martes, 19 de noviembre de 2019

III. Un espectáculo salvaje


Cuarenta y ocho horas más tarde el yacht, siempre seguido a breve distancia por el prao de Padar, entraba a todo vapor en la amplia bahía de Varani o Brunéi con la bandera inglesa enarbolada sobre el palo mayor.
Varani es la Venecia de las islas de la Sonda, porque está construida sobre empalizadas y cortada por un gran número de puentes de bambú de aspecto pintoresco.
Es una graciosa ciudad pequeña de diez mil habitantes, que de vez en cuando suben a quince mil, con pocos palacios de estilo árabe-indio, habitados en su mayoría por ministros y por los grandes de la Corte.
Resulta interesante aquel del Sultán, con varias disposiciones de logias todas de mármol blanco esculpido y vastas terrazas y jardines espléndidos, donde pasean sus doscientas mujeres.
La vieja batería del fuerte de Bandar, viendo la bandera inglesa agitándose sobre el palo mayor del yacht, disparó dos tiros con sus viejos cañones de hierro que afortunadamente no estallaron.
Era el saludo que daba a la nave.
Un momento después el yacht respondía con otros dos tiros y después de haber hilado en medio de dos densas filas de praos y jong, ancló en una de las boyas reservadas para las naves a vapor, esperando a que el oficial del puerto hiciese su visita.
El prao de Padar mientras tanto había continuado su marcha para anclar junto al muelle.
No habían transcurrido diez minutos, cuando una barca con los bordes dorados y los remos tallados y montada por un personaje importante, a juzgar por la riqueza de su sarong y por la mole de su turbante, e impulsado por ocho robustos remeros, abordó el yacht.
La escala fue enseguida bajada y el funcionario del sultán subió a bordo, al mismo tiempo que Yanez aparecía con una flameante chaqueta roja con alamares de oro, pantalones blancos, botas medievales, un yelmo de tela sobre la cabeza rodeado de una cinta azul.
En una mano tenía el paquete de las credenciales.
—¿Quién es? —preguntó, yendo al encuentro del borneano.
—El secretario particular de S. M. el Sultán de Borneo.
—¿Y por qué ha venido usted en lugar del oficial del puerto?
—Para llevar más rápido al embajador que la gran Inglaterra nos ha destinado, los saludos de mi señor.
—¿Quién le ha dicho que llegaría hoy?
—Lo esperábamos desde hacía varios días, milord; y viendo entrar a su yacht con la bandera inglesa, nos hemos enseguida imaginado que usted debía encontrarse aquí.
—¿A qué hora podré presentar al Sultán mis credenciales y mis obsequios?
—Lo recibirá, milord, en el aloun-aloun, donde hoy tendremos un espléndido combate entre toros salvajes y tigres.
—¿Quiere tomar el desayuno conmigo?
—No, milord: mi Señor me espera con impaciencia, y mi cabeza podría correr peligro.
—¿Quién vendrá por mí?
—Yo, milord.
—Puede ir.
El secretario hizo una profunda inclinación y volvió a descender a la barca, mientras Yanez se volvía hacia un dayak de estatura casi gigantesca, preguntándole:
—¿Conoces la ciudad, Mati?
—Como su yacht, amo.
—Te abro un crédito ilimitado, para que me adquieras antes de esta noche algún palacete, donde pueda dar fiestas y hacer recibimientos.
—Yo me encargo, amo.
—Entonces podemos tomar el desayuno —concluyó Yanez.
Dos barcas, cargadas de frutas de toda especie: bananas, nueces de coco, durián, mangostanes, etc. habían llegado en aquel momento.
Venían de parte del Sultán, al cual le oprimía hacerse querer por el embajador del potente leopardo inglés.
Estaban por alejarse, después de haber descargado, cuando un grito golpeó a los remeros:
—¡Help! ¡Help!
Las dos embarcaciones se habían detenido, y los bateleros miraban hacia las troneras de popa. Yanez que también había oído aquel grito les hizo una seña imperiosa de alejarse.
—¡Por Júpiter! —exclamó el portugués—. Este Sir William ya amenaza con darme dolores de cabeza. Es necesario que dé la orden que de ahora en más ninguna chalupa se acerque a mi nave.
La mesa había sido preparada sobre el puente bajo una tienda. Un buen cocinero indio había preparado un desayuno excelente a la inglesa.
Yanez, que jamás estaba privado de apetito, hizo honores a la comida; luego después de haber sorbido una buena taza de café, fue a tenderse en una mecedora colocada sobre el castillo de proa, en espera del regreso del secretario.
La magnífica bahía de Varani se desarrollaba delante de sus ojos nítidamente y así también la ciudad, siendo varios los barrios construidos en proximidad del mar.
Un gran número de barcas surcaba las aguas, montadas por malayos, dayak, borneanos y chinos que se dirigían a desembarcar las mercancías de numerosos veleros formados en orden frente a la ciudad.
De vez en cuando algún gran y macizo junco chino, de proa cuadrada y velamen de esteras, salía hacia alta mar acompañado por no pocos praos que destacaban magníficamente, con sus velas variopintas, sobre el luminoso horizonte.
Las tripulaciones cantaban alegremente, lanzando notas poderosas que agujereaban los oídos, contentos por volver al mar.
La bahía de Varani ya no era lo que había sido.
En su profunda ensenada los piratas se habían reunido en buen número para dar caza a los veleros que pasaban por alta mar o intentaban entrar en relaciones amigables.
Se recuerdan todavía los estragos horrendos cometidos por aquellos formidables predadores de mar que no tenían por jefe un Sandokan para refrenarlos.
En 1769 el capitán inglés Sadler había intentado obtener un asilo seguro dentro de la bahía, arreciando afuera una tempestad espantosa.
La misma noche la tripulación, comprendida por oficiales, era asesinada cruelmente a golpes de parang y kris.
En 1788 desgraciadamente había sido el turno de otro comandante inglés. Habiendo anclado en la bahía, fue asaltado por centenares de praos.
A pesar de la desesperada defensa de la tripulación, ningún marinero fue perdonado por aquellos sanguinarios predadores.
En 1800 fue al capitán Pavin al que tocó igual suerte. El estrago fue completo, y la nave dada a las llamas para sacar los hierros y las placas de cobre, y formar clavos aptos para cargar sus espingardas.
Entre 1806, 1811 y 1814 la piratería tuvo un terrible despertar.
Las naves que entraban en el puerto eran tomadas por asalto con ferocidad inaudita y luego quemadas.
Pero una de las más grandes que hicieron aquellos malandrines es la siguiente. Inglaterra hasta 1734 había establecido una colonia en la extremidad de la isla de Balambangan.
Los piratas malayos les cayeron encima y destruyeron todo, ayudados por los joloanos.
Muy pocos colonos fueron los que tuvieron tiempo de salvarse en Poulo Condor, una isla medio francesa y medio china, que todavía se hacía temer.
En 1809 los corredores del mar, furibundos por ver la colonia restablecida, cayeron otra vez sobre Balambangan, matando cruel e inexorablemente a hombres, mujeres y niños.
Casi al mismo tiempo un mayor holandés, cierto Maller, que exploraba el interior de Borneo, era bárbaramente asesinado por los cazadores de cabezas en los impenetrables montes de aquella gran tierra.
La paciencia de Inglaterra y Holanda, que tenían colonias florecientes a lo largo de las costas meridionales y occidentales de la isla, se había agotado.
Era hora de ponerle remedio.
Las cañoneras viejas y escasas de velocidad encargadas de impedir la piratería, llegaban demasiado tarde para sorprender a los agilísimos praos malayos que hilaban con el viento.
La finísima diplomacia inglesa, de acuerdo con el gobierno de La Haya, había hecho, como siempre un trato genial.
Ya que los piratas se profesaban, a su modo, musulmanes convencidos, manda a atrapar a Mascate, no se sabe si un verdadero o falso descendiente de los imanes, y lo arroja entre aquellas tribus de malandrines, con su bravo turbante verde sobre la cabeza, como un estrecho pariente del gran Mahoma.
¡Parece imposible, pero el Corán hizo más efecto que las piezas de las cañoneras inglesas y holandesas!
A la desembocadura del cristalino Brunéi, que desciende de las montañas del interior, se construye una ciudad para hospedar dignamente al hijo del turbante verde, regresado de La Meca, que probablemente jamás había visto.
La apariencia había salvado cabras y repollos. El primer sultán, sabiendo tener por súbditos piratas impenitentes, primeramente había tolerado ciertas correrías.
El ahorcamiento de la tripulación de un prao, que había asaltado un yacht de placer en las aguas de Mengalum, había producido en aquellos feroces corredores cierta impresión.
El velero había entrado en puerto con racimos de ahorcados, colgando de las vergas.
Había sido una tregua, pero duró poquísimo. La raza malaya es prolífica como los gusanos; no cultiva sus tierras de una fertilidad maravillosa y prefiere montar al abordaje.
Las destrucciones de los veleros continuaron en los años siguientes, hasta que el hijo del Sultán, apoyado por las cañoneras de Labuan y Pontianak, había puesto remedio a un estado de cosas intolerables, que podía atraerle encima los rayos de aquellas naciones europeas que tenían allá abajo colonias.
El castigo había sido terrible. El hijo del Sultán, sintiéndose apoyado por las artillerías de los hombres blancos, un mal día había hecho entrar en la bahía a media docena de veleros llenos de ahorcados.
La terrible acción sirvió.
Poco a poco la piratería desapareció, excepto en el norte de la gran isla borneana, donde los sultancillos se mantenían anidados en el fondo de sus profundas bahías cubiertas de bancos de arena que volvían inaccesible la entrada a las cañoneras.
De todos modos aquel rasgo de energía de Selim-Bargasci-Amparlang que había creído bien en añadir un nombre malayo a su musulmán, había dado mayores frutos que antes.
Los abordajes habían cesado y poquísimos se contaban en 1846, cuando fue conquistada Labuan por parte de los ingleses, siempre feroces invasores.
Varani, como tantos otros puertos de la Malasia, se había vuelto un asilo seguro para los veleros que llegaban de Indochina, Cantón o Calcuta.
Pero aquella calma podía ser más aparente que real, porque el malayo no puede vivir sin montar al abordaje.
La pólvora y el destello del acero lo embriagan; los gritos de guerra y muerte lo entusiasman al máximo grado.
Un hombre de gran voluntad como Yanez habría podido desencadenar un huracán y meter hierro y fuego a Varani...


El cronómetro marino indicaba las dos horas menos diez minutos, cuando el gigantesco Mati hizo su aparición a bordo.
—¿Entonces? —preguntó Yanez.
—Todo arreglado, señor: he tomado en alquiler un palacete que se asemeja al palacio del Sultán, amueblado todo en estilo chino.
—¿Cuándo podré tomar posesión?
—Esta misma noche.
—Llama a mi khidmatgar.
Un momento después un indio subía al puente, diciendo:
—Estoy a sus órdenes, Alteza.
—Cuando haya desembarcado, seguirás a Mati, visitarás el palacete que ha tomado en alquiler y prepararás todo lo necesario para dar mañana a la noche una gran fiesta.
—Sí, Alteza. ¿Algo más?
Yanez no respondió. Había visto separarse de la orilla a una barca pintada en rojo con bordes de oro, montada por doce remeros y por el secretario del Sultán.
Abrió una cartera y sacó varias soberbias joyas.
—Aquí hay como para contentar a media docena de favoritos —murmuró—. Esta expedición me costará cara, pero somos todavía ricos y luego la corona de Assam no la he empeñado aún.
La barca avanzaba rapidísimo. Los doce bateleros acompañaban la cadencia del remo con una salvaje canción.
Llegó en un instante bajo la escala, arribando, y el secretario subió a bordo, diciendo:
—Milord, el Sultán nos espera en el aloun-aloun y está muy impaciente por verlo.
—Verdaderamente podría haberme ofrecido un recibimiento oficial en su palacio —respondió Yanez fríamente.
—Ya el espectáculo no se podía posponer, sin provocar, por parte de la población, desórdenes.
—Partamos.
Descendió a la chalupa, saludado por los bateleros con un alarido salvaje idéntico al que se usaba hace cien o incluso ciento cincuenta años, cuando se lanzaban al abordaje y se sentó al lado del secretario que tenía el timón.
En el malecón una muchedumbre considerable, compuesta por bugineses, macasares, borneanos, malayos, dayak, chinos y negritos, se habían reunido alrededor de un carro todo pintado de verde, con una pequeña cúpula dorada sostenida por seis columnitas y arrastrado por dos cebúes, especie de bueyes de pequeña talla, con mucha giba y que son muy buenos corredores.
La curiosidad por ver al nuevo embajador había retenido todavía sobre el malecón a muchas personas, aún cuando el espectáculo del aloun-aloun, tan querido por aquellas poblaciones de instintos sanguinarios, fuese inminente.
Yanez desembarcó en tierra precedido por el secretario, dignándose apenas a saludar a los presentes con el stick del que se había provisto y subió tranquilamente al carro, sentándose sobre un anchísimo cojín de seda carmesí con copos de oro.
El cochero, un joven malayo, torció de golpe ferozmente la cola de los dos animales que partieron a carrera desenfrenada, con gran peligro de romper las piernas a los transeúntes que estaban obligados a arrojarse, literalmente, dentro de los negocios o dentro de las casas, sin osar poner alguna protesta, porque sabían bien que el Sultán habría sido inexorable y les habría hecho cortar las cabezas sin siquiera contarlas.
Después de diez minutos de carrera rapidísima, a través de calles hundidas y polvorientas, flanqueadas en su mayoría por caseríos malayos y dayak, el carro llegaba al lugar donde estaba por desarrollarse el gran espectáculo.
En una vasta pradera se erguía una especie de anfiteatro, pero formado exclusivamente por cañas de bambú que habían sido entrelazadas en forma de jaula para impedir que los tigres se llevasen a los espectadores.
Millares y millares de personas, apretadas, impacientes, habían ocupado todas las gradas, haciendo un alboroto infernal.
En una plataforma, embellecida con alfombras y festones de seda verde, insignias del poder, estaba el Sultán de Borneo S. A. Selim-Bargasci-Amparlang.
El señor de Borneo, como todos los sultancillos de las islas indomalayas, no era ya un gigante y no tenía en absoluto un aspecto guerrero. Era una cosita delgada, del color del pan integral, con los ojitos muy brillantes y un poco de barba en el mentón que comenzaba ya a encanecerse.
Llevaba puesta una larga túnica de seda verde bordada en oro, y llevaba sobre la cabeza un turbante de dimensiones monumentales.
Podía sentirse, por otra parte, muy seguro, porque detrás suyo, además de un gran número de malayos y dayak, estaban erguidos cien rajputs indios, siempre listos a una seña suya para llevar el espanto a la capital.
Yanez subió una escalera cubierta por una rica alfombra persa, habiendo llegado allí quién sabe después de qué acontecimientos, y se presentó al Sultán, tocándose apenas con un dedo el ala del casco, como le correspondía al representante de una nación tan poderosa, como para comerse todo el sultanato en veinticuatro horas.
—¡Sea bienvenido a mi corte! —le dijo el Sultán—. Su arribo ya me había sido anunciado. Temía que le hubiese tocado algún desagradable accidente. Sabe bien que los mares nuestros, por mucho que haga, nunca son seguros.
—He llegado con mi yacht, Alteza —respondió Yanez—, y mi nave lleva siempre buenas piezas de cañón capaces de contrarrestar ventajosamente a todas las espingardas, lela y meriam de los piratas.
—Siéntese junto a mí, milord, no esperaba mas que por usted para comenzar el espectáculo. Si ha estado en la India, habrá visto otros similares.
—Y muchos, Alteza.
—Pero yo ofreceré algo más interesante: una batalla de lanceros entre tigres. Hemos hecho muchas grandes batidas toda la semana pasada y estamos bien provistos de animales.
—Estos espectáculos son siempre bastante emocionantes y se ven con gusto.
—¿Quiere que dé la señal? Todo está listo.
El Sultán alzó un brazo.
Enseguida se oyeron tres toques de trompeta que obtuvieron por parte de los espectadores un profundísimo silencio.
De un cobertizo construido en la extremidad del grandioso recinto se lanzó sobre la arena a un magnífico toro todo negro, de formas vigorosas, con la frente amplia y los cuernos encorvados hacia adelante.
Debía ser una bestia salvaje, tomada recientemente del fondo de alguna fosa, porque todavía tenía los ojos inyectados de sangre por el largo cautiverio.
Apenas hecha una carrera furiosa de quince o veinte pasos, se detuvo de golpe olfateando el aire, azotándose los flancos con la cola y mandando sordos e impresionantes mugidos.
El pobre animal sentía ciertamente el peligro.
Otros tres toques resonaron y de otro cobertizo situado casi bajo el palco del Sultán, se lanzó fuera un tigre, anunciándose con un “a-ou-ug” que hizo sobresaltar al toro.
No era uno de aquellos magníficos tigres reales que se encuentran solamente en Bengala.
Aquellos que pueblan las islas de la Sonda son más bajos de patas, más regordetes; pero no menos audaces que los otros.
La bestia, que debía haber comprendido de qué se trataba, en vez de moverse directamente contra el adversario que lo esperaba bien plantado sobre sus patas y con la cabeza baja, se agazapó en el suelo lanzando un segundo “a-ou-ug” no menos impresionante que el primero.
Alaridos feroces partían de los diez mil o quince mil espectadores.
—¡Miedoso!
—¡El toro te escudriña!
—Sáltale encima y prueba comértelo, si eres capaz.
El tigre recibía filosóficamente las más atroces injurias y se cuidaba bien de asaltar al poderoso adversario que al contrario, comenzaba a dar signos de impaciencia.
—Atento, milord —dijo el Sultán metiéndose entre los dientes, negros como los clavos de olor, una mezcla de nuez de areca, betel y cal viva—. El espectáculo se pondrá interesante.
—Me parece por otra parte que el tigre tiene poco apuro en probar los cuernos del toro —respondió Yanez.
—Al momento oportuno lo asaltará, se lo digo yo. ¡Mire! ¡Mire!
No era el tigre el que se movía al ataque sino el toro que parecía impaciente por terminarlo.
Dio a carrera desenfrenada dos vueltas alrededor del recinto, levantando una nube de polvo, luego se detuvo detrás de la bestia, obligándola a cambiar de frente.
Los gritos y las invectivas habían cesado. Todos los espectadores, de pie en sus bancos, asistían a la impresionante lucha, casi sin respirar.
El toro se encolerizaba.
Batió varias veces sus largas pezuñas, como para provocar un arrebato por parte del adversario, luego no habiendo obtenido ningún efecto, cargó a lo loco con la cabeza casi al ras del suelo.
El tigre, sorprendido por la emboscada, dio cuatro o cinco saltos, luego con un magnífico vuelo cayó entre los cuernos del adversario, mordiéndole ferozmente la cabeza y rasgándole los hombros.
El pobre animal que perdía sangre en gran cantidad, había partido a galope furioso, intentando aplastar a la bestia contra las empalizadas del recinto.
Una nube de polvo los había envuelto, sustrayéndolos a los ojos de los espectadores que parecían presa de un entusiasmo verdaderamente delirante.
Dio dos vueltas alrededor del aloun-aloun, luego se detuvo bruscamente bajo el palco real y con una sacudida irresistible arrojó al aire al adversario.
Un gran alarido de espanto se alzó entre los espectadores.
El tigre no había vuelto a caer al suelo, sino que se mantenía fuertemente agarrado a los bambúes que se doblaban hacia el palco, amenazando con arrojarse encima de los grandes dignatarios del sultanato.
El ataque parecía casi seguro, porque la bestia maligna había ya posado las patas anteriores sobre el palco, cuando Yanez de un brinco se alzó y se arrojó delante del Sultán.
Empuñaba sus magníficas pistolas indias. Atronaron cuatro disparos y la bestia, fulminada por el infalible tirador, se desplomó en la arena, mandando un alarido espantoso.
El toro, viéndola caer se le había arrojado prontamente encima, plantándole en el pecho sus puntiagudos cuernos. La levantó en peso y la arrastró por el polvo hundiéndole el pecho.
El Sultán, que se había puesto grisáceo por el espanto, o sea pálido, se había volteado a Yanez que tenía todavía en mano las pistolas humeantes.
—Milord —le dijo con voz temblorosa—, usted me ha salvado la vida.
—No me debe nada, Alteza, porque he salvado también la mía —respondió el portugués.
—¡Qué muñeca firme tiene!
—¡Ah, bah! A veinte pasos con mis pistolas puedo apagar velas.
—Debe ser también un gran tirador de carabina.
—Desde luego, Alteza. ¿Quiere una prueba de la habilidad de los ingleses? Hágame traer aquí dos fusiles de sus rajputs y prepárese para arrojar al aire una rupia.
—¿Con qué objetivo?
—Para agujerearla en vuelo.
El sultán hizo señas a uno de sus secretarios, y pocos instantes después el portugués se encontraba en posesión de dos bellísimas carabinas de fabricación india, con los cañones en bronce y la culata pesadísima porque estaba laminada en hierro.
—Cuando quiera, Alteza... —dijo, después de haber probado los gatillos.
El Sultán había sacado de una bolsa con malla de oro una rupia y se había puesto de pie para lanzarla lo más lejos que le fuera posible.
El disco argénteo brilló por un instante a los rayos del sol, luego fue sacado y arrojado al extremo opuesto del recinto.
Yanez había hecho su primer tiro, pero esperaba la ocasión para hacer otro más maravilloso.
Había dejado caer la carabina descargada y había tomado la otra, apuntándola hacia el centro del recinto.
Se oyó otro disparo y el toro cayó de rodillas, con la cabeza atravesada por una bala cónica.
Un gran grito de entusiasmo se alzó entre los espectadores que no se esperaban aquel añadido al programa.
—Milord, dá miedo —dijo el Sultán—. Si todos los ingleses tiran así, no seré ciertamente yo quien empeñaré a mis rajputs.
—Caerían segados como espigas maduras —respondió Yanez sonriendo.
—¿Quiere que continuemos el espectáculo?
—Si le complace a Su Alteza, así sea.
A una señal de trompeta, veinte hombres armados con lanzas habían avanzado a la arena en una fila compacta, mientras de la otra parte se arrojaban fuera del cobertizo otro tigre y una soberbia pantera negra, de pelaje ligeramente moteado con matices magníficos.
Los dos animales, apenas liberados, se miraron el uno al otro como para preguntarse por qué los habían puesto en libertad; luego la pantera, menos paciente que el compañero y también más sanguinaria, se puso a arrastrarse hacia los hombres que esperaban con pie firme el ataque, teniendo una línea de lanzas en dirección oblicua y otra vertical.
Habituados, como los luchadores indios, a aquellos espectáculos sanguinarios, no manifestaban ninguna aprensión.
El Sultán por otra parte estaba ahí siempre, listo para animarlos con un gesto.
El tigre, viendo a la compañera moverse al ataque, después de una breve indecisión a su vez se puso en movimiento, dando una serie de brincos altísimos, como para asegurarse antes bien la elasticidad de sus músculos.
Un gran alarido de alegría había acogido la decisión de la fiera.
El espectáculo debía volverse extremadamente interesante y también peligroso para los lanceros.
Por un minuto la pantera avanzó en zigzag, como si estuviese indecisa sobre el camino a elegir, luego se lanzó al ataque con velocidad fulmínea, mandando un grito sordo.
Los lanceros habían dado un paso adelante, mostrando las larguísimas y agudas puntas de sus armas.
La bestia, viendo brillar delante de sus ojos a todas aquellas puntas amenazadoras, intentó detenerse, pero ya era demasiado tarde.
Los lanceros se habían a su vez arrojado adelante y la habían recibido con la extremidad de las terribles astas, agujeréandola en distintas partes del cuerpo.
Una lluvia de sangre muy caliente cayó sobre ellos, pero se mantuvieron firmes hasta que el cuerpo cesó de agitarse.
El tigre, viendo la acogida que tuvo su compañera, aún cuando espantado por los alaridos y por los ultrajes de todo tipo, se había batido en retirada, saltando como si toda la arena estuviese cubierta de resortes.
Pedazos de bancos, palos, fruta, le llovían encima, pero sin decidirlo.
—Es un miedoso —dijo el Sultán, volviéndose hacia Yanez—. ¿Quiere mostrarme uno de sus maravillosos tiros, milord?
—Si lo desea estaré muy contento por satisfacerle otra vez, Alteza —respondió el portugués.
—Denle un fusil a milord.
Un sargento de los rajputs llevó un par de carabinas.
Yanez tomó una, miró si estaba cargada, hizo señas a los lanceros de retirarse y apuntó a la bestia que no cesaba de saltar, rehusándose obstinadamente en entrar en combate cuerpo a cuerpo.
Un gran silencio se había hecho. Se habría dicho que todos aquellos millares y millares de espectadores contenían incluso la respiración, para no perder nada de aquella cacería de nuevo tipo.
Yanez cambió de posición tres o cuatro veces, luego, viendo al tigre presentársele de frente, disparó.
Un huracán de aplausos saludó al hábil tirador que después de haber enfriado al toro fulminó al hijo sanguinario de las junglas.
—Milord —dijo el Sultán—, mañana lo espero en mi palacio. El espectáculo ya ha terminado.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

¡Larguísimo capítulo con muchas aclaraciones!

La referencia de Varani —o Brunéi— como Venecia es por el histórico Kampong Ayer (romanización del malayo Kampung Air, o sea, Aldea de Agua) ubicado sobre el río Brunéi y que forma parte de su capital actual, Bandar Seri Begawan.

El verdadero Sultán de Brunéi en esa época, Abdul Momin, tuvo una sola esposa. No encontré referencias a que haya tenido concubinas ni un harén.

Sobre la colonia inglesa en Balambangan, el libro The Expedition to Borneo of H.M.S. Dido for the Suppression of Piracy (Henry Keppel, 1847) indica que hubo una matanza general realizada por los piratas del Sultanato de Joló en 1775.

En el texto de Salgari figura 1848 como la fecha de ocupación de Labuan por los ingleses. Corregí la fecha a 1846, según la información que encontré.

El tigre del enfrentamiento con el toro debía ser un tigre de Sumatra (Panthera tigris sumatrae), ya que en Borneo no los hay.

La pantera seguramente se trate de la Neofelis diardi o pantera nebulosa de Borneo, el mayor felino de la isla homónima.

La parte de la moneda y los fusiles está tomada de la trágica historia de la familia de Surama.

Logias: Galerías exteriores con arcos sobre columnas, techadas y abiertas por uno o más lados.

Bandar: “Batar” en el original, es el nombre con el que los habitantes se referían a la actual capital de Brunéi, Bandar Seri Begawan. Hasta 1970, la ciudad se llamaba Bandar Brunéi, siendo “bandar”, “ciudad” en malayo. Batar también podría tratarse de la localidad Kota Batu, un subdistrito de la capital que está sobre el río Brunéi, antes de llegar al centro de Bandar (viniendo desde el mar).

Jong: “Giong” en el original, es la palabra malaya o javanesa para designar al junco. Es una especie de embarcación pequeña usada en las Indias Orientales. Posiblemente una de las embarcaciones a vela más antiguas que se conocen.

Sarong: Pieza larga de tejido, que a menudo se ciñe alrededor de la cintura y que se lleva como una falda tanto por hombres como mujeres en amplias partes del sureste asiático excluyendo a Vietnam, y en muchas islas del Pacífico.

Aloun-aloun: En algunos documentos británicos del S.XIX sobre la región, se indica que todos los kampung tienen un “aloun-aloun”, esto es, un pequeño tramo de césped, donde se celebran los mercados. En algunos libros, en cambio, se lo describe simplemente como la plaza principal.

Durián: “Durion” en el original, es un árbol de unos 25 m de alto, originario del sudeste asiático. Su fruto tiene varias formas y puede llegar a los 40 cm de circunferencia y entre 2 y 3 kg de peso. Tiene un caparazón de espinas verdes o café. Tiene gusto intenso y agradable, textura cremosa y olor muy fuerte. En donde crece, se lo considera el rey de las frutas.

Mangostanes: Arbustos de las Molucas, de la familia de las Gutíferas, con hojas opuestas, agudas, coriáceas y lustrosas, flores terminales, solitarias, con cuatro pétalos rojos, y fruto carnoso, comestible y muy estimado.

Help: Ayuda, en inglés. Así en el original.

Bateleros: “Battellieri” en el original, personas que gobiernan el batel (bote).

Junco: “Giunca” en el original, es una especie de embarcación pequeña usada en las Indias Orientales. Posiblemente una de las embarcaciones a vela más antiguas que se conocen.

Sadler: “Padler” en el original, según el libro The Expedition to Borneo of H.M.S. Dido for the Suppression of Piracy (Henry Keppel, 1847) “...en 1769, el capitán Sadler, con la tripulación de su barco, fue asesinado por los piratas Sambas en Mompava, con una cantidad prodigiosa de polvo de oro: no lograron cortar el barco”.

“En 1788...”: Según el libro The Expedition to Borneo of H.M.S. Dido for the Suppression of Piracy (Henry Keppel, 1847) “...en 1788, el barco May de Calcuta, de 450 toneladas de carga, del capitán Dixon, fue interceptado en Borneo propiamente dicho: fueron invitados a la ciudad con el barco, y durante la cena, el Sultán y su gente cayeron sobre ellos y asesinaron al capitán Dixon, tres oficiales y diez europeos; la tripulación fue retenida en esclavitud, la valiosa carga fue saqueada y el barco quemado”.

Capitán Pavin: “Capitano Panien” en el original, según el libro The Expedition to Borneo of H.M.S. Dido for the Suppression of Piracy (Henry Keppel, 1847) “...en 1800, el Capitán Pavin y la tripulación de un bote fueron cruelmente asesinados en el palacio del Sultán de Joló mientras el comandante bebía una taza de chocolate: dispararon contra el barco Ruby, pero no consiguieron capturarlo”.

“Entre 1806...”: Según el libro The Expedition to Borneo of H.M.S. Dido for the Suppression of Piracy (Henry Keppel, 1847) “...en 1806, el Sr. Hopkins y su tripulación, del Commerce, fueron asesinados por los piratas de Borneo propiamente dicho: el barco fue saqueado por ellos y por los piratas de Sambas”.

“...1811...”: Según el libro The Expedition to Borneo of H.M.S. Dido for the Suppression of Piracy (Henry Keppel, 1847) “...en 1811, el capitán Graves fue interceptado por los piratas de Pasir, con una rica carga”.

Balambangan: “Balembang” en el original, es una isla que se encuentra situada en el extremo norte de Borneo, en el estado malayo de Sabah. Fue uno de los primeros asentamientos comerciales británicos en Borneo.

Joloanos: “Sululiani” en el original. Natural de Joló, archipiélago de Oceanía. En este caso sería natural del Sultanato de Joló, que en italiano es “Sultanato di Sulu”.

Poulo Condor: “Pulo-Condor” en el original, nombre francés —derivado del malayo “Pulau Condor”— de la isla Côn Sơn durante la colonia francesa. La isla es la mayor del archipiélago de Côn Đảo, ubicado en el sur de Vietnam, país al que pertenece.

Maller: No encontré referencias a este supuesto mayor holandés.

La Haya: “Aja” en el original, es sede del gobierno, residencia del rey y, después de Ámsterdam y Róterdam, la tercera ciudad más grande de los Países Bajos.

Mascate: No encontré referencia de este supuesto descendiente de imanes.

Mahoma: “Maometto” en el original, es el profeta fundador del islam. Su tumba se encuentra en la Mezquita del Profeta, en Medina, Arabia Saudita.

Corán: Libro en que se contienen las revelaciones de Dios a Mahoma y que es fundamento de la religión musulmana.

[Río] Brunéi: “Varauni” en el original, es un importante río corto que fluye a través de Brunéi​ y desemboca en la bahía de Brunéi en dirección norte-este.

La Meca: Principal ciudad de la región del Hiyaz, en la actual Arabia Saudita, donde nació Mahoma. Es la más importante de todas las ciudades santas del islam, visitada cada año por millones de peregrinos.

Vergas: “Pennoni” en el original, es la percha perpendicular al mástil, a la cual se asegura el grátil de una vela.

Selim-Bargasci-Amparlang: Nombre inventado por Salgari, ya que no existe dicho sultán, ni nombre similar. En otras ediciones aparece como Selim-Bargani-Arpalang.

Indochina: Es una zona del sudeste asiático situada entre la India y China. Comprende el territorio de los actuales países de Camboya, Vietnam, Laos, Myanmar y Tailandia, así como Singapur y la parte continental de Malasia, estos dos últimos en la península de Malaca.

Cantón: Ciudad del sur de China, capital de la provincia de Cantón. En su momento era considerada uno de los mayores puertos comerciales del mundo.

Calcuta: “Calcutta” en el original, es la ciudad capital del estado indio de Bengala Occidental al oeste de India.

Cronómetro marino: “Cronometro di bordo” en el original, es un reloj de gran precisión utilizado a bordo de buques. Por seguridad se transportan dos. Están montados sobre una articulación cardánica para contrarrestar el efecto de los rolidos y cabeceos que sufre la embarcación.

Khidmatgar: “Chitmudgar” en el original, palabra hindi que deriva del árabe “khidmah” (servicio) y del persa “gar” (sufijo que denota posesión). Sería un servidor, lacayo o camarero personal.

Bugineses: “Burghisi” en el original, es un grupo étnico conformado por 6 millones de personas, principalmente, de las provincias de Célebes Meridional, la tercera más grande de Indonesia.

Macasares: “Macassaresi” en el original, son los habitantes de Macasar, la capital y mayor ciudad de la provincia de Célebes Meridional, en Indonesia. Se encuentra al sur de la isla de Célebes, en el estrecho de Macasar.

Negritos: Son varios grupos étnicos aislados del Sudeste de Asia considerados a veces dentro del grupo racial negroideo del australoide, sobre cuyos territorios llegaron más recientemente oleadas de pueblos asiáticos. Comúnmente se les considera la población más antigua del Sudeste de Asia.

Cebúes: Variedad del toro común, caracterizada por la giba adiposa que tiene sobre el lomo. Vive doméstico en la India y en África.

Stick: “Stik” en el original, no encontré referencias, pero por su parecido con la palabra en inglés que significa “palo”, lo modifiqué.

Pan integral: “Pane bigio” en el original, es un tipo de pan de campo que se suele hacer con harina integral. “Bigio” significa gris, beige o pardo, en italiano. Me decidí por pan integral al no encontrar una traducción más acertada.

Rajputs: “Rajaputi” en el original, también conocidos como “rashputs”, son miembros de uno de los clanes patrilineales territoriales del norte y centro de la India. Se consideran a sí mismos descendientes de una de las castas chatria (guerreros gobernantes). En la actualidad, el estado indio de Rajastán es el hogar de la mayoría de los rajput.

Espingarda: Escopeta de chispa y muy larga.

Lela: “Lilà” en el original, es el nombre malayo de unos pequeños cañones de doble cañón, fundidos en Borneo y sus alrededores.

Meriam: “Mirim” en el original, palabra utilizada por los malayos para designar a los cañones. Deriva del árabe “miriam”, o sea “María”.

Tigres reales: Se trata del tigre de Bengala real o tigre indio (Panthera tigris tigris) es la subespecie más grande. Los machos pueden llegar a medir más de 3 metros de longitud y pesar hasta los 200 kg.

Nuez de areca: Semilla de la palmera Areca catechu. Contrae la pupila y aumenta las secreciones. Ayuda en la expulsión de parásitos intestinales.

Betel: Planta trepadora de la familia de las Piperáceas. Tiene cierto sabor a menta y estimula la producción de saliva. Es usado para prevenir diarreas y parásitos intestinales así como tos, asma y halitosis.

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