz esconder a tus hombres y cambiemos las armas. Aquellas bestias son a prueba de espingardas.
Tomaron dos carabinas con las correspondientes municiones, dieron orden a la escolta de meterse en medio de un matorral y se alejaron, manteniéndose inclinados, a fin de no dejarse descubrir antes de estar a tiro.
Se trataba verdaderamente de uno de aquellos gigantescos búfalos que, en asunto de estatura, nada tienen que perder, en comparación, con los bisontes de América Septentrional, con la cabeza corta, con la frente alta y ancha, armada de dos cuernos ovales, y fuertemente aplanados, curvándose primero por detrás para realzarse luego por delante, el cuello grueso y corto, el dorso giboso y el pelaje rojizo.
Después de los tigres son las bestias más peligrosas que se encuentran en las junglas, pudiendo competir con los formidables rinocerontes, aún cuando en tamaño sean inferiores a estos.
Sin embargo, a menudo alcanzan los tres metros, del hocico al origen de la cola, y una altura de un metro y ochenta centímetros, y tienen la piel tan gruesa, que se utiliza para hacer escudos muy resistentes, a prueba de sables.
Son además irascibles, valientes hasta la locura y una vez en carrera, no se detienen ni siquiera ante un ejército de cazadores. No temen, por otra parte, ni a los tigres, ni a las panteras y no vacilan en empeñar, con aquellos terribles predadores, furiosos combates.
El jangli khulga descubierto por Tremal-Naik pastaba tranquilamente a lo largo del margen del matorral, sin manifestar ninguna aprensión, aún cuando aquellos animales tienen un oído finísimo, que les compensa largamente su pésima vista.
Fue precisamente aquella tranquilidad que no hizo buen efecto sobre el bengalí, que conocía profundamente las costumbres de aquellos animales, ya habiéndolos cazado por muchos años en los Sundarbans del Ganges.
—Aquella calma no me tranquiliza en absoluto —dijo a media voz a Sandokan, que se arrastraba a un paso de distancia—. No debe estar solo. Ya que usualmente marchan en manadas y bastante numerosas.
—Matemos a ese de ahí mientras tanto —dijo Sandokan que no quería renunciar a aquella gran presa—. Detrás nuestro tenemos a los malayos emboscados. Para mí el primer tiro.
El jangli khulga se presentaba magníficamente para un buen tiro, porque en aquel momento ofrecía al tirador su ancho pecho, dejando así indefenso su corazón.
Una detonación seca atronó, haciendo escapar a las grullas y los pavos reales, que estaban escondidos en medio de los bambúes.
El bisonte indio, golpeado un poco bajo el hombro izquierdo, mandó un largo mugido, bajó rápidamente la cabeza y se abalanzó hacia el lugar donde aún veía ondear la nube de humo.
Aquella carrera furibunda no duró mas que dos segundos, porque se desplomó pesadamente a menos de veinte pasos del cazador, agitando pesadamente las patas.
Apenas había caído, cuando los arbustos se abrieron impetuosamente, bajo un choque irresistible y quince o veinte búfalos, de estatura gigantesca, irrumpieron a través de la jungla, lanzados en una carga espantosa.
—¡Piernas, Sandokan! —aulló Tremal-Naik, haciendo fuego a tontas y a locas, aún cuando estuviese seguro de no detener a aquellos furibundos colosos.
Los dos cazadores que tenían alas en los pies, en pocos instantes alcanzaron a los malayos, trayendo a los búfalos en su carrera desenfrenada; luego brincaron en medio del pantano, salvándose a tiempo en medio de los elefantes.
A sus gritos de alarma, todos los acampantes, creyendo un nuevo ataque de los asameses, habían brincado en pie, aferrando las carabinas, mientras los cornac hacían realzar precipitadamente a los paquidermos, que se habían recostado para mejor pastar las altas y durísimas typha.
Los bisontes, después de haberse detenido un momento cerca de los matorrales, donde poco antes se habían mantenido escondidos los malayos, esperando quizá que los cazadores se hubiesen emboscado allí en medio, habían reanudado su carga endiablada, derribando todo a su paso.
Parecían enormes proyectiles arrojados por alguna colosal pieza de marina, tal era su ímpetu.
Los bambúes, que como se sabe, son muy resistentes, caían segados por los robustos cascos de aquellos demonios, como si fuesen simples juncos.
Llegados ante el estrato fangoso, se detuvieron de golpe, encorvándose hasta tierra y encaballándose unos sobre otros.
—¡Por Shivá! —exclamó Kammamuri, alcanzando rápidamente a sus amos, que se habían puesto a salvo sobre su elefante—. ¡Otros que asameses! ¡Estos son mucho más peligrosos que aquellos holgazanes...!
—¡Adelante, cornac! —gritó Tremal-Naik—. Si pasan el estrato fangoso, asaltarán a los elefantes.
—¡Y vosotros abran fuego! —comandó Sandokan, viendo que también todos sus hombres ya estaban montados.
Ocho o diez tiros de carabina atronaron, pero no obtuvieron otro efecto que el de volver mayormente furiosos a los jangli khulga.
Los elefantes, azuzados por los cornac, ya se habían lanzado valientemente en el lodo, avanzando apresuradamente, temiendo tener que sentir la robustez y la agudeza de aquellos terribles cuernos.
Los bisontes, viéndolos alejarse, antes que calmarse se pusieron a mugir espantosamente y a pegar saltos; luego intentaron arrojarse a su vez al pantano, pero advirtiendo que sus patas, que no tenían el espesor de la de los elefantes, se hundían completamente, remontaron el estrato duro, siguiendo sobre aquel a los fugitivos.
—¿Es que no quieren dejarnos? —preguntó Sandokan que comenzaba a inquietarse—. Habría deseado mejor encontrar a los asameses.
—Aquellos animales son testarudos y excesivamente vengativos —respondió Tremal-Naik—. Esperarán a que nuestros elefantes encuentren un terreno sólido para darnos batalla.
—Espero que antes de eso estén bien diezmados.
—No nos queda más que hacer, amigo.
—No están mas que a trescientos metros, y nuestras carabinas tienen un alcance de más del doble.
—Es que el balanceo de los elefantes hará que nuestro tiro sea muy difícil.
Sandokan tomó la carabina, se plantó bien sobre las piernas, apoyando el pecho contra el borde superior de la caja, y apuntó el arma, esperando que el elefante piloto encontrase algún punto en el que apoyar con menor violencia, sus patazas.
Transcurrió un minuto, luego Sandokan dejó partir el tiro, aprovechando un instante de pausa del paquidermo.
La bala, aún cuando bien dirigida, fue a partir uno de los cuernos del bisonte, que guiaba a la tropa y que era el más colosal de todos.
El animal se detuvo un momento, sorprendido, sin duda, al ver caer adelante una de sus principales defensas; luego reanudó tranquilamente la marcha, como si nada hubiese sucedido.
—¡Saccaroa! —exclamó Sandokan, deponiendo el arma aún humeante, para tomar otra que le ofrecía Kammamuri—. Aquellos animales valen lo que los rinocerontes.
—Te lo he dicho —dijo Tremal-Naik.
Sandokan volvió a apuntar el arma, mirando otra vez al líder, habiéndose prometido abatirlo a cualquier precio.
Dos minutos después otro disparo atronaba y la bala pasaba más allá sin haber golpeado a ninguno de la manada.
—Derrochas el plomo —dijo el bengalí.
—Tengo todavía una bala.
—Reconocerás al menos que se dispara mal, estando sobre el dorso de un elefante, y que para destruir a toda aquella manada, deberemos consumir todas las municiones.
—Lo que no deseo en absoluto, no sabiendo si los asameses nos siguen aún o, si han regresado atrás.
—¡Uf! Lo dudo: son testarudos como los jangli khulga.
Retomó la carabina y por tercera vez la alzó, esperando el momento favorable.
Una nueva parada del elefante piloto que se había hundido en el fango hasta las rodillas, permaneciendo inmóvil por un instante, le permitió disparar su último tiro.
El bisonte mandó un larguísimo mugido, luego se detuvo bruscamente bajando la cabeza casi hasta el suelo, con la lengua colgando.
Toda la manada se había detenido, mirándolo y mugiendo. Había comprendido que el jefe debía haber sido gravemente herido.
El colosal bisonte no daba señas de moverse. Tenía siempre la cabeza baja y de su boca, junto a una baba sanguínea, salían raucos mugidos, que se hacían rápidamente flojos.
—¡Está por morir! —exclamó Sandokan.
En aquel momento el bisonte cayó sobre la rodilla, hundiendo el hocico en el fango. Intentó otra vez volver a ponerse en pie; en cambio, las fuerzas le faltaron bruscamente y se volcó sobre un flanco.
—Parece que está precisamente muerto, ¿verdad Tremal-Naik? —dijo Sandokan, todo contento por aquel éxito inesperado.
—Has provisto a los chacales y a los perros salvajes una buena presa, que nos habría servido de maravillas también a nosotros —respondió el bengalí—. Tiras, como Gengis Kan lanzaba sus flechas.
—No lo conozco, ni me preocupo por saber quien es.
—Un maravilloso conductor de ejércitos y un famoso arquero.
Los bisontes, después de haber olfateado varias veces a su jefe y de haber manifestado su rabia con mugidos poderosos, habían reanudado la marcha, caminando casi paralelamente a los elefantes.
Era de desear que aquel pantano se prolongase indefinidamente, o al menos hasta las faldas de las montañas de Sadiya, lo que era imposible esperarse.
Por otras dos horas los elefantes continuaron marchando, obstinadamente seguidos por los bisontes. Habiendo encontrado otro estrato sólido, que formaba como un islote en medio del lodo de una circunferencia de trescientos o cuatrocientos pasos y cubierto por árboles de varias especies, Sandokan comandó una segunda parada.
Era una precaución necesaria, porque el mediodía ya había pasado y de continuar avanzando, sin ningún reparo, podían conseguir una terrible insolación, no menos fatal que la mordida de las venenosísimas cobras de anteojos.
Por otra parte todos tenían hambre, no habiendo podido preparar la comida durante la primera parada, a causa del ataque furioso de los jangli khulga.
El lugar no había sido mal escogido, porque un ancho canal fangoso los defendía del ataque de aquellos testarudos animales; y luego, en aquel islote junto con varias palmeras y plantas de areca, se veían ham, o sea mangos, cargados de frutas oblongas de tres o cuatro pulgadas de longitud, que bajo la piel dura y verdosa, contienen una pulpa amarillenta, de un sabor aromático muy exquisito y saludable si están bien maduras.
El campo fue enseguida improvisado lo mejor que se pudo, a la sombra de las plantas, porque también los elefantes sufren bastante el calor; es más, teniéndolos demasiado expuestos, corren el peligro de ver su piel agrietada, formando así llagas en carne viva, que a veces son dificilísimas de curar. Es por eso que sus cornac los untan con grasa, especialmente sobre la cabeza.
Fueron encendidos varios fuegos y fueron puestas a asar las aves abatidas por Sandokan y por Tremal-Naik.
Mientras la carne se asaba ensartada en las baquetas de hierro de las carabinas, y atentamente vigiladas por una media docena de cocineros improvisados, Sandokan, Surama y el bengalí, escoltados por algunos dayak, exploraban el islote, para hacer la recolección de fruta, no teniendo ya ni siquiera un bizcocho.
Su excursión no fue inútil, porque más allá de los blandos mangos, fueron tan afortunados de descubrir un par de mahua, plantas preciosísimas, que no injustamente son llamadas el maná de las junglas, porque dan, después de caídas las flores, que son también muy comestibles, aún cuando sepan a musgo, grandes frutas con cáscara violácea, conteniendo almendras blancas excelentes, lechosas, con las cuales los indios preparan bollos sabrosísimos, que sustituyen muy bien al pan.
La comida, abundantísima, siendo todas las aves grandísimas, fue devorada en pocos minutos; luego todos, excepto Sandokan y Tremal-Naik, se tendieron bajo la fresca sombra de las palmeras, al lado de los elefantes que estaban consumiendo una enorme provisión de tiernas ramas y hojas, no pudiéndoles dar ni harina de trigo amasada, ni la usual libra de ghee para cada uno, o sea de mantequilla clarificada.
Los dos jefes, que sospechaban siempre un ataque de los asameses, y que como verdaderos aventureros no sentían necesidad de descansar, habían vuelto a tomar sus armas, para vigilar las dos orillas del islote. Querían también asegurarse de lo que hacían los bisontes, que poco antes habían visto merodear más allá del lodo.
Habiendo recorrido alrededor de todo el islote, divisaron nuevamente a los jangli khulga. Se habían tendido más allá de la hondonada, pastando las duras hierbas palustres que crecían cerca de ellos.
Viendo aparecer a los dos cazadores, en un instante estuvieron todos de pie, con los ojos inyectados de sangre, azotándose rabiosamente los flancos con sus largas colas en flecos.
Mugían ferozmente y meneaban frenéticamente las cabezas, como si intentasen lanzar cornadas.
—Aquí no estamos más sobre el dorso de los elefantes —dijo Sandokan—. Este es el momento de diezmarlos.
Acercó las manos a los labios y mandó un largo silbido. Enseguida malayos y dayak se precipitaron hacia la orilla.
—Fusilemos a aquellos canallas —les dijo Sandokan—. Es momento de terminar con esta persecución que dura demasiado tiempo.
Fue una descarga muy terrible la que partió. De dieciocho bisontes, once cayeron muertos o moribundos; los otros, al ver la mala parada, se alejaron a carrera desenfrenada, poniéndose a salvo entre los muchísimos matorrales de bambú, que cubrían la jungla septentrional.
Nuestros fugitivos no divisando más a los bisontes, regresaron al campamento, seguros de finalmente poder descansar sin ser más molestados.
Hacia las cuatro posmeridiano, cuando el intenso calor comenzaba a disminuir, el campamento fue levantado y los elefantes, siempre precedidos por el piloto, reanudaron los movimientos.
Media hora después finalmente volvían a encontrar terreno sólido. La jungla pantanosa había sido atravesada y comenzaba la seca, con extensiones de eternos bambúes lisos y espinosos, de hierbas altísimas semi quemadas por la canícula, de inmensos arbustos con algunos grupos de mehindi, aquellos graciosos arbusto de corteza blanquecina, hojas verde pálido y largos racimos de flores, de un amarillo delicado y de perfume delicioso.
Era el momento de empujar a los paquidermos a gran carrera, para dejar definitivamente atrás a los asameses, si aún los seguían.
No obstante, una fea sorpresa esperaba a los fugitivos y se preparaban para ofrecerla los implacables bisontes.
Nadie más pensaba en aquellos animales, que no se habían hecho ver más después de la desastrosa derrota que habían sufrido en el margen del lodo, cuando una imprevista agitación se manifestó entre los elefantes.
Primero el piloto se había detenido agitando la probóscide y lanzando sonoros barritos.
—¡En guardia, señores! —gritó el cornac, volviéndose hacia Sandokan y Tremal-Naik, que se habían alzado escrutando los densos matorrales que los circundaban.
—Nos hemos olvidado de los jangli khulga —dijo Tremal-Naik.
—¡Otra vez esos canallas! —exclamó Sandokan furioso.
—Ya te he dicho que no los conoces.
—¡Esta vez los exterminaremos!
—No nos queda mas que hacer, si queremos continuar tranquilamente la marcha.
Sandokan alzó la voz.
—¡Estén todos listos! Fuego acelerado y apunten lo mejor que puedan.
Los elefantes, a pesar de los golpes de arpón, no se movían y no cesaban de barritar. Se habían plantado sólidamente sobre las patonas, con la probóscide bien alta, lista para vibrar golpes vigorosos y las cabezas bajas con los largos colmillos tendidos hacia adelante.
Habían olfateado el peligro antes que los hombres y se preparaban para sostener gallardamente el choque de los adversarios, protegiéndose mutuamente los flancos, para no dejarse destripar por los puntiagudos cuernos de aquellos endemoniados animales.
Los malayos y los dayak, todos apoyados en los bordes de las cajas, con los dedos en los gatillos de las carabinas, estaban listos para apoyarlos y muy resueltos a defenderlos.
Los jangli khulga se acercaban, desfondando con un impulso irresistible los matorrales. Las altísimas cañas oscilaban en diversos puntos, luego caían abatidas por los cuernos de acero de los colosos animales.
La carga, a juzgar por los movimientos desordenados de los bambúes, debía ocurrir por diversas direcciones. Los astutos y vengativos animales, no se lanzaban más en una sola masa, para no caer en grupo como en la orilla del lodo.
—¡Aquí están! —gritó de pronto el cornac.
Un bisonte, después de haber desfondado con un último choque una verdadera muralla de bambú espinoso, apareció en el claro y se lanzó, con ímpetu salvaje, contra el elefante piloto, con la cabeza baja, para plantarle los cuernos en medio del pecho.
Fue tan fulmíneo el ataque, que Sandokan, Tremal-Naik, Kammamuri e incluso Surama, que también estaba armada, siendo una buena tiradora, no tuvieron ni siquiera tiempo de hacer fuego.
No obstante, el elefante piloto vigilaba atentamente. Alzó su pesada trompa, luego cuando vio al animal casi entre sus patas, lo golpeó furiosamente sobre la grupa.
Pareció un tiro de espingarda. El jangli khulga se desplomó de golpe, con la espina dorsal quebrada por aquel tremendo azote.
Se oyó casi enseguida un crac, como si huesos se rompieran bajo una presión espantosa.
El paquidermo había posado ambas patas posteriores sobre el moribundo, aplastándole la cabeza.
—¡Bravo piloto! —gritó Tremal-Naik—. ¡Esta noche tendrás el doble de ración de typha!
Otros tres bisontes habían aparecido saliendo de diversas direcciones y cargando a lo loco. Uno fue enseguida fulminado por una descarga de los malayos y de los dayak, el segundo fue a meterse entre dos elefantes de la retaguardia y enseguida aplastado antes de que hubiese podido hacer uso de sus cuernos, y el tercero, herido y quizá gravemente por una bala de Sandokan, volvió la espalda entrando nuevamente en los matorrales, quizá para morir allá adentro en paz.
No obstante, llegaba el grueso, formado afortunadamente por tres animales solos, de los siete sobrevivientes de la numerosa tropa.
La acogida que tuvieron fue tremenda. Los malayos y dayak que habían tenido tiempo de recargar las armas, los recibieron con un verdadero fuego de fila, deteniéndolos en plena carrera y lo peor fue cuando los elefantes, azuzados por los cornac, cargaron a su vez abatiendo con grandes golpes de probóscide a aquellos que, aún cuando estuviesen gravemente heridos, intentaban levantarse otra vez.
—¡Eh, Tremal-Naik! —gritó alegremente Sandokan—. ¿Esta vez habrán terminado?
—Eso espero —respondió el bengalí que no estaba menos contento con aquel éxito total.
—¿Y aquel que se ha refugiado en la jungla, ¿irá a buscar a otros compañeros?
—Las tropas de bisontes no se encuentran a cada paso y luego cada grupo anda por su cuenta y no se une nunca a los otros. Hagamos nuestras provisiones, ya que la carne aquí abunda, mientras que nosotros estamos secos. El filete y las lenguas de estos animales, tienen fama de ser bocados de rey.
Los elefantes fueron hechos arrodillar y todos descendieron a tierra, sin la ayuda de las escalas, corriendo hacia aquellas enormes masas de carne.
No obstante, no fue empresa fácil romper aquellas gibas para sacar los filetes. Los bisontes indios, al igual que los americanos, ofrecen una resistencia increíble también después de muertos, por el espesor enorme de sus huesos que son a prueba de hachas.
Los malayos, después de haberse cansado en vano, debieron dejar el lugar a Bindar y a los cornac con más práctica que ellos. Habiendo hecho una abundante provisión de lenguas y de carne escogida, la caravana reanudó la marcha, remontando hacia el septentrión con paso bastante rápido, a pesar de los obstáculos que presentaba incesantemente la interminable jungla.
No fue sino hacia las ocho de la noche, en el momento en el cual el sol se precipitaba en el horizonte y después de haber recorrido unas buenas cuarenta millas en pocas horas, que Sandokan dio la señal de parada a breve distancia de la orilla derecha del Brahmaputra que también doblaba, en sentido inverso, a septentrión, descendiendo de la imponente cordillera del Himalaya.
No siendo improbable que en aquel lugar hubiese muchos animales feroces, Tremal-Naik y Kammamuri hicieron improvisar por los malayos y los dayak, una estacada de bambú entrelazada y encender también, a cierta distancia, numerosas hogueras; luego las tiendas fueron levantadas para defenderse de los golpes de luna, que en la India no son menos peligrosos que los de sol, porque durmiendo con el rostro expuesto al astro nocturno, a menudo se despierta completamente ciego.
La cena fue deliciosa y, como bien se puede imaginar, muy abundante. Saboreadas fueron especialmente las lenguas de los bisontes, que habían sido puestas a hervir en una olla de cobre.
Los flying fox, aquellos feos vampiros nocturnos, de alas negras, que cuando están completamente desplegadas, miden juntas hasta un metro y que tienen el cuerpo revestido de un denso pelaje rojizo, y la cabeza que se asemeja a la del zorro, comenzaban a describir en el aire sus caprichosos zigzag, cuando Sandokan, Surama y Tremal-Naik, se retiraron bajo su tienda, seguros de poder pasar finalmente una noche tranquila.
Los otros ya los habían precedido. Solo Kammamuri y Sambigliong, con cuatro dayak, habían quedado de guardia del campo, pudiendo darse que algún tigre, alguna pantera se ocultase en los alrededores e intentase, aún cuando los fuegos ardiesen siempre, algún golpe sobre los durmientes.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

La referencia de Salgari, al inicio del capítulo, a los “...insurrectos indios de 1857...” se trata obviamente de la rebelión de la India que comenzó con un motín de cipayos y que atraviesa la cuarta novela de la saga, “Los dos tigres”.

Las cuentas de los búfalos no terminan de cerrar en el texto original. Salgari indica que “De dieciocho bisontes, once cayeron muertos o moribundos...”, por lo tanto deberían haber quedado 7. Posteriormente reciben el ataque de uno que es muerto por el elefante piloto y de “Otros tres bisontes [que] habían aparecido saliendo de diversas direcciones...” y que fueron también asesinados. Por lo que deberían quedar 3 más. Sin embargo Salgari escribe: “Giungeva però il grosso, formato fortunatamente da cinque soli animali, gli unici superstiti della numerosa truppa”, que traducido literalmente sería: “Llegaba no obstante el grueso, formado afortunadamente por cinco animales solos, de los once sobrevivientes de la numerosa tropa”. Así que lo ajusté.

En este capítulo Salgari ya advierte que se dirigen hacia la ciudad de Sadiya (Sadhja, en el original).

Bundelkund: También llamada Bundelkhand, es una región ubicada en el centro norte de la India, actualmente dividida entre los estados de Uttar Pradesh y Madhya Pradesh.

Tantia Topi: También conocido como “Tatya Tope”, fue un líder brahman durante la Rebelión y uno de sus más conocidos generales. Su nombre completo era Ramachandra Pandurang Tope (1814 - 18/04/1859). Fue derrotado por el General Robert Napier en Ranode y más tarde ejecutado por el gobierno británico en Shivpuri.

Rani: Su nombre completo era Rani Lakshmi Bai y era la viuda del rajá de Jhansi, despojada del trono por los ingleses en 1852 por no tener descendencia masculina. Cuando la rebelión estalló Jhansi fue un importante centro de la revuelta. Muertos los británicos, Rani recobró el poder y lideró la defensa de la ciudad. Finalmente falleció en combate en la fortaleza de Gwalior en junio de 1858.

Jhansi: “Jhansie” en el original, es una ciudad del estado de Uttar Pradesh en el norte de la India. Nació a partir de una fortaleza construida en 1613.

Sāras: “Sâras” en el original, es el nombre hindi (que deriva del sánscrito “sarasa” o “ave del lago”) de la grulla sarus o Grus antigone. Es el ave voladora más alta y habita en el sur y sureste de Asia y en el norte de Australia. En la India se lo considera el ave estatal de Uttar Pradesh.

Grus antigone: Nombre científico de la grulla sarus.

Cita: “Tcita” en el original, es una palabra hindi que significa “leopardo”, “pantera” y de donde se deriva la palabra “chita” (guepardo). Se trata del guepardo asiático o índico (Acinonyx jubatus venaticus), actualmente extinguido en la India, una subespecie de guepardo y el animal terrestre más rápido.

Gengis Kan: “Gengis-khan” en el original, guerrero y conquistador mongol que unificó a las tribus nómadas de esta etnia del norte de Asia, fundando el primer Imperio mongol, el imperio contiguo más extenso de la historia.

Ham: Supuestamente es mango en hindi, pero no encontré referencias.

Pulgadas: 1 in = 2,54 cm. Por lo tanto, 3 in equivalen a 7,62 cm; 4 in equivalen a 10,16 cm.

Baquetas: Vara delgada y ancha en un extremo, que se introduce por el cañón de un arma de fuego para limpiarlo, o, antiguamente, para compactar la pólvora, taco y proyectil antes del disparo.

Mahua: “Mahuah” en el original, es otro de los nombres de la “bassia longifolia” (Madhuca longifolia), un árbol tropical de la India, que se encuentra mayormente en las planicies y bosques del centro y norte de la India. Se lo conoce también con los nombres de “mahwa” o “Iluppai”. Sus flores son comestibles, se las utiliza para hacer jarabes y con propósitos medicinales.

Libras: 1 lb = 0,45359237 kg.

Canícula: Período del año en que es más fuerte el calor.

Millas: 1 mi = 1,609344 km. Por lo tanto, 40 mi equivalen a 64,37 km.

Flying fox: Nombre en inglés del murciélago “zorro volador de la India” (Pteropus giganteus). Su cuerpo mide 30 cm de longitud y llega a tener una envergadura de 120 cm. Pesa en promedio 800 g. Tiene tonos castaño rojizos, pardos y negruzcos y se alimenta de fruta.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario